martes, 11 de diciembre de 2018

LENTITUD






Nada hay definitivo en el camino
Ni siquiera es apta para calmar
La presunta verdad
Ésta resulta,
Igual que la presunta mentira,
Según las circunstancias y el momento,
Tan dolorosa como placentera

Encontrarlas no satisfacen
Y priorizarlas enloquecen

La meditación
o la contemplación
Son errores de perspectiva
Pues siempre se llega a ellas
A causa de las preguntas
Nunca como consecuencia de las respuestas

Nada hay en esta orilla del tiempo,
Desde este acañonado espacio,
Que sea suficiente para paliar
La insuficiencia que deja tras de sí
El deseo
Inevitable y culpable

Ni el amado vacío a la fobia
Ni la plenitud de la fe
Alcanzan la lentitud necesaria
Para ser Dios u hombre

Sigo en el camino, ebrio de vida
En la beodez iracunda de una sed insaciable
De todas las noches y sus días
De todos los días y sus noches   





 






domingo, 25 de noviembre de 2018

ANTIGUOS FUNERALES










                                                                                                  Nueva entrega de la novela Zoos.





Beltrán y Delibes, 1994, aseguraban en el estudio que el lince ibérico es eminentemente crepuscular y nocturno.  Para el animal la luz del día  en invierno y la de una noche de luna llena en verano son especulativas, pero ante todo absolutas. Ambas son templadas y suficientemente luminosas. Es decir, lo más parecido que puede ofrecernos la madre naturaleza a una luz artificial. Quienquiera que se adentre en el parque y su entorno para ver al felino debe hacerlo en esas condiciones atmosféricas. Claro que quien quiera encontrar conejos debe hacerlo en las mismas circunstancias. Un día lluvioso, una noche de luna nueva o un mediodía de verano son el peor marco para que el Lynux pardinus salga a buscar Oryctolagus cuniculus, su principal sustento. Los conejos son muy sensibles a la presencia de los hombres. Él suele verlos como cyclist  a lo largo de la vía recreativa, a lo sumo a media distancia, nunca más cerca, cuando los tiene demasiado cerca es o bien porque el animal cree que se ha camuflado lo suficientemente bien entre la jara y el cantueso, porque se trata de un ejemplar enfermo, o porque es un desternillante gazapo capaz de subirse al manillar de su bicicleta. Las condiciones en las que  encuentra  al lagomorfo son las mismas que para el lince. Luz que apenas calienta y que la mayor parte del tiempo la acompaña los molestísimos vientos de levante o poniente pero que ilumina  con la suficiente intensidad para un animal vea y cace al otro en un sueño, con el menor sufrimiento y empleo de energías. Con esta fuerza ultravioleta les gusta caminar a los cazadores por los terrones de las tierras de secano recién labradas. Buscan conejos en lugares en los que hace décadas se movían a sus anchas miles de ejemplares de Lynux pardinus. Cuando acechaban incluso en la estrecha línea recreativa en la que él se encuentra  con las presas, y que ahora valora como reliquias de un pasado que vomita a duras penas en una tierra anacrónica cazadores condenados a hallar estas mismas. Puede que algún cazador piense que en el caso de recuperar el índice demográfico de lagomorfos se regenere la especie de felinos. En la dispersión del lince adulto perecen la mitad de los ejemplares (Ferreras et al., 2004). Los datos hacen referencia al parque y su entorno, pero las áreas de asentamiento son como mínimo de entre diez y veintiún kilómetros, dependiendo por supuesto de la abundancia del sustento principal. En los casos que la dispersión ofrece tierras ricas en alimento más de un adulto pueden compartir dichas áreas. Se trata de situaciones excepcionales dadas las condiciones, si no tenemos en cuenta las fases de apareamiento, de inaccesibilidad que muestran estos animales. En alguna ocasión un ejemplar ha recorrido miles de kilómetros en círculos, atravesando autopistas y amplísimas zonas urbanas tratando de encontrar su área de asentamiento. Este último lugar también pueden ser heredados por los ejemplares hembras de sus madres. El macho tras la dispersión, según los estudios realizados en el Parque (Ferreras et al., 1997 y Palomares et al., 2001) defienden un territorio exclusivo de entre tres y cuatro kilómetros cuadrados,  se sitúan en el centro del área de campeo y lo defiende intensamente de otros machos.

