domingo, 24 de febrero de 2019

MALOS PRONÓSTICOS











Predijeron que caerían intensas lluvias



Los hombres y las mujeres del tiempo

anunciaron una y otra vez en todas las televisiones

durante todo el día de ayer que hoy llovería

y no ha caído ni una gota



Pusieron en el mapa unas nubes muy negras,

algunas simulaban unas gotas grises y otras

estaban atravesadas por unos rayos carmesí

y de ninguna cayó nada



Estamos aún en febrero y las lindes y sementeras

junto a los caminos ya están secas y polvorientas,

Las tierras de labranza antes de germinar los girasoles

aparecen con una sutil capa de polvo gris

sin embargo, estas imágenes no las emiten en televisión



Todo el mundo, incluso a quienes menos nos importa,

por las nulas repercusiones en nuestras cuentas corrientes,

deseaba lluvias moderadas y algunas localizadas

especialmente intensas en áreas costeras



Hay gente que no sentimos sed y, sin embargo, terminamos

asumiendo que los temporales en estos tiempos

son más esporádicos y menos caudalosos,

Gente clamando para que llueva en televisión









sábado, 16 de febrero de 2019

BIOMETRÍA










1.
   El corte en el antebrazo derecho no es demasiado profundo pero el calor que produce y la abundante sangre le obligan a salir de los recuerdos. La herida de unos cuatro centímetros, paralela al radio y al cúbito no ha sido a causa de las espinas de las zarzas. La alambrada que instaló el dueño de la tierra colindante tras comprobar que él con la rodada del Land Rover estaba haciendo un nuevo camino en su propiedad era la causante de la herida. Se da cuenta que se ha manchado las runner Nike verde pistacho, casi recién estrenadas y compradas por muy un buen precio como par suelto, con unas gotas de sangre. “A este capullo cualquier día lo mato”, murmura, buscándolo a su alrededor, por si acaso está perdido, como lo ha visto en otras ocasiones, entre las hileras de olivos que se pierden por la pendiente abajo desde el borde de la rodada. El “capullo”, como él lo llama, es un exconcejal muy curtido en la política local y provincial, en la política humilde de las medias distancias, es decir, en los negocios bienhallados que llegan impuestos desde un lugar de la nube gracias a la oraciones encomendadas y al trabajo bien hecho a pie de las urnas electorales. “Qué importancia tiene para mi conciencia un muerto de más o de menos”. Este discurso le daba miedo en realidad. Cuando tuvo que darle el tiro de gracia a Mor sintió el mismo escalofrío que cuando Freddy lo arrastró como una alfombra y lo metió en el maletero del Panda. Para él es indistinto del lado que estés ante la muerte, hay un instante en el que víctima y verdugo comparten la misma ilusión en el umbral en el que todo es y a la vez no es. Él no quiere saberlo pero lo sabe, y además sabe que es adicto a pisar tal umbral.
 Cuando vio la tarjeta de identidad biométrica de Senegal se sintió aliviado. Es evidente que tras comprobar la identidad continuaba mirando a su alrededor como una fiera enjaulada, pero no lo es menos decir que allí Mor no era nadie, que podía decirse con total tranquilidad que ni había pasado por el lugar. A pesar de su identidad biométrica si alguien lo echaba en falta sería un compatriota, o algún habitante de las chabolas en las tierras tóxicas de la periferia de la ciudad, algún individuo eslavo o de su misma raza. Le acababa de quitar la vida y no se le ocurrió pensar otra cosa que tal vez estuviera asistiendo a los últimos minutos del anonimato de la historia. ¿Qué ser humano podría pasar en breve sin identificar a través del arco iris de su propia imaginación si los mecanismos de reconocimiento de la autoridad competente funcionan a la perfección gracias a la voluntad de filiación del mismo sujeto? Ni siquiera en sus propios sueños podrá acceder a otra cosa que no sea un mundo que le es siempre ajeno. Tan difícil es hacer desaparecer a alguien como tratar de desaparecer tú mismo en un mundo que no da tregua a la impostura del anonimato. Pero él lo lograría.
