Siente poder
suficiente incluso para eliminar al exconcejal si fuese necesario. La idea de
que Mor esté enterrado tan cerca de la propiedad de aquél no le inquieta pero
le molesta. Bastaría con unas pequeñas comprobaciones y luego dispararle en su
frente ancha y prominente con el silenciador instalado. Casi siempre acude al
olivar sin compañía alguna. Últimamente lo ha visto la mayoría de las veces en
las puestas de sol. No le resultaría demasiado difícil borrar las huellas del
crimen. En el campo puedes matar a quien quieras, sobre todo si se trata de un
inmigrante senegalés y no posee nada en la nube. Tan solo la intensidad de sus
odios y deseos podrían dejar rastro de sus pasos. Pero aún no se conoce a nadie
en la historia que haya podido dar constancia después de muerto de cómo sus emociones condicionaron para bien y para mal
(muchas veces los dos conceptos inciden desconcertantes en la misma persona),
el laberinto económico y jurídico en la nube. Sobre todo en la actual nube. No
se conoce de qué modo o en qué forma podríamos legar nuestros sentimientos si
no es con dinero o con una obra maestra, ya sea iconográfica como los frescos
de la capilla sixtina, o de cogito altruista o sórdida, como el cristianismo y
el marxismo, o como el fascismo y el capitalismo salvaje. Si se tiene en cuenta
que estos legados solo convergen en un mínimo porcentaje de las personas
desaparecidas, podemos llegar a la aséptica conclusión de que casi toda la humanidad
muere sin causar ninguna repercusión posterior que suponga pública y
notoriamente para el desarrollo ulterior de “su” ser en la historia una
naturaleza imprescindible. Los muertos de esta categoría mayoritaria se
piensan, según nuestras concepciones fantasiosas de lo que podría ser una vida
más allá de la conocemos, en un mundo en el que de igual modo no significan
nada. En sitios vagos como los
intersticios de nuestra conciencia, muy relacionados con los espacios conocidos
por “mente en blanco”, en los que miles de millones de espíritus cumplen la
misma función que desempeñaban antes de sus muertes. Es decir, miles de
millones de muertos pasan de un lado a otro de la nube con la misma
significación de absoluta intrascendencia para la voluntad y anhelo que ellos
mismos profesan contra su insignificancia. Desde un punto de vista antropológico y biológico quizá esto cobra sentido para la
resiliencia de la especie. Por su puesto tras las nueve evagaciones de las que
aquí, y sólo aquí, en este texto, se habla. Porque así dentro de siglos la
humanidad ofrecerá de su seno ejemplares más resistentes ante retos psíquicos y
físicos inimaginables. Pero desde la experiencia vital del espécimen supone una
negación radical de sí mismo ante el inevitable axioma de la muerte en vida. Si
Spinoza en su comprensión de un Dios bueno y verdadero asegura que éste es
mucho más que todo lo que nos cuentan de él, y que está en todo lo que vemos y
sentimos, y comprobamos estupefactos que es una incuestionable realidad que
está todo menos la plebe, no es difícil de entender que esa masa inmensa de
muertos en vida aguarde en cada envite de penuria y sufrimientos con el
precepto Nietzscheano “Dios ha muerto”. Una mente lúcida y brillante no piensa
nunca como la plebe, por más que quiera y lo intente para comprender el destino
de la humanidad y el suyo. Sin embargo,
el sentimiento de la negación es el único método de análisis capaz de situarnos
a todos en igualdad de condiciones entre el deseo y la realidad. Si a pesar de
tu inteligencia o tu poder sientes y comprendes a la plebe, estás en
disposición de utilizar la farsa del arte, el conocimiento y el dinero para ser
un personaje activo en la gran tragicomedia de la vida. El caso de Mor no
parecía precisamente uno de estos dechados. Ya habían transcurrido más de dos
meses desde el accidente y no aparecía el menor rastro de alarma o una mínima
preocupación por su desaparición. Ni en la televisión ni en internet se hacía
mención a su obra artística, su vasto conocimiento o al ínterin entre su muerte
y el resultado legal de su herencia en activos o patrimonios. De momento Mor apuntaba
al perfil de ser nadie.