viernes, 18 de diciembre de 2015

LA PLAGA









                                                                  LA  PLAGA
                                                 
                                                      “Dios creó al hombre a su imagen significa, probablemente,
                                                                      que el hombre creó a Dios a la suya” G. C. Lichtenberg.


     MF se empeñó en salvar las dos palmeras afectadas por la plaga del escarabajo rojo. Desde que estalló la crisis a causa de los fondos del endémico securitismo y las hipotecas basura, dicho insecto ha acabado en España con la vida de miles de ejemplares de “palmeras canarias”. Aquí, en Trigueros, el ataque fue devastador. Las principales plazas del pueblo se convirtieron de la noche a la mañana en lugares en los que la alegría de los niños y de las tertulias cambió como un feblaje inadvertido. Cuando surgieron los primeros efectos  todo parecía normal, pero bastaba la mirada de un observador no demasiado meticuloso para advertir la tristeza  en las fachadas agraciadas  hasta entonces por la elegancia exótica, y no por esto menos taxativa en la ilustración del pueblo.
   Las palmas más altas e inhiestas aparecieron de repente fláccidas. Poco después mostraron la decoloración del verde intenso. La gente decía resignada “tienen la plaga del escarabajo rojo”. Yo las veía con angustia, convencido de la inoperancia de los hombres para salvar a los ejemplares aún intactos como a Tops Model que sufrían infartos cerebrales.  Desaparecerían todas las palmeras con sus estigmas en el pasado en Trigueros, me decía.
   Tal vez haya sido mera casualidad que el insecto se presentara junto a la maldita depresión económica. Unidos de la mano se han paseado por las calles de la localidad con la iniquidad de los malos sueños y la fatalidad del presente inmutable.
  Nuestras palmeras se encuentran en el campo, en el término municipal de San Juan Puerto. Las creíamos incólumes. Teníamos localizado al ejemplar contagiado más cercano a un quilómetro como mínimo. Sentíamos que las dos se hallaban en una especie de oasis metafísico. Tan lejos de los visionados de la crisis y de la plaga, que la calma de la pequeña finca se antojaba como propia del ideal de un retiro espiritual. Algo así como un Claustro imaginario en el que nuestras palmeras señalaban un punto en la existencia hasta el que llegaban desde todas las direcciones el cansancio, y desde el que partían a su vez caminos por los que portar pequeñas cargas de esperanza, o al menos alguna dosis de energía renovada. Sin embargo, nuestras palmeras estaban contaminadas. La noticia nos sumió en el desconcierto. Con la enfermedad  sentí que el lugar se  precipitaba fuera de la imaginación, que en la caída se afiliaba a las demás cosas que se ven a lo largo del último y dilatado lustro, a esos paisajes, esos estados de ánimo afectados por las malas noticias y la palabrería.
   Nos enteramos del mal cuando Miguel fue con sus herramientas a igualar los troncos. Necesitábamos a alguien con experiencia para adecuar los diámetros  a la forma futura de palmeras esbeltas que soñábamos. La madre de MF, siendo ésta todavía una niña, sembró en dos macetas dátiles de la imagen de San Antonio Abad, patrón de Trigueros. Esperó años sin decir nada a que maduraran. Poco después de que MF y yo nos conociésemos le ofreció las palmas prietas y sin apenas turba en los tiestos. MF dijo entonces que urgía trasplantarlas en el oasis. Ella llamaba a la tierra por su nombre,  pero yo a pesar de su fonética opuesta siempre he pensado en el aislamiento de los contratiempos de la vida. Nunca le he desvelado tal acepción. Creo que no es necesario puesto que compartíamos el mismo sentimiento. Porque ella cuando nos encontrábamos en el lugar siempre decía “Qué bien se está aquí”. Yo asentía.  Pensaba que no era un espejismo, que entre tanta penuria, engaños y trasiego de propuestas económicas y políticas, debía haber enclaves en los que pudiésemos airear el espíritu para eliminar eso que llaman pensamientos parásitos con el que poder comprender  las verdaderas causas que han abocado a la tragedia a millones de personas.
  Me pareció que Miguel dijo con atrevimiento e indolencia lo que nunca hubiéramos querido oír. Con la punta del  serrucho señaló en la base del tronco de la palmera más pequeña un montón de serrín. Se asemejaba a los hormigueros que muestran enormes montones de tierra granulada. Por un momento pensé que haría referencia a una anomalía circunstancial, o que pondría en su boca algunas palabras para exaltar el ancestral arte de la poda. No fue así. Dijo que el bicho estaba comiéndose a la palmera por sus pies y que además era muy posible que la mayor también estuviese dañada.
   Vi los ojos de MF cristalizados, duros como escudos. No pude entonces prever que la noticia le afectaría de aquella forma. Sentí que su silencio nacía de una afección oculta, como las bacterias que se esconden en el interior de nuestros cuerpos para incubar enfermedades irreversibles. Me pareció que dentro de ella acababa de germinar, pensé que por la suma de las emociones, un humor nuevo, un remordimiento que contagiaría nuestro mundo. MF dijo: “tenemos que salvarlas cueste lo que cueste”. La situación me empujó a hablar con argumentos e hipótesis carentes de fundamentos. Supongo que con la intención inconsciente de soslayar la realidad.
   Miguel nos aconsejó un plaguicida  y que regásemos las palmeras regularmente desde las palmas más altas con abundante agua para impedir que los huevos del escarabajo madurasen.
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   MF, siempre afable,  alegre, inquieta y servicial, se volvió de repente, para describirla quizá del modo más acertado, intratable. Su mirada a partir de la sorpresa de las palmeras fue esquiva. Su cuerpo, atlético y compatible con sus líneas curvas, perdió sus característicos movimientos vibrantes y la lozanía que otrora me cautivara. Resultaba imposible que su vertiginoso declive fuera sólo a causa de aquellos insectos parásitos. Los informes médicos  nada decían sobre posibles enfermedades causantes. Su sistema inmunológico funcionaba con normalidad y no existían señales alarmantes para pensar en un incipiente trastorno mental. Elena, nuestra médica de cabecera, dijo que MF podría haber perdido por razones difíciles de explicar la alegría de vivir,  que   únicamente ella con mi ayuda podría encontrar soluciones para su tétrica actitud. Varios meses después del diagnóstico de nuestras palmeras se encerró en su habitación casi en un absoluto mutismo. Apenas probaba bocado de la comida que yo le proporcionaba y su comunicación se limitó a monosílabos e ininteligibles sonidos. Yo trataba por todos los medios de reconducir la situación hablándole sin parar. Procuraba  convencerla de que nuestras palmeras sanarían, y que a poco el intervalo de tiempo que nos había atrapado a causa de aquellas o de lo cosa extraña que fuera tendría su fin igual que una simple pesadilla.
  La plaga no cesó hasta que la naturaleza se tragó el tiempo o viceversa. Las palmeras de Trigueros fueron enfermando una tras otra a la par que se consumaban los despropósitos de los gobiernos de la nación, en los que se mezclaban la ineficacia y legitimidad de las propuestas elegidas en las urnas y el sufrimiento  de las clases sociales más desfavorecidas en la crisis económica. Murieron decenas de miles de palmeras en todo el país. Del mismo modo que el trágico aumento de los suicidios, era un hecho aislado del que apenas se hablaba en los medios de comunicación, pero que agraviaba más si cabía el ánimo de la población. Sobre todo de aquella, como decía, que teme la crueldad del tiempo y de la implacable naturaleza.
  En Trigueros se derribaron algunos ejemplares que ponían en peligro la integridad de los viandantes y que parecían momificados por la virulencia del ataque. Se cercenaron copas enteras con la esperanza de que las palmas volvieran a despuntar igual que fetos en vientres de madres maduras. Otros fueron cortados a modo de tocones; no se sabe si con la intención de señalar a los habitantes más jóvenes el residuo de belleza de un todo que existió o por alguna veleidosa determinación.
   El paisaje urbano tomó las cualidades de las vidas convalecientes. Las amputaciones o la ausencia del dinamismo que antes avanzaba buscando la verticalidad y la horizontalidad en un entorno paradigmático de esperanza y prosperidad,  transfiguraron la arquitectura. Ésta adquirió una perspectiva aérea de una profundidad desproporcionada. La tala y cercenaduras a diestro y siniestro fueron señales unívocas de enfermedad. Trigueros como miles de pueblos se sumió en la crisis, en el desempleo, en el letargo de la impotencia característica de las transiciones, de los periodos de tiempo que no conducen a ninguna parte, en el profundo horizonte de la penumbra.