   Si quería ver a Gloria no le quedaba otra opción que ir hasta el pueblo que tenía en su escudo la cabeza de lince. Muchas veces fue hasta allí en vano. Hacía autoestop o cogía buses que le ocupaban entre la ida y la vuelta más de media jornada, y cuando llegaba y la llamaba desde una de las tres cabinas de teléfono que había en la localidad era ya tan tarde que alguna vez al otro lado del hilo solo se oían tonos de voz masculinos.  Por entonces ya tenía el carnet de conducir pero se hacía de vehículos que apenas le aguantaban una semana sin que se averiaran. Los padres de Gloria eran mayores y estaban enfermos. No querían problemas con la menor de sus hijas. Se sentían débiles y también ignorantes para mantener una educación estrecha y constructiva con una hija adolescente. Mantenían con ella un horario y costumbres inflexibles. Sus cinco hermanos, algunos ya casados y con hijos, colaboraban en la vigilancia de sus movimientos. Cuando murió el padre uno de ellos fue a buscarla al local en el que habitualmente se citaban. “¿Este sabe que tu padre está muy enfermo?”, le preguntó a Gloria tras sorprenderla de espaldas a la puerta del local. “Nos tenemos que ir. Tu madre te espera”. Ella giró bruscamente sobre sí mismo, tomó carrera y tropezó contra un taburete junto a las mesas de la terraza desplazándolo hasta el adoquinado de la calle. Sabía por qué motivo habían ido a buscarla y se asustó mucho, y además no soportaba que le vieran con él y tener que dar explicaciones. Gloria no entendía que su familia no aceptara que se citara con un chaval completamente desconocido. Era demasiado joven para entender que el alimento favorito de los prejuicios es la incómoda ignorancia. El hermano de Gloria contestó con monosílabos a preguntas que le hicieron desde todos los puntos del bar. El local era de forma rectangular.  Tenía una distribución y una decoración completamente funcionales. La construcción era nueva,  de poco más de un par de años. Los dos hermanos que lo regentaban conseguían congregar a clientes de varias generaciones. Uno de ellos siempre llevaba en invierno, incluso detrás de la barra, una chupa de cuero, y el otro un jersey con colores de camuflaje para la cacería. Lograban, por decirlo de algún modo, y tal vez sin predeterminación, la difícil encomienda de poner a todo el mundo de acuerdo para tomar café, licores y refrescos. Al fondo del local en la penumbra se encontraban un juke box casi siempre en funcionamiento y una cabeza embalsamada de jabalí justo encima del frontal de luces de colores de la máquina.  La luz entraba a duras penas por una cristalera dirigida al Este. Se podía ver desde allí, en lo alto de un cabezo,  un pequeño bosque de olivos con las ramas más altas encendidas por la luz del sol que le llegaba desde el lado opuesto del mundo.   El tiempo que le tomó al hijo del difunto buscar y encender un cigarrillo estuvo mirando con detenimiento en la pantalla del televisor al hombre del tiempo y su mapa con las previsiones meteorológicas. Él le preguntó, tal vez sin saber qué decía, si sabía por qué razón había grabada en el escudo de la localidad la cabeza de un lince ibérico. El hermano no contestó a la pregunta, se dio media vuelta y salió a la calle hablando entre dientes. Entonces todos  le dirigieron la mirada como si tuviese algo que decir. Reaccionó del modo más racional o si se quiere más intuitivo en las circunstancias descritas, pero en lugar de preguntar por la casa del muerto permaneció unos minutos observando las pocas burbujas que lograban subir hasta la superficie del vaso de agua de tónica.

