domingo, 1 de diciembre de 2019

NACIMIENTO






Sintió que algo no iba bien

Una vez más la absurda e inopinada sensación

horadaba su cerebro igual que

la aguja enhebrada zurce por enésima vez

el calcetín roto

   

Cuando sintió el calor del agua caliente

en la base de su columna se percató

de que no sabía por qué se estaba dando una ducha



Todos se habían marchado y como siempre

habían dejado la casa patas arriba

Después de cada una de las últimas

reuniones se había hecho la misma proposición

Si deseaba rodearse de amigos

podía citarlos en un restaurante

o en cualquier otro lugar público

Pero sabía que sólo acudirían unos pocos  aburridos

La mayoría solo está cuando hasta sus

deseos y sus pensamientos se les sirven gratis



Se dijo que la Sensación-de-que-algo-no-iba-bien

debía ser condición sine qua non en el estado de

gracia natural del ser humano

como un factor capital en el corpus de las actitudes

indispensables para su supervivencia

Es decir, una emoción ordinaria orbitando al milímetro

alrededor de un sentimiento extraordinario



En todo caso la cuestión no era esa

El interrogante para la ocasión aparecía tras su soledad

En las sombras del miedo a sí mismo y sus terminaciones



Le daba pánico pensar en la posibilidad de aislamiento

No tenía motivos para arrastrarse ante todo el mundo

por esos humores penosos e inútiles porque,

además de ser autor junto a su mujer de una profusa prole,

pertenecía a una fértil progenie que le requería a todas horas

Entonces, ¿por qué mierda tenía esta sensación de obtusa filantropía,

de un principio misántropo sin aparente razón alguna?



El agua que se precipitaba y rodeaba sus pies

parecía más transparente, más fluida, con un brillo único

en el juego de luces led y las del alba que había despuntado,

más agradable al tacto que de costumbre, más salubre

para los dos millones de dilatados y fotoenvejecidos poros,

más templada para calmar sus permanentes deseos de exceso,  

más terapéutica para concluir en paz la dilatada jornada



Pensó que su cuerpo no suponía ningún obstáculo para el agua

El líquido se deslizaba y se adaptaba a las formas de su cuerpo

Escapaba igual que la presa curtida escapa del predador inexperto



Acabaría la ducha y sus pensamientos

escaparían también por el agujero

Después dormiría

Tal vez con un poco de suerte el sueño

resultaría  suficiente para modificar

al menos el orden de sus miedos

Quién sabe si cuando despertara no estaría

asistiendo a su propio nacimiento

  





         






lunes, 28 de octubre de 2019

IX EVAGACIÓN (ZOOS XVI)







