Quien escribe no
padece ningún trastorno del sueño a causa del cambio de estación ni siente preocupación alguna por los altos
índices de concentración de polen. Duerme poco pero de un tirón. Tampoco le
afecta en exceso, eso cree, el cambio de uso horario. Pertenece a una parte de
la población española que todavía conserva la bendición de la suerte y que por
si acaso toca madera cuantas veces pueda. El sujeto en cuestión es de los que
disfruta en el soliloquio con observaciones del tipo “!Ánimo, has abierto los
ojos de nuevo a otra primavera! Podríamos decir que posee los atributos de un
sustantivo que en España se pelea honrosamente con el día a día, que se
equivoca todas las veces que puede y que muy pocas veces después de haber
metido la pata donde no lo llaman es capaz de disculparse. El sujeto básicamente
disfruta y padece de los adjetivos “sano”
y “temeroso”. Es español sin comerlo ni beberlo
y alguna vez se ha planteado la situación inopinada y sin perjuicio de
ser argentino, canadiense o mongol.
Rayano al medio
siglo, cosa que le parece increíble y que al mismo tiempo siente como un
consuelo gracias al grado de incredulidad alcanzado, no se escandaliza por una
sociedad en la que más del 28% de la población se encuentra al borde de la
exclusión social, lo que viene a significar que uno de cada tres niños se halla
en el límite de la pobreza, de la desnutrición; sin contar por supuesto a los
que ya han rebasado esa línea imaginaria en la que las estadísticas siempre
fallan.
Al sujeto le gusta
zapear, aunque cada día menos, y cuando se topa en el canal público con un
programa llamado Master Chef se pregunta qué es un niño, niña, padre, madre,
anciano, anciana, todos españoles, con hambre. Dirige toda su atención a la
boca de su infierno y como un ventrílocuo pronuncia la palabra “infamia”.
Tampoco se
escandaliza cuando lee una entrevista a la periodista Pilar Urbano en la que
cuanta que, gracias a que ella es miembro numerario del Opus Dei, pudo evitar
que el difunto Don Adolfo Suárez le hiciese caso a su hija y terminara contando
cosas como que el pastor alemán del Rey Juan Carlos intentase morderle la
entrepierna durante el transcurso de una acalorada discusión entre ambos. El
sujeto deduce que por encima de Suárez estuvo el rey y que por encima de este
ahora está Dios. Sano, temeroso e incrédulo espera ver el extraño sueño del
verano.
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