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  Todos los días treinta de cada mes rociaba  las dos palmeras con líquido plaguicida, y como mínimo una vez en semana le aplicaba el método de infiltrarlas hasta que rezumaban agua por las bases de los troncos. Estas operaciones se las explicaba a MF  con el mismo entusiasmo  que un neófito explicaría a sus mentores sus sensaciones  tras recibir al nuevo dios o los nuevos ideales. Le contaba muy despacio  al oído que no tenía por qué preocuparse, que las palmas más altas se mantenían  fuertes y que todas conservaban el color verde igual que el primer día que las trasplantamos. Ella, muda y quieta como una estatua, me penetraba con sus ojos fríos. Yo sentía un miedo nuevo. Una especie de parálisis de los sentidos. Un bloqueo mental que me impedía pensar con la calma suficiente para poder hallar soluciones a la crisis que se había impuesto entre nuestras vidas. Se estaba quedando en los huesos, sin habla y casi sin aliento. Yo no podía, no sabía reaccionar y encontrar el modo para devolverle una pequeña dosis de la energía que ella siempre me había transmitido desde el primer día que nos conocimos.
  Tuve el absurdo presentimiento de que nuestras palmeras estaban robándole la salud. Por un instante pensé que MF se marcharía al otro mundo a costa de la supervivencia de las dos palmeras. Incluso llegué a la conclusión irracional de dejar de tratarlas, de abandonarlas a la acción del tiempo y de la naturaleza para salvar a MF. Supongo que en las situaciones difíciles los pensamientos buenos de los hombres, esos que buscan el bien como la principal finalidad de la existencia, pueden ser  excepcionales e incluso contradictorios. La huida a no sé qué lugar  de MF provocaron que mi mundo comenzara a desmoronarse. Ella se abandonaba al borde de un precipicio que apareció en nuestras vidas y yo sólo podía hallar una clave o razón para este hecho en la enfermedad de las dos palmeras. Era tan ridículo, tan extravagante, pensar que dependiesen sus vidas de las nuestras o viceversa que en ocasiones me avergonzaba de mí mismo. Mi impotencia ante el mal y lo absurdo condicionaron mis pensamientos hasta convertirme en un autómata limitado al servicio de MF y de nuestras palmeras.
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      A los seis meses de comenzar el  tratamiento de las palmeras llamé a Miguel para que las reconociese. Era evidente que los dos ejemplares no habían sufrido daños importantes. Habían superado la enfermedad o se encontraban aún en una fase positiva de la rehabilitación. Ambos presentaban un aspecto vigoroso, si bien te acercabas lo suficiente, podías ver en las bases de sus troncos señales reveladoras de la voracidad del  picudo rojo. El miedo o la intuición me decían que el tiempo se disfrazaba de esperanza, que tras esos meses en los que las palmas continuaban saludando a los vientos, la naturaleza se tragaba los días y las noches en una extraña farsa infinita de la que nunca resulta vencedores ni vencidos. ¿Qué supremacía puede imperar para siempre en las categorías de la vida y de sus especies? Nada parece que podamos hacer contra ese malvado e idílico maridaje entre el mal y el bien en el que la esperanza y la incertidumbre son una misma cosa. La impotencia ante la imposibilidad dar forma a la idea me angustiaba. La experiencia que vivía en la enfermedad que me rodeaba me obligaba contra mi voluntad a admitir  que nada podemos hacer contra la protervia de lo desconocido. Sentía que me descomponía en sustancias que eran arrastradas por la riada del destino. No era más que un hombre entre los hombres que  viven según las leyes del tiempo o de la arbitraria naturaleza.
  Miguel diagnosticó que debíamos continuar con el tratamiento al menos otros seis meses. Dijo que las palmeras tenían muy buen aspecto y que parecía que habíamos intervenido en el momento adecuado. No obstante era aconsejable evitar una probable recaída. Tras sus facundas palabras de experto preguntó por la salud de MF. Mucha gente del pueblo se interesaba por ella. Mis respuestas a las preguntas de amigos y conocidos a la vez que las interpretaciones  que hacían de las mismas terceras personas habían elaborado sin remedio un perfil muy distinto del que yo tenía conciencia. Cuando Miguel dijo que la gente aseguraba que MF “sufría por cosas extrañas” no me pereció que la apreciación tuviese demasiada importancia. MF llevaba varios meses haciendo vida entre el hospital y nuestra casa. Cuando la crisis llegaba a los puntos más críticos MF cobraba un estado casi vegetativo. Los especialistas la ingresaban por unas semanas  con la intención de reanimarla o de devolverle parte de la voluntad perdida. Allí mis visitas fueron controladas como parte de la terapia. Así, con la prohibición de estar junto a MF y la dudosa fiabilidad del tratamiento de las palmeras, la observación de Miguel, que en principio sólo tenía carácter informativo, adquirió, tal vez por la necesidad de nombrar lo que no comprendemos, casi siempre con palabras vagarosas, la forma de la negación. El rumor que circulaba sobre el sufrimiento de MF por “cosas extrañas” afectó aún más mi ánimo. Me hizo sospechar que yo también podría pertenecer como parte cosificada y extraña en su enfermedad. Negarme a mí mismo no sólo suponía un acto de pesimismo,  una vuelta de tuerca más a la desgracia, sino que además se abría un hueco por el que yo escapaba de aquel designio y abandonaba la situación a su suerte, sin la pésima colaboración de un personaje  incapaz de resolver nada.
   Muy pronto la tala y mutilaciones de palmeras conformaron un hecho del pasado de Trigueros. Un asunto pretérito en el viaje de sus habitantes por el paisaje de la plaga. Como siempre ha sido, la calamidad se ceba contra unos más que con otros. Sin embargo, no es menos cierto que el miedo que produce es contagioso y que su propagación puede llegar a aniquilar la confianza entre los mismos. La desaparición de las palmeras representa la destrucción del recuerdo amable, tal vez incluso corrobora la idea de que cualquier tiempo pasado fue mejor que el presente. Esta reflexión sobre  de la plaga vista como daño exclusivo de la naturaleza y el tiempo es un paradigma irrefutable de la ignavia, de la desconfianza que procuraba dicho miedo. Circunstancia no menos condicionante e implacable en la lucha por los intereses particulares de los habitantes de Trigueros durante el desarrollo de la plaga y sus efectos económicos y sociales. Muchos son en el mundo culpables de la plétora del mal, pero también la inmensa masa de inocentes  señalados vilmente  como beneficiarios por la connivencia de haber permitido la propagación de la plaga, de la crisis, del miedo.
   La historia ha demostrado muchas veces que se puede vivir en medio de la inquietud, aunque no se sepa cómo y de dónde emana, aunque sea invisible. La vida es demasiado fuerte. Es un animal salvaje que herido busca su alimento natural a sabiendas que deberá conformarse con presas inferiores a su nivel alimentario. Las principales plazas del pueblo, con la tara del paisaje, continúan llenándose. En presencia del enemigo invisible rebosan a diario con la irreprimible alegría de los niños y con el consuelo de las consuetudinarias tertulias. El daño ha cicatrizado en el paisaje. En él el pasado se retuerce como una promesa incumplida. El recuerdo del pasado fértil y próspero que tal vez no es más que el presente en el que han terminado los sueños dadivosos. Un soborno para los sentidos y la dignidad. Sin embargo, la vida persiste en su camino indeterminado, es lo que hace al fin y al cabo.
   Poco a poco MF fue recuperándose de su abstracción o del estado aquel que fuese. Sus ingresos en el hospital se hicieron más cortos y ocasionales. Su restablecimiento fue tan lento que apenas pude darme cuenta de cómo su cuerpo y su voz transformaban la postración en vigor y alegría. Un día me dijo que las palmeras se habían curado. Miguel le había asegurado que era un milagro, que era un caso muy extraño que después de ser atacadas por la voracidad del picudo rojo hubieran podido salvarse. Ella me ofrece todo el cariño y la comprensión que puedan darse. No sabe que el oncólogo no me ha ocultado nada. La metástasis es irreversible. Sólo es cuestión de semanas, quizá de algunos meses. Muy lejos, tras el muro de la negación a mí mismo, la emoción parece intacta. Amo a MF por encima de todas las cosas. A pesar de mi desidia, mi condrosarcoma y la impotencia, ella es lo único que permanece intacto.
   Siento que me llevaré al otro mundo algo que no me pertenece. La peor consecuencia de la plaga. Un frío ajeno al tiempo y a la naturaleza propia de la muerte. La ignorancia. El cáncer del odio.  
  
