La escritura es un juego. Me gusta escribir.
Me gusta jugar. También me gusta tocar el piano. He pasado hasta el momento
miles de horas tocando el piano. Aunque muera mi cuerpo, incluso mi magín,
seguiré tocando el piano millones de horas más hasta el fin de los tiempos.
Esto que sí que no sirve para nada. La escritura alguien la puede malinterpretar
y usarla en su favor o en mi contra. Pero lo de tocar el piano es pura basura.
Por mucho que quieran convencernos esos usureros de que la música es beneficiosa y nos hace más
inteligentes y civilizados ésta no sirve en absoluto. No nos va a salvar de
nada. Toco el piano y mis neuronas se juntan y se dispersan en el hermético
abismo del placer pero a mi alrededor solo hay miedo. Respiro el miedo. Mi hermano
el miedo siempre gira y da vueltas y más vueltas. A veces casi hasta perderse
de vista. Pero al instante vuelve para echarme su frío aliento en mi nuca.
Entiendo la lógica del miedo y, sin embargo, continuo tocando y escribiendo,
aprovechando el tiempo para nada. Me gano la vida enseñando lo que he aprendido.
Ellos, los amigos de mi hermano, de vez en cuando señalan que es muy importante
lo que enseño. Pero a mí no me engañan. Sé que se trata de un simple juego para
mantenerme ocupado y a quienes enseño. Saben que no sirvo para otra cosa que no
sea perder vilmente el tiempo. Soy un maleante que alecciono a otros y lo saben.
El sargento retirado del ejército de los Estados Unidos, Chris Hoyt, que luchó
en Afganistán, en el valle del Korengal, en uno de los lugares más peligrosos
del mundo, encontró en Williston, un
pueblo de Dakota del Norte, lo que buscaba. Un empleo bien remunerado.
Petróleo. Dinero. Podía haber encontrado la muerte en la guerra porque no sabía
qué otra cosa hacer para ganarse la vida. Pero tuvo suerte. En Dakota del Norte la producción se reducía
a diez mil barriles. Un lugar arruinado y mísero hasta hace pocos meses, según
cuentan algunas crónicas. Pienso que no sería una mala idea ir una buena
temporada a Dakota y volver con suficientes dólares a la zona euro. Nunca se
sabe con el sueño americano. Podría hacerme amigo del sargento y regresaría al
solar con sus historias de la guerra con
un inglés aceptable, esa zahúrda en la que nadie sueña y que llaman Europa. Seguro
que el sargento es un tío más o menos como yo. Un tipo que sólo piensa en sacar
a su familia adelante. Tal vez escribe es estos momentos o toca el banjo con gusto
y soltura. Alguien tenía una carta escondida en la manga y ahora en Dakota
extraen medio millón de barriles. Dicen que gracias a las nuevas técnicas con
el uso de arena o agua a presión liberan el petróleo a tres mil metros de
profundidad. No sé qué decir pero lo cierto es que la gente visita ahora con
menos angustia las gasolineras y hay quienes se animan a llenar los depósitos.
Hasta hace un par de lustros el petróleo que se encontraba a esa profundidad
era muy costoso extraerlo. Ahora, de repente, resulta poco más o menos que
golpear el suelo con una azada. Al sargento le ha ido bien. La vida le tenía
reservada una bonita sorpresa. Su familia debe encontrarse muy feliz. Quién
sabe si sus hijos estudiaran música y se harán más inteligentes por sus
beneficios terapéuticos. Los sonidos y las palabras tienen la única y exclusiva
ventaja de hacerte más inteligente, más tolerante, más ignorante, más incrédulo
y dependiente del petróleo. Menos Homo Sapiens y más infinito en la noche.
sábado, 27 de diciembre de 2014
viernes, 12 de diciembre de 2014
MEADAS EN EL OCÉANO
Con esto del cataclismo político que
anuncian los medios por la irrupción del partido Podemos, hecho parecido a un guiso expuesto demasiado
tiempo al fuego, en no sé cuál rincón
del laberinto exterior de mi mente, de internet en el frío raciocinio de las
manadas asesinas de lobos hambrientos, leí declaraciones de un ultraderechista
responsable de un programa tv llamado “La contratuerca” (con c y no con k, en
respuesta al incomprensible trasfondo subversivo que se come en la indigesta a la teatralidad
conservadora y ésta a la ahora ya alternativa institucionalizada de la cultura
de la marginalidad), cosa nacida en respuesta al espíritu triunfalista que está
movilizando a millones de almas en la retaguardia del sueño “Quiero ser
millonario” a través, entre otros análogos, del original, con k, de tv Público.
El radical, que se alimenta como un carroñero de la sangre del cadáver a
baja temperatura, se ensaña ociosamente
contra el espejismo de la renovada
lucidez socialdemócrata en el canal de televisión y a través de su blog
personal. Sobre este último hace un interesante comentario: “Escribir en un
blog es como mear en el océano. Es irrelevante para sus aguas pero allí queda”.
La pestilencia del marxismo y el
leninismo continúa emanando del cuerpo muerto sobre el que vivimos como moscas
inapetentes y nuestros excrementos se mezclan y confunden en un algor mortis que se antoja eterno.
No creo que dicho blog sea más dañino ni beneficioso que el mío. Claro
que otra cosa es preguntar si el blog es de uno o uno es del blog. Soy pobre pero no puedo parar de escribir. Me
interesa lo que escriben hasta aquellos que matarían por publicar, por no
hablar de quienes buscan desesperadamente los premios. Voy a rectificar. Yo no
escribo. Escribe alguien que está dentro de mí porque en la adolescencia de ése
alguien veía hormigas en las letras
sobre el papel y quedaba trastornado, castrado como ser exclusivo tras la
apuesta sobre el mundo de “otros”. Sé que hay centinelas sistémicos por todas
partes que pretenden denostarnos por nuestra cobardía, dicen, de mear en el
océano. Repito, me ha gustado mucho lo
de la meada en el océano, que la sustancia sea absorbida por el principal
elemento de nuestra existencia.
Para Sócrates lo esencial es que lo honrado, bueno y virtuoso lo sean. Entre otras cuestiones la
filosofía ática hace su aparición para dar una visión no sesgada del mundo. Me
apuesto un ojo a que existen seres esenciales que terminan escribiendo para los
medios capitaneados por los grandes inversores. Esos que conducen las
corrientes del pensamiento por heterogéneas y contrarias que sean y las fuerzan
para desembocar en los océanos del capital. Ríos de meadas digitales inocuas
que embellecen el concepto de la inmensidad como prosopopeya para dignificar el
paso de la humanidad por nuestro planeta. Por supuesto, a Sócrates también se
le acusa de sofista. Pero una vez superado el miedo a los dioses quién no es
demagogo y plebeyo consigo mismo hasta la muerte.
Cuestiono los blogs. El del radical y el mío mean en el océano. Quizá la
diferencia entre las dos micciones tengan justificaciones dispares en el
“medio” por la naturaleza de sus mensajes. Mi meada es inconclusa e
insatisfactoria. Algún problema de próstata ante mi impotencia en la luz y la
oscuridad del mundo. La del radical es plena por su intención de separar los
dos estadios. Ambas inocuas para la memoria del agua.
miércoles, 12 de noviembre de 2014
HISTORIA DE MI RODILLA IZQUIERDA (IV)
Tenía cita con la doctora Elena.
Quería que viese mi rodilla izquierda. Vería la segunda radiografía en el año
dos tras el trauma y la consiguiente postración. Elena es tan acatable y amable
que sus diagnósticos terminan siendo la interpretación de una imposición
divina. Tiene una extraña habilidad para
transformar la enfermedad en una situación ventajosa y poder enfrentarte
con el presente y ese futuro abominable a corto plazo que llamamos miedo.
-
Mira,
no existen problemas graves en la radiografía. La tuberosidad externa se encuentra
desplazada y es verdad que ha perdido la alineación con la cabeza del peroné.