 Al final de la VI fase de evagación, en el periodo del máximo bloqueo creativo de la humanidad, tras las anteriores, todas ellas condicionadas por las circunstancias contrarias e incompatibles de la organización y la supervivencia, la violencia alcanzó su máximo apogeo. Todas las fases primitivas y convulsivas, incluida esta última,  fueron necesarias para alcanzar la IX, la definitiva del estado de gracia llamada por la plebe Fase de la locura, y por la comunidad científica Fase Génesis. Las fases del paleolítico, neolítico, antigua, medievo, moderna y postmoderna resultaron evagaciones tormentosas en cuanto a la elección ineludible de la violencia y la justificación ante el concepto de Dios y los propios hombres para la convivencia entre los individuos y los pueblos. En la IX fase dicha violencia quedó superada y obsoleta ante el uso de una especie de indiferencia. Las actitudes egoístas comenzaron a neutralizarse con lasitud y apatía a causa tal vez del cansancio acumulado y de algún modo codificado en el adn de las mujeres y hombres. Se alcanzó la más absoluta parálisis en todos los casos de desacuerdo que pudiesen desembocar en la más nimia disputa. En cuanto comenzaban las manifestaciones de competencia, las partes enfrentadas buscaban dentro de sí mismas los motivos que les empujaban al litigio, e inmediatamente afluía un sentimiento de animadversión hacia el ser interior o la identidad del que emanaba el veneno. Era como si la humanidad como un todo viviese de repente dentro de una gran estructura hermética en la que era imposible que nadie causara el mal a nadie. El menor resentimiento o rechazo se quedaba dentro haciendo todo el daño posible y dirigiéndolo al lugar más recóndito.  Se llegó a un estado general de inocuidad y de meditación encubierta. Pero en realidad se había llegado al momento en el que la humanidad perdía su relación umbilical con la idea del Yo. Se puede decir que estaba teniendo lugar una regresión de la idea de Personificación. El diálogo del que había nacido primero la Filosofía y después todas las disciplinas del conocimiento llegó en la VIII fase a su máximo desarrollo. La personificación del individuo con las metamorfosis de la naturaleza, con el politeísmo, el monoteísmo y el ateísmo se enmarañó hasta colapsar la identidad como método único de presentación de unos ante todos y todos ante uno. ¿Y la ciencia? Esta no ayudaba ni aportaba ningún bien a la vida en común. Había tomado un camino hacia no se sabe dónde. Había abandonado a la humanidad para dedicarse exclusivamente a explorar nuevos mundos y aprender de qué estaban hechos. Pero en cuanto a las, por decirlo en el mismo contexto epistemológico, ciencias sociales, los conocimientos más avanzados y sofisticados las habían abandonado a su suerte. La gente debía seguir luchando afanosamente por la supervivencia, y el hambre por el poder y las influencias continuaban siendo iguales que desde los inicios de la primera fase. Una decisión tácita, prescrita desde un punto de vista nihilista pero no por ello menos pragmático ante la realidad, condujo a la desintegración del Yo. Dentro de esa inmensa nave que era el capitalismo no cabía nada que no fuese productivo. Pequeños grupos liderados siempre por carismáticos personajes hiperbólicos, algunos santos y santas en el sentido de la abnegación y por la intensidad del altruismo, intentaron durante más de seis siglos escapar de las reglas del sistema económico y político. Fueron tantas las nomenclaturas de denominación como novedosos los modelos de reciclaje de sus programas éticos e incluso religiosos. Pero nada de lo que hicieron pudo cambiar la velocidad de la nave que, para todos los pensadores siempre fue excesiva y al final se comprobó que era propia, de crucero, irrefrenable. Fue una trampa que se tendió sin pretenderlo el sistema a sí mismo. Jamás pudo ser considerado que el sufrimiento y la impotencia podrían desembocar en una radical parálisis en el modus operandi de la conducta humana. La experiencia en la psicología de masas arrojaba resultados en los que el fenómeno de la ignorancia podía llegar a cotas insospechadas de aturdimiento y autoengaño en amplias zonas de la población mundial. Sin embargo, nadie sospechó que la manipulación de la información y en concreto, la inventiva de aseveraciones perfecta y vilmente argumentadas,  que producían pánico como consecuencia de futuras amenazas entre naciones e incluso entre continentes enteros, o que embargaban temporalmente a grandes masas ante el anuncio del agotamiento inminente de alguna materia prima u otra de la que dependían millones de clientes y consumidores, con el  consectario engaño de los inversores era el de presentar una sustitución del producto por otro más rentable para los poderes establecidos. Nada nuevo, por cierto,  en la historia, pero sí en su perpetuidad sin el menor efecto subversivo como si había acontecido en otras fases con caídas de imperios ante culturas distintas, o con revoluciones sociales y políticas. Cuentan que el nacimiento de la geoingeniería nació como una ficción de serie b en los inicios de la VI fase. En todas las fases la propagación de la desinformación y el bulo se ha practicado desde ambos flancos de actuación del buen habitante. Desde el flanco protector o amigo y también desde del enemigo. Las falsas noticias son tal vez las mejores armas de destrucción a largo plazo. Tanto se practicó la mentira que la verdad, entendida como el producto más deseado para poder encontrar la paz y la prosperidad, fue rechazada con la misma convicción y desconfianza. Donde aparecía algún atisbo de verdad todo el mundo se aprestaba a sembrar la mentira, del mismo modo que la muerte siempre hace acto de presencia allí donde llegó antes la vida. Para mayor agravio, la significación de vivir a la velocidad de las verdades y las mentiras produjo una desvinculación  total  con la naturaleza, o con lo poco que quedaba de ella. Tanto se falseó sobre la verdad y la mentira que los recuerdos más profundos sobre la llamada intrahistoria, sobre las cosas que se hacen y se nombran sin mediar ningún cuestionamiento, cosas tan importantes y elementales como el intercambio de opiniones, o los inevitables actos de tolerancia ordinarios en la vida diaria entre individuos competidores con los mismos intereses y del mismo gremio, cosas tácitas y virtuales como las herencias y hasta las daciones de enseres y minucias entre padres e hijos, desaparecieron y la convivencia tradicional cobró las características del enfrentamiento sin ambages. Esta guerra de todos contra todos, en lucha hasta por los reductos menos sustanciales para la vida e intrascendentes para los principios fundamentales de la tolerancia y la concordia, condujo a una pasividad colectiva total, a un bloqueo pandémico de tales dimensiones que las personas prefirieron morir antes de inanición que supervivir con el argumento del super yo contra el prójimo como principal móvil de la existencia. Aquello que durante miles de años se proclamó como egoísmo sano, como una bendición divina y hasta humana, se repudió como causa indudable que empujaba a la humanidad a su autodestrucción. Tal concepto de egoísmo constructivo se interpretó paradójicamente como el motor  que condujo a la nave de la historia hasta despojarla de virtudes y atributos hasta reducirla a una inmensa balsa gobernada por verdugos y antropófagos. Ni Géricault cuando imaginó las desventuras y atrocidades en su pintura pudo sentir tal escenificación de la desesperación humana. La IX fase, la de la locura, la de un renovado Génesis para la  ciencia que pudiese soportar argumentalmente el pasado de nueve fases destructivas de evagación, podía resultar perfectible. Según la comunidad en cuestión podía superarse el apocalipsis y evitar la designación oscurantista de Babel Celestial. La pérdida del control con la autodestrucción total suponía un precio demasiado alto para dejarlo en manos de la fe, objeto a fin de cuentas siempre analizado y cuestionado como herramienta útil para hallar el sentido de la condición humana.  