Tanto se ha hablado y se ha
escrito de la Transición española que al final la hemos convertido en un mito.
Personajes prodigiosos, extraordinarios, e incluso algún que otro fantástico y
hasta monstruoso son producto inevitable de tantos discursos y tantas
efemérides resueltas con documentos sentenciosos de lo apolíneo y heroico. Lo
peor, esto todos los interesados lo saben, es que hay para rato, que haremos
muchas procesiones de la Transición, y que el mito y la leyenda son
distorsiones de realidades aplastantes del pasado que degeneraron hasta alcanzar nuestro presente
inverosímil, el que nos ganaron, que
siendo aún más aplastante nadie se lo cree. Por supuesto quienes cobran el
saldo todavía menos.
Para esa generación
que en su pubertad quiso ver a color en las pantallas en blanco y negro al
presidentísimo Adolfo Suárez González a través de un baratísimo plástico que
por entonces hacía furor, que veía cómo
nuestros padres se aliaban en los telediarios hora con el dragón hora
con el caballero, aquellos años fueron como un largo día en un parque de atracciones perdido en la
niebla. Nuestro vigor y nuestras risas se perdían sin ningún eco en los grises
y en la humedad del deseo, de un anhelo que nunca se consumaba a causa tal vez de
un exceso de decibelios, de mucha mala ostia acumulada a lo largo de cuarenta
años, de no saber hablar después de que se perdiera el conocimiento en lo que
algunos estúpidos y oportunistas políticos e intelectuales llamaron “Oposición
silenciosa”. No sabemos sí a los púberes de hoy, con una libido más sofisticada,
les puede ocurrir lo mismo en medio de otra gran nube pendencieramente llamada
crisis, o quién sabe si lo que ellos
viven les puede producir una insolación sin consumar sus deseos.
Adolfo Suárez González, detrás del plástico
pegado como un posit a la pantalla, tenía toda la cara de mi padre. Siento una
profunda tristeza por la muerte de un hombre que hizo de San Juan Bautista y al que también
le cortaron la cabeza. Torcuato Fernández Miranda, un monstruo del mito, hizo
trampa en una votación secreta del Consejo del Reino para que a Don Adolfo lo
eligieran presidente. Pero antes ya le habían dicho: “Mira Adolfo, tú, igual
que el Borbón, tienes un pasado
franquista que calmará los nervios a mucha gente, te vamos a poner ahí y vas a
aguantar carros y carretas, tranquilo, te ayudaremos”. Luego Don Adolfo les
salió rana, cuando supo que tenía un mínimo de poder para ver qué pasaba más
allá de lo ordinario.