miércoles, 23 de noviembre de 2016

WORD










Esto del Word está bien -he querido escribirlo con minúscula pero el corrector lo ha impedido-.
  Si uno lo piensa bien es bueno que existan las mayúsculas y las minúsculas, como los días de fiesta y los laborales. Cuando vas a decir algo tienes que hacerlo con las mayúsculas. Si no es mejor que calles. Aunque en el silencio, como con las minúsculas, es donde tienen lugar los actos más fértiles, fructíferos y sinceros. Allí se enamora la gente, se aman, se soportan e incluso se reproducen. Pero si callas no te escucha nadie y a la postre te llevas todo el tiempo con el zumbido en los oídos por la ausencia de ruidos. Acabas harto del silencio y la humildad. Te cansas de amar de tanto que ya has amado y empiezas a hacer ruido. Después el ruido te deja sordo y te cansas de las Mayúsculas,  y un día te das cuenta de que echas de menos las minúsculas, de que ya no oyes aquello que tanto te gustaba que sonaba bajo la tierra.
  Por la misma razón que las minúsculas y las mayúsculas puede que aparezcan los pensamientos ordinarios y los importantes. Para esto inventaron el Word. Para que continúes informando sobre el ruido y el silencio.
  Del mismo modo que en la piedra y después en el papel ahora puedes continuar pensando a lo grande, y además con la ventaja añadida de no mancharte las manos.
  Eso sí, debes saber que una cosa es poner orden en tu cabeza y enviar un SOS y otra que clasifiquen tus pensamientos a través de los filtros de la red. Hay individuos que ayudan mucho con sus inventos y solo dejan pasar en Google a los 5 mejores poemas, a los 5 mejores sueños, a los 5 mejores amantes o sin ir demasiado lejos en tus pensamientos a los 5 mejores asesinatos.
   Esto último no tiene importancia. Es una parte más del juego. Lo que de verdad importa es que tengas una buena digestión diaria y sobrevivas a las opíparas comidas en honor al miedo. Casi todo el mundo tiene un Word contra el miedo. Puedes decir que el reto de Naciones Unidas se ha logrado. Pero no culpes al capitalismo, al comunismo, al cristianismo ni a nadie si el Word te corrige las mayúsculas, las minúsculas y come de tu tiempo.  
 
   

lunes, 14 de noviembre de 2016

NADA









Resulta alentador imaginar la extraña luz que ilumina a personajes de ciertas novelas. Obras de autores en la práctica  de un existencialismo radical de finales del siglo XX. Dicha radiación los convierte en exclusivos observadores de la Nada.
 Cuando yo era demasiado joven pensaba que la idea de “Nada” era crucial para el futuro, para el presente que vivimos y que parece paradójicamente consecuencia de esa Nada.  Por comprender la idea hasta me enfrasqué en la novela de Carmen Laforet, que por cierto me pareció encantadora. Por desgracia ella solo se refería a una nada localizada, no encontré ningún indicio de esa Nada superestructural.
  En aquellos personajes perdidos en ningún lugar ni tiempo, como Bloch en “El miedo del portero ante el penalti” de Peter Handke, o el personaje anónimo principal de “Ampliación del campo de batalla” de Michel Houellebecq, podemos encontrar ese concepto más o menos terapéutico inventado por el filósofo Ernesto Laclau de la “Plenitud Ausente”.
  Se supone que estos personajes  -y otros muchos más de otros tantos autores que conozco y que aquí no voy a enumerar por razones de economía y tiempo-, se hallan en un mundo al que pertenecen por derecho y naturaleza, y en el que, sin embargo, no encuentran razones para que así sea. Podríamos pensar en la plenitud de la muerte en todo aquello que posee vida, como una cuestión elemental de que todo lo que nace muere, pero entonces las actitudes de estos protagonistas se reducirían a aferrarse a la existencia a modo de seres inmortales, mediante obras o acciones. Lo que buscan constantemente en el fondo son razones para evitar el suicidio. Sus creadores, Handke o Houellebecq los han soltado en un mundo ficticio en el que van de un sitio para otro de la manera más inopinada e indisciplinada posible. Ellos, los autores, viven (Vivían) una vida deslocalizada, tan estática, se supone que en el ejercicio de la meditación y la observación, que en un inevitable experimento echan a correr a sus hijos en un tablero polivalente de juegos. El acierto consiste en saber que  la desidia de occidente, ante todo en cuanto al desafecto y deslealtad del individuo hacia el grupo o tribu se refiere, en la caída controlada gracias a la ilusión de la autosuficiencia, es lo que nos salva de la negligencia y del suicidio.
  No se trata de un tipo de pereza sino de incapacidad para encontrar respuestas hasta en las emociones más esenciales. Los personajes se dejan arrastrar por la maquinaria de la civilización moderna con docilidad y humildad, en una ignorancia (resignación) más propia del santo que del conquistador.
   ¿Qué es y qué busca el individuo transmoderno?
La risa en esa Nada iluminada. El baile alrededor del aplazado suicidio en una fiesta a la que no fue invitado.

sábado, 5 de noviembre de 2016

CARNE Y HUESO













   En la cotidianeidad, esa voz que se utiliza  como  concepto de lo ordinario para quitar peso a las abruptas y a veces convulsas relaciones entre vecinos, padres, hijos y hermanos, y por supuesto en el ámbito laboral aparentemente más propio del establishment que de la gente humilde, podemos encontrar las más sofisticadas estrategias de chantaje, persuasión y engaño. Pensamos sin más que este estatus quo no merece un análisis pormenorizado porque pertenece a las partes pudendas del cuerpo social, esas que tenemos que tocar y asear a diario en la intimidad y el silencio para remediar los males más elementales contra nuestra salud y supervivencia y que solo a cada uno le corresponde su menesterosa actividad.    

  En lo que sucede inevitablemente a diario, en la repetición global de millones de altas traiciones y toda clase de artimañas para arrebatar y desprestigiar al prójimo, se halla el núcleo central de las pasiones más sonadas. La paradoja consiste en que el avaro siempre se siente pobre ante otro avaro. Nuestro grado de avaricia queda ilustrado en los ejemplos más mediáticos y nos escandalizamos  ante ellos como si nuestras partes más íntimas estuviesen expuestas sin ningún pudor ni vergüenza gracias a nuestra indiscutible inocencia. Intento no caer en la tentación de apoyarme en el refrán ni la frase hecha, pero nos guste o no el latrocinio y el crimen son ejecutados por individuos de carne y hueso, por gente como quien ahora posa su mirada sobre estas líneas.

   El sentimiento de culpa, de penitencia neo-liberal, no exime a nadie de la barbarie ni de, por supuesto, la connivencia. El mal menor del perdón resulta como un ladrillo más de altura en una torre sobre unos falsos cimientos. Una construcción que para sorpresa de los aprendices jamás se derrumba.

  La insaciable avaricia la defiende el filósofo. Cuenta con mitos como el de Perseo o Sísifo, con epopeyas como la conquista del espacio sideral o con las revoluciones sociales. La avaricia es en esencia búsqueda y progreso, dice. El filósofo es sincero y ante su mirada aterradora el único capaz de rebatir su verdad es el pedagogo. Pero este sólo cuenta con la ayuda de la historia, y esta no es futuro. No dispone de suficientes argumentos. Entretanto contamos con el político, que dice ser un híbrido de los dos anteriores y su método más famoso, la democracia. Padres, hijos, vecinos, empleados, empleadores todos en el estado de repetición del orden cotidiano, ninguna ciencia os legitima. Sois legitimadores.