El loco y la loca, como bien señala Cirlot en la entrada de Loco, El, en su diccionario de símbolos, son ambos sustitutos de las victimas del sacrificio. Esa inmensa parte de la humanidad, la que no ha tenido más remedio que hallar soluciones como las de los osarios y crematorios para localizar la veracidad de su descanso eterno, el código del paso por este mundo que conocemos, enloqueció y según se cree la determinación se encuentra en una negación radical como exclusivo método para seleccionar a una minoría selecta de individuos que sean capaces de vivir sin preguntas que pueden comprometer la estabilidad del tiempo presente. La contemplación del tradicional y angustioso futuro era una maldición con la que principalmente se visionaba la muerte del individuo como medida de recompensa de una vida eterna. Es el último arcano del Tarot y no dispone de numeración. Es una Carta exclusiva, como no podía ser de otro modo. La figura aparece con un Lynx Pardinus pero con la rareza de ser albino mordiendo su pierna izquierda. Según Cirlot esto podría significar que aún conserva un resto de lucidez, pero que lejos  de devolverle a la luz le empuja hacia adelante,  si cabe con más lucidez hacia la locura. Durante todas las fases de evagación la locura molestaba para un normal funcionamiento del poder. Solo cuando el propio poder se percató que sus propios métodos y maneras sofisticadas conducían sin remedio a la hecatombe se adoptó una inclinación hacia las posibles virtudes de la locura. Hasta entonces el poder siempre había negado la locura porque la asumía como un estadio mental asociado a la muerte. Pero con una exposición muy próxima al ahorcamiento suicida de toda la estructura social. Es decir, la locura aprehendida por los individuos como una vía no solo cívica, sino incluso religiosa o filosófica, era vista como una actitud pedagógica sinónima de delito contra la salud pública.  Como en una fiel representación  miope de la realidad en la que la fuerza de la intensidad de la luz diluye el cromatismo de los colores, el poder había mostrado su incapacidad para percatarse de que el miedo utilizado como medida correctiva y las noticias falsas, conducen, en un Estado de creciente e incesante concentración ideológica y económica, igual que si se tratara de una transmisión genética de padres a hijos, a una suerte de inmunidad frente a la manipulación y el control ejercido por los poderes políticos y económicos transmodernos. De modo que los herederos de las fases de evagaciones racionales, por decirlo con un eufemismo que sea respetuoso con la memoria de millones de héroes y heroínas asesinadas y ninguneadas por culpa de sus ideales sedientos de justicia trasversal ante el inevitable natural egoísmo practicado en la condición humana,  mostraron una inaudita anorexia mental, un empacho y estragamiento a causa de un colapso en el  instintivo sistema de insaciabilidad y desmesura de aprovisionamientos y atributos facultativos psicológicos y semióticos para someter al prójimo. En el Tarot, El Loco carece de cifra y orden. Tal vez deba ser así porque la locura podría ser tomada como un recurso in extremis pero nunca igual que todas las metodologías aplicadas hasta entonces, como una realidad crítica. Con esto es clara  la lógica del proceso. Cuando el sistema social está enfermo para alcanzar la meta del bien común, habrá que usar lo peligroso, inconsciente y fuera de lo normal, al menos por una vez en la historia, para neutralizar las posibles causas que dificultan la proyección. Lo único extraño del fenómeno social e histórico es que por una misteriosa razón se extrapola la actitud, voluntaria e involuntaria, de la locura del sujeto como ente independiente según la combinatoria de sus conocimientos y emociones, a la aplicación colectiva, a la extraordinaria transformación  de una enfermedad no contagiosa en una pandemia de consecuencias inopinadas y paradójicamente mesiánicas. Claro que se trataba de un mesianismo decapitado, sin ambición para tomar la superficie de las sociedades como todo dogma conocido hasta entonces. Es decir, un mesianismo sin cabeza, que viene a ser como una tutela sin normas. Su escusada y soterrada naturaleza fue igual al nacimiento de un  cañaveral. Nadie podía imaginar que bajo sus pies, en aquella tierra prometida de la inteligencia artificial, casi siempre seca y abundante en cantos rodados a causa de las repentinas avenidas provocadas por las lluvias artificiales en las tierras altas ocupadas  por las corporaciones y multinacionales,  pudiera ser el seno del inmenso laberinto de raíces que buscaban la profundidad y la horizontalidad del subsuelo estatutario casi desde la primera evagación. Dicha búsqueda proporciona la necesaria cimentación y el suficiente asimiento para que los vientos y crecidas más violentas no puedan jamás arrancar las triunfales y elegantes cañas que retroalimentarán por fotosíntesis al caos enterrado igual que un tesoro. La masa fue como una mujer loca que opta a voluntad por la inanición y las enfermedades infecciosas antes que asumir cualquier actitud competitiva contra el prójimo en la lucha por la supervivencia. Podríamos decir que el concepto de la Nadificación contra la violencia fue enraizándose en el subsuelo social quién sabe desde cuándo, tal vez desde la primera evagación. La posibilidad de ser algo parecido a un no-ser humano fue una historia callada y tomada como fundamento principal para combatir contra la perdición demostrada en la didáctica para ser el ser-humano conocido hasta entonces. Se trataba, en base a los síntomas generales, de trastornos mentales muy relacionados con la depresión clínica. La pérdida de interés por todo y la disminución de las funciones psíquicas llevaron a millones de personas a la inapetencia sexual y hasta el inmovilismo insufrible para así no invadir la zona de confort del otro y no despertar suspicacias. Una depresión de la masa puede llevarla objetivamente al abandono hasta la autodestrucción perfecta, ya que no existen sujetos que reclamen ayuda, y mucho menos derechos para segregarse del enjambre estéril e inútil.