  

   

miércoles, 28 de octubre de 2015

TRAS LOS MUROS







Veo los mismos muros de siempre. Los que impidieron alegrarle la vista a mis padres, a mis abuelos y todos mis ancestros. Las paredes son tan extensas y consistentes que es imposible derribarlas. No hay modo humano que pueda evitarlas. Lo mejor, como escribía Voltaire, sería obviarlas y no obcecarme con trabajos inútiles. Sin embargo, si tenemos en cuenta que es innegable el argumento de la sospecha que tras la descomunal muralla podríamos encontrar el secreto  que buscamos con desespero a este lado y sin el menor éxito, no creo que me ayude su máxima ni me parece que fuese de carne y hueso el resolutivo humanista con su aserto.
  Tal vez sea mejor imaginar que tras la mole se encuentra lo que deseamos y no justamente lo contrario. Es mejor para todos que todas las cosas que a este lado vemos no sea más que la imagen distorsionada de la que perseguimos, esa tan extraña y ajena a lo que conocemos. Pues si aquí hubiera algún indicio o señal del paraíso ya haría tiempo que lo hubiésemos re-construido. Ya habríamos demolido los muros opacos de la ignorancia y edificado con sus restos, piedra a piedra, los miradores de la memoria y la conciencia.
   Tras las paredes se halla para algunos la vida eterna, para otros la nada, si es que a esta podemos así nombrarla, y mucho me temo que para una minoría el enigma cuya vigencia solo puede ser resuelto aquí, en este lado de los muros. La vida eterna y la nada son la barbarie del alma humana. Componen la mejor exquisitez de la desmedida violencia del ser humano. La primera nos exime, incluso redime y santifica del propio mal que con nuestro egoísmo natural, y por tanto sincero, podemos generar. La segunda tiene las mismas consecuencias que la primera, por el carácter que aniquila toda esperanza, en cuanto a la necesidad de reafirmarnos en nosotros mismos en la envidia, en el poder con todas sus ostentaciones, en la comunicación (cosa practicada también para quienes creen en la vida eterna y otras amalgamas) en las redes sociales del saber como arma de seducción del individuo sobre sí mismo, perdidos y luchando por Babel y nuestros propios atributos.
   Para la minoría de la tercera, los muros, es decir, la muerte y su irrevocable determinación finita, fueron levantados para que nuestra corta vista pudiese advertir la frontera de nuestra impotencia. Esta nos produce tanto desconcierto por sí misma que desde siempre hemos necesitado un límite medidor de nuestros despropósitos. Tal límite es representado por la muerte como una solución a todo el conflicto entre el amor y el odio, la humildad y la soberbia o la voluntad y la ignavia. La muerte, el declive físico y neurológico, incluso el accidente fortuito de un cuerpo sano, es una realidad que se ajusta con increíble precisión para dar punto y final a nuestros afanes de mímesis dentro y fuera del orbe. Digo fuera, para aclarar que este no existe, que para la tercera postura más allá de la muerte solo existe el continente de los muros que a su vez contiene otros muros y así sucesivamente hasta el infinito, lo que somos, lo que soportamos y también nos parece insoportable, la muerte. No trata de recrear el concepto del Eterno Retorno de Nietzsche, ni fabular la repetición como una infantil recurrencia del miedo. El tratamiento consiste en que allí somos también nosotros. Nada nuevo, nada revelador. Si acaso algo todavía más angustioso, ya que todo lo que aquí sucede se reproduce fielmente en el enigma del espejo.
  ¿Qué importa tanto tras los muros si en el interior circundado tienen lugar el cielo, el infierno, y la nada (impotencia ante el sometimiento)?          
    