    Por aquellos años velar a los muertos consistía en una cuestión doméstica. Los tanatorios no existían, y además eran lugares impensables para aquellas muertes todavía ajenas al actual hipermercado de las funerarias. Aunque tampoco tenía demasiado sentido que, como en el caso del difunto de su abuelo, velaran cien personas a un muerto en un piso de sesenta metros cuadrados. En aquellos años las familias se limitaban a pagar el ataúd, las coronas de flores, el servicio del coche fúnebre y las diligencias de la parroquia católica. Los vecinos de las familias afectadas ofrecían sillas, a veces comida, e incluso ventiladores para combatir el calor en verano o braseros de cisco en el invierno. En algunas ocasiones se cubría hasta la necesidad de servirse de una guardería en los corrales de animales domésticos y de carga de casas colindantes a la del óbito. No era extraño oír al mismo tiempo las risas y las riñas de los niños mezclarse con los llantos al muerto. El lugar de la muerte pertenecía al muerto mientras estuviese su cuerpo presente. Ahora, como muy bien nos indica la etimología este paradójico umbral definitivo, el interregno eterno, parece que pertenece al sueño. Los tanatorios se han prodigado por supuesto como negocios redondos, pero sobre todo porque el síntoma principal de nuestro tiempo es el rechazo a la muerte con la tibieza de la verdad a medias de la vida. Es decir, con una aversión endémica a la sangre y la finitud. Como en el mito de Tánatos, personificación de la muerte sin violencia, hijo de Nix, la noche y hermano gemelo de Hipnos, personificación del sueño, las funerarias se han institucionalizado gracias a la herramienta del tanatorio. A pesar de que se cercenen con violencia millones de vidas humanas, preferimos pensar más en la existencia de un no-lugar como es el sueño que en el significado de la destrucción o la desaparición, conceptos propios del deseo y que arrojan todo desarrollo de violencia. El otro mito opuesto, el de Keres, curiosamente también hija de la noche, aunque en la épica ha sido siempre competencia del honor, del deber y la gloria eterna, sin  ir más lejos podríamos poner de ejemplo la muerte de un tal Jesús de Nazaret, lo soslayamos por lo que representa de artificiosidad en la muerte. Incluso el suicidio es deplorado, se diría que impróspero para la promoción y perfeccionamiento del civismo transmoderno. No se contempla en la conciencia colectiva actual el final de la vida por causas violentas como otra posibilidad más para hallar el descanso eterno. Tal vez porque dicha violencia nos sirve sobre todo para hacer desaparecer todo lo que no conviene en el escaparate, todo lo que ha sido útil para que fuese posible el mercado de deseos carnales y espirituales, pero es tácito y meridiano que la visión del fuego, del frío glacial, de los cuerpos ensangrentados, mutilados, destrozados, de la hecatombe en cualesquiera de sus versiones divina y humana, son visiones anticatárticas e involucionistas para alcanzar el hipotético orgasmo total del paraíso, ese que quizá se pierde en la adolescencia y que él ha querido analizar sin poder ponerle un nombre. La violencia no es literatura para un tanatorio. Las palabras que estos establecimientos necesitan no son muchas. Si se pudiera reducir el mercado y el discurso en estos lugares a una sola idea sería en la duermevela. En este lugar del espacio y el tiempo se encuentra el tanatorio, en el concepto de la duermevela se vende el negocio. Ni que decir tiene que no es así para el muerto, éste perdió el lugar que por aquellos años aún ocupaba, este estadio de la realidad y el sueño le corresponde a los vivos. Cuando contratamos los servicios de un tanatorio compramos esperanza. Pagamos por la ilusión de estar junto al muerto en un lugar ajeno a la tradición de la expiración.


miércoles, 13 de junio de 2018

DEPH












Fragmento de mi novela postuma ZOOS, publicada por la editorial ME ESTÁIS JODIENDO VIVO, Huelva, 2100, y hallada en una capsula del tiempo enterrada en la playa más concurrida del sur de la península ibérica en septiembre de 2966.