martes, 1 de octubre de 2019

20.000 palabras









    Durante más de veinte mil palabras que intentan investigar los principios actitudinales en los orígenes de una vida que siempre será insignificante a los ojos de las clases más poderosas (ante todo a causa de su incompetencia para pensar en el poder y ocuparse de las cosas ordinarias de la vida como son, entre otras, la captación del voto y la posterior traición),  y unos cuantos poemas descriptivos de la mística de un individuo enemigo a muerte de los diletantes de fondo, han acaecido ciertos hechos que han transformado definitivamente su visión del mundo en un equilibrio de fuerzas por la preeminencia de unos individuos sobre otros sin suficientes razones ni méritos especiales.
 Antes del inicio de su única novela, o bien cajón-novela, como a él le gusta pensarla (está convencido que no va a malgastar energía alguna en otra cosa que no sea ese texto extenso y comprimido a la misma vez), veía a los seres humanos como a millones de coches locos de feria que intentan inútilmente evitar choques y atascos en el cuadrilátero de la civilización. Sus observaciones le habían llevado a una explicación más o menos razonable acerca de los fracasos de la colectividad y de la infelicidad de sus miembros. Pensaba que la torpeza en los procedimientos era una y otra vez el motivo por el que ocurrían los desastres de convivencia y habitabilidad. Creía que sólo con grandes dosis de paciencia y de continuo estudio se sortearían los graves problemas que durante siglos había venido sufriendo la humanidad. Con dicha perseverancia y una mezcla de fe y honestidad frente a un mínimo de empatía hacia “el otro”, se podría en un punto indeterminado del pedregal hegeliano de la historia, del paraíso perdido, subsanar las imperfecciones del entramado social.
  Pero ahora, tras esas miles de palabras, piensa que el hombre es una máquina aniquiladora de vida. Es un animal capaz de auto convencerse de que puede escapar de sí mismo y de la devastación que crea a su alrededor con el elástico sentido del amor. La sofisticación es su arma principal y su empleo lo justifica para hallar el bien común, cuando en realidad busca los límites del Hacedor para intentar poner un pie más allá de donde se ha visto que lo ha puesto éste.  
  Tras un primer reconocimiento en su nueva perspectiva de la obra intuye que sus padres son los principales responsables de la farsa que ha vivido. Le amaron tanto (aún lo hacen, pero desde el interior de una cueva de  desconfianza y  decepción, desde la angostura anímica de la senectud) que casi lo dejan ciego y sordo. Obsesionados con la penuria que habían conocido en la posguerra civil española, en aquel periodo de amor y protección contra la ácida realidad social innombrable que le haría perder atónito la ingenuidad, la inocencia y hasta la esperanza, deberían haberle insuflado de algún modo para contrarrestar los altísimos niveles de empatía y positivas emociones, ciertas dosis  más o menos racionales de obligado antagonismo hacia “el otro”, ya que “éste” va a resultar ser tu oponente lo quieras o no. Una toná de las malas artes ha motivado al menos a generación tras generación para salir desde las cavernas de la prehistoria a búsqueda de Dios. La motivación de que en el contacto permanente con muchos “otros” se encuentra la mitigación de nuestros miedos es la mayor atrocidad que se haya podido cometer la  humanidad a sí misma.
 En un increíble equilibrio de fuerzas medidas por el odio, la envidia y la conciliación, se han ido fraguando las civilizaciones gracias al laboratorio de la reproducción humana, la adaptación de sus individuos a las sociedades, y el negocio con toda clase de mercancías, tanto emocionales como materiales (incluyéndose la propia carne), para paliar el instinto de destrucción total hacia “el otro” con el objetivo de jugar a ser Dios. Los humanos son incapaces de amar sin destruir y viceversa. Amar es matar; y todo comienza negando al “otro”.      

viernes, 14 de junio de 2019

MI SMARTFHONE










Nunca pude soportar el ruido que hacían

los relojes despertadores en mi mesita de noche

Ni siquiera podía resistir aquellos pequeños a pilas

que tuvieron tanto éxito y que tenían un segundero

tan sutil que parecía un diminuto insecto intentando

escapar en mi inevitable duermevela

del eje rotatorio del mundo



Las noches que intenté dormir con aquellos vehementes

artefactos del sotto voce se convirtieron

en ejercicios oscuros y opuestos al arte iluminado

de pensar el tiempo y el espacio



Era como estar borracho con el punto malo

Lleno de ira lo enterraba  vivo en el cajón de la mesita,

Sepultaba inútilmente  entre calcetines

y calzoncillos al narrador de la nada

Era como si te condujeran con los ojos vendados

hasta el hueco de tu sueño eterno



Por desgracia no heredé de mis antepasados

el canto del gallo ni el movimiento de los astros,

ni tan siquiera un humilde solar para dormir tranquilo

y que me despertaran las campanas de las torres,

con esos golpes rígidos de badajo tan intensos

como los pálpitos en mi carne de la carne de la

mujer que más he amado

Para despertarme siempre he tenido que recurrir

a los favores de la inteligencia artificial

No obstante intenté aprender a despertar

solo con la ayuda de la intuición y los presentimientos

pero pronto comprendí que por más que lo intentara

el corazón y la mente van siempre unidos de la mano,

porque en el tiempo humano cuando uno se somete

el otro lo desprecia por su postración cobarde



 