martes, 6 de octubre de 2015

MIEDO O SILENCIO









 El cineasta Fernando Trueba declaró en la entrega del último premio nacional de cinematografía que nunca se ha sentido español durante cinco minutos seguidos. El revuelo que se armó en los medios fue una vez  más variopinto y desproporcionado. Sobre todo si se tiene en cuenta la innegable falta de ingenio de la frasecita en tan importante acto y protocolo. Varios días después leí en Facebook un post del novelista y atinado observador Paco Bescós en el que dice que lo que le ocurre al director de cine es algo muy común en España. Se refería al caso extraordinario en el mundo de que en este país ningún ciudadano siente ni entiende la nacionalidad como suya.
  Dos asuntos. El primero es que para sentirte español no es necesario que transcurra la eternidad de los cinco minutos. Con un segundo identificándote ante la roja y gualda es suficiente. Claro que supongo que don Fernando se refería a un sentimiento racional y sopesado, y para esto es necesario más tiempo. Pero ¿qué ciudadano del mundo sentiría la patria, la que fuere, durante diez segundos en el sanísimo acto de pensar? Por supuesto que quien escribe se ciñe a la actividad de pensar por uno mismo y no a la ordinaria función de almacenar todo lo que vemos, escuchamos y leemos en el disco duro. Lo de la lectura es otro caso extraordinario para analizar en otro momento, en otro que no pertenezca a la de la generación más preparada de la historia de la hipotética España y al mismo tiempo la más analfabeta en las cuestiones más esenciales de La Polis. El segundo asunto se infiere del primero. No es cierto que en España, al menos entre quienes se atreven a hablar de ella, nadie se identifique con la patriotería, con la nacionalidad, con el terruño, con la cuna, con la raza, con el suelo, con la bandera, con el paisano, con el arraigo, con…., con todos estos nombres que por lo general constantemente debemos cubrir de significado. En España hay muchos españoles y españolas capaces de hallar las mejores palabras para sosegar la pulsión enervante de su monótono himno. Pero sucede que mi apreciado y virtual amigo Paco Bescós pretende aliviar el dolor de las ampollas que incluso a alguien como don Fernando Trueba, con tantos dolosos quilómetros de celuloide a sus espaldas en los que aborrece a la typical spanish, puede padecer por no calzar el zapato adecuado en un momento tan delicado y traumático a veces para la identidad del individuo como es la recepción de un premio.
 Ya no hay fachas. Si acaso algunos y algunas que pretenden que sus deeneís puedan mostrar sus pedigrís deteriorados y manchados por los quehaceres de los nuevos ideólogos neoliberales del conservadurismo de la península de las Españas. Por cierto, estos burócratas que ahora buscan enriquecer el currículo de la alcurnia en la carlomagna Europa, no son menos que algunos soñadores de la nueva izquierda a los que no les importaría que ese trozo de tierra rodeada por amenazadores  mares  se convirtiese de la noche a la mañana en una federación de pueblos hermanos que incluyese al pródigo y noble portugués. Para todo da la candidez del hombre por el hombre.
 No hay fachas, que a estos se les agradecía la impronta de la bravura en el catálogo de las tribus extintas,  pero sí mucho inmovilismo, mucho postureo de clase media para dar la sensación de credibilidad y estabilidad que España necesita en estos tiempos del retorno a la estéril pero añorada prosperidad. Muchos selfies con uniformes de marca Espagnolo, Polo y Lacoste. Mucha necesidad de llamar a cada cosa con un nombre o sustancia que dé lustre a las colecciones del Museo de la Obsolescencia. Muy buena diligencia para que las marcas registradas no pierdan el beneficio de la patente.
  Quien pestañee pierde. Por esto casi nadie se atreve a perder su tiempo en contemplar cómo y cuando cae el fruto del árbol de la  nueva ciencia. Esa que marca el ritmo de la globalización económica y del nuevo esclavismo, la que dicta con páginas en blanco la falta de rentabilidad de la pureza del alma o del pensamiento. Prohibido ser español y nacionalista al mismo tiempo y viceversa es una orden  de dichas páginas que contravienen constantemente tanto los patriotas al nuevo uso como los no patriotas al uso de siempre. Unos y otros comen de la carroña consecuente de lo particular y de lo general. La cuestión política se nos escapa del plano de inmanencia, quiero decir, de nuestra potencia de ciudadanos, pues aquella solo atañe, si tenemos en cuenta nuestra capacidad en el marco jurídico, a los que viven de la política. Vivir de la política como el más tonto de los tantos sabe, consiste en buscar votos hasta donde no los haya. Lo peor de todo es que política es todo. Pues hasta a los intersticios más inaccesibles del tejido social ha llegado la función del dinero. Peor aún, la política se ha perfilado desde hace décadas solo y exclusivamente para quienes comen de ella.

   Nadie quiere un fruto podrido. Casi todo el mundo prefiere uno inmaduro a la pestilencia de las verdades, y estas siempre son poco productivas para las pretensiones del buscador de votos. El fruto recio que se come con los ojos se vende mucho mejor, es más caro y resulta un atractivo para la exposición del género. Nadie quiere esperar. Todos tienen prisas. Quien da primero da dos veces y las oportunidades se presentan pocas. Si España te da un premio y tú lo aceptas sabes que te vas a subir al cadalso de la cultura, que te van a ejecutar y que sus motivos de sospecha tendrán. Te quedas con los treinta mil euros y en el cuarto a oscuras de la transparente realidad. Oxímoron de la envidia y la admiración que despiertas en la turba ignorante. El dinero circula como reconocimiento para ir de lo particular a lo general y viceversa. Quieres ser y no ser y por eso es mejor callar. Pero callar hoy es morir en vida.  El silencio duele tanto, tanto hiere hacerse del silencio como los dolores de entuerto tras el parto de una descendencia inútil, de una prole atontada por una democracia que esteriliza y neutraliza. 

lunes, 31 de agosto de 2015

CRÓNICA DE NINGÚN LUGAR








A pocos quilómetros de nuestro destino pudimos leer en el dorso de un  indicador de tráfico estas palabras:
                                                    
