miércoles, 29 de abril de 2015

EL RAPTO DE DEMIAN







Oí en una entrevista radiofónica cómo  Julio Cortázar  denostaba a Herman Hesse por su obra Demian. Tengo que reconocer que casi me alegré cuando el tipo con aquella autoridad crítica hablaba sobre la cárcel en la que vivía E Sinclair, protagonista de la novela,  dentro de sí mismo y de la que no podía escapar. Otra cosa sería saber si cuando decía que la leyó, siendo todavía casi un adolescente, sintió de verdad la repulsa que describió en la entrevista o la aderezó con sentimientos ya adultos de apelmazados ideales deliberados contra la idolatría o la iconografía esotérica.
   Realmente estoy de acuerdo con Cortázar en la opresión despiadada a la que voluntariamente nos vemos reducidos en edades tempranas. Son los convencionalismos sociales y la lectura poco sincera de lo que debemos asumir como sagrado e intocable lo que nos conduce al sufrimiento más estúpido y gratuito que pueda imaginarse. En apariencia, lo que supone la revolución no es más que cambiar de vestiduras al amo, y a veces hasta al verdugo.
   Lo peor de lo peor es compartir el miedo. Algunos hasta lo expanden igual que bombas aromáticas. Ese penetrante olor de las flores de la rebeldía. El Yo que se tira de cabeza en el interior de sí mismo autoflagelante, miserable y egoísta, me recuerda al testamento político de Adolf Hitler cuando piensa que se va a dar un tiro en la boca por el pueblo alemán. En las vidas de estos sicarios de las relaciones sociales sus congéneres son el combustible para su incandescente y eterna pira funeraria. Vidas perdidas que buscan durante décadas el Nirvana y al final les espera una simple y llana muerte rodeada de los seres queridos.
  ¿Por qué esa necesidad de tanto sufrimiento?
   Freud, con la intención de sustentar  un “método”, se autopsicoanalizaba todos los días al final de su trabajo durante media hora. El camino científico nos conduce a las categorías. Así a cada individuo se le etiqueta con unas carencias o males profundos. Todos somos potencialmente diagnosticables. Todos pasamos por el embudo del sistema que nos corrige  para catalogarnos en el museo de la mesada humana para una sociedad futura.
  Ahora bien, escribir una novela con la intención de justificar cual es nuestro grado de trascendencia por encima de nuestros iguales, es un ejercicio violento y jerárquico. Una placentera vida militar entre civiles indefensos.

¡Ahora que sí estás perdido! Porque a pesar de las lecciones de Copérnico, de Darwin o de Freud aún conservas tus chucherías en el bolsillo. Continúas enredado en el poder. Lo odias, lo amas. Millones de individuos Demian. En la universidad, en los partidos políticos, en los templos, en los parques públicos, en las gasolineras, en el Facebook, en los partidos de fútbol, en los hipermercados, en los huecos de tus pensamientos que residen fuera de tu cabeza.