Por suerte todo aquello quedó muy atrás

y ya ni me acuerdo de la primera vez que dormí profundamente

gracias a la complicidad de mi teléfono móvil



Desde entonces, al final del trasiego con las sábanas,

de mi respiración superponiéndose a sus caprichosos sonidos

de la sinergia del animal de la noche o viceversa,

de mi yo perdido dentro de mi cuerpo,

suena la alarma del terminal para decirme

con sigilo, in crescendo y con timbres matriarcales a la carta,

que es hora de regresar a un lugar siempre extraño



Tan solo algunos mensajes, más erráticos por mis costumbres

analógicas que por la más que demostrada

incompetencia transversal de la cuarta generación robótica,

me han causado una alteración cerebral hasta casi alcanzar

el umbral gamma en el vado del yo de la conciencia,

aunque en honor a la verdad han sido de la categoría nimia

de red social o de notificación de una compañía de comunicaciones


Mi smartfhone, cuando me encuentro en la fase delta,

Ilumina todas las noches mi habitación con una luz

en la que todo se funde en un color blanco,

tan intenso que si despertase quedaría ciego de por vida,

lo sé porque es mi sueño reiterado

la luz me transforma todas las noches en cosa de otra cosa

o esa otra cosa en parte de la cosa que comprendo

para  ser y estar inenarrable, sin forma ni estado,

solo,

devorado por esa luz transmoderna que vela mi descanso









  



 















    

jueves, 25 de abril de 2019

EN EL OLIVAR (ZOOS XV)










  Siente poder suficiente incluso para eliminar al exconcejal si fuese necesario. La idea de que Mor esté enterrado tan cerca de la propiedad de aquél no le inquieta pero le molesta. Bastaría con unas pequeñas comprobaciones y luego dispararle en su frente ancha y prominente con el silenciador instalado. Casi siempre acude al olivar sin compañía alguna. Últimamente lo ha visto la mayoría de las veces en las puestas de sol. No le resultaría demasiado difícil borrar las huellas del crimen. En el campo puedes matar a quien quieras, sobre todo si se trata de un inmigrante senegalés y no posee nada en la nube. Tan solo la intensidad de sus odios y deseos podrían dejar rastro de sus pasos. Pero aún no se conoce a nadie en la historia que haya podido dar constancia  después de muerto de cómo sus  emociones condicionaron para bien y para mal (muchas veces los dos conceptos inciden desconcertantes en la misma persona), el laberinto económico y jurídico en la nube. Sobre todo en la actual nube. No se conoce de qué modo o en qué forma podríamos legar nuestros sentimientos si no es con dinero o con una obra maestra, ya sea iconográfica como los frescos de la capilla sixtina, o de cogito altruista o sórdida, como el cristianismo y el marxismo, o como el fascismo y el capitalismo salvaje. Si se tiene en cuenta que estos legados solo convergen en un mínimo porcentaje de las personas desaparecidas, podemos llegar a la aséptica conclusión de que casi toda la humanidad muere sin causar ninguna repercusión posterior que suponga pública y notoriamente para el desarrollo ulterior de “su” ser en la historia una naturaleza imprescindible. Los muertos de esta categoría mayoritaria se piensan, según nuestras concepciones fantasiosas de lo que podría ser una vida más allá de la conocemos, en un mundo en el que de igual modo no significan nada. En  sitios vagos como los intersticios de nuestra conciencia, muy relacionados con los espacios conocidos por “mente en blanco”, en los que miles de millones de espíritus cumplen la misma función que desempeñaban antes de sus muertes. Es decir, miles de millones de muertos pasan de un lado a otro de la nube con la misma significación de absoluta intrascendencia para la voluntad y anhelo que ellos mismos profesan contra su insignificancia. Desde un punto de vista  antropológico y  biológico quizá esto cobra sentido para la resiliencia de la especie. Por su puesto tras las nueve evagaciones de las que aquí, y sólo aquí, en este texto, se habla. Porque así dentro de siglos la humanidad ofrecerá de su seno ejemplares más resistentes ante retos psíquicos y físicos inimaginables. Pero desde la experiencia vital del espécimen supone una negación radical de sí mismo ante el inevitable axioma de la muerte en vida. Si Spinoza en su comprensión de un Dios bueno y verdadero asegura que éste es mucho más que todo lo que nos cuentan de él, y que está en todo lo que vemos y sentimos, y comprobamos estupefactos que es una incuestionable realidad que está todo menos la plebe, no es difícil de entender que esa masa inmensa de muertos en vida aguarde en cada envite de penuria y sufrimientos con el precepto Nietzscheano “Dios ha muerto”. Una mente lúcida y brillante no piensa nunca como la plebe, por más que quiera y lo intente para comprender el destino de la humanidad y el suyo. Sin embargo,  el sentimiento de la negación es el único método de análisis capaz de situarnos a todos en igualdad de condiciones entre el deseo y la realidad. Si a pesar de tu inteligencia o tu poder sientes y comprendes a la plebe, estás en disposición de utilizar la farsa del arte, el conocimiento y el dinero para ser un personaje activo en la gran tragicomedia de la vida. El caso de Mor no parecía precisamente uno de estos dechados. Ya habían transcurrido más de dos meses desde el accidente y no aparecía el menor rastro de alarma o una mínima preocupación por su desaparición. Ni en la televisión ni en internet se hacía mención a su obra artística, su vasto conocimiento o al ínterin entre su muerte y el resultado legal de su herencia en activos o patrimonios. De momento Mor apuntaba al perfil de ser nadie. 