Pero no hay motivo para que te preocupes. El volumen del trocánter es a causa
del propio desplazamiento. La rodilla está bien situada. Todo es producto de
una degeneración que ha provocado ese aspecto anómalo de tu rodilla. Ni
siquiera hay excesos de calcificación ni debilidad de ningún tipo.
Mi temor se basaba en que mi pierna
izquierda había cobrado en los últimos meses la talla de un troco de eucaliptus
con un nudo desproporcionado a media altura. Tomé mis medidas. Ya hacía tiempo
que había abandonado el running y optado por la bicicleta y las largas caminatas.
Además llevaba varias semanas acudiendo a natación terapéutica para intentar
atenuar la tendinitis de mi hombro derecho como último recurso en la lucha
contra “Mi mal pianístico”, digamos que aquello era una actividad sinérgica que aún atenuaba más
si cabe la deformación con la potenciación de la musculatura.
Sabía que la pierna no se me iba
a partir en dos por la rodilla porque los dolores insoportables, sobre todo en
la cama, habían remitido. Sin embargo, temía que el abandono del dolor fuera
transitorio y que este pudiese reaparecer del mismo modo que las viejas
enemistades. Tenía y tengo en mi rodilla izquierda una indemnidad prominente, tan visible como una montaña en la luna tras la que pueden aparecer en cualquier
momento selenitas que tuvieron alguna
vez conmigo pleitos o disputas. Temía, ante todo, que el nudo botánico a media
altura de mi pierna izquierda desnuda, en los paseos que mi compañera y yo
acostumbramos a dar en verano a la caída del sol en la playa, me transformara
con el tiempo en la definitiva sombra humana que nunca he querido ver, un
esbatimento tarado y siniestro sobre la arena húmeda de mi grao soñado.
Durante el invierno no hay problema. La rodilla se encuentra oculta bajo
la ropa, tal vez a la espera del verano. Ni tan siquiera en el caso de las tres
veces que acudo a la semana a la piscina pública es ostensible la carne
saliente de mi rodilla izquierda. Si acaso, en este lugar de control exhaustivo
del tiempo y del cuerpo, la afectación de mi extremidad es ante los ojos de los
demás clientes del agua una peculiaridad de la enfermedad desconocida del
hombre voluntarioso que pueden llegar a ver en mí. En la playa es otra cosa.
Bajo el acoso del sol, en tal escaparate casi natural de la humanidad, el bulto que sale de mi cuerpo creo que es la desvergüenza de un individuo que a todas luces
no va a morir por una enfermedad que busca los ojos del prójimo y que, sin
embargo, transmite un inmenso dolor que nadie está dispuesto a avenir como “Yo
y mi circunstancias” sino a rechazar como “Su dolor inaceptable”.
La mirada transparente de la doctora Elena y su discurso pausado
templaron mi ánimo hasta el punto de desearle lo mejor de la vida. Pensé en un
hipotético sufrimiento en mi senectud. Lugar lógico para el mal que se fragua
en la madurez y para recordar a la doctora. Espacio en el que sentencié que
todo está bien merecido por la suma de argumentos que para entonces habrían
levantado el muro infranqueable de la vida. La doctora Elena fue capaz de
inyectarme una vez más una nueva dosis de estoicismo indoloro. Una bendición
del ateísmo para enfrentarme al miedo. ¡No todos los médicos son iguales!, me
dije.
martes, 28 de octubre de 2014
MI MADRE
En cuanto despuntó el frío se cambió
a la habitación pequeña.
Allí está todo mejor protegido.
Los objetos pueden mostrarse desnudos al abrigo de este lugar e incluso menos
indefensos ante las turbulencias del pasado. Mientras que en el salón, las
visitas dan una sensación de mayor velocidad en el espacio y el tiempo, y
restan protagonismo a la fluidez de la materia sólida. Siempre que llega
alguien hasta el centro del salón parece que viene de un hacer un largo
peregrinaje.
Esto no lo dice ella, lo pienso
yo. Como siempre, contra la obviedad, siempre termino fabricando una realidad
parcial y hasta caprichosa. Aunque, la
verdad, tal juicio no andaba muy mal encaminado si se tiene en cuenta que la
mujer no quiere salir a la calle porque “se cansa mucho hablando con la gente”.
Ante argumentos de este tipo, tan complejos, yo siempre le proponía, porque
ahora ya no le sugiero nada, ahora me limito a escucharla, que asintiera y que
contestara a la humanidad que “Bien, ¿y usted?”. Ella me contrariaba y
contestaba que hasta eso le cansaba.
Es tan evidente que en el salón,
donde estuvo todo el verano, mi madre pasaría mucho más frío que en la
habitación, que cualquiera le habría
propuesto la mudanza. Además, teniendo en cuenta que su única actividad
consiste en ver la televisión, lo mejor es una acústica seca, con menor
reverberación que en el salón. Desde este punto los sonidos de la televisión
llegan hasta los rincones más ocultos de la casa. Hasta la azotea alcanzaban
cuando todavía no había un lugar en el mundo para mí que no fuese en compañía
de mi madre. Muchas veces me digo que antes de mi último verano iré allí a
tomarme un gin tonic y ver las estrellas. Eso sí, con el televisor en ON. No me
imagino allí arriba sin esas voces y esas músicas de mi madre. Toda la casa es
mi madre. Porque siempre está la televisión viva o porque vive mi madre. Si
alguna vez mi madre me abandona tendré el consuelo de poder reunirme con ella
cada vez que quiera. Será tan sencillo como encender un televisor y cerrar los
ojos. Creo que no me resultará demasiado difícil imaginar que estoy en el salón
o en la habitación seca.
Mi madre lleva todo el tiempo de
mi vida en emisión abierta. Así que me llega al alma la certeza de que nunca
estaré solo. Siempre estará mi madre en el silencio cribado de las imágenes y
los sonidos. Un silencio que mi madre y yo hemos podido oír a lo largo de estos
años como postura tras el pacto sin condiciones de la irrupción de las
trescientas sesenta y cinco líneas y la chanza digital en nuestro hogar.
No lo dice ella, pero creo que si le
propusiera vaciar la habitación seca de todo elemento que no sirva para ver la
televisión estaría encantada. La colección de rosarios expuesta en la vitrina,
el mueble de los libros y hasta las
cortinas y la puerta que dan al balcón son prescindibles en la visión del
abismo del siglo XX. Sí, con la mudanza a la habitación me he dado cuenta de lo
mucho que quiero a mi madre.
miércoles, 1 de octubre de 2014
EL GRAN PEROL
Cocinar unas migas es hacer duelo. Es el velatorio de un muerto. El
cadáver es el de un hombre que tuvo que ganarse
el pan con el sudor de su frente.
Aunque compres el pan precocinado
tirado de precio en los establecimientos chinos o en el lugar que sea con la
peor harina del mundo, te vale para picarlo, sazonarlo y humedecerlo durante
una hora, y después removerlo durante el mismo tiempo hasta adquirir el punto
exacto en el que el alimento se confunde con la tierra y con el abono que nos
proporciona la descomposición de los seres vivos. Ya casi nadie emplea su
tiempo en hacer unas migas. Todo el mundo rechaza ensimismarse con los
pensamientos más recónditos y extraños de su pasado con la espumadera en una
mano y con la otra agarrando el asa del gran perol, el perol de los oprimidos,
de los desgraciados, de los bienaventurados que saben saborear los alimentos
humildes que les proporcionan una mínima esperanza para mantenerse erguidos hasta
el par de hostias siguientes.
Pero yo sí. Es de las pocas cosas que sé hacer bien, muy bien. Me salen
de puta madre. Quienes prueban mis migas
caen rendidos a mis pies y me preguntan dónde está el secreto. La evidencia os
dirá que jamás revelaré el secreto. Yo
dispongo el tiempo en esto. De pie. Dos horas como un buen soldado.
Le hablo al muerto. Le pregunto por el óbito. Qué ocurrió exactamente
para alcanzar la paz eterna, para comenzar a vivir fuera de la materia y
engañar al enemigo.
