martes, 22 de mayo de 2018

CAMINOS













Fragmento de mi novela postuma ZOOS, publicada por la editorial ME ESTÁIS JODIENDO VIVO, Huelva, 2100, y hallada en una capsula del tiempo enterrada en la playa más concurrida del sur de la península ibérica en septiembre de 2966.





Pensó en los incuestionables paradigmas de las peregrinaciones. Hacer el camino de Santiago exige ante todo una buena planificación para salir indemnes del peregrinaje. Hay que evitar lesiones cueste lo que cueste. En el fondo si fracasas en esto significa que no estás capacitado para garantizar que puedas representar al ciudadano sano del que se espera abnegación absoluta para amar la vida por encima de todas las cosas, o incluso para cotizar en el sistema del bienestar social. Debes abandonar la idea de hacer el camino antes de caer en la ignominia de la debilidad. Hasta los más mayores y los niños deben eludir las posibles consecuencias negativas de la peregrinación. No deben fracasar en una de las empresas más significativas y mediáticas del mundo contemporáneo. No lograr llegar a Santiago de Compostela supone para muchos mortales que morirán maculados por el engaño de su propio cuerpo, por no poder o saber adecuarlo a las exigencias de cognación de los hipotéticos especímenes alfa que según se cree gobiernan el mundo.
   Las endorfinas que producen el ejercicio físico, junto a la permanente conexión a internet, conforman un argumento esplendido de las democracias modernas para engañar al pueblo. Los expertos saben que son sustancias magníficas para sustituir al placebo que supuso la edad del cine y la televisión. Veinte jornadas de peregrinaje en el Camino de Santiago equivalen para muchos ciudadanos adictos a la droga a veinte días en el Paraíso de la Ausencia, a no pensar sin dejar de hacerlo, a sentir que eres un imprescindible aunque minúsculo engranaje que mueve al universo. La droga es tan sutil y poderosa hasta el límite de que ya casi nadie es consciente de que la inteligencia humana nació en el momento que un homínido se percató de que podía atraer a su presa con engaños y trampas. Parece que el subconsciente de la especie atendió como se suele decir a la llamada de la selva. Cuando todo el mundo pensaba, inducidos por los descubrimientos de la biología y la medicina del deporte, que nuestra descendencia acabaría igual que un trozo de carne amorfo como consecuencia inevitable del inmovilismo en el clímax de nuestra inteligencia, reaparecen sin esperarlo estas actitudes nómadas contra la privación de las endorfinas. La humanidad actúa igual que si te enamoras de la mujer más bella del mundo y tras un cortejo tormentoso  esta te corresponde y de inmediato por una razón inexplicable la asesinas.
     La grava era interrumpida bruscamente por jirones desordenados de asfalto y hormigón. Luego, varios metros en la misma dirección, se reanudaba y se transformaba poco a poco en una  capa de arena fina como el polvo sobre un firme de barro seco. En un cruce de cuatro caminos un gran cañamal aparecía a lo largo de cientos de metros y perseguía en paralelo a una estrecha pista en dirección sur-norte. Era una carretera de recreo. En el antiguo trazado de más de treinta quilómetros de una antigua línea de ferrocarril minero habían construido a principios del siglo XXI con áreas de descanso y todo tipo de señalizaciones una vía para caminantes, corredores y ciclistas. En realidad en poco tiempo fue tomada por walkers, últimamente por nordic walkers y runners y cyclists. Estas denominaciones sajonas han convertido a las prácticas que representan en actividades exclusivas, de tal modo tan específicas para sus practicantes que hoy parece que la habilitación del trazado fue pensado para desarrollar a los personajes que la pueblan como seres incubados en las factorías de Nike, Adidas y otras empresas similares. A veces, cada vez más, y esto es peor aún porque la marca no aporta ninguna función estética pero si de eficacia, en las fábricas de sus marcas blancas. De algún modo dichos practicantes aunque se muevan fuera de este contexto llevan la impronta, el aura de las prestigiosas marcas, y adquieren actitudes de suficiencia e incluso aires de grandeza. Con este talante se había sorprendido más de una vez a sí mismo ante el espejo con una sudadera Nike o una camiseta Reebook.