Herman Melville en el catálogo de cetáceos en su libro Moby Dick cuando hace referencia al Cachalote lo hace como Infolio, como el libro antiguo más grande, de treinta y tres centímetros de alto o más. El resto de cetáceos son inferiores en tamaño y la comparativa se reduce a libros más pequeños. Para este autor cada especie es un tipo de libro. Tal vez si hubiera sido inmortal habría concebido a cada ejemplar como un capítulo de libro de la especie. Melville y otros como Cervantes o Tucídides habrían escrito tanto en tal caso que hoy no sería imprescindible la tecnología digital. Tal vez no existiría la informática si fuésemos inmortales. Aunque es cierto que ya ha habido autores como José Saramago que se han parado en medio del tiempo, ese que resulta a la vez tumultuoso y aciago ante la vertiginosa muerte, para intentar demostrar que la inmortalidad nos traería demasiados problemas de orden práctico que paralizarían cualquier progreso en la ciencia y hasta en el orden espiritual de la humanidad. Cabe la posibilidad de que la muerte nos sea inevitable además de imprescindible. Pero Moby Dick si es inmortal, y el lince embalsamado por Antonio también lo es, se dijo. Lo único que ha logrado la cultura de occidente con la extrema atención a la singularidad del individuo es la muerte de este. Claro que en realidad esa reivindicación de la exclusividad se ha dado sobre todo en la literatura y no como principal objetivo de deber inexcusable como por ejemplo documentos fundamentales firmados y aceptados por casi todas las naciones. Con la literatura ya se sabe, no es más ni menos que un libro en blanco. Es un espacio virtual de lo imposible que mientras permaneces en él convierte lo ajeno en permeable. Allí todo es posible durante el discurso. En cuanto este se paraliza el espacio es el de un laboratorio fuera de servicio. La singularidad del individuo se ha llevado hasta cotas de prodigio. Con el carácter narrativo que lucha contra la inercia colectiva de la sociedad que aniquila al individuo en su inocente y vano intento de salvaguardar sus sentimientos y emociones, únicamente se pone en relieve la intrascendencia e inoperancia de estos para la envergadura de los intereses comunes. El principal efecto en Facebook o Twiter de cualquier reivindicación de intereses individuales e incluso grupales es el de indiferencia, y en muchos casos  hasta el rechazo frontal de las demandas. Nadie se salva de ser sospechoso de ser un usurero o malversador. Las demandas en las redes son como la carroña. A poco que se huela con los primeros comentarios aparecen los primeros oportunistas como forenses con sus bisturíes para mostrar las sustancias  contagiosas que el inofensivo cadáver ocultaba. Quienes demandan hacen saltar las alarmas del sistema como ocurriría ante las peticiones de ayuda de un enfermo o de alguien que corre peligro. Pero el misterioso efecto que causa es la de estimular sentimientos de angustia y miedo en una realidad extraña que debe ser muy parecida a un subconsciente colectivo. Puede tratarse de algo peor, porque todo el mundo le ve como un impostor que antepone la ciega desesperación a la justicia sin importarle en absoluto los posibles daños colaterales, como a un hijo bastardo de la Hibris, como a un autócrata que utiliza la farsa más vulgar para convencer a los navegantes menos inteligentes.  Las postulaciones y reclamaciones acaban denotando siempre sospechas de desmesura. Una desproporción en una dimensión en la que se valora demasiado el decoro de la alienación. Una actitud insolente y egoísta que pone en peligro los intereses ajenos. Porque en la práctica la naturaleza de las intervenciones en las redes sociales no persigue otra cosa que salvaguardar e incluso rentabilizar los propios intereses imponiéndote con ardides y malas tretas, y no esa gran mentira que todo el mundo pregona  de compartir el ocio y la información. En el fondo ni siquiera en ese activismo de empresas colaboracionistas como por ejemplo Blablacar, Airbnb o Uber  que nos ha dado la horizontalidad en la red en la batalla contra las zonas de concentración