jueves, 25 de abril de 2019

EN EL OLIVAR (ZOOS XV)










  Siente poder suficiente incluso para eliminar al exconcejal si fuese necesario. La idea de que Mor esté enterrado tan cerca de la propiedad de aquél no le inquieta pero le molesta. Bastaría con unas pequeñas comprobaciones y luego dispararle en su frente ancha y prominente con el silenciador instalado. Casi siempre acude al olivar sin compañía alguna. Últimamente lo ha visto la mayoría de las veces en las puestas de sol. No le resultaría demasiado difícil borrar las huellas del crimen. En el campo puedes matar a quien quieras, sobre todo si se trata de un inmigrante senegalés y no posee nada en la nube. Tan solo la intensidad de sus odios y deseos podrían dejar rastro de sus pasos. Pero aún no se conoce a nadie en la historia que haya podido dar constancia  después de muerto de cómo sus  emociones condicionaron para bien y para mal (muchas veces los dos conceptos inciden desconcertantes en la misma persona), el laberinto económico y jurídico en la nube. Sobre todo en la actual nube. No se conoce de qué modo o en qué forma podríamos legar nuestros sentimientos si no es con dinero o con una obra maestra, ya sea iconográfica como los frescos de la capilla sixtina, o de cogito altruista o sórdida, como el cristianismo y el marxismo, o como el fascismo y el capitalismo salvaje. Si se tiene en cuenta que estos legados solo convergen en un mínimo porcentaje de las personas desaparecidas, podemos llegar a la aséptica conclusión de que casi toda la humanidad muere sin causar ninguna repercusión posterior que suponga pública y notoriamente para el desarrollo ulterior de “su” ser en la historia una naturaleza imprescindible. Los muertos de esta categoría mayoritaria se piensan, según nuestras concepciones fantasiosas de lo que podría ser una vida más allá de la conocemos, en un mundo en el que de igual modo no significan nada. En  sitios vagos como los intersticios de nuestra conciencia, muy relacionados con los espacios conocidos por “mente en blanco”, en los que miles de millones de espíritus cumplen la misma función que desempeñaban antes de sus muertes. Es decir, miles de millones de muertos pasan de un lado a otro de la nube con la misma significación de absoluta intrascendencia para la voluntad y anhelo que ellos mismos profesan contra su insignificancia. Desde un punto de vista  antropológico y  biológico quizá esto cobra sentido para la resiliencia de la especie. Por su puesto tras las nueve evagaciones de las que aquí, y sólo aquí, en este texto, se habla. Porque así dentro de siglos la humanidad ofrecerá de su seno ejemplares más resistentes ante retos psíquicos y físicos inimaginables. Pero desde la experiencia vital del espécimen supone una negación radical de sí mismo ante el inevitable axioma de la muerte en vida. Si Spinoza en su comprensión de un Dios bueno y verdadero asegura que éste es mucho más que todo lo que nos cuentan de él, y que está en todo lo que vemos y sentimos, y comprobamos estupefactos que es una incuestionable realidad que está todo menos la plebe, no es difícil de entender que esa masa inmensa de muertos en vida aguarde en cada envite de penuria y sufrimientos con el precepto Nietzscheano “Dios ha muerto”. Una mente lúcida y brillante no piensa nunca como la plebe, por más que quiera y lo intente para comprender el destino de la humanidad y el suyo. Sin embargo,  el sentimiento de la negación es el único método de análisis capaz de situarnos a todos en igualdad de condiciones entre el deseo y la realidad. Si a pesar de tu inteligencia o tu poder sientes y comprendes a la plebe, estás en disposición de utilizar la farsa del arte, el conocimiento y el dinero para ser un personaje activo en la gran tragicomedia de la vida. El caso de Mor no parecía precisamente uno de estos dechados. Ya habían transcurrido más de dos meses desde el accidente y no aparecía el menor rastro de alarma o una mínima preocupación por su desaparición. Ni en la televisión ni en internet se hacía mención a su obra artística, su vasto conocimiento o al ínterin entre su muerte y el resultado legal de su herencia en activos o patrimonios. De momento Mor apuntaba al perfil de ser nadie.