   En más de una ocasión estando de servicio ha tenido que llegar con el coche patrulla hasta la vía para atender llamadas de urgencia de ciclists y runners con las cabezas partidas y con infartos insuperables. Recordó el caso de una cyclist septuagenaria que cayó por un talud y tuvo que trasladarla  hasta el hospital con parte del casco clavado en la cabeza. Él mismo había habitado los treinta kilómetros como runner y cyclist. Sabía que la mayoría de los accidentes que se producían en la vía eran como consecuencia del abandono por parte de las administraciones. Claro que la principal autoría no es la del simple paso del tiempo. Los propietarios de fincas a lo largo de quilómetros cuyo único acceso era desde la vía de recreo habían destrozado el asfalto y las cunetas con sus todoterrenos y tractores. Luego las lluvias se encargaron de rematar la mala planificación de un proyecto público perdido en un laberinto de propiedades privadas, y convirtieron en pocos años  todo el proyecto en una auténtica ruina.
    Recordó el rostro de la comisaria europea anunciando en las televisiones un plan para rehabilitar miles de kilómetros de vías y senderos de toda la comunidad europea. Por entonces el alcalde  anunció que la vía se beneficiaría de dicho programa. Hacía ya años de aquella buena noticia y, sin embargo,  la vía se encontraba en unas condiciones cada vez más deplorables y el dinero perdido, tal vez desviado en cuentas de la administraciones locales o incluso de la propia Bruselas a causa de cuestiones de emergencias de otro carácter. Para muchos eurodiputados un cyclist está más seguro en un comedor social que corriendo por un pedregal. Pensó que un cyclist es un sujeto potencialmente insostenible para muchos políticos europeos, excesivamente caro para el sistema de bienestar en el que había degenerado todo. Llegó a la conclusión de que con el tiempo sólo los walkers, runners y cyclists más atrevidos continuarían con sus prácticas por la peligrosa vía. Había observado que últimamente se veían más cyclist por las carreteras secundarias. Algunos incluso las preferían a pesar de los accidentes mortales que sacaban a la luz los medios de comunicación porque le oyó decir a un cyclist  “en el asfalto sin interrupciones la marcha la disfrutas como si fueses inmortal e infinito”.  Recordó la ilustración en un libro sobre la filosofía de Kuhn sobre el concepto del Gestalt, en el que se podían ver dos rostros sobre un fondo de color blanco  o bien una copa sobre un fondo de color negro. Pensó que al igual que las revoluciones científicas las demandas de los cyclists se desvanecerían en el olvido cuando el último de ellos que oyó las promesas de la Comisaria europea abandonase este mundo; a fin de cuentas todo lo que sucedía en el mundo se reducía al trauma del presente y su agonía ante lo ininteligible.
   Cuando llegó a la primera bifurcación dudó un instante si dejar el sol a la derecha o a la izquierda. Sin saber por qué optó por la dirección que el astro minutos más tarde parecería haber tomado. Sin embargo, como si se encontrara en el transcurso de una lección de astronomía, cuando se disponía a tomar el repecho pedregoso nada más comenzar el camino, se dijo que tenía mucha gracia que nuestro subconsciente se aferrase aún sin remedio a la visión ptolomeica del mundo. “En nuestra orientación en el espacio despreciamos la lección humilde y solidaria del heliocentrismo. Continuamos actuando como si la ciencia a lo largo de siglos no hubiese servido para otra cosa que para ocupar el ocio de unos pocos individuos ajenos a los avatares de la política, la guerra y la economía. Nos comportamos como máquinas obsoletas en un planeta igual de vagabundo que aquellos que carecen de estrella. Despreciamos al sol hasta el punto de creer que nos ilumina y nos calienta como si fuésemos una especie mesiánica en el universo”. Pero en realidad  vivimos en un planeta vagabundo. Podríamos reutilizar esa palabra como hacían los antiguos griegos para denominar este mundo. Para ellos “planeta” significaba vagabundo, se dijo; desde un punto de vista heliocéntrico podríamos referirnos de este modo a nosotros mismos,  perdidos y subsistiendo en el universo como una raza que no se entiende a sí misma y que se hace daño entre sus miembros. Una especie ignorante, llena de odio y maldad, vagabunda en un mundo errante que desconoce qué quiere y mucho más qué busca.  
  En la cima de la pequeña pendiente el carril hacía un brusco giro a la derecha para evitar una de las innumerables casas y portales de aperos  desperdigados por los campos del secano. La entrada principal estaba abierta y desde allí se podía observar al fondo del patio,  del área como inevitable copia de la villa romana, en una estancia con una chimenea encendida,  una cabeza de ciervo con su correspondiente cornamenta colgada del pecho del hogar.



jueves, 10 de mayo de 2018

SALIR AL CAMPO







Fragmento de mi novela postuma ZOOS, publicada por la editorial ME ESTÁIS JODIENDO VIVO, Huelva, 2100, y hallada en una capsula del tiempo enterrada en la playa más concurrida del sur de la península ibérica en septiembre de 2966.