   Para qué vinisteis
   Si no trajisteis poesía
  
  Habíamos decidido huir de la costa. Durante el verano disponemos de todas las horas de playa que nos plazca. Estamos tan familiarizados con ella que sus olores y paisajes podemos sentirlos  en la piel y retinas  igual que si estuviésemos  envueltos en una crisálida allá donde vayamos. Se entiende que por un impulso imprimido por una nueva necesidad vital, decidimos pasar unos días en el interior, en dirección contraria a los deseos y necesidades del resto de habitantes de un país sumido en una crisis integral. Se puede asegurar sin lugar a dudas, y teniendo en cuenta el estado de precariedad en el que viven muchos españoles, que fuimos junto a quienes por las mismas causas desean huir del interior hacia las costas y no pueden. Podríamos analizar durante un rato las razones de la clasificación en nuestra sociedad de aquellos y aquellas que pueden y los que no pueden. Pero, ¿para qué perder el tiempo con el concepto extendido en el que vivimos de una solidaridad predominantemente sentimental en el que actos programados como los realitys  son lo único que hacen sentir a las masas? La transmodernidad es sobre todo física. Bien pensado somos simple materia en movimiento. Materia regida por leyes cinéticas contrarias a lo que vemos e incluso poseemos. Materia hostil a todo lo que huela a realidad no programada o fuera del círculo mercantil. Así que podemos asegurar que España es un país en el que la mayoría de sus habitantes entienden el viaje y las vacaciones como un ensayo de la huida a ningún lugar, a una visión del Universal platónico del horizonte, a una huida hacia adelante hacia el movimiento por el movimiento. Tal vez las limitaciones de poder del gran Leviatán continúen siendo las mismas que concibió el incrédulo Hobbes. Áreas en las que es posible cierto bienestar, incluso una relativa ataraxia, y que solo existe en la imaginación activada por el viaje. Leviatán sabe que deseas romper las cadenas de la ley y la opresión. Esto no le ofende. La rebeldía y la subversión de sus súbditos son el alimento que aumentan su poder. Cuanto más genuinas y al mismo tiempo sofisticadas sean las ideas de emancipación del individuo mayor información y mejores estrategias obtiene para que entre nosotros se acreciente la desconfianza y el miedo. Cuando se hace obvio que Leviatán no es el enemigo a batir, el egoísmo y la envidia que nos profesamos y que consideramos que son la causa de todos nuestros males se los come la bestia para calmar nuestras conciencias. La máquina es el contenedor de nuestras lágrimas. Un gigantesco reciclador  que transforma las materias primas y las desvirtúa para de nuevo utilizarlas como placebo que acreciente nuestra sensación de bienestar, como nutriente más digestivo para el vientre de la bestia.
   Pedí a MF que retrocediésemos para hacernos un selfie con el mensaje de fondo. Ella accedió y apática dijo: “Bueno, estamos de vacaciones, si eso es lo que quieres….”. El sol asomaba victorioso tras el indicador de tráfico, por encima de un peñasco, como si este hubiera sido minutos antes un obstáculo que le impidiese mostrar toda su luz. Mi hijo dijo tras la captura de la imagen que estaba casi seguro de que la habíamos cagado con la elección del destino para nuestras mini vacaciones. “Por los alrededores habrá alguna comuna de hippies o de poetas independientes celebrando su reunión anual”. Mi hija preguntó qué era exactamente un hippy. MF parecía desilusionada por algún asunto táctico del viaje o de lo que dejaba atrás en él; tal vez por el asunto de su madre con 66 puntos de movilidad, pensé. Feliz quizá, gracias a la contemplación del agreste paisaje, denominé a un hippy como alguien que no necesita hacer setenta largos de espalda o correr diez quilómetros a diario, y a un poeta como una “pérdida de tiempo”. Nos reímos e hicimos caso a MF cuando nos aconsejó que subiésemos al Peugeot y abandonásemos el peligroso arcén. “En las carreteras secundarias se producen el mayor número de accidentes de tráfico de este país”, dijo.
  El pasado y futuro inmediato son las páginas del libro que subrayo, apuntes del presente, y en el viaje los marco del mismo modo. Aunque no dejo de reconocer que es mera ilusión. Jamás lograré introducirme en la cabina de Dios. Pero, pese a todo, me gusta convertir el tiempo en paisaje, en olor, en el tacto de las cosas que quizá piense durante el movimiento. Lo bueno de las vacaciones es que puedes sentir las sensaciones exclusivas que solo se consiguen con aquel. (El personaje, yo, se ha escapado un instante de la narración y ha querido dejar constancia  de la sucesión de palabras como un vulgar viajero lo haría en su crónica).
   Teníamos que comprar comida antes de instalarnos en la casa rural. Debíamos organizarnos y no perder el rumbo de la vida ordinaria en la degustación efímera e improductiva de un trozo de vida extraordinaria. No llevábamos el almuerzo. ¿Por qué razón debíamos llevar entonces poesía? El hombre se halla más lejos que nunca de la utilidad del pensamiento  cuando  pasa hambre, cuando la vida solo es física. Nos movemos exclusivamente para alimentarnos desde hace miles de años y todavía hay una pequeña parte de la humanidad que se resiste a aceptar la servidumbre al instinto básico, y que es capaz de dar la vida por lo que creen que es la verdadera justicia. Comeremos y después ya veremos qué ocurre con la poesía, me dije.
  Hay que reconocer que no funcionó mal el experimento de las mini vacaciones. La casa estaba construida en una suave pendiente que se extendía entre olivos y algunas higueras. Ovejas y cerdos ocultos en desolados receptáculos especialmente diseñados para ellos, eran, sin contarnos a nosotros, los únicos seres emisores de sonidos y también de olores en un pedazo de tierra castigada por las altas temperaturas. Veíamos desde la terraza como los coches y camiones subían en silencio por una larga carretera. La EX-320. Las vistas no estaban mal. No eran precisamente las tranquilizadoras y famosas dehesas pacenses, pero componían una panorámica casi exclusiva  para los ojos observadores de quienes habitaran aquella casa. Pagabas por la visión de un trozo del planeta en un pack que incluía el disfrute de una pequeña alberca con agua de manantial a modo de piscina, de numerosas y espaciosas habitaciones con aire acondicionado y de un amplio porche en el que podíamos ir y venir con la falsa ilusión de evitar el calor. Disfrutamos mucho con la visita a lugares característicos que los salvaleonenses nos recomendaron. Los escasos días y las escasas noches se sucedieron a un ritmo en el que el pasado y el futuro se deslavazaron del presente. Todo era lento y lucrativo. La causalidad quizá podría explicarse por la compra del tiempo y el espacio para el uso de nuestros cuerpos, de nuestras sustancias materiales dispuestas y más patentes que nunca en el negocio neoliberal de los derechos individuales y la inversión privada. Queríamos olvidarnos por un módico precio de la rutina de la vida doméstica, limar las piezas de aristas cortantes de nuestro rompecabezas familiar, todos juntos, por el saldo sobrante de nuestros beneficios tras el contrato tácito con un tal Antonio, director de una sucursal bancaria cualquiera, de una vida sin lujos ni veleidades adquisitivas de ningún tipo.
  No tuve sueño alguno durante las noches y siestas de las mini vacaciones. No recuerdo pesadillas ni placeres fantasiosos por absurdos, ordinarios o inocuos que fueran. En una de las partidas de dardos que disputábamos al atardecer acerté en el centro de la diana. En la porfía por ganar la partida, el deseo de tener un golpe de suerte y lograrlo, me hizo caer en la cuenta de que hacía demasiado tiempo que no soñaba. Tuve la extraña sensación, peor aún, la certeza de que llevaba años obteniendo un descanso sin sueños. Arranqué el dardo del centro de la diana y me dije que era un hombre sin sueños. Cosas de la vida, cuestión sin importancia para el día a día de un trabajador a quien lo más importante es no perder el empleo, la principal preocupación de los humildes que sueñan con proteger a su familia.
   Cuando nacieron mis dos hijos los vi tan desprotegidos, tan vivos en un mundo amenazador y violento, tan extraños al aire con sus cuerpos impregnados de placenta y sangre, que me parecieron parte de mi carne destrozada, de mis vísceras y órganos vitales expuestos como carroña para animales que saldrían de la noche o de algún lugar bajo la tierra. Quise las dos veces estar presente en el parto para dar apoyo a la madre. Nunca le he preguntado a ella si sintió la misma soledad y miedo que yo sentí, si recuerda nada más pronunciar la palabra parto el olor a selva y sudor en la pugna por la existencia de los predadores y sus víctimas. Supongo que el dolor, el sufrimiento de la madre  para dar luz forma parte de un gran plan. Debo hacer un gran esfuerzo para imaginarlo. Pero es claro que nunca es igual la experiencia de la observación que la del suplicio de la carne multiplicándose por sí misma. La naturaleza o lo que sea me apartó de dicho gran plan. El estado masculino de la vida es vago por encontrarse fuera del núcleo de la vida, y ocioso, ante la impotencia asumida por la misma consecuencia. Envidio a la mujer, a la madre por ser capaz de llevar la carne dentro, por deshacerse de ella, amarla e incluso odiarla sin desfallecer un instante y desconfiar del gran plan. Quiero entenderlo. Me siento tan ignorante como culpable. Intento proteger este misterio de la familia, a esta escultura orgánica, de los desastres que nos acechan al otro lado del estrecho umbral del gran plan. No se me ocurre otro nombre a tanto miedo a mí mismo, a este exceso de cobardía que me va a estallar un día encima.
   Compramos en Salvaleón, en el bar Centro, un décimo de lotería para el sorteo de Navidad. Es lo que hace todo el mundo. Compran lejos de sus pueblos y ciudades, por aquello del cálculo de probabilidades, el décimo definitivo, el décimo con el que se vengaran de años de vida rutinaria y anhelante. No existe una ley ni medida que lo demuestre, pero si a uno le toca el gordo de Navidad es como se situara en el centro de todas las cosas y toda la mediocridad y la insoportable sensación de mortalidad permanente desaparecieran por orden divino de la diosa Fortuna. De repente eres amigo de Leviatán. Te contará al oído en tus reflexiones sobre el poder del dinero que no porque ahora tengas poder el mundo va a dar las vueltas más despacio; este seguirá a la misma velocidad llevándote consigo hasta que tu muerte aparezca como un extraño siniestro. Te dirá que el tiempo se apura para todo el mundo pero que con dinero es muy distinto vivir en el paraíso a vivir en el infierno. Hasta en unas  mini vacaciones puedes vislumbrar esta verdad. Es el corolario de un viaje a ningún lugar. ¿Por qué elegimos aquel destino que comportaba poesía? ¿Acaso esta debe según el viaje formar  parte  del equipaje o debe ser integrante siempre? ¿Qué es exactamente la poesía? Con todo, fuera lo que fuese, abandonamos la casa rural con un décimo de lotería en el bolsillo. Tal vez hiciésemos la ida sin un elemento importante pero quién sabe si para Navidad volvemos al lugar con todo el equipaje y la lección aprendida.    