  Había enterrado el cadáver en la base de un berrueco, lejos de la erosión natural del agua ante una hipotética repetición típica de las borrascas en los inicios de la primavera. También tomó la precaución de embutir el cuerpo con una bolsa mortuoria impermeable antes de ocultarlo, pero lo había hecho a poca profundidad y sabía que los jabalíes hambrientos del parque se acercaban últimamente demasiado a las primeras casas de campo buscando restos de comida que los propietarios dejan tras los fines de semana. Era imposible que alguien presenciara la ocultación del cuerpo en una noche  tan oscura y en un paraje tan solitario. Aprovechó la poda de un olivar cercano y quemarla para hacer un túmulo de ceniza en honor al más ignorado que perdido africano, según creía él,  encima de la tierra removida. Era al menos la tercera vez que la inercia de las emociones le conducían al sitio, como él lo pensaba, el lugar del accidente. Había intentado sin éxito en una ponencia del jefe forense de la provincia sacarle información sesgada acerca de agresivas quemaduras halladas en cuerpos encontrados por muerte violenta, sobre todo entre los asesinatos producidos en la comunidad moldava o ucraniana. Los rostros completamente desfigurados a causa del efecto del ácido fluorhífrico parecían más una medida para acentuar el pánico en el asesinato ejemplarizante, incluso una chapuza de sicarios novatos, que un procedimiento serio para borrar las huellas de los crímenes. La serie televisiva Breaking Bad, con el uso para el mismo fin del ácido en cuestión, le dio el conocimiento de un ácido oxidante de mayor eficacia.  Era una señal excesiva de desprecio a la comunidad creer que por ser jefe de la policía local estaría siempre lejos de toda sospecha de aquel “accidente”. Él en el fondo era arrogante, a pesar de toda la verborrea de barra de bar y de vendedor de papeletas de sorteos benéficos, se sentía superior a casi todo el mundo. Y el “casi” era en realidad un sentimiento  que se  infería a causa de su permanente actitud de desconfianza a todo lo que le rodeaba, tanto en el plano general del mundo y las cosas Roussoniano como en el particular de la unicidad e indivisibilidad de los detalles Blakesianos. Ambos eran para él, sin haberlos estudiado, sin ni siquiera haberse molestado en hallar, una referencia filosófica o de pensamiento a sus conclusiones personales, iguales de inútiles y perniciosos. El aserto “No te fíes de nada ni de nadie” era su salvavidas para intentar no pagar nunca el precio de la renuncia con el coste de su infelicidad. Buscar con fe el amor y la confianza en alguien le impedía verse a sí mismo como un secretario exclusivo del universo, y apostarse en la observación del mundo como espectáculo o cuando menos objeto digno de análisis le negaba la posibilidad de sentir la vida como experiencia ineludible que asume inopinadamente e intempestivamente todo individuo, de padecer y disfrutar de la carne, la sangre, las lágrimas y las risas de los demás. El resultado final en la actitud de dicha arrogancia era el de un personaje que debe trabajar, por dictado de una autoridad extraña y anónima pero tácita en el día a día de los gobernados en las sociedades transmodernas, en una obra como único actor en varios papeles distintos e incluso opuestos en los intereses. Era histriónico en toda la dimensión del término, por su logro y empeño de disimular la frialdad y cálculo de su verdadera naturaleza. Quizá su mayor éxito en las relaciones sociales e incluso personales se basaba, y él lo presentía y cuidaba como su único tesoro, en su ilimitado talento para adaptarse a las circunstancias según el momento y así demostrar su capacidad de compromiso con uno de los valores más apreciados y también más subjetivos  en la historia del mundo, el de la lealtad. Concepto o idea consecuentes siempre tras la experiencia pero que jamás resulta tan impoluta y esplendida como en su concepción y en el sentimiento que genera. El resultado  decreciente en la práctica de la aplicación de la lealtad, siempre se ha visto de un modo ostensible como lo contrario a la traición, y no como un atributo indisoluble del mismísimo Demiurgo. Pero, ¿Acaso en el empeño de que funcione la implacable reivindicación de esta virtud, no subyace siempre la sombra de la duda del sujeto que la enarbola ante la mínima posibilidad de que el objeto o persona a quien se aplica no suponga en realidad  la autenticidad de lo que se presume o quien dice ser? ¿Y una vez que asoma tal sentimiento de tibieza o incredulidad frente a la pureza de lo que se defiende no sentimos que nos traicionamos a nosotros mismos si adoptamos dicha actitud sobrevalorando sus propiedades éticas e incluso terapéuticas? Si no estás seguro de la exactitud en la naturaleza de las cosas que no dependen de ti, estás condicionando tus criterios acerca de tu situación en el mundo, tu capacidad para catalogarte como agente social bueno o malo, no solo en el sentido de tomar decisiones que pueden afectar a la vida de los demás, sino que además con todo te posicionas desde tu propia subestima como un ser que no sabe cuidarse lo suficiente y que necesita ser leal a