domingo, 24 de febrero de 2019

MALOS PRONÓSTICOS











Predijeron que caerían intensas lluvias



Los hombres y las mujeres del tiempo

anunciaron una y otra vez en todas las televisiones

durante todo el día de ayer que hoy llovería

y no ha caído ni una gota



Pusieron en el mapa unas nubes muy negras,

algunas simulaban unas gotas grises y otras

estaban atravesadas por unos rayos carmesí

y de ninguna cayó nada



Estamos aún en febrero y las lindes y sementeras

junto a los caminos ya están secas y polvorientas,

Las tierras de labranza antes de germinar los girasoles

aparecen con una sutil capa de polvo gris

sin embargo, estas imágenes no las emiten en televisión



Todo el mundo, incluso a quienes menos nos importa,

por las nulas repercusiones en nuestras cuentas corrientes,

deseaba lluvias moderadas y algunas localizadas

especialmente intensas en áreas costeras



Hay gente que no sentimos sed y, sin embargo, terminamos

asumiendo que los temporales en estos tiempos

son más esporádicos y menos caudalosos,

Gente clamando para que llueva en televisión









sábado, 16 de febrero de 2019

BIOMETRÍA










1.
   El corte en el antebrazo derecho no es demasiado profundo pero el calor que produce y la abundante sangre le obligan a salir de los recuerdos. La herida de unos cuatro centímetros, paralela al radio y al cúbito no ha sido a causa de las espinas de las zarzas. La alambrada que instaló el dueño de la tierra colindante tras comprobar que él con la rodada del Land Rover estaba haciendo un nuevo camino en su propiedad era la causante de la herida. Se da cuenta que se ha manchado las runner Nike verde pistacho, casi recién estrenadas y compradas por muy un buen precio como par suelto, con unas gotas de sangre. “A este capullo cualquier día lo mato”, murmura, buscándolo a su alrededor, por si acaso está perdido, como lo ha visto en otras ocasiones, entre las hileras de olivos que se pierden por la pendiente abajo desde el borde de la rodada. El “capullo”, como él lo llama, es un exconcejal muy curtido en la política local y provincial, en la política humilde de las medias distancias, es decir, en los negocios bienhallados que llegan impuestos desde un lugar de la nube gracias a la oraciones encomendadas y al trabajo bien hecho a pie de las urnas electorales. “Qué importancia tiene para mi conciencia un muerto de más o de menos”. Este discurso le daba miedo en realidad. Cuando tuvo que darle el tiro de gracia a Mor sintió el mismo escalofrío que cuando Freddy lo arrastró como una alfombra y lo metió en el maletero del Panda. Para él es indistinto del lado que estés ante la muerte, hay un instante en el que víctima y verdugo comparten la misma ilusión en el umbral en el que todo es y a la vez no es. Él no quiere saberlo pero lo sabe, y además sabe que es adicto a pisar tal umbral.
 Cuando vio la tarjeta de identidad biométrica de Senegal se sintió aliviado. Es evidente que tras comprobar la identidad continuaba mirando a su alrededor como una fiera enjaulada, pero no lo es menos decir que allí Mor no era nadie, que podía decirse con total tranquilidad que ni había pasado por el lugar. A pesar de su identidad biométrica si alguien lo echaba en falta sería un compatriota, o algún habitante de las chabolas en las tierras tóxicas de la periferia de la ciudad, algún individuo eslavo o de su misma raza. Le acababa de quitar la vida y no se le ocurrió pensar otra cosa que tal vez estuviera asistiendo a los últimos minutos del anonimato de la historia. ¿Qué ser humano podría pasar en breve sin identificar a través del arco iris de su propia imaginación si los mecanismos de reconocimiento de la autoridad competente funcionan a la perfección gracias a la voluntad de filiación del mismo sujeto? Ni siquiera en sus propios sueños podrá acceder a otra cosa que no sea un mundo que le es siempre ajeno. Tan difícil es hacer desaparecer a alguien como tratar de desaparecer tú mismo en un mundo que no da tregua a la impostura del anonimato. Pero él lo lograría.
  Había enterrado el cadáver en la base de un berrueco, lejos de la erosión natural del agua ante una hipotética repetición típica de las borrascas en los inicios de la primavera. También tomó la precaución de embutir el cuerpo con una bolsa mortuoria impermeable antes de ocultarlo, pero lo había hecho a poca profundidad y sabía que los jabalíes hambrientos del parque se acercaban últimamente demasiado a las primeras casas de campo buscando restos de comida que los propietarios dejan tras los fines de semana. Era imposible que alguien presenciara la ocultación del cuerpo en una noche  tan oscura y en un paraje tan solitario. Aprovechó la poda de un olivar cercano y quemarla para hacer un túmulo de ceniza en honor al más ignorado que perdido africano, según creía él,  encima de la tierra removida. Era al menos la tercera vez que la inercia de las emociones le conducían al sitio, como él lo pensaba, el lugar del accidente. Había intentado sin éxito en una ponencia del jefe forense de la provincia sacarle información sesgada acerca de agresivas quemaduras halladas en cuerpos encontrados por muerte violenta, sobre todo entre los asesinatos producidos en la comunidad moldava o ucraniana. Los rostros completamente desfigurados a causa del efecto del ácido fluorhífrico parecían más una medida para acentuar el pánico en el asesinato ejemplarizante, incluso una chapuza de sicarios novatos, que un procedimiento serio para borrar las huellas de los crímenes. La serie televisiva Breaking Bad, con el uso para el mismo fin del ácido en cuestión, le dio el conocimiento de un ácido oxidante de mayor eficacia.  