   

miércoles, 15 de julio de 2015

BATALLAS








 El protagonista de la novela “Ampliación del campo de batalla” de M. Houellebecq está enfermo. Es un personaje que padece demasiados problemas existenciales. Una novela previsible, me digo. Algo así como la narración de un adolescente de cuarenta años. Pero no sé si el narrador o lo que cuenta me interesa más al fin y al cabo que el referéndum de Grecia, más que si estamos saliendo o no de la recesión en la zona euro, más que si los tipos de interés son demasiado bajos o no. Vivir todo el tiempo entre el sí y el no es una gran mierda. Perturba mi apátheia, descataloga la esencia de  mi yo que tanto me cuesta encontrar. Merece más la pena perderte en la red neuronal en medio de la jornada de trabajo de un mensajero de Seur o de un ordenanza del Ministerio de la Seguridad Social que perder el tiempo con la escandalosa demagogia de la política nacional o internacional, o con la problemática existencial de Houellebecq. Aunque hay que reconocer que sus personajes escriben bien. Una puñetera combinación de casualidades en sus habilidades y su visión de la cultura. Porque aquello del tesón o la voluntad es como matar reses indefensas en un matadero. Un narrador ejemplar que vende muchos libros. Un referente para uno de mis personajes principales o ineludibles.


Ejemplares enjaulados
en el zoo político
Hombres y mujeres
tras sus rejas digitales
Observan
Defecan


    Por lo demás, el paisaje de la batalla está compuesto de vestigios de quienes batallaron. Sin embargo, el concepto continúa vigente. Existen poderosas razones para hacer creer que prosigue la lucha. Deber ser cosa de mis 48 años, pero veo a los y las adolescentes como a pacientes de una sangría periódica. Es posible que si les levanta sus sofisticadas camisetas encuentres sus espaldas plagadas de sanguijuelas. Son como animales exangües que se han desangrado en cuadriláteros imaginarios, como hemofílicos que heredaron la decadencia por la mala sangre de sus padres, como descendencia de una endogamia moral y cultural con unos índices de homocigosis que dan el resultado del aturdimiento o una paz estúpida, involutiva.

Autoevaluación obligatoria
con indicadores homologados
Ayudan a objetivar logros reales
Para argumentar la programación
de las direcciones prohibidas
Para evitar alguna señal de repulsa
A la nueva escolástica

  Así estamos. Mi mejor sustento consiste en la trama biológica, una realidad no objetivable, de mi mujer e hijos. No importan tanto las llagas del sistema. Los posibles oxímoron sexo/amor, libertad/política o alimento/gula marcan dónde están las llagas del sistema.
  A los platos sobrantes se les recalifican en la gastronomía popular con el peyorativo nombre de “ropa vieja”, así se aprovecha la materia y se recicla como alimento. Este es un plato que parece no agotarse nunca. De él comen diariamente millones de animales del mundo sublunar, el stock del bienestar. Dicha trama biológica no tiene nombre ni finalidad. Ambas atribuciones se anulan entre sí. Es la vida. Sangre, odio y supervivencia. El amor es invencible en mi gobierno.


