La escritura es un juego. Me gusta escribir.
Me gusta jugar. También me gusta tocar el piano. He pasado hasta el momento
miles de horas tocando el piano. Aunque muera mi cuerpo, incluso mi magín,
seguiré tocando el piano millones de horas más hasta el fin de los tiempos.
Esto que sí que no sirve para nada. La escritura alguien la puede malinterpretar
y usarla en su favor o en mi contra. Pero lo de tocar el piano es pura basura.
Por mucho que quieran convencernos esos usureros de que la música es beneficiosa y nos hace más
inteligentes y civilizados ésta no sirve en absoluto. No nos va a salvar de
nada. Toco el piano y mis neuronas se juntan y se dispersan en el hermético
abismo del placer pero a mi alrededor solo hay miedo. Respiro el miedo. Mi hermano
el miedo siempre gira y da vueltas y más vueltas. A veces casi hasta perderse
de vista. Pero al instante vuelve para echarme su frío aliento en mi nuca.
Entiendo la lógica del miedo y, sin embargo, continuo tocando y escribiendo,
aprovechando el tiempo para nada. Me gano la vida enseñando lo que he aprendido.
Ellos, los amigos de mi hermano, de vez en cuando señalan que es muy importante
lo que enseño. Pero a mí no me engañan. Sé que se trata de un simple juego para
mantenerme ocupado y a quienes enseño. Saben que no sirvo para otra cosa que no
sea perder vilmente el tiempo. Soy un maleante que alecciono a otros y lo saben.
El sargento retirado del ejército de los Estados Unidos, Chris Hoyt, que luchó
en Afganistán, en el valle del Korengal, en uno de los lugares más peligrosos
del mundo, encontró en Williston, un
pueblo de Dakota del Norte, lo que buscaba. Un empleo bien remunerado.
Petróleo. Dinero. Podía haber encontrado la muerte en la guerra porque no sabía
qué otra cosa hacer para ganarse la vida. Pero tuvo suerte. En Dakota del Norte la producción se reducía
a diez mil barriles. Un lugar arruinado y mísero hasta hace pocos meses, según
cuentan algunas crónicas. Pienso que no sería una mala idea ir una buena
temporada a Dakota y volver con suficientes dólares a la zona euro. Nunca se
sabe con el sueño americano. Podría hacerme amigo del sargento y regresaría al
solar con sus historias de la guerra con
un inglés aceptable, esa zahúrda en la que nadie sueña y que llaman Europa. Seguro
que el sargento es un tío más o menos como yo. Un tipo que sólo piensa en sacar
a su familia adelante. Tal vez escribe es estos momentos o toca el banjo con gusto
y soltura. Alguien tenía una carta escondida en la manga y ahora en Dakota
extraen medio millón de barriles. Dicen que gracias a las nuevas técnicas con
el uso de arena o agua a presión liberan el petróleo a tres mil metros de
profundidad. No sé qué decir pero lo cierto es que la gente visita ahora con
menos angustia las gasolineras y hay quienes se animan a llenar los depósitos.
Hasta hace un par de lustros el petróleo que se encontraba a esa profundidad
era muy costoso extraerlo. Ahora, de repente, resulta poco más o menos que
golpear el suelo con una azada. Al sargento le ha ido bien. La vida le tenía
reservada una bonita sorpresa. Su familia debe encontrarse muy feliz. Quién
sabe si sus hijos estudiaran música y se harán más inteligentes por sus
beneficios terapéuticos. Los sonidos y las palabras tienen la única y exclusiva
ventaja de hacerte más inteligente, más tolerante, más ignorante, más incrédulo
y dependiente del petróleo. Menos Homo Sapiens y más infinito en la noche.
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