El aceite y las cabezas de ajo necesarias son otra cosa. Sobre todo el
aceite. Debe ser de oliva, extra y virgen. Tienes que buscarte la vida como
sea, pues no nos sirven los de la marca Mercadona o Carrefour. Para qué hablar
si lo que tienes es de girasol. La diosa Atenea, quien regaló el olivo a los
atenienses, te mataría en vida. Ni lo intentes. Te va a salir una mierda tan
grande que terminarás vomitando en el gran perol. Debes ir a la mejor almazara
y abrir tus fosas nasales hasta drogarte. Los tíos que bien se precien deben
ungirse la entrepierna con el mejor aceite, para curar las escoceduras y
madurar en el amor y en las ideas. Del mismo modo que se ungen una por una las
brevas en las higueras para que el año
de dos cosechas.
Sólo diré que para cocinar las mejores migas necesitarás mucha paciencia
y procurar pensar exclusivamente en ellas. Todo lo demás es ósmosis, endósmosis
y exósmosis. Ya he cocinado un sinfín de cadáveres, tantos que mis hijos en la
primera cucharada ya saben si el santo paria murió en el frente manteniendo a
raya a tíos y tías presumidas y listas o en la retaguardia cuidando a niños y
ancianos. La nueva casta intocable que quiere acabar con los privilegios de la
actual debe probar mis migas antes de que sea demasiado tarde. Deben saber cuanto
antes que al pan hay que echarle mucha imaginación y pasión.
sábado, 20 de septiembre de 2014
LA UNIVERSIDAD DEL SÍNDROME
Hace unos días leyó en un diario un artículo acerca del asunto llamado “Síndrome
de Solomon”. La cuestión se basaba en el desgaste que produce en los individuos
la siempre a bien tenida virtud de la sinceridad. El affaire era como para
enmarcarlo en un curso intensivo planificado en las tórridas tardes de verano
de algún concejal o concejala vanguardista para las tristes y aburridas tardes
de invierno.
Él sostenía que mantener el pulso y la cordura
en pro de la verdad es a veces difícil o cuando menos perturbador. Pensaba que
para interiorizar este complicado ejercicio lo mejor era, como mínimo, dar unos
paseíllos plantando bien las pisadas como semillas hacia la ermita de Nuestra Mancillada
Soledad. Según entendió, lo de Solomon era el epítome de la monumental obra
escrita conjuntamente por los mejores estetas del alma y aún en ciernes “Miedo
del hombre al hombre” (se incluye también a la mujer. ¡Por todas las santas!).
Dicha cuestión resumida del síndrome se basa en la incapacidad de la
inmensa mayoría de los individuos de mantener la opinión, a pesar de que ésta
pueda ser incontestable, contra la establecida, y mucho menos si ya está
institucionalizada. El pánico deductivo, la oscuridad después de haber visto la
luz en el eclipse de la opinión mayoritaria hace de lo particular, de la
opinión propia, el principal objeto de
la envidia. Aquí es donde reside el mal
según los estudiosos del síndrome. En el resentimiento colectivo hacia los
personajes que, sin pretenderlo, por el uso de la sinceridad, transforman la realidad inabordable, la del
instante presente de nuestros instintos, en un cómic de superhéroes.
Mal de muchos consuelo de envidiosos,
así podría resumirse la incapacidad
general de defender a toda costa la evidencia y la justicia. Claro que
en este sentido la justicia podría también catalogarse como consecuencia de la
misma incapacidad general. Los abusos y oprobios cometidos por los poderosos
sobre los débiles son tan contundentes como disolutos y secretos por su
procedencia e incluso su legitimidad. Él dedujo entonces que el miedo a llevar
la contraria no era solo una cuestión atávica en la que las que las figuras
humanas se funden en un abrazo pusilánime de timidez o falta de ánimo.
Salió victorioso del entuerto. No se puede
decir que se tratara de un sofisma dirigido a los más sabios. Reflexionó unos
minutos y decidió dar un paseo. Cuando regresó vio que sobre el diario había
una pistola. Miró en la recámara y comprobó que eran balas de fogueo. Empuñó el
arma y salió a dar otro paseo.
miércoles, 27 de agosto de 2014
HOUELLEBECQ EN MOGUER
¿Has visto esa foto de Houellebecq en la que aparece con una
chaqueta sin mangas y unos espantosos mocasines? Sí, sí la has visto, pero te
haces el imbécil de vicio.
Da la impresión de
que ha perdido casi por completo su identidad. Quiero decir, que el abismo
blanco del Word o del papel sobre el que escribe lo está machacando Bueno, es una
forma de hablar, ya sabes que la duda y los borradores son devastadores para
todos los escritores. No ayudan nada.
Todo el mundo se está riendo del escritor en Twiteer. Menos mal que nosotros no
usamos eso. Se mofan del tipo este simplemente por su aspecto. Uf… la verdad
que con esos pelos, con ese peinado parece que se lleva todo el día luchando
contra el viento por los alrededores de su casa de Almería sujetando el arco
iris como un Indalo, como un colgado.
¿Recuerdas? Cuando
acabamos de leer el único libro suyo que hemos sido capaces de leer, “El mapa y
el territorio”, tuvimos justo esa sensación. Hay tanto que leer… ¿verdad? Nos
pareció una novela espléndida y llena de colores. Todo a pesar del rollazo del
argumento del arte de vanguardia y el reguero de millones de euros que deja a
su paso, bueno que dejaba, porque ahora
con la estupidez de la crisis….. ya no se vende…..rectifico, sí que se vende,
lo que pasa es que ahora está feo contarlo, porque como vamos de poetas
comprometidos todo el tiempo, eso de hacerse millonario ya no es artístico. ¡Me
cago en la puta de oros! (arcaica expresión que con el tiempo la pondrá de moda
algún hipster sobredotado, corriente y moliente, vamos), todo lo tengo que
hablar yo, tú siempre estás callado. Qué horrible resulta que una persona
apenas hable. No te quieres parecer al burro Platero que siempre tenía
preparado un discurso para la ocasión. Recuerda que somos de Moguer, por todos
los santos. ¡Un respeto! ¡Debemos hablar hasta por los codos!
Reconócelo, lo que
más deseamos en este mundo es ser millonarios. Los vitoléticos poetas
políticos, los demás poetas, las poetisas de doble filo, los parias, los
propios millonarios, ya no saben de qué, pero desean ser millonarios, Juan
Ramón Jiménez si viviese también querría ser millonario, aunque él lo parecía
aunque no lo fuese, y con eso es suficiente.
Sé lo que estás
pensando, obtuso necio. Crees que Houellebecq es un provocador, un hijo
ilegítimo de los buenos conceptos artísticos, un usurpador, uno de los grandes
al uso en estos tiempos de contención moral y sucias conciencias. Un millonario
que se ha hecho a sí mismo engañando a sus lectores. Tú como siempre, a lo tuyo
con la paja en el ojo ajeno (retorcido dicho popular que aún platican algunas
bocas a pesar de que ya nadie tiene la obligación de alimentar al ganado). Te
diré, malpensado, que Houellebecq se ríe a todas horas de sí mismo. Se ve como
una mercancía de los medios de comunicación en el ultraje del aura de la obra de
arte, como un detritus de la sólida piedra filosofal que pudo ser y que nunca
lo será. En realidad el tío tiene huevos para reconocerse. Cosa que otros
artistas son incapaces de hacer por encontrarse encerrados en sus rígidos egos,
en sus sótanos repletos de programaciones.
¡Habla, maldito
cabrón! Ah, que ya no te interesa Houellebecq. Es eso. Que sepas, te guste o
no, que nuestros hijos o nietos tendrán también un “Año Houellebecq”.
Escucha con
atención, que seas mi mala conciencia no te da derecho a enredarlo todo.
Bueno, no es para
tanto, que le den a Houellebecq, acércate un poco, no te alejes. Vamos a dar tú
y yo un paseo en esta tardía canícula por nuestro extemporáneo Moguer. No te
enojes Noja.
jueves, 21 de agosto de 2014
PODEMOS. (¿PODARÁN?)