  

  

lunes, 22 de junio de 2015

PRAIA DA FALESIA







  En Praia da Falesia los ciclistas trazaban un sinuoso sendero al borde de los acantilados. Por un instante sentí vértigo al verlos ir como locos bajo un sol que intentaba a duras penas apartar las últimas nubes de la primavera. En la opresión de mi esfínter vi cómo se precipitaban uno a uno al vacío y daban con sus huesos de metal y caucho en la arena de los médanos. Me retiré a tiempo del borde de la vertical a plomo, de al menos cuatro pisos de altura, para evitar en mi imaginación accidentes tan previsibles y  estúpidos.
   Una vez que se esfumó la adrenalina pensé que allí estaba el impresionante paisaje para que quien se asome se lo apropie como le venga en gana. El océano y la brisa que parecía tener su origen al fondo de los trozos de cielo celeste me transmitieron la suficiente calma, tal vez un mínimo de paciencia para comprender que cada segundo era un abismo en la cámara oculta de mi mente, o de mi corazón incesante y de baja frecuencia. No, es imposible que todo se repita y se reproduzca en la inabarcable matriz una y otra vez sin descanso. Cada rizo del agua en alta mar. Cada vibración de las agujas de los pinos por insignificante que sea. Cada cambio de luz en las tenues sombras bajo las nubes viajeras. Todo eso no era producto de la reiteración del eterno retorno. Porque si así fuese yo debería reconocerme, intuirme o sospecharme en los verbos imposibles que señalan la acción dentro de uno mismo.
  Comprendí que el empeño de los ciclistas por someter el paisaje a la dinámica en lo infinito no era más que la actitud frívola del hombre en dejar huella en lo efímero e irremplazable. La humanidad es masa sin forma ni discreción. Un parásito que  chupa el espacio e intenta hacer lo mismo con el tiempo.

  


martes, 9 de junio de 2015

MALES MENORES








¿Estamos condenados a entendernos o al servil hecho de la hueca convivencia? Si me apuran con preguntas de examen digo que estamos jodidos, sentenciados a odiarnos lo justo, lo suficiente para no perder nuestro estatus o escasos privilegios. Desde el mayor accionista de una gran multinacional al recepcionista del hotel más cutre del mundo nos encontramos todos obligados a evitar a toda costa la tentación de abominar al hijo de puta de turno que viene a freírnos como “su” mal menor en la defensa de sus intereses. Debes reprimirte mucho para no andar suelto dando tiros o cuchilladas día sí y el otro también. A veces, cuando la contención se rompe por una desconocida y corrosiva composición química en un rincón oculto de nuestros cerebros, sucede lo innombrable. Una tropelía del dictador que todos llevamos dentro. Una descarga de odio tan fuerte, tan desproporcionada, y de la que se hablará con sosegada frialdad analítica, que siempre resulta extraña en la paz interior de la colmena, en la calma de la inteligencia del cosmos al que pertenecemos y estamos sujetos como medida de todas las cosas para no romper el equilibrio.
  El animal aprende de su prójimo. Actúa camuflado a la espera del seguro desliz contemplado en la perfección del azar y encuentra su oportunidad. Su paraíso, aunque dure solo unos minutos, lo encuentra por una concesión de intereses del otro o por un despiste en la pelea. Hasta para el frío Aristóteles la fortuna es vital para disfrutar de un receso en la apropiación del bien y la virtud.

  ¿Qué esperamos los unos de los otros? Nada que no sea la aprobación de nuestro lance de Hacedores. 




miércoles, 27 de mayo de 2015

PARQUE DE ATRACCIONES







    El tío vivo podrá funcionar con placas solares. Tras un serio estudio de un equipo de ingenieros de la universidad Ñ se ha demostrado que un parque de atracciones al completo (incluyen la noria y la montaña rusa) puede funcionar exclusivamente con energía solar. Hasta el momento solo tertulianos bebedores de cerveza y alguna divertida madre de familia o inspirado padre ecologista durante la cena habían pensado en tal posibilidad. Ningún político había pensado en esta revolucionaria idea. El conservador jamás lo habría imaginado por culpa de los informes de las empresas eléctricas. Estas demostraban que es necesaria una descomunal inversión colectiva de muchos agentes para sacar el proyecto adelante. No habría ningún problema con el precio del kilovatio. Pero sí con las empresas en las que ellas invertían en bolsa. Y el progresista habría pensado que un parque de atracciones es una estúpida y descabellada propuesta a la ciudadanía si se tienen en cuenta otras necesidades mucho más urgentes de carácter y ámbito social.
  Sin embargo, aquí tenemos la buena nueva. Una noticia esperanzadora para todos y todas. Los costes del proyecto y de mantenimiento serían tan bajos que hasta la población excluida y más marginal podrá acceder a menudo a  estados de eretismo y clímax de felicidad, desaconsejados como medida preventiva para la rehabilitación del Gran Capital enfermo. En el uso y disfrute de las atracciones satisfarán sus necesidades existencialistas, y de índole más terrenal, el pintor de brocha gorda, el buscador de exoplanetas y hasta algún ejecutivo del Corte Inglés.
   Para el equipo de investigadores de la universidad Ñ sería un honor contar con todos los representantes políticos el día de la inauguración. Líderes de los partidos tradicionales y de los emergentes que exterminaron el bipartidismo estarían encantadísimos de montar en los caballitos para mostrar en las fotos la alegría compartida, la emoción de que todos y todas son importantes para el desarrollo de la economía en una democracia real. Unos por saber hacer un hueco en la atracción, otros por poder al fin demostrar que no son animales indómitos. Para los imaginativos y aplicados investigadores es un problema la falta de consenso en el consejo de administración de la universidad. Uno de ellos tuvo en cuenta en el proyecto la conveniencia de atender la justificación en el power point contemplando posibilidades de la teoría de los juegos. Pero ni por esas. En todas las ciudades, grandes y pequeñas, existe la posibilidad de construir un gran parque de atracciones. La ostia para todos y todas. Los oponentes en el consejo a la aprobación del proyecto argumentan que la universidad a la que representan tiene pendientes otros proyectos más ambiciosos de orden incluso internacional. Arguyen que además en España ya hay un excedente en parque de atracciones, que, ahora, una vez superado lo peor de la crisis, son mucho más interesantes los proyectos simuladores.     

  

martes, 12 de mayo de 2015

CAPITALISMO









Cuentan que el capitalismo es una máquina capaz de superar la creatividad y la originalidad del individuo, que ha adquirido un desarrollo mental a base de los fragmentos o segmentos del armazón del pensamiento que aquél necesita para ser ente pensante y libre. Dicen que el capitalismo es el espejo en el que nos hemos mirado durante siglos, en el que continuamos y continuaremos  haciéndolo hasta el final de los tiempos. O tal vez hasta el colapso del pensamiento colectivo como meta inevitable que nos llevará de nuevo al “Todo fluye, nada permanece” de Heraclito, al “Retorno de lo idéntico” de Nietzsche o a una magnitud que no es homogénea ni independiente como pronosticó Einstein. Da igual cómo sea. El capitalismo es consecuencia de nuestro instinto o naturaleza. Ineludible. Incalculable, como los límites de la creatividad y la destrucción que llevamos dentro.  
   Sin embargo, todo a una vez, somos capaces también de pensar en la máquina y en nuestra alma desnuda. Somos hacedores en la voluntad unidireccional hacia la autodestrucción y somos conscientes del “no somos nada” del mea culpa cristiano. ¿Somos dioses obsoletos y asqueados de nosotros mismos, llenos de soberbia y autocompasión?”

