martes, 1 de abril de 2014

SANO, TEMEROSO E INCRÉDULO.









     Quien escribe no padece ningún trastorno del sueño a causa del cambio de estación  ni siente preocupación alguna por los altos índices de concentración de polen. Duerme poco pero de un tirón. Tampoco le afecta en exceso, eso cree, el cambio de uso horario. Pertenece a una parte de la población española que todavía conserva la bendición de la suerte y que por si acaso toca madera cuantas veces pueda. El sujeto en cuestión es de los que disfruta en el soliloquio con observaciones del tipo “!Ánimo, has abierto los ojos de nuevo a otra primavera! Podríamos decir que posee los atributos de un sustantivo que en España se pelea honrosamente con el día a día, que se equivoca todas las veces que puede y que muy pocas veces después de haber metido la pata donde no lo llaman es capaz de disculparse. El sujeto básicamente disfruta y padece de los adjetivos  “sano” y “temeroso”. Es español sin comerlo ni beberlo  y alguna vez se ha planteado la situación inopinada y sin perjuicio de ser argentino, canadiense o mongol.
    Rayano al medio siglo, cosa que le parece increíble y que al mismo tiempo siente como un consuelo gracias al grado de incredulidad alcanzado, no se escandaliza por una sociedad en la que más del 28% de la población se encuentra al borde de la exclusión social, lo que viene a significar que uno de cada tres niños se halla en el límite de la pobreza, de la desnutrición; sin contar por supuesto a los que ya han rebasado esa línea imaginaria en la que las estadísticas siempre fallan.
   Al sujeto le gusta zapear, aunque cada día menos, y cuando se topa en el canal público con un programa llamado Master Chef se pregunta qué es un niño, niña, padre, madre, anciano, anciana, todos españoles, con hambre. Dirige toda su atención a la boca de su infierno y como un ventrílocuo pronuncia la palabra “infamia”.
  Tampoco se escandaliza cuando lee una entrevista a la periodista Pilar Urbano en la que cuanta que, gracias a que ella es miembro numerario del Opus Dei, pudo evitar que el difunto Don Adolfo Suárez le hiciese caso a su hija y terminara contando cosas como que el pastor alemán del Rey Juan Carlos intentase morderle la entrepierna durante el transcurso de una acalorada discusión entre ambos. El sujeto deduce que por encima de Suárez estuvo el rey y que por encima de este ahora está Dios. Sano, temeroso e incrédulo espera ver el extraño sueño del verano.

    

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