del capitalismo, con el carsharing y el futuro blockchain será capaz de hacer las veces que lo ha hecho la literatura por la singularidad del individuo. En realidad la literatura es el único punto de apoyo que tiene la humanidad para imaginar que mueve el mundo como si este fuese leve y mutable. La visión que nos ofrece la dimensión  de la producción y la economía en general es tan atroz que si no fuera por la alotropía que se presenta en los momentos y lugares más insospechados, por esa materia ambigua de la pus que aparece en los tejidos inflamados e infectados de la misma dimensión todos moriríamos  la certeza de comprenderlo todo. Al principio vendieron las redes sociales con la aureola de los campeones modernos de la comunicación, de un nuevo altruismo para mitigar los males endogámicos que sufríamos antes de que inventaran la red. Ahora se vende como el pan, igual que un producto de primera necesidad. Si no apareces nunca en las redes sociales en apariencia eres un ciudadano respetable como cualquier otro, pero obsoleto e inútil para futuros planes. Esto incluye desde los planes de defunción hasta los de amores por llegar. En la nueva era de la transmodernidad es vital para tu suerte,  que aportes la energía de tu singularidad, esa tan desarrollada gracias a la literatura, para molerla, exprimirla y convertirla en comida para el rebaño, en pienso hipersaturado de nutrientes para que los ejemplares de las nuevas generaciones aporten sus singulares  actos y pensamientos por el bien supremo de las economías de nuestras repúblicas y monarquías altamente inmunizadas. Los brazos TH1 y TH2 de sus sistemas están tan desarrollados y equilibrados que resulta imposible la aparición de cualquier enfermedad por leve que sea. No se contempla, al menos a medio plazo, la irrupción de brazos TH2 como tumores o alergias de la virulencia de salvadores como Mahoma o Jesucristo. Dichos brazos son contraproducentes para la existencia serena que requiere la gestación de mejores inversores. Hablar de literatura, palabra que procede del latín literatura, es hacer referencia al litterator. Un maestro de escuela que enseña la lectoescritura y las normas de expresión correctas del latino, que a su vez proviene del  término littera. Cuando evoluciona se le aplica al letrado y al escritor, es decir al sabio, docto e instruido, aunque tal vez por defecto de fe en un momento de la historia en los escasos seres que sabían leer y escribir se aplicó con veneración y también por pura necesidad a los que estampaban las leyes con letras en papel. El escritor no tiene que ser precisamente un sabio, docto e instruido. Se le otorga el título de autor de literatura, aunque no sea ni maestro  ni letrado. Quizá en esta diferencia podamos hallar los defectos que muchas veces  hacen la mayoría de los escritores de la literatura un despropósito. Las editoriales, vendedoras del humo de la susodicha singularidad y enriquecidas hasta niveles que ni ellas mismas podían imaginar, han perpetrado, y continúan haciéndolo, crímenes contra la educación,  la inteligencia y la dignidad más elemental. Mediante sus sofisticadas estrategias de ventas para alcanzar al mayor número posible de  analfabetos funcionales han conseguido la increíble proeza de que estos se sientan singulares. Tanto que los mismos terminan asumiendo que aunque sean incapaces de comprender el orden jerárquico de instrucción en el que se encuentran tienen legitimidad para participar en el negocio de vender su ignorancia en realidad como las inquietudes e imaginación de quienes deberían ostentar el derecho de que “Los humildes son los herederos del cielo y la tierra”. Por otra parte no deberíamos olvidar que el vocablo latino littera se vincula a la raíz indoeuropea deph, que significa estampar y grabar golpeando. Parece que hasta los más ignorantes y los más humildes están llamados a registrar su paso por el planeta. ¡Qué mejor modo que iniciar esta costumbre que dejando constancia en el suelo y el horizonte, en la piedra y la descomposición de esta como si el mundo fuese una inmensa página por escribir!