   Pensó que sólo elucubraba y decidió descansar en la siguiente área de servicio. A 190 km/h el motor del vehículo se te mete en el corazón, escribió en su blog de notas una vez ya en la barra de la cafetería. Miraba las blancas y largas piernas de la camarera y recordó cuando él era mucho más  joven, mucho más ¿deductivo? con las cuestiones sexuales. Como había previsto esa noche durmió en casa, con su familia. Comprobó que sus hijos continuaban un día más fuertes y sanos. Hizo el amor con su mujer. La amó. La apretó fuerte. Después no pudo conciliar el sueño y decidió reanudar su trabajo para la conferencia “Arte y capitalismo”. Hacía mucho calor. Demasiada felicidad para escribir sobre el alto índice de suicidios

miércoles, 29 de abril de 2015

EL RAPTO DE DEMIAN







Oí en una entrevista radiofónica cómo  Julio Cortázar  denostaba a Herman Hesse por su obra Demian. Tengo que reconocer que casi me alegré cuando el tipo con aquella autoridad crítica hablaba sobre la cárcel en la que vivía E Sinclair, protagonista de la novela,  dentro de sí mismo y de la que no podía escapar. Otra cosa sería saber si cuando decía que la leyó, siendo todavía casi un adolescente, sintió de verdad la repulsa que describió en la entrevista o la aderezó con sentimientos ya adultos de apelmazados ideales deliberados contra la idolatría o la iconografía esotérica.
   Realmente estoy de acuerdo con Cortázar en la opresión despiadada a la que voluntariamente nos vemos reducidos en edades tempranas. Son los convencionalismos sociales y la lectura poco sincera de lo que debemos asumir como sagrado e intocable lo que nos conduce al sufrimiento más estúpido y gratuito que pueda imaginarse. En apariencia, lo que supone la revolución no es más que cambiar de vestiduras al amo, y a veces hasta al verdugo.
   Lo peor de lo peor es compartir el miedo. Algunos hasta lo expanden igual que bombas aromáticas. Ese penetrante olor de las flores de la rebeldía. El Yo que se tira de cabeza en el interior de sí mismo autoflagelante, miserable y egoísta, me recuerda al testamento político de Adolf Hitler cuando piensa que se va a dar un tiro en la boca por el pueblo alemán. En las vidas de estos sicarios de las relaciones sociales sus congéneres son el combustible para su incandescente y eterna pira funeraria. Vidas perdidas que buscan durante décadas el Nirvana y al final les espera una simple y llana muerte rodeada de los seres queridos.
  ¿Por qué esa necesidad de tanto sufrimiento?
   Freud, con la intención de sustentar  un “método”, se autopsicoanalizaba todos los días al final de su trabajo durante media hora. El camino científico nos conduce a las categorías. Así a cada individuo se le etiqueta con unas carencias o males profundos. Todos somos potencialmente diagnosticables. Todos pasamos por el embudo del sistema que nos corrige  para catalogarnos en el museo de la mesada humana para una sociedad futura.
  Ahora bien, escribir una novela con la intención de justificar cual es nuestro grado de trascendencia por encima de nuestros iguales, es un ejercicio violento y jerárquico. Una placentera vida militar entre civiles indefensos.

¡Ahora que sí estás perdido! Porque a pesar de las lecciones de Copérnico, de Darwin o de Freud aún conservas tus chucherías en el bolsillo. Continúas enredado en el poder. Lo odias, lo amas. Millones de individuos Demian. En la universidad, en los partidos políticos, en los templos, en los parques públicos, en las gasolineras, en el Facebook, en los partidos de fútbol, en los hipermercados, en los huecos de tus pensamientos que residen fuera de tu cabeza.

sábado, 7 de marzo de 2015

EL VOTO DE LA FELICIDAD






La felicidad se ha sobrevalorado tanto que ya nadie sabe para qué sirve exactamente. La felicidad es un paraíso ubicuo, animado o de naturalezas muertas, según dirimamos la idea de eternidad. Esta está con nosotros o junto a nosotros, pero inevitable como el aire que respiramos. A partir de ahora debería ser un concepto innombrable. Incluso se deberían dictar leyes, una para cada tipo de felicidad, que prohibiesen no solo alcanzar dicho estado sino cualquier intento de ejecución para desarrollarla. La felicidad entendida como el camino para hallar la satisfacción sin límites, debería estar penalizada. Es nuestro verdadero mal. Es el nacimiento del rio que  anega y lo emponzoña todo. Todo individuo que ose rebasar el límite debería ser encarcelado o como mínimo puesto en cuarentena.
   Allí donde un individuo halla lo justo para poder vivir, en el tajo que da solo para una vida frugal, muchas veces hasta en el ámbito de los sentidos, con el sudor de su frente por tener que enfrentarse a las adversidades propias de la naturaleza o de la vida en sociedad, aparece inexorable el político “prius inter pares” y le suelta un sintético discurso sobre la felicidad. Tal individuo, moderno por el tiempo que le ha tocado vivir, es en consecuencia descastado (no siente que pertenezca a una comunidad como los hombres y mujeres anteriores a la Revolución francesa) no encuentra ningún compromiso ni vínculo tácito con ningún modelo de comportamiento. Es hijo del siglo XX. No tiene ni un pelo de tonto pero por encima de todo acepta y asume el tajo. Para él solo existe una tentación en este mundo liberado de dogmas y dioses : la pretensión del bien ajeno. O dicho de otro modo, la felicidad del otro.
  El individuo no se plantea que grado de satisfacción obtiene de sus circunstancias, pues se encuentra demasiado ocupado en mantener su línea de flotación. No importa las riquezas materiales que acumule, sino el número de golpes que es capaz de asestar en el combate por la felicidad. Cuando la propuesta política se basa en la moneda de la felicidad en el mercado de la verdad y la mentira, en un juego en las que ambas son irrefutables, porque la realidad se fundamenta en la aporía “lo que es bueno para ti es malo para mí y viceversa”, nos establecemos en un escenario en el que las crisis son variables y aleatorias como las inclemencias de una climatología enloquecida.
  Esta historia se está narrando ahora. En el momento del inventario de las cochambres de la praxis política.
   La única pedagogía positiva y aceptada por todos es la que proporciona el máximo nivel de productividad. Se han detectado nuevos comportamientos de los seres humanos una vez que se ha superado el miedo a la negación de la promesa de lograr la Pax Postmoderna. Dichas actitudes se basan en la construcción de largos y monolíticos discursos pero exentos de argumentos que apuntalen las utopías. Cosas parecidas al ruido que no supera los niveles mínimos de decibelios que impiden conciliar el sueño. Un ruido muy bien sonorizado y profesionalizado para los intereses de los almacenistas de la felicidad. Los ideales de los proyectos políticos colectivos desaparecieron no hace mucho a causa de la intrascendencia de sus propuestas. Sus violines callaron cansados de la melodía infinita. Producían en los oyentes la insatisfacción de  Cosa inalcanzable.