martes, 12 de mayo de 2015

CAPITALISMO









Cuentan que el capitalismo es una máquina capaz de superar la creatividad y la originalidad del individuo, que ha adquirido un desarrollo mental a base de los fragmentos o segmentos del armazón del pensamiento que aquél necesita para ser ente pensante y libre. Dicen que el capitalismo es el espejo en el que nos hemos mirado durante siglos, en el que continuamos y continuaremos  haciéndolo hasta el final de los tiempos. O tal vez hasta el colapso del pensamiento colectivo como meta inevitable que nos llevará de nuevo al “Todo fluye, nada permanece” de Heraclito, al “Retorno de lo idéntico” de Nietzsche o a una magnitud que no es homogénea ni independiente como pronosticó Einstein. Da igual cómo sea. El capitalismo es consecuencia de nuestro instinto o naturaleza. Ineludible. Incalculable, como los límites de la creatividad y la destrucción que llevamos dentro.  
   Sin embargo, todo a una vez, somos capaces también de pensar en la máquina y en nuestra alma desnuda. Somos hacedores en la voluntad unidireccional hacia la autodestrucción y somos conscientes del “no somos nada” del mea culpa cristiano. ¿Somos dioses obsoletos y asqueados de nosotros mismos, llenos de soberbia y autocompasión?”

   Pensó que sólo elucubraba y decidió descansar en la siguiente área de servicio. A 190 km/h el motor del vehículo se te mete en el corazón, escribió en su blog de notas una vez ya en la barra de la cafetería. Miraba las blancas y largas piernas de la camarera y recordó cuando él era mucho más  joven, mucho más ¿deductivo? con las cuestiones sexuales. Como había previsto esa noche durmió en casa, con su familia. Comprobó que sus hijos continuaban un día más fuertes y sanos. Hizo el amor con su mujer. La amó. La apretó fuerte. Después no pudo conciliar el sueño y decidió reanudar su trabajo para la conferencia “Arte y capitalismo”. Hacía mucho calor. Demasiada felicidad para escribir sobre el alto índice de suicidios

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