sábado, 16 de noviembre de 2013

HISTORIA DE MI RODILLA IZQUIERDA (III)










     En el kilómetro 3 de la Vía verde Los Molinos de Agua, que discurre por el  itinerario de la extinta vía ferroviaria que conducía desde San Juan del Puerto hasta El Buitrón, provincia de Huelva,  apareció el pasado lunes 4 de noviembre el galgo muerto. Tal vez fuese atropellado por algún furtivo conductor de los muchos que no atienden a la prohibición de transitar con vehículos motorizados, caso difícil, dicho sea de paso,  por el mal estado del piso y la estrechez del asfalto que impiden que estos puedan imprimir la suficiente velocidad para matar, o quizás fuera asesinado, ya sea por envenenamiento o por golpe mortal, pues desde su hocico puntiagudo y rictus sarcástico, posiblemente a causa del rígor mortis de toda una noche, se abría paso una  gran mancha de sangre seca de al menos dos palmos
    El cadáver se situaba extendido, vertical a un margen de la vía y no entorpecía el ejercicio del ciclismo, la marcha o el atletismo de fondo de sus habituales usuarios. Digo habituales porque rara vez, y para esto no sería mala idea habilitar un libro de firmas en honor de quienes tras un número determinado se sesiones, pongámosle 9 por aquello del número perfecto, adquieren el predicamento de usufructuarios por haber insistido en el tiempo y con el esfuerzo, se incorporen nuevos beneficiarios de la cotidianidad de lo que quedó de la estrecha línea férrea. La víctima parecía haber elegido esa posición para despedirse de este mundo dando fe de su más que probable servilismo de perro fiel a la causa para la que fue pensado. Canino tímido y eficaz para el hombre hasta el punto de no molestarle ni siquiera tras su muerte. Aunque irremediable es pasar junto a su estampa luctuosa y no contener la respiración para eludir la presumible pestilencia de su ignominiosa y prosaica descomposición orgánica.
    En el  fugaz soliloquio del corredor de fondo, no hace falta que explique el porqué de su brevedad, y para esta narración quien aparecía por allí  gracias a la recuperación de mi rodilla izquierda, era yo midiendo la distancia y el crono, apenas nacen y mueren unas cuantas palabras, y para tal visión podrán comprender que eligiera de súbito “Quién”, “Habrá”, “Sido”, “El”, “Hijo”, “De”, “Puta”. Debo admitir que culpabilicé irresponsablemente a algún sujeto anónimo sin pensar que el animal podría haber alcanzado este final por enfermedad degenerativa o por un accidente provocado por él mismo o por muerte provocada por otro semejante o jauría de estos. Pero las estadísticas nos dicen que la inmensa mayoría de canes que aparecen muertos en las vías públicas, y en las privadas también, son desgracias causadas por las intervenciones humanas. Así que una vez que me alejé lo suficiente del radio de acción del supuesto hedor miré en mi reloj los segundos que me quedaban para llegar al mojón del kilómetro 2, y en un alarde de poder contuve unos instantes más la respiración para demostrarme a mí mismo que en casos excepcionales de necesidad es posible correr sin respirar. ¿Cuánto tiempo? Para esta ocasión el que me llevó configurar el rostro del “Hijo de puta”, esta vez todas las palabras juntas en mi pensamiento, sin necesidad de articular  todos los instrumentos de mi boca. Las facciones fueron juntándose hasta formar el semblante de mi jefa. ¿La hija de puta de mi jefa había matado al galgo? Tal vez sean malas pasadas o guiños de las cogitaciones precipitadas, o de pensar corriendo que, de algún modo u otro supone adquirir un estado próximo a tener “La mente en blanco”. Debo considerar seriamente por qué ahora, con el teclado de mi portátil bajo mis dedos, no me desagradó la elección de mi jefa como presunta asesina del galgo a pesar de que la hipótesis resulta harto difícil, ya que presiento que es prácticamente imposible que ella ponga un pie en una vía verde. Es delgada y esbelta como una Barbie pero yo la veo gorda como un sollo.
   Una vez recuperada mi respiración tras alejarme de la peste recordé la charla que mi jefa nos dio tras su viaje a Estados Unidos para realizar allí, en una Universidad exclusiva para mentes brillantes, un master de optimización del tiempo laboral. Nos habló de los peligros que suponen la desconcentración, el estrés y la desgana en el trabajo. Calificó a las amistades que tenemos que atender durante nuestra labor productiva como de “ladrones de tiempo”, y a su vez nos puso  en alerta contra los tres agujeros negros que se tragan nuestros minutos si no hemos planificado con antelación la efectividad de nuestras actividades. Estos son: el correo electrónico, las reuniones y las interrupciones. También nos recomendó que para un rendimiento óptimo en el trabajo nuestro tiempo de ocio no debe sufrir injerencias de ningún tipo. Al final del discurso nos contó con todo lujo de detalles que muchas mentes brillantes de Estados Unidos comienzan a catalogar el Tiempo como un derecho de la ciudadanía.
   “El”, “Tiempo”, “Es”, “Otro”, “Hijo”, “De”, “Puta”, exclamé en las inmediaciones del kilómetro 0. Desde ese momento y hasta la ducha no recuerdo nada más. Sólo, bajo el agua caliente, me pareció haber sentido un dulce olor a geriátrico.