Era una señal excesiva de desprecio a la comunidad creer que por ser jefe de la policía local estaría siempre lejos de toda sospecha de aquel “accidente”. Él en el fondo era arrogante, a pesar de toda la verborrea de barra de bar y de vendedor de papeletas de sorteos benéficos, se sentía superior a casi todo el mundo. Y el “casi” era en realidad un sentimiento  que se  infería a causa de su permanente actitud de desconfianza a todo lo que le rodeaba, tanto en el plano general del mundo y las cosas Roussoniano como en el particular de la unicidad e indivisibilidad de los detalles Blakesianos. Ambos eran para él, sin haberlos estudiado, sin ni siquiera haberse molestado en hallar, una referencia filosófica o de pensamiento a sus conclusiones personales, iguales de inútiles y perniciosos. El aserto “No te fíes de nada ni de nadie” era su salvavidas para intentar no pagar nunca el precio de la renuncia con el coste de su infelicidad. Buscar con fe el amor y la confianza en alguien le impedía verse a sí mismo como un secretario exclusivo del universo, y apostarse en la observación del mundo como espectáculo o cuando menos objeto digno de análisis le negaba la posibilidad de sentir la vida como experiencia ineludible que asume inopinadamente e intempestivamente todo individuo, de padecer y disfrutar de la carne, la sangre, las lágrimas y las risas de los demás. El resultado final en la actitud de dicha arrogancia era el de un personaje que debe trabajar, por dictado de una autoridad extraña y anónima pero tácita en el día a día de los gobernados en las sociedades transmodernas, en una obra como único actor en varios papeles distintos e incluso opuestos en los intereses. Era histriónico en toda la dimensión del término, por su logro y empeño de disimular la frialdad y cálculo de su verdadera naturaleza. Quizá su mayor éxito en las relaciones sociales e incluso personales se basaba, y él lo presentía y cuidaba como su único tesoro, en su ilimitado talento para adaptarse a las circunstancias según el momento y así demostrar su capacidad de compromiso con uno de los valores más apreciados y también más subjetivos  en la historia del mundo, el de la lealtad. Concepto o idea consecuentes siempre tras la experiencia pero que jamás resulta tan impoluta y esplendida como en su concepción y en el sentimiento que genera. El resultado  decreciente en la práctica de la aplicación de la lealtad, siempre se ha visto de un modo ostensible como lo contrario a la traición, y no como un atributo indisoluble del mismísimo Demiurgo. Pero, ¿Acaso en el empeño de que funcione la implacable reivindicación de esta virtud, no subyace siempre la sombra de la duda del sujeto que la enarbola ante la mínima posibilidad de que el objeto o persona a quien se aplica no suponga en realidad  la autenticidad de lo que se presume o quien dice ser? ¿Y una vez que asoma tal sentimiento de tibieza o incredulidad frente a la pureza de lo que se defiende no sentimos que nos traicionamos a nosotros mismos si adoptamos dicha actitud sobrevalorando sus propiedades éticas e incluso terapéuticas? Si no estás seguro de la exactitud en la naturaleza de las cosas que no dependen de ti, estás condicionando tus criterios acerca de tu situación en el mundo, tu capacidad para catalogarte como agente social bueno o malo, no solo en el sentido de tomar decisiones que pueden afectar a la vida de los demás, sino que además con todo te posicionas desde tu propia subestima como un ser que no sabe cuidarse lo suficiente y que necesita ser leal a todo lo que le rodea como señal de respeto y agradecimiento. Si continuamos con la secuencia de derivaciones que provoca la duda acabaremos en el universo consectario de la laxitud de conciencia, que puede conducirnos en primer lugar a la aceptación de tal estado de conciencia y más tarde también a la aceptación de la mentira. Y todo gracias a la contemplación abúlica de amor al prójimo como máxima de la ciencia social. De este modo, según esta narración, parece que la mentira que queremos evitar es mera consecuencia de la duda que genera el incondicional empeño por la lealtad. Es cierto que nos horroriza pensar en el aspecto de la bestia que se esconde tras el vaporoso muro que nos separa de ella. Sin embargo, no es menos cierto que, como en el mito de la caverna de Platón, la proyección de las sombras, de la bestia, nace de nuestra ignorancia y del miedo a una realidad que  por su aleatoriedad creemos perjudicial e inasumible. Por esto el mal mayor es la traición, es decir el instante de terror en el que  se desarrolla la duda ante la lealtad. La aceptación de la traición es la ruptura con el deber y la fidelidad. Pero, ¿en cuanto a qué y por qué se establecen estos dos conceptos últimos?