todo lo que le rodea como señal de respeto y agradecimiento. Si continuamos con la secuencia de derivaciones que provoca la duda acabaremos en el universo consectario de la laxitud de conciencia, que puede conducirnos en primer lugar a la aceptación de tal estado de conciencia y más tarde también a la aceptación de la mentira. Y todo gracias a la contemplación abúlica de amor al prójimo como máxima de la ciencia social. De este modo, según esta narración, parece que la mentira que queremos evitar es mera consecuencia de la duda que genera el incondicional empeño por la lealtad. Es cierto que nos horroriza pensar en el aspecto de la bestia que se esconde tras el vaporoso muro que nos separa de ella. Sin embargo, no es menos cierto que, como en el mito de la caverna de Platón, la proyección de las sombras, de la bestia, nace de nuestra ignorancia y del miedo a una realidad que  por su aleatoriedad creemos perjudicial e inasumible. Por esto el mal mayor es la traición, es decir el instante de terror en el que  se desarrolla la duda ante la lealtad. La aceptación de la traición es la ruptura con el deber y la fidelidad. Pero, ¿en cuanto a qué y por qué se establecen estos dos conceptos últimos?
 Obedecer en el deber de no menoscabar el amor congénito e incluso fraternal, de no blasfemar contra el hecho sagrado o la justicia instauradas en base a unos intereses individuales o colectivos, desarrollados para preservar el juego pactado entre el gobierno y la obediencia de los gobernados podría ser en definitiva sobre la práctica la función y uso de la no-traición, de la respetable e hierática lealtad. Para él, la ausencia de traición es imposible sentirla porque es incapaz de acatar las reglas y las órdenes de ningún dogma ni poder establecidos sin un atisbo de objeción. Quiere, igual que individuos como Ludwig Wittgenstein (un santo y mártir de la épica postmoderna), que se dejó la vida en ello, creer en Dios a toda costa sin conseguirlo ni un solo segundo de su vida. Pero sabe, tal vez por el tiempo en el que le ha tocado vivir, gracias a individuos como Ludwig que escudriñaron en el lenguaje y lo dejaron a la altura de una vil y miserable artimaña de los hombres contra los hombres, que es inútil que se resista a la desconfianza y al entredicho con Dios y toda su creación.  No obstante intuye de qué está hecha  la naturaleza del tejido social y de las relaciones humanas y se mueve en ellas con la llave de la traición bien guardada. Esconde la clave en el bajo vientre, siente la energía en este lugar, y que irradia desde el mismo hacia el exterior la toxicidad de la traición para evitar el error de la candidez, y hacia su interior, dirigida a su alma, como bien diría un ateo que intenta distraer la atención de Dios con las mismas cosas de Dios, concentra la no-traición en su cándido país interior. Lo que parece un absurdo y disparatado oxímoron se produce en el país interior con la aplicación de la lealtad para combatir los efectos de la misma lealtad, de modo que su corazón solo viva, sienta y vele para sí mismo. La comunicación hacia la comunidad de sus buenas emociones y sentimientos son sus mejores cualidades para establecer buenas sintonías desde los intereses más banales hasta los de mayor compromiso. Confidencias y delicados secretos profesionales que podrían comprometerle mucho más allá de sus competencias periciales  ha debido custodiarlos en compañía de testigos a los que ha debido sobornar gracias a una fría empatía colectiva a la que ha concurrido junto a una camarilla de políticos locales y miembros de asociaciones religiosas y deportivas. El narrador la considera camarilla porque es una evidencia que actúan directamente sobre la gestión de los fondos públicas administrados desde el pueblo, pero para este, según consta en las manifestaciones populares acerca de la política y la economía, se trata de  una caterva temida y despreciada a la que hay que soportar si se quiere conservar el privilegio de la pasividad; y visto desde un punto de vista meramente analítico si el pueblo quiere limitarse a ganarse la vida y vivirla como un derecho concedido por la misteriosa justicia divina, este debe ser el precio que se debe pagar por optar por la mecánica mundana en la elaboración del fruto regalado por lo divino. Con el veneno anestésico del bajo vientre, igual que si se tratara de un semen gaseoso y radioactivo  que contamina todo, cultiva con amabilidad y muchas veces también con diligencia, cumpliendo con el papel de un ángel funcionario de la justicia divina, el sentimiento de igualdad y reciprocidad con sus semejantes.