Podemos. Según la RAE:
Tiempo del verbo podar
(del latín putare, putatio –poda-).
1. tr. Cortar o quitar las ramas
superfluas de los árboles, vides y otras plantas para que fructifiquen con más
vigor.
2. tr. Eliminar de algo ciertas
partes o aspectos por considerarlos innecesarios o negativos. Podó la
biografía de datos superfluos.
En los últimos meses se oye hablar con insistencia y a diario
de la iniciativa política, materializada ya, aunque en un aspecto vago y
quimérico, en representación de un número de 1. 245. 298 votos en el Parlamento
europeo. Es decir, en un lugar donde el juego político con esta ridícula cifra
solo sirve para decir “estamos aquí”.
En España hay
millones de personas sometidas por ignorancia, estúpidas afinidades o por
herencias y vestigios educacionales, que piensan que la democracia aún consiste
en el sencillo acto de la elección. Este Pablo Iglesias, el de “podemos” del
verbo que une en la esperanza y ayunta en el coito de un futuro sin pasado, lo
sabe y usa magistralmente la televisión y foros hambrientos de cábalas y de
explicaciones industriosas. Sabe que un voto indeciso es una pelea.
A los votos perdidos,
votos decididos, no los somete, los reta. Lo hace con un arma demasiado
poderosa, la del miedo. Pablemos, como dicen ya algunos periodistas y
comentaristas al uso, amedranta a la Casta (ya era hora de que alguien lograse
acuñar un término divertido en el Registro Circense de la Eterna Transición
española) aislándola, mostrándola del mismo modo que el podador castra las ramas
que padecen mangla, están secas o comienzan a tomar una dirección malavenida
para el equilibrio del tronco.
Sirva de ejemplo:
Algunos clientes que entraban en el taller y
negocio de mi padre (hombre que se hizo escuchando y descreyendo) decían en
otro tiempo con el mismo cariz que en el que vivimos pero en el que el
individualismo sustituyó desvergonzadamente a los ideales y a la religión, que
“lo que de verdad importa es que hablen de uno, aunque sea para
descalificarle”, y ese es preciso el juego individual de lo colectivo dentro
del corporativismo de la comunicación de las opiniones: no opinamos, dejamos
que lo hagan otros por nosotros. Dichos clientes procuraban llevarse las
mejores monturas y guarniciones de la caverna para sus espigados y estilizados
équidos, si bien yo, abrumado por el impresionante despliegue de su escondido
exhibicionismo fálico, desviaba la mirada y mi atención hacia los cascos sucios
de aquellos centauros de los campos de plástico donde los fresones insípidos.
Buenos fresones, inigualables fresones de cojones. Por entonces en España el
hipotético dinero era la fruta del paraíso, antes que ninguna otra promesa
incumplida.
Así, en este abordaje
en el escenario político y social que empolva hasta nuestras sábanas y
almohadas, coge forma por primera vez en más de ochenta años la violencia de la
esperanza. Un enemigo invisible a pesar de la visión casi permanente del
personaje de la coleta que ha adquirido el fantasmagórico impacto de una
inmensa turbamulta invisible que se mueve veloz e inopinada en los cuatro
puntos cardinales de la península apresada en Europa.
Tétrico juego. No se olvida que “Quienes” desean curar el
árbol de la ciencia son hijos en consecuencia del fragor de la corrupción y del
tráfico de influencias. Son los niños y niñas-bien malparidas del Estado
centrifugado de la derecha, el centro y la izquierda, de la gran patraña del todos
juntos. La nueva lectura del testamento de las víctimas que dieron su vida por nada
señala con vehemencia que los que están abajo deben estar arriba y viceversa.
Una poda efectiva y archiconocida a lo largo de la historia.
Se ha determinado, sobre todo a través del debate televisado de
unos pocos, es decir, del pacto previo acerca de dónde deben encontrarse los
límites de la Ciencia, que se muestre sin rubor al arbor philosophica. Una orden indie,
dictada desde la precariedad y la tragedia, de poda expeditiva que deje ver
a la ponzoñosa serpiente o al vellocino de oro, según se mire. La realidad
virtual del árbol de la vida en la tierra prometida. Esperanza y miedo se unen
de nuevo para jugar de nuevo una partida perdida de antemano por quienes no
saben nada pero presienten en cambio que creen en vano, por aquellos que nunca
salen en la televisión, por los que cuidan, podan sus jardines.
sábado, 26 de julio de 2014
SILOS
¿Qué sujeto vago del predicado “caza lechuzas a la luz del
día” se parapetó rezando en el ojo de
silo?
Es un pensamiento o
tal vez una pesadilla en soporte digital. Tengo una colección nada desdeñable
de fotografías de estos artificiales vacíos reales, y no por ello menos
imaginables. Ya hace mucho que pienso en una caída libre sobre toneladas de
granos de trigo, como un acto irreverente contra las leyes de la física y
contra los principios cívicos más elementales de nuestro pan de cada día. He
recorrido miles de quilómetros durante veinte años haciendo bolos por
carreteras secundarias y puedo asegurar que no he dejado atrás con mi cámara ni
uno solo de estos buques que aparecen a la deriva en medio del silencio del
paisaje.
En los medios de
comunicación los equipos de emergencia llegaron tarde, como es de prever. Es
imposible que un cuerpo caiga allí, sobre la superficie de la placenta fría de
la madre que produce más de lo que necesitan sus engendradores, y se mantenga a
flote. Sin embargo, nuestra criatura quiso tras un salto bucear plácida dentro
de la vida de la vida. No lo logró. Los bomberos no pudieron hacer nada tras el
estúpido salto de un pensamiento que pensó solo en sí mismo.
Muy despacio fue
respirando el aire inexistente en el interior de esta historia, de este texto
que las palabras fueron ineluctablemente fabricando porque no existe en este
mundo (de quienes quieren ser y quienes no) otro modo de encontrar solución a
la interpretación de la emoción que no sea a través de las palabras. Intentó
pensar en qwertyuioplkjhgfdsazxcvbnm
para que los lectores pudiesen hallar una pista acerca del sentimiento,
estremecimiento, que producían en el protagonista el reportaje de cientos de
silos contenedores de sobreproducción alimentaria.
Parece que para
escribir bien sobre lo que a uno le inquieta y llevar la cabeza alta ante la
presencia de otros pensadores que podrían ayudarte a buscar símbolos para
interpretar las vísceras de las emociones, tienes que hacerte de amigos que
dicen que escriben, publican y piensan. Cuantos más sean mejor. Para ello
simplemente te acercas a unos cuantos y apuntas con la mirada a sus pies con
sonrisa ovejuna y dices pianísimo “yo también pienso”.
Tuvo la tentación de
escribir al paso de este texto que como Mahoma o Jesucristo antes es necesario
retirarse al desierto. No pudo resistirse y escrito queda. Pero sabe que es
solo un vulgar rodeo de la metáfora que le ayuda a flotar a pocos metros de la
costa. Un sujeto más que se tira pedos en silencio. Un tesoro de mierda
escondido. Tal vez Joyce y Borges renegaron del mismo modo de la política y el
compromiso para obtener la Dicha Eterna. Él en cualquier caso se sentía
estúpido, fuerte y solo.
El bombero que hizo el
trabajo no pudo evitarlo y extrajo de las fosas nasales los granos de trigo que
sobresalían y los guardó en un bolsillo de su chaqueta. Componían justo el
número de la sobreproducción.
martes, 24 de junio de 2014
UN EXAMEN DE PIANO
Sabía que a algunos miembros de los tribunales de paso de
grado les molesta mucho que los profesores estén presentes durante el examen.
No le importó. G tenía que tocar la invención nº 8 de J. S. Bach (eligió esta
obra para la prueba de memoria), el primer movimiento de la KV 545 de Mozart y
el Estudio nº 2 del Volumen 1 de J. B. Cramer. No era un examen fácil para un
alumno de doce años y de Enseñanzas básicas. Quería corroborar que los errores
que G cometería tan solo serían producto “del directo”.