 Obedecer en el deber de no menoscabar el amor congénito e incluso fraternal, de no blasfemar contra el hecho sagrado o la justicia instauradas en base a unos intereses individuales o colectivos, desarrollados para preservar el juego pactado entre el gobierno y la obediencia de los gobernados podría ser en definitiva sobre la práctica la función y uso de la no-traición, de la respetable e hierática lealtad. Para él, la ausencia de traición es imposible sentirla porque es incapaz de acatar las reglas y las órdenes de ningún dogma ni poder establecidos sin un atisbo de objeción. Quiere, igual que individuos como Ludwig Wittgenstein (un santo y mártir de la épica postmoderna), que se dejó la vida en ello, creer en Dios a toda costa sin conseguirlo ni un solo segundo de su vida. Pero sabe, tal vez por el tiempo en el que le ha tocado vivir, gracias a individuos como Ludwig que escudriñaron en el lenguaje y lo dejaron a la altura de una vil y miserable artimaña de los hombres contra los hombres, que es inútil que se resista a la desconfianza y al entredicho con Dios y toda su creación.  No obstante intuye de qué está hecha  la naturaleza del tejido social y de las relaciones humanas y se mueve en ellas con la llave de la traición bien guardada. Esconde la clave en el bajo vientre, siente la energía en este lugar, y que irradia desde el mismo hacia el exterior la toxicidad de la traición para evitar el error de la candidez, y hacia su interior, dirigida a su alma, como bien diría un ateo que intenta distraer la atención de Dios con las mismas cosas de Dios, concentra la no-traición en su cándido país interior. Lo que parece un absurdo y disparatado oxímoron se produce en el país interior con la aplicación de la lealtad para combatir los efectos de la misma lealtad, de modo que su corazón solo viva, sienta y vele para sí mismo. La comunicación hacia la comunidad de sus buenas emociones y sentimientos son sus mejores cualidades para establecer buenas sintonías desde los intereses más banales hasta los de mayor compromiso. Confidencias y delicados secretos profesionales que podrían comprometerle mucho más allá de sus competencias periciales  ha debido custodiarlos en compañía de testigos a los que ha debido sobornar gracias a una fría empatía colectiva a la que ha concurrido junto a una camarilla de políticos locales y miembros de asociaciones religiosas y deportivas. El narrador la considera camarilla porque es una evidencia que actúan directamente sobre la gestión de los fondos públicas administrados desde el pueblo, pero para este, según consta en las manifestaciones populares acerca de la política y la economía, se trata de  una caterva temida y despreciada a la que hay que soportar si se quiere conservar el privilegio de la pasividad; y visto desde un punto de vista meramente analítico si el pueblo quiere limitarse a ganarse la vida y vivirla como un derecho concedido por la misteriosa justicia divina, este debe ser el precio que se debe pagar por optar por la mecánica mundana en la elaboración del fruto regalado por lo divino. Con el veneno anestésico del bajo vientre, igual que si se tratara de un semen gaseoso y radioactivo  que contamina todo, cultiva con amabilidad y muchas veces también con diligencia, cumpliendo con el papel de un ángel funcionario de la justicia divina, el sentimiento de igualdad y reciprocidad con sus semejantes.  

domingo, 27 de enero de 2019

VIDA BUENA














Puedes presumir por los mentideros
de no tener deudas con la justicia,
ni con ningún tipo de derecho,
incluidos los tuyos propios

Puedes ufanarte de cumplir
con el principal mandamiento
que te impusieron tus padres
y que aceptaste a pies juntillas,
el de evitar que un ignominioso dedo
te señale entre la muchedumbre
hambrienta de éxitos y famas
como a un reo en el corredor de la muerte

Puedes observarlo todo desde lo más alto
con la ayuda de un golpe de suerte,
e incluso hacerte valer entre los poderosos
y que a estos les parezcas imprescindible

De todo eso puedes enorgullecerte,
gracias al protector antifaz más moderno,
al embozo ético y estético capaz de ocultarnos
hasta en panópticas avenidas digitales,
gracias a una hija del pasado,
antes repudiada y ahora protegida
por el meretricio futuro,
la ignorancia

Si alguna vez se te ocurre cuestionarla
y llegas a pensar que mal vives por ella
no te sumerjas en los ríos de rápida corriente,
no busques ayuda en las veloces
palabras de los sabios pregoneros,
es mejor ir de cara a la muerte,
que la muerte ame tu vida buena