martes, 22 de mayo de 2018

CAMINOS













Fragmento de mi novela postuma ZOOS, publicada por la editorial ME ESTÁIS JODIENDO VIVO, Huelva, 2100, y hallada en una capsula del tiempo enterrada en la playa más concurrida del sur de la península ibérica en septiembre de 2966.





Pensó en los incuestionables paradigmas de las peregrinaciones. Hacer el camino de Santiago exige ante todo una buena planificación para salir indemnes del peregrinaje. Hay que evitar lesiones cueste lo que cueste. En el fondo si fracasas en esto significa que no estás capacitado para garantizar que puedas representar al ciudadano sano del que se espera abnegación absoluta para amar la vida por encima de todas las cosas, o incluso para cotizar en el sistema del bienestar social. Debes abandonar la idea de hacer el camino antes de caer en la ignominia de la debilidad. Hasta los más mayores y los niños deben eludir las posibles consecuencias negativas de la peregrinación. No deben fracasar en una de las empresas más significativas y mediáticas del mundo contemporáneo. No lograr llegar a Santiago de Compostela supone para muchos mortales que morirán maculados por el engaño de su propio cuerpo, por no poder o saber adecuarlo a las exigencias de cognación de los hipotéticos especímenes alfa que según se cree gobiernan el mundo.
   Las endorfinas que producen el ejercicio físico, junto a la permanente conexión a internet, conforman un argumento esplendido de las democracias modernas para engañar al pueblo. Los expertos saben que son sustancias magníficas para sustituir al placebo que supuso la edad del cine y la televisión. Veinte jornadas de peregrinaje en el Camino de Santiago equivalen para muchos ciudadanos adictos a la droga a veinte días en el Paraíso de la Ausencia, a no pensar sin dejar de hacerlo, a sentir que eres un imprescindible aunque minúsculo engranaje que mueve al universo. La droga es tan sutil y poderosa hasta el límite de que ya casi nadie es consciente de que la inteligencia humana nació en el momento que un homínido se percató de que podía atraer a su presa con engaños y trampas. Parece que el subconsciente de la especie atendió como se suele decir a la llamada de la selva. Cuando todo el mundo pensaba, inducidos por los descubrimientos de la biología y la medicina del deporte, que nuestra descendencia acabaría igual que un trozo de carne amorfo como consecuencia inevitable del inmovilismo en el clímax de nuestra inteligencia, reaparecen sin esperarlo estas actitudes nómadas contra la privación de las endorfinas. La humanidad actúa igual que si te enamoras de la mujer más bella del mundo y tras un cortejo tormentoso  esta te corresponde y de inmediato por una razón inexplicable la asesinas.
     La grava era interrumpida bruscamente por jirones desordenados de asfalto y hormigón. Luego, varios metros en la misma dirección, se reanudaba y se transformaba poco a poco en una  capa de arena fina como el polvo sobre un firme de barro seco. En un cruce de cuatro caminos un gran cañamal aparecía a lo largo de cientos de metros y perseguía en paralelo a una estrecha pista en dirección sur-norte. Era una carretera de recreo. En el antiguo trazado de más de treinta quilómetros de una antigua línea de ferrocarril minero habían construido a principios del siglo XXI con áreas de descanso y todo tipo de señalizaciones una vía para caminantes, corredores y ciclistas. En realidad en poco tiempo fue tomada por walkers, últimamente por nordic walkers y runners y cyclists. Estas denominaciones sajonas han convertido a las prácticas que representan en actividades exclusivas, de tal modo tan específicas para sus practicantes que hoy parece que la habilitación del trazado fue pensado para desarrollar a los personajes que la pueblan como seres incubados en las factorías de Nike, Adidas y otras empresas similares. A veces, cada vez más, y esto es peor aún porque la marca no aporta ninguna función estética pero si de eficacia, en las fábricas de sus marcas blancas. De algún modo dichos practicantes aunque se muevan fuera de este contexto llevan la impronta, el aura de las prestigiosas marcas, y adquieren actitudes de suficiencia e incluso aires de grandeza. Con este talante se había sorprendido más de una vez a sí mismo ante el espejo con una sudadera Nike o una camiseta Reebook.