Llevaba cuatro
cursos enseñando a G a tocar lo mejor posible y se sentía lo suficientemente
protegido por la inocencia y la ilusión de su alumno. Había aprendido a base de
errores y de frustraciones que las bromas pesadas del destino las lleva cada
cual dentro de sí mismo y que hay momentos en los que son imposibles de
controlar. Los miedos contenidos durante años estallan como las avenidas de
agua tras una gran tormenta. Sin embargo, era sabedor de que la inocencia y la
ilusión o quién sabe si la ignorancia, podían contra todo eso.
En aquellas circunstancias era la actitud de
imbécil que debía adoptar lo que más le molestaba. Por un lado debía mostrarle
a G con su presencia la confianza adquirida en el acto de tocar para su
profesor, y por otro, la sonrisa expeditiva ante el tribunal de un gato a sus
dueños segundos antes de la comida. La
prueba de entonación no la haría bien, de esto estaba seguro. Pero lo que
buscaban era una aceptable nota media. A G le estaba cambiando la voz (aún se
encuentra en ese proceso). Nada más acabar las vacaciones de Semana Santa
comprobó que la primavera había transformado su aspecto de ángel en el de un
joven gallo de pelea. Claro que la objetividad en los exámenes de música
censura que un animal como este pueda cacarear como le dé la gana en corral
ajeno, y para el caso G debía competir con una voz que se despide de la
infancia casi en una afonía permanente contra treinta y cinco aspirantes para
tratar de llevarse una de las dieciséis plazas.
Con el tribunal todo
le fue bien. Al fin y al cabo eran sus compañeros de profesión y no hacen más que
lo que les dictan las autoridades divinas y competentes. Con G todo fue un
desastre. Nada más acabar el examen miraba a su profesor a la espera de que
este le explicase por qué Dios tan solo necesitaba a dieciséis elegidos. Él
luchó con el recuerdo de la primera clase. Entonces le dijo: “Escucha cuando
toques. El piano habla”.
jueves, 12 de junio de 2014
CARIDAD
No sabes qué es el hambre
hasta que no pasas hambre. Publicidad de una entidad bancaria.
"La caridad es
paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se
engríe; es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el
mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa.
Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta" (1 Co 13, 4-8). Y termina,
"la caridad no dejará de existir". Pablo de Tarso.
“La entidad bancaria, del mismo modo que
la caridad, posee una clara voluntad de existencia, y el hambre es la llave de
ambas”. Yo, uno a quien le ingresan la nómina en una
entidad bancaria.
jueves, 5 de junio de 2014
LA MESA DE LA ANSIEDAD
Cuando se firmó el pacto de la Constitución española de 1978 yo quería
ser un jugador de élite del tenis de mesa. Podía pasarme horas enteras viendo
cómo la bola pasaba por encima de la red incesantemente de un lado para otro de
la mesa.
Una mesa de ping-pong de interior costaba una pasta por entonces (las de
exterior costaban lo mismo y además carecen de protocolo). Mi padre no se lo
pensó dos veces y juntó dos tableros de aglomerado en el alpende de la casa que
por entonces comenzaba a tener más o menos el aspecto actual. Creo que por un
momento también él pensó que yo podría convertirme en un jugador de élite.
Aunque lo peor de las cosas que nos hacían vinculantes era que yo en el fondo
tal vez no deseaba ser un jugador profesional. Creo que lo único que pretendía
era ver pasar el tiempo mediante el incesante movimiento de la bola.
La ansiedad ha viajado conmigo desde entonces,
dándole forma a las personas, como una Hacedora moldearía el pensamiento de sus
criaturas, pues nunca encontré a ningún contrincante que aguantase más de cinco
horas seguidas al otro lado de la mesa
Mi padre lijó con empeño la superficie de la madera molida. Sin embargo,
nunca le quedó como Dios manda, para que
las bolas besaran con el efecto ordenado desde la muñeca del jugador como en el
estuco de la mayor calidad. Allí, en
aquella mesa, es donde aquellos tíos, los que ahora llaman “padres de la Constitución”,
tendrían que haber firmado tal pacto. Por la aspereza de los granos de madera
prensados tendrían que haber restregado las puntas de sus plumas Parker. Quién
sabe si así “La” Constitución habría cobrado un poco de “Esta” Ansiedad.
sábado, 24 de mayo de 2014
UN DÍA CUALQUIERA
Había tenido un día normal. Uno cualquiera, si acaso más tranquilo de
costumbre. Una siesta premeditada de más de una hora podría ser el único
detalle digno de mención de un día sin pena ni gloria. Sin embargo, ahora está
pensando en la posibilidad de tomar una píldora de Lorazepam Normon. Tiene
miedo a no conciliar el sueño. Esto hace unos años no le importaba tanto. “Si
no puedes dormir te jodes y punto”, decía entoces.
Se ha autoimpuesto leer de nuevo una historia de la filosofía. No porque
prefiera este tipo de lecturas, sino
porque se siente perdido en la dirección en la que va el mundo. Desde hace un
tiempo hasta este día cualquiera es como si se hubiese parado el reloj de su
pensamiento y no para de preguntarse insistentemente por qué la gente se empeña
tanto en hacer cosas. Se pregunta entre otras muchas incógnitas por qué quienes
escriben están tan obsesionados en publicar, por qué escritores y escritoras
casi inútiles gastan enormes energías en la publicación.
Este año su cumpleaños cae en martes. El peor día de la semana, piensa.
Sin motivo ninguno, él nunca ha planeado jamás nada para esta efemérides,
siente deseos de hacer algo distinto, algo nuevo, algo que nunca ha probado,
desconocido, situado más allá de lo orgásmico. Siente que hay demasiado aire en
el interior de su estómago. Sus músculos gemelos comienzan a temblar. Una
sensación que últimamente empieza a resultarle familiar. Sus pies hacen
movimientos extraños a su voluntad. Su cuerpo pesa toneladas, y no comprende
cómo la butaca sobre la está sentado es capaz de resistir todo ese peso.
Mira la tableta de Lorazepam Normon. Podría tomársela entera y así
segregarse del mismísimo anarquismo. Por un momento cree que el suicidio
derrotaría a la poesía. No así a los poetas antisistema, para los que el vulgo,
las víctimas, son el alimento de sus egos.
martes, 13 de mayo de 2014
VIDA DE BIVALVO
En realidad no quería escribir. Quería ante todo ser sincero. Las noticias en la televisión y en internet lo sumían en un estado soporífero que acababa convirtiéndose siempre en una desesperante impotencia. Tal vez por esto terminaba siempre escribiendo.
Todavía era joven.
Pero joven para qué. ¿Para dejar pasar el tiempo y vivir igual que un bivalvo?
Pensó que escribir no mata a nadie. En cambio la sinceridad sí. Pensó también
que Parménides intentó matar a Heráclito y que en el fondo no quería hacerlo.
Después de todo las redacciones en la EGB eran la suma de
chucherías, coca colas y de estregar su rostro en los senos de su madre. Las redacciones
eran de las mejores cosas que se podían hacer en la clase de Don Alejandro.
Porque él tenía todo el poder y alguna vez que otra leía en voz alta aquellas
hojas escritas a lápiz por criaturas que nada sabían de Heráclito.
Una vez leyó una de
las suyas, que iba de un marinero, y la
anunció como excelente. Aquello fue su perdición. Porque después vino un tiempo
en el que se tomó la literatura en serio y todo acabó en un completo desastre
cuando se enteró que a Don Alejandro siempre le resultó la literatura una
mierda.
martes, 6 de mayo de 2014
VERANOS
Demasiado pronto. El inconfundible olor de la tierra a tiempo, la
atmósfera estática y febril que toma los objetos en el interior de nuestros
hogares y los aísla en la función de iconos de un museo, y las figuraciones del
eco, unas veces embrutecido y otras apenas insinuado, que nos llegan a través de los huecos de
puertas y ventanas abiertas que una fuerza o voluntad desconocida parece haber
horadado para que escuchemos el estallido del mundo.