Tras dormir la breve siesta de costumbre se dirigió a la cocina y mientras tomaba un café con hielo observó con atención cómo a sus pies miles de hormigas minúsculas devoraban  una cucaracha muerta. Consideró que en menos de una hora no quedaría ni rastro de la carroña  y asumió con impotencia que aquellos insectos serían mucho más eficaces con la ocultación del cuerpo que él con la desaparición del cadáver. “Fue un accidente que le pudo suceder a cualquiera. No pude evitarlo, fue fortuito e inesperado”; se repitió una vez más.
   Después salió a pasear y se dirigió al oeste, hacia  un extremo del pueblo. Eligió aquella dirección para evitar encontrarse con alguna persona con la que tener que entablar conversación por breve que fuera e incluso tener que intercambiar algún saludo.  “Tal vez el carácter afable que los demás aseguran que poseo sea una máscara que oculta con celo, como si se tratase un arma secreta, mi verdadera naturaleza. La de un miserable, misántropo e hipócrita”, se dijo con la sensación de tener “el corazón aún dormido”, -extraña figura retórica que recordaba porque la utiliza su madre desde que él era un niño-. Hizo un gran esfuerzo para intentar identificar los rostros que se le habían aparecido durante la pesadilla que había sufrido minutos antes. Tuvo la certeza de que si conservaba un buen rato el corazón dormido podría descubrir quiénes eran aquellos hombres y aquellas mujeres que le perseguían y querían matarle durante el sueño.  
   Faltaban al menos  dos horas para que desapareciese la luz del día cuando llegó al final de una calle que se ensanchaba como un río en su desembocadura. Al final de las construcciones, aparecían en los márgenes dos urbanizaciones de lujo deshabitadas, -o que nunca fueron habitadas-, a causa de la última o penúltima crisis, ya no lo recordaba. Dos mastines guardianes de la de la izquierda se acercaron furiosos a la alambrada y mostraron sus fauces. Los miró fijamente y frunció el ceño con un gesto de desagrado. Su desacuerdo con los ladridos y gruñidos enervó su ánimo y decidió que haría una larga caminata hacia la puesta de sol.
   Tomó el camino de grava que abandonaba al pueblo apretando un poco el paso pero en menos de un minuto retomó el que llevaba  tras la siesta, un paso propio para pasear con tu mejor amigo, sin prisas,  pensó. Puso cara de conejo y dijo en voz alta “pero tú no tienes amigos, así que ni el mejor ni el peor”.
   Conocía muy bien el itinerario que  había tomado. Era una de las pocas virtudes que consideraba que tenía. La mayoría podían considerarlo pusilánime y pretencioso pero nadie mejor que él conocía sus virtudes y defectos. Sobre todo porque era perfectamente consciente de las actitudes que producían rechazo en las personas cercanas en su ámbito.  Respecto a las actitudes de efecto contrario ni le preocupaban. Digamos que el bien y la felicidad ajena no eran de su incumbencia.  Nunca le había quitado el sueño el peso de su reputación, si bien era consciente de que esta se encontraba en  horas  bajas. No obstante cumplía con una actividad muy bien valorada por la sociedad. Iba a caminar a diario por el laberinto de caminos y veredas que se extienden por los alrededores de la población.
    Pensó que a la opinión pública le parece muy loable que haya gente deambulando durante horas con ropa deportiva, en permanente contacto con la naturaleza y sin mostrar la más mínima señal de cansancio. Podía ser un indeseable agente de policía que en más de una ocasión se había excedido en el uso de la autoridad, pero era consciente que cumplía con uno de los requisitos indispensables que se le exigen a un individuo que pretenda una mínima cuota de crédito y respeto, el de la conservación de la salud como señal de amor a la vida.  En general es importante que la gente se atreva a salir al campo, aunque esta permita a Google tenerla localizada siempre en la ubicación del terminal móvil como precaución. Tal atrevimiento, sobre todo  después de cumplir los cuarenta, identifica a los caminantes como a individuos que aún aman la libertad y la salud. Tal vez, inconscientemente con el pretexto de prevenir la obesidad y evitar el sedentarismo terminen advirtiendo  que aunque no puedan luchar contra la barbarie del capitalismo y la esclavitud  en todas las formas dadas a causa  del inevitable sometimiento de aquel, sí pueden al menos eludir con el ejercicio físico, durante un paréntesis en el tiempo la sensación permanente de aturdimiento e impotencia, de estar vigilado por los ojos de un monstruo que siempre está y que, sin embargo, solo vemos en la mirada de espanto y desesperación de sus víctimas.