   En más de una ocasión estando de servicio ha tenido que llegar con el coche patrulla hasta la vía para atender llamadas de urgencia de ciclists y runners con las cabezas partidas y con infartos insuperables. Recordó el caso de una cyclist septuagenaria que cayó por un talud y tuvo que trasladarla  hasta el hospital con parte del casco clavado en la cabeza. Él mismo había habitado los treinta kilómetros como runner y cyclist. Sabía que la mayoría de los accidentes que se producían en la vía eran como consecuencia del abandono por parte de las administraciones. Claro que la principal autoría no es la del simple paso del tiempo. Los propietarios de fincas a lo largo de quilómetros cuyo único acceso era desde la vía de recreo habían destrozado el asfalto y las cunetas con sus todoterrenos y tractores. Luego las lluvias se encargaron de rematar la mala planificación de un proyecto público perdido en un laberinto de propiedades privadas, y convirtieron en pocos años  todo el proyecto en una auténtica ruina.
    Recordó el rostro de la comisaria europea anunciando en las televisiones un plan para rehabilitar miles de kilómetros de vías y senderos de toda la comunidad europea. Por entonces el alcalde  anunció que la vía se beneficiaría de dicho programa. Hacía ya años de aquella buena noticia y, sin embargo,  la vía se encontraba en unas condiciones cada vez más deplorables y el dinero perdido, tal vez desviado en cuentas de la administraciones locales o incluso de la propia Bruselas a causa de cuestiones de emergencias de otro carácter. Para muchos eurodiputados un cyclist está más seguro en un comedor social que corriendo por un pedregal. Pensó que un cyclist es un sujeto potencialmente insostenible para muchos políticos europeos, excesivamente caro para el sistema de bienestar en el que había degenerado todo. Llegó a la conclusión de que con el tiempo sólo los walkers, runners y cyclists más atrevidos continuarían con sus prácticas por la peligrosa vía. Había observado que últimamente se veían más cyclist por las carreteras secundarias. Algunos incluso las preferían a pesar de los accidentes mortales que sacaban a la luz los medios de comunicación porque le oyó decir a un cyclist  “en el asfalto sin interrupciones la marcha la disfrutas como si fueses inmortal e infinito”.  Recordó la ilustración en un libro sobre la filosofía de Kuhn sobre el concepto del Gestalt, en el que se podían ver dos rostros sobre un fondo de color blanco  o bien una copa sobre un fondo de color negro. Pensó que al igual que las revoluciones científicas las demandas de los cyclists se desvanecerían en el olvido cuando el último de ellos que oyó las promesas de la Comisaria europea abandonase este mundo; a fin de cuentas todo lo que sucedía en el mundo se reducía al trauma del presente y su agonía ante lo ininteligible.
   Cuando llegó a la primera bifurcación dudó un instante si dejar el sol a la derecha o a la izquierda. Sin saber por qué optó por la dirección que el astro minutos más tarde parecería haber tomado. Sin embargo, como si se encontrara en el transcurso de una lección de astronomía, cuando se disponía a tomar el repecho pedregoso nada más comenzar el camino, se dijo que tenía mucha gracia que nuestro subconsciente se aferrase aún sin remedio a la visión ptolomeica del mundo. “En nuestra orientación en el espacio despreciamos la lección humilde y solidaria del heliocentrismo. Continuamos actuando como si la ciencia a lo largo de siglos no hubiese servido para otra cosa que para ocupar el ocio de unos pocos individuos ajenos a los avatares de la política, la guerra y la economía. Nos comportamos como máquinas obsoletas en un planeta igual de vagabundo que aquellos que carecen de estrella. Despreciamos al sol hasta el punto de creer que nos ilumina y nos calienta como si fuésemos una especie mesiánica en el universo”. Pero en realidad  vivimos en un planeta vagabundo. Podríamos reutilizar esa palabra como hacían los antiguos griegos para denominar este mundo. Para ellos “planeta” significaba vagabundo, se dijo; desde un punto de vista heliocéntrico podríamos referirnos de este modo a nosotros mismos,  perdidos y subsistiendo en el universo como una raza que no se entiende a sí misma y que se hace daño entre sus miembros. Una especie ignorante, llena de odio y maldad, vagabunda en un mundo errante que desconoce qué quiere y mucho más qué busca.  
  En la cima de la pequeña pendiente el carril hacía un brusco giro a la derecha para evitar una de las innumerables casas y portales de aperos  desperdigados por los campos del secano. La entrada principal estaba abierta y desde allí se podía observar al fondo del patio,  del área como inevitable copia de la villa romana, en una estancia con una chimenea encendida,  una cabeza de ciervo con su correspondiente cornamenta colgada del pecho del hogar.