Con la sintaxis deberíamos tener más cuidado, más escrúpulo;
y cómo no, con el cumplimiento en el orden concertado en sus propuestas. Porque
sin ella, sin esta palabra que suena a molestia de libro sin leer y de llevar
de un sitio a otro sin ningún propósito, no podríamos llegar jamás a un
principio de acuerdo con Dios o con el director de nuestro banco.
La sintaxis viene a
ser más o menos el rumbo lleno de
escollos que los políticos nos muestran con entusiasmo como la única dirección
para salir de la isla y que de repente se llena de chalecos salvavidas. Por
esta razón muchas veces en la historia del arte los artistas han creado obras
ininteligibles con la intención de interpretarlas hasta la extenuación, para
comprender por qué habiendo rumbos infinitamente indeterminados eligen,
¿elegimos?, siempre el más acotado.
Algunos escritores hijos de puta y envidiosos utilizan esta difícil
disciplina sin piedad, mostrando las vergüenzas ajenas a la grada con la única
intención de desprestigiar el trabajo de otros, de sus status alcanzados en el
laberinto mediático, ya sea para amortiguar la inercia histriónica de la
energía consumista que nos devora a todos o para combatir contra la verdad
incontestable del trabajo bien hecho y honesto como lo es por ejempo la
sintaxis (programática) de excelencia del Quattrocento o Cinquecento, indemne a
la injuria durante un día, una hora o un segundo al menos.
Sin ir más lejos,
en el último reality sobre el valor de un muerto intocable, Gabriel García
Márquez, el escritor colombiano Fernando Vallejo hace de hijo de puta con
brillo y esplendor, lo hizo antes de que muriese su compatriota, para ser más exactos, porque no es lo mismo
hacer de hijo de puta con un vivo que con un muerto, con este da más miedo y el
vituperio infunde menos respeto.
Vallejo escribe
acerca de una de las frases más célebres de la literatura del siglo XX, el
comienzo de la novela “Cien años de soledad”: “«Muchos años después, frente al
pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía habría de recordar
aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo». Según la
putada de este envidioso sobra en la
sintaxis de un premio nobel o “Muchos años después” o “aquella tarde remota”.
Claro que es verdad que esto no importa si escribiésemos: “El abuelo llevó en
la noche de los tiempo a su nieto el coronel a conocer el hielo”, porque sin
duda se trata de realismo mágico. Después de todo no está de más que aparezca
de vez en cuando algún que otro hijo de puta.