El verano ha irrumpido ajeno a las reglas
del juego, salvaje y devorador de frutos inmaduros y daltónico o despectivo con
el verde mayo de la física y verde esperanza en la necesidad y el deseo. Un
verano que desprecia el ensayo y el simulacro, un calor virulento que mata a lo
virtual.
Un verano como novela de la existencia con un
epílogo ya conocido, que trata de altas temperaturas que exacerban las
pasiones, y que sin embargo nos niega un
prólogo o un índice para poder calibrar la envergadura de sus tentáculos. Un
verano que nos ha maniatado sin darnos la posibilidad, como en otras ocasiones, de querer abrazarlo o rechazarlo. Un timo del
destino y de las estadísticas en la historia de un mundo demasiado viejo y
desconocido.
La bola de fuego reinará antes de lo
esperado con su ley del silencio, con su castigo de deidad remota a la humanidad
por querer esta ser testigo de su luz. En España, durante un lapso que cada año parece más
anárquico e imprevisible, extraño a la razón y dueño de una imaginación que nos
engaña con la posibilidad de instalarnos en el paraíso, canícula a canícula nos
está apelmazando los sentidos.
Dicen que la clase
política ha entrado en una espiral esquizoide y se ha autoimpuesto la
penitencia de trabajar por el pueblo bajo el implacable astro. Ya llevan dos
ejercicios sin interregno parlamentario. Las puertas del congreso se cierran
para la verdadera democracia y dicha casta entra y sale por las puertas falsas.
Qué locura. Pero son las generaciones más jóvenes las que más sufren las consecuencias de la
precipitación de este dominio y de sus espejismos. Son tantos ya los veranos
criminales que han acabado derritiendo sus refrigerados idearios para quedarse
en una sólida estructura de pensamiento. Más de la mitad de esta población cree
firmemente en las instituciones, si bien piensan que son necesarias profundas
reformas.
Reformar las instituciones. Abrasa solo
pensarlo. Arde la ignorancia en el calentamiento global, arden los hijos de
esos principios que han aniquilado a la revolución.
martes, 29 de abril de 2014
SINTAXIS
Con la sintaxis deberíamos tener más cuidado, más escrúpulo;
y cómo no, con el cumplimiento en el orden concertado en sus propuestas. Porque
sin ella, sin esta palabra que suena a molestia de libro sin leer y de llevar
de un sitio a otro sin ningún propósito, no podríamos llegar jamás a un
principio de acuerdo con Dios o con el director de nuestro banco.
La sintaxis viene a
ser más o menos el rumbo lleno de
escollos que los políticos nos muestran con entusiasmo como la única dirección
para salir de la isla y que de repente se llena de chalecos salvavidas. Por
esta razón muchas veces en la historia del arte los artistas han creado obras
ininteligibles con la intención de interpretarlas hasta la extenuación, para
comprender por qué habiendo rumbos infinitamente indeterminados eligen,
¿elegimos?, siempre el más acotado.
Algunos escritores hijos de puta y envidiosos utilizan esta difícil
disciplina sin piedad, mostrando las vergüenzas ajenas a la grada con la única
intención de desprestigiar el trabajo de otros, de sus status alcanzados en el
laberinto mediático, ya sea para amortiguar la inercia histriónica de la
energía consumista que nos devora a todos o para combatir contra la verdad
incontestable del trabajo bien hecho y honesto como lo es por ejempo la
sintaxis (programática) de excelencia del Quattrocento o Cinquecento, indemne a
la injuria durante un día, una hora o un segundo al menos.
Sin ir más lejos,
en el último reality sobre el valor de un muerto intocable, Gabriel García
Márquez, el escritor colombiano Fernando Vallejo hace de hijo de puta con
brillo y esplendor, lo hizo antes de que muriese su compatriota, para ser más exactos, porque no es lo mismo
hacer de hijo de puta con un vivo que con un muerto, con este da más miedo y el
vituperio infunde menos respeto.
Vallejo escribe
acerca de una de las frases más célebres de la literatura del siglo XX, el
comienzo de la novela “Cien años de soledad”: “«Muchos años después, frente al
pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía habría de recordar
aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo». Según la
putada de este envidioso sobra en la
sintaxis de un premio nobel o “Muchos años después” o “aquella tarde remota”.
Claro que es verdad que esto no importa si escribiésemos: “El abuelo llevó en
la noche de los tiempo a su nieto el coronel a conocer el hielo”, porque sin
duda se trata de realismo mágico. Después de todo no está de más que aparezca
de vez en cuando algún que otro hijo de puta.
martes, 22 de abril de 2014
EN UN BRUNCH
Nos invitaron a un
brunch de Pascua. ¿Qué demonios es un brunch en dicha celebración? ¿Qué puñetas
se come allí, cómo se viste para la ocasión, se debe llevar regalos, una
botella de vino quizá? ¿Es una celebración solemne y grave como para cometer
errores de este tipo? Me preguntaba todo esto al mismo tiempo que trataba de
disimular mi desconcierto con todos los medios posibles a mi alcance, es decir,
lo que viene a ser más o menos en la inevitable conducta pop de mi generación,
poner “cara de póker”, de despistado con
la agenda del fin de semana muy ocupada, para entendernos mejor.
Nos invitó Rose Mary.
Ella es suiza, alta, atlética, bellísima, políglota, aunque con un castellano
muy italianizado a causa de su nacionalidad ecléctica e intocable de un país en
medio de ninguna parte, de una Suiza de la que se siente orgullosa por su
independencia e internacionalismo y en la que no quiere vivir porque, como ella
misma dice, “no puedes prender cerveza al aire libre más de dos meses del año”.
Si sabes que Rosemary (esto también es inevitable en mi percepción pop del
mundo) tiene más de setenta años y la ves con su melena rubia suelta puedes
llegar a pensar que Claudia Schiffer es un mero remake al uso de la moda y sanseacabó.
Rosemary, nombre que
para colmo del cariño que nos muestra y su amor hacia la naturaleza significa “romero” a la traducción, tiene poco
amigos españoles. Llegó a Huelva hace poco más de un lustro y desde entonces
recorre la costa suroeste, desde el Cabo de San Vicente hasta Matalascañas,
visitando amigos holandeses, ingleses, alemanes, franceses y hasta algún que
otro hindú.
El brunch de Pascua,
como ya vaticinó mi mujer con su lapidario sentido común, consistió en “echar el día” sin aspavientos folclóricos,
comiendo y bebiendo en las tierras de Huelva. Hubo rito, y acerté con la
botella de vino, si bien aquel tuvo su fundamento en la risa, producto de una
rastrera búsqueda de dieciocho huevos de Pascua (cocidos, no de chocolate
suizo, ¡qué desilusión!) por el césped de la parcela.
Los huevos cocidos
siempre me han resultado demasiado grandes. Tras engullir el que me tocó con
tomillo y sal, la reducida comensalía internacional emprendió el camino del
vino hasta llegar, cómo no, al descampado socrático de todo banquete que se
precie. Delfina, holandesa, hispanófila convencida, preguntó: “Con el paro
galopante que hay en Huelva, porqué se cierran tantos hoteles en invierno?
Nos hallábamos en el
término municipal de Gibraleón, pero las primeras gotas de lluvia que
aparecieron tras la pregunta me parecieron de ninguna parte. Tuve la sensación
de que el brunch comenzó demasiado tarde.
martes, 15 de abril de 2014
UNA MUERTE EXTRAÑA
Recuerdo muertes espantosas. Algunas tuvieron lugar durante
la infancia, en el marco inigualable de lo claroscuro, de las cosas y hechos
del “Ser”, que son porque existen y de las que no son porque nunca existieron o
porque dejaron repentinamente de existir, del mal y del bien. Otras muertes
sucedieron en la adolescencia, como acontecimientos fortuitos que estallan a tu
alrededor a causa de la mala suerte y en los que el mal y el bien casi han
perdido el protagonismo.
