Fragmento de mi novela postuma ZOOS, publicada por la editorial ME ESTÁIS JODIENDO VIVO, Huelva, 2100, y hallada en una capsula del tiempo enterrada en la playa más concurrida del sur de la península ibérica en septiembre de 2966.
Pensó en los incuestionables paradigmas de las
peregrinaciones. Hacer el camino de Santiago exige ante todo una buena
planificación para salir indemnes del peregrinaje. Hay que evitar lesiones
cueste lo que cueste. En el fondo si fracasas en esto significa que no estás
capacitado para garantizar que puedas representar al ciudadano sano del que se
espera abnegación absoluta para amar la vida por encima de todas las cosas, o
incluso para cotizar en el sistema del bienestar social. Debes abandonar la
idea de hacer el camino antes de caer en la ignominia de la debilidad. Hasta
los más mayores y los niños deben eludir las posibles consecuencias negativas
de la peregrinación. No deben fracasar en una de las empresas más
significativas y mediáticas del mundo contemporáneo. No lograr llegar a
Santiago de Compostela supone para muchos mortales que morirán maculados por el
engaño de su propio cuerpo, por no poder o saber adecuarlo a las exigencias de
cognación de los hipotéticos especímenes alfa que según se cree gobiernan el
mundo.
Las
endorfinas que producen el ejercicio físico, junto a la permanente conexión a
internet, conforman un argumento esplendido de las democracias modernas para
engañar al pueblo. Los expertos saben que son sustancias magníficas para
sustituir al placebo que supuso la edad del cine y la televisión. Veinte
jornadas de peregrinaje en el Camino de Santiago equivalen para muchos
ciudadanos adictos a la droga a veinte días en el Paraíso de la Ausencia, a no
pensar sin dejar de hacerlo, a sentir que eres un imprescindible aunque
minúsculo engranaje que mueve al universo. La droga es tan sutil y poderosa
hasta el límite de que ya casi nadie es consciente de que la inteligencia
humana nació en el momento que un homínido se percató de que podía atraer a su
presa con engaños y trampas. Parece que el subconsciente de la especie atendió
como se suele decir a la llamada de la selva. Cuando todo el mundo pensaba,
inducidos por los descubrimientos de la biología y la medicina del deporte, que
nuestra descendencia acabaría igual que un trozo de carne amorfo como
consecuencia inevitable del inmovilismo en el clímax de nuestra inteligencia,
reaparecen sin esperarlo estas actitudes nómadas contra la privación de las
endorfinas. La humanidad actúa igual que si te enamoras de la mujer más bella
del mundo y tras un cortejo tormentoso esta te corresponde y de inmediato por una
razón inexplicable la asesinas.
La grava
era interrumpida bruscamente por jirones desordenados de asfalto y hormigón.
Luego, varios metros en la misma dirección, se reanudaba y se transformaba poco
a poco en una capa de arena fina como el
polvo sobre un firme de barro seco. En un cruce de cuatro caminos un gran
cañamal aparecía a lo largo de cientos de metros y perseguía en paralelo a una
estrecha pista en dirección sur-norte. Era una carretera de recreo. En el
antiguo trazado de más de treinta quilómetros de una antigua línea de
ferrocarril minero habían construido a principios del siglo XXI con áreas de
descanso y todo tipo de señalizaciones una vía para caminantes, corredores y
ciclistas. En realidad en poco tiempo fue tomada por walkers, últimamente por
nordic walkers y runners y cyclists. Estas denominaciones sajonas han
convertido a las prácticas que representan en actividades exclusivas, de tal
modo tan específicas para sus practicantes que hoy parece que la habilitación
del trazado fue pensado para desarrollar a los personajes que la pueblan como
seres incubados en las factorías de Nike, Adidas y otras empresas similares. A
veces, cada vez más, y esto es peor aún porque la marca no aporta ninguna
función estética pero si de eficacia, en las fábricas de sus marcas blancas. De
algún modo dichos practicantes aunque se muevan fuera de este contexto llevan
la impronta, el aura de las prestigiosas marcas, y adquieren actitudes de
suficiencia e incluso aires de grandeza. Con este talante se había sorprendido
más de una vez a sí mismo ante el espejo con una sudadera Nike o una camiseta
Reebook.
En más de una ocasión estando de servicio ha
tenido que llegar con el coche patrulla hasta la vía para atender llamadas de
urgencia de ciclists y runners con las cabezas partidas y con infartos
insuperables. Recordó el caso de una cyclist septuagenaria que cayó por un
talud y tuvo que trasladarla hasta el
hospital con parte del casco clavado en la cabeza. Él mismo había habitado los
treinta kilómetros como runner y cyclist. Sabía que la mayoría de los
accidentes que se producían en la vía eran como consecuencia del abandono por
parte de las administraciones. Claro que la principal autoría no es la del
simple paso del tiempo. Los propietarios de fincas a lo largo de quilómetros
cuyo único acceso era desde la vía de recreo habían destrozado el asfalto y las
cunetas con sus todoterrenos y tractores. Luego las lluvias se encargaron de
rematar la mala planificación de un proyecto público perdido en un laberinto de
propiedades privadas, y convirtieron en pocos años todo el proyecto en una auténtica ruina.
Recordó el rostro de la comisaria europea
anunciando en las televisiones un plan para rehabilitar miles de kilómetros de
vías y senderos de toda la comunidad europea. Por entonces el alcalde anunció que la vía se beneficiaría de dicho
programa. Hacía ya años de aquella buena noticia y, sin embargo, la vía se encontraba en unas condiciones cada
vez más deplorables y el dinero perdido, tal vez desviado en cuentas de la
administraciones locales o incluso de la propia Bruselas a causa de cuestiones
de emergencias de otro carácter. Para muchos eurodiputados un cyclist está más
seguro en un comedor social que corriendo por un pedregal. Pensó que un cyclist
es un sujeto potencialmente insostenible para muchos políticos europeos,
excesivamente caro para el sistema de bienestar en el que había degenerado todo.
Llegó a la conclusión de que con el tiempo sólo los walkers, runners y cyclists
más atrevidos continuarían con sus prácticas por la peligrosa vía. Había
observado que últimamente se veían más cyclist por las carreteras secundarias.
Algunos incluso las preferían a pesar de los accidentes mortales que sacaban a
la luz los medios de comunicación porque le oyó decir a un cyclist “en el asfalto sin interrupciones la marcha
la disfrutas como si fueses inmortal e infinito”. Recordó la ilustración en un libro sobre la
filosofía de Kuhn sobre el concepto del Gestalt,
en el que se podían ver dos rostros sobre un fondo de color blanco o bien una copa sobre un fondo de color
negro. Pensó que al igual que las revoluciones científicas las demandas de los
cyclists se desvanecerían en el olvido cuando el último de ellos que oyó las
promesas de la Comisaria europea abandonase este mundo; a fin de cuentas todo
lo que sucedía en el mundo se reducía al trauma del presente y su agonía ante
lo ininteligible.
Cuando llegó
a la primera bifurcación dudó un instante si dejar el sol a la derecha o a la
izquierda. Sin saber por qué optó por la dirección que