El resto de las
muertes aparecidas desde entonces, por accidente o por enfermedad
indistintamente, lo han hecho a la manera de un fuerte viento, de rayo que antecede a la
tormenta, de inundación por un cauce desconocido o como un tremebundo temblor
de tierra. Es decir, muertes que acontecen y que terminamos aceptando como
precio de la vida, que nos coje casi siempre con el paso cambiado, con un
trastabilleo y caída que provocan un trauma y del que muchas veces, cosa
increíble, nos reponemos con el sencillo
acto de levantarnos.
Alguna vez he jugado
al solitario con la baraja de estas muertes. Me he mirado frente a ellas. Un
vecino perdió la vida en la cabina de su camión a cientos de quilómetros de
distancia. Un joven motorista sin casco empotró su moto contra un coche al
final de la calle donde yo vivía y voló al menos tres segundos antes de
recibirle el adoquinado. Una prima veinteañera luchó brevemente contra un tumor
cerebral que borró su permanente sonrisa un día de frío y lluvia. A la abuela
se le paró el corazón varias horas después de que le hicieran la permanente,
murió muy guapa. Mi suegro, ese día no
durmió la siesta, fue con su moto a su tierra a plantar cebollas y desde
entonces siempre que las como pienso que fritas tienen un sabor dulce.
Nos escriben y nos
dicen a modo de corolario y antonomasia que la muerte pertenece al lado natural
de la vida, pero cuando se piensa en ella el espanto se nos ciñe al cuello.
Ninguna de estas muertes y muchas otras de mi disparatada baraja han sido nunca
celebradas, si acaso han sido mostradas por el vacío y el vértigo de la
ausencia compartida.
Solo conozco una que
se celebra periódica y lujosamente, la de Jesús de Nazaret, siempre presente,
asesinado, muerto y permanentemente vivo. Muerte espantosa, artística, obsesiva,
ansiada. Muerte extraña a la pasión de los mortales.
martes, 8 de abril de 2014
DINERO
A estas alturas
todo el mundo se siente engañado. No es este ningún misterio, como tampoco lo
son las razones que hacen de la gran farsa una realidad sufrida y admitida con
peros y señales como si de un castigo inevitable se tratara. Todo el mundo sabe
de la importancia del poder, de ostentarlo y
de ejercerlo sobre nuestros semejantes para sentirnos intocables y a
salvo del imprevisible destino, de las consecuencias azarosas y negativas que
pueden afectarnos a causa de las decisiones ajenas.
Sin embargo, a pesar
de esa centrípeta y plúmbea atracción que sentimos ante la seducción por
obtener poder, atendemos casi siempre a una cuestión mucho más tangible y ordinaria, el dinero. ¿Qué nos importa el
juego político y administrativo de nuestros representantes elegidos en las
urnas si ante todo antes que el conocimiento necesitamos el dinero? ¿Qué educación,
qué compromiso cívico podemos insuflarles a nuestros hijos si desde sus
primeros balbuceos presienten que nuestra principal preocupación es la de
optimizar nuestras capacidades para generar dinero?
Hemos convertido,
quizá en ningún momento de la historia fue de otro modo, nuestra fe y nuestro
ateísmo en dinero. Paradójicamente es lo que nos une. A ricos y pobres, a
creyentes y no creyentes, a la izquierda y a la derecha, a las ONG y a las
mafias.
En los primeros
análisis de la condición postmoderna sobre los aledaños entre lo corporativo y
lo privado se dio por válida la aserción “Saber es poder”. Ahora, en la
destrucción del Estado de Bienestar, en el análisis de la condición de las
clases medias y desfavorecidas sus protagonistas deberían “saber” que “Poder es
Ocultar”. Lo peor es que los saben y si no lo saben lo intuyen. Por ello
quienes por desgracia tácitamente ostentan el poder más allá del Estado y de lo
corporativo utilizan el dinero como cortina de humo, para algo que además por
muy terrible que sea no deja de ser cierto, para mantener la estabilidad de lo
que queda de nuestro sistema económico. Es como jugar a asustarnos en un juego
infantil.
Nuestra impotencia
es el resultado de una sinergia entrópica, lo que viene a decir que es como
mezclar el día con la noche. Posturas sociológicas nos sugieren que la
velocidad y el bombardeo de la información nos sumen en el caos, un lugar en el
que podemos llegar a ser lúcidos pero del que es imposible escapar, y en el que
la combustión del dinero produce suficiente energía y escaso poder.
martes, 1 de abril de 2014
SANO, TEMEROSO E INCRÉDULO.
Quien escribe no
padece ningún trastorno del sueño a causa del cambio de estación ni siente preocupación alguna por los altos
índices de concentración de polen. Duerme poco pero de un tirón. Tampoco le
afecta en exceso, eso cree, el cambio de uso horario. Pertenece a una parte de
la población española que todavía conserva la bendición de la suerte y que por
si acaso toca madera cuantas veces pueda. El sujeto en cuestión es de los que
disfruta en el soliloquio con observaciones del tipo “!Ánimo, has abierto los
ojos de nuevo a otra primavera! Podríamos decir que posee los atributos de un
sustantivo que en España se pelea honrosamente con el día a día, que se
equivoca todas las veces que puede y que muy pocas veces después de haber
metido la pata donde no lo llaman es capaz de disculparse. El sujeto básicamente
disfruta y padece de los adjetivos “sano”
y “temeroso”. Es español sin comerlo ni beberlo
y alguna vez se ha planteado la situación inopinada y sin perjuicio de
ser argentino, canadiense o mongol.
Rayano al medio
siglo, cosa que le parece increíble y que al mismo tiempo siente como un
consuelo gracias al grado de incredulidad alcanzado, no se escandaliza por una
sociedad en la que más del 28% de la población se encuentra al borde de la
exclusión social, lo que viene a significar que uno de cada tres niños se halla
en el límite de la pobreza, de la desnutrición; sin contar por supuesto a los
que ya han rebasado esa línea imaginaria en la que las estadísticas siempre
fallan.
Al sujeto le gusta
zapear, aunque cada día menos, y cuando se topa en el canal público con un
programa llamado Master Chef se pregunta qué es un niño, niña, padre, madre,
anciano, anciana, todos españoles, con hambre. Dirige toda su atención a la
boca de su infierno y como un ventrílocuo pronuncia la palabra “infamia”.
Tampoco se
escandaliza cuando lee una entrevista a la periodista Pilar Urbano en la que
cuanta que, gracias a que ella es miembro numerario del Opus Dei, pudo evitar
que el difunto Don Adolfo Suárez le hiciese caso a su hija y terminara contando
cosas como que el pastor alemán del Rey Juan Carlos intentase morderle la
entrepierna durante el transcurso de una acalorada discusión entre ambos. El
sujeto deduce que por encima de Suárez estuvo el rey y que por encima de este
ahora está Dios. Sano, temeroso e incrédulo espera ver el extraño sueño del
verano.
martes, 25 de marzo de 2014
PARQUE EN LA NIEBLA
Tanto se ha hablado y se ha
escrito de la Transición española que al final la hemos convertido en un mito.
Personajes prodigiosos, extraordinarios, e incluso algún que otro fantástico y
hasta monstruoso son producto inevitable de tantos discursos y tantas
efemérides resueltas con documentos sentenciosos de lo apolíneo y heroico. Lo
peor, esto todos los interesados lo saben, es que hay para rato, que haremos
muchas procesiones de la Transición, y que el mito y la leyenda son
distorsiones de realidades aplastantes del pasado que degeneraron hasta alcanzar nuestro presente
inverosímil, el que nos ganaron, que
siendo aún más aplastante nadie se lo cree. Por supuesto quienes cobran el
saldo todavía menos.
Para esa generación
que en su pubertad quiso ver a color en las pantallas en blanco y negro al
presidentísimo Adolfo Suárez González a través de un baratísimo plástico que
por entonces hacía furor, que veía cómo
nuestros padres se aliaban en los telediarios hora con el dragón hora
con el caballero, aquellos años fueron como un largo día en un parque de atracciones perdido en la
niebla. Nuestro vigor y nuestras risas se perdían sin ningún eco en los grises
y en la humedad del deseo, de un anhelo que nunca se consumaba a causa tal vez de
un exceso de decibelios, de mucha mala ostia acumulada a lo largo de cuarenta
años, de no saber hablar después de que se perdiera el conocimiento en lo que
algunos estúpidos y oportunistas políticos e intelectuales llamaron “Oposición
silenciosa”. No sabemos sí a los púberes de hoy, con una libido más sofisticada,
les puede ocurrir lo mismo en medio de otra gran nube pendencieramente llamada
crisis, o quién sabe si lo que ellos
viven les puede producir una insolación sin consumar sus deseos.
Adolfo Suárez González, detrás del plástico
pegado como un posit a la pantalla, tenía toda la cara de mi padre. Siento una
profunda tristeza por la muerte de un hombre que hizo de San Juan Bautista y al que también
le cortaron la cabeza. Torcuato Fernández Miranda, un monstruo del mito, hizo
trampa en una votación secreta del Consejo del Reino para que a Don Adolfo lo
eligieran presidente. Pero antes ya le habían dicho: “Mira Adolfo, tú, igual
que el Borbón, tienes un pasado
franquista que calmará los nervios a mucha gente, te vamos a poner ahí y vas a
aguantar carros y carretas, tranquilo, te ayudaremos”. Luego Don Adolfo les
salió rana, cuando supo que tenía un mínimo de poder para ver qué pasaba más
allá de lo ordinario.
martes, 18 de marzo de 2014
HACEDORES
Richard Bucksminster Fuller ideó un método con el que demostró
que con dos horas de sueño al día teníamos más que suficiente para trabajar y
obtener una vida sana al mismo tiempo. Imagínense a Sócrates, para quien dormir
ocho horas era una gran pérdida de tiempo, inventando su Mayéutica y perfilando
su ironía con la ignorancia de sus contemporáneos con seis horas más de estudio
y observación, a personajes como Leonardo Da Vinci, Thomas Alva Edison o
Napoleón, que según parece también practicaron un método parecido, robándoles
horas a la oscuridad para optimizar sus sueños con técnicas sublimes, máquinas
y maquinaciones, los sueños que todos los mortales necesitamos para evitar que
aparezcan hormigas en el aire. Tanto los que encontramos en la fase REM como
los que nos proporciona Morfeo.
Bucksminster fue el rey de la sostenibilidad
en el siglo XX. Una especie de integrista de la ecología que dedicó toda su
vida a intentar descubrir si se podía mejorar la condición humana (¿condiciones
de vida y de actitud también?) de una forma que no podían hacer los gobiernos,
las grandes organizaciones o las empresas privadas. Es decir, un
superanarquista independiente de la teoría y la praxis que bebió del
pensamiento malthusiano, corriente sociológica que demuestra a todas horas
desde la primera revolución industrial que los sistemas de producción son
incapaces de abastecer de suficiente alimento a toda la población del planeta.
En 1943 la revista
TIME publicó su estudio. Bucksmister se sometió a sí mismo durante dos años a
un sistema del sueño que contemplaba escrupulosamente todos los factores de
riesgo, inclusive la onirología, que consistió en dormir en paréntesis de
treinta minutos cada seis horas. Veintidós horas despierto al día con retiros
polifásicos resultó al final, según él, una incompatibilidad con el resto del
mundo que le hizo abandonar. Su pensamiento sinérgico ejemplarizado en sus
cúpulas geodésicas y su concepto Dymaxion para obtener lo máximo de cada
material e incluso de nosotros mismos le convierten en uno de los principales
metanarradores del siglo XX. Algo así
como un profeta y artesano de la humanidad.
Dormir sucinta y
eficazmente desde un punto de vista científico puede darnos una perspectiva que
nos acerca a una visión del gran Hacedor, de esa fuerza misteriosa que da vida
y a la vez destruye, de una luz que por comprender y saber puede llevarnos a
los límites de la locura, de la segregación. Por contra no es precisamente la
imagen convencional del paraíso que siempre nos han vendido la de que cada cual
se programe como quiera y busque.
lunes, 17 de marzo de 2014
ÚLTIMO SOL
Como
siempre, justo a las cuatro horas después de acostarse, se levantó y fue a
orinar en el silencio de la madrugada. Durante los instantes de satisfacción,
también como siempre, se dejó caer en el vacío de su mente y seleccionó entre
otras muchas razones enredadas como una masa informe de hilos en el olvido, la
principal y más importante de todas. No se lo ha preguntado nunca, ni nadie se
lo ha planteado, pero tal vez use esta
estrategia con el corazón dormido para encontrar la tranquilidad de un niño,
para que le ayude a no perder el hilo del sueño. Sin embargo, desde hace un mes
utiliza y repite la misma razón, el mismo pensamiento u olvido. Una obsesión
que ha acabado por destrozarle el sueño y terminar levantándose para visitar
sin saber por qué el mismo lugar.
La primera madrugada que hizo tal uso, la
micción fue más larga e intensa que de costumbre. El placer obtenido se excedió
por encima del nivel de las sensaciones conocidas y celebradas. En un lento
abrir y cerrar de ojos retrocedió cuarenta años en el tiempo. Anduvo por el
estrecho sendero rodeado de pinos y zarzas hasta llegar al lugar acordado para
la cita. La primera cita del niño que fue y que apenas recordaba a pesar de que
el extremo del hilo prendido sobresalía visiblemente en el vado del tiempo.
Lo mezcla de olores del cercano humedal
perturbó sus sentidos, apelmazados desde hacía años a causa de la vigencia de
una política y una economía en la que se sentía cómodo y feliz, y que le habían
abocado a la fragua y consolidación de una familia y un trabajo. Amaba todo lo que
hacía y le rodeaba. Quería a su mujer y a sus hijos por encima de Dios o de las
fuerzas creadoras. Pero de repente en aquella madrugada, en unos instantes reveladores
o caóticos, sintió que su vida había tomado la dirección contraria a la del
estrecho sendero, que por alguna razón se
había dirigido campo abierto hacia lugares de un único olor o únicos olores que
son lugares. A la vida tal cual se ofrece y por la que brindamos por vivirla.
Aquella madrugada, la duermevela se transformó en vigilia, y de
esta infirió tras un tiempo que no supo si fueron minutos o noches enteras
entre las sábanas, que los olores recordados se habían extendido en su red
neuronal como el mayor de los placeres o como la mayor de las amenazas. Utilizó
el sueño no como descanso, sino como una excusa para emborracharse de los olores
y presentarse puntualmente en aquel lugar. Se acuesta y a los pocos minutos, entre
los hechos e imágenes ordinarias acaecidas durante el día y la aparición del
rostro nítido de la niña a la que tanto había deseado, se queda dormido con la
potencia somnífera de los olores. La tierra mojada y el aire que arrastra las esencias putrefactas
de las plantas bajo un sol abrasador lo llevan hacia un profundo sueño en el
que, sin saberlo, pierde su identidad y todos sus recuerdos. Como siempre se
levanta justo a las cuatro horas y orina en el silencio de la madrugada. Se
viste con su mejor traje, su corbata favorita y sus mejores zapatos. Se dirige
hacia el aparcamiento subterráneo y deja su perfume en el aire del ascensor.
Sus fosas nasales se abren buscando la dirección del olor del humedal y rastrea
como lo haría un perro hambriento hasta encontrar su coche. Arranca el motor.
Es la señal para que su respiración comience a agitarse. Atraviesa la ciudad
saturada ya a esa hora por los olores del placer y la amenaza. En el quilómetro
veinticinco de la autopista del este se une a la caravana de vehículos que se dirigen
apuntando con los faros encendidos, según dicta el código de circulación, hacia
las montañas del alba. Al otro lado de la cordillera, en la llanura, toma la
primera salida de la autopista junto a cientos de vehículos. El cielo lucha
contra la oscuridad y contra la inmensa nube de polvo que levantan los
automóviles en la pista forestal. Su cerebro es una cápsula concentrada de olores
cuando la expedición se detiene y los viajeros, con sus mejores galas, se precipitan
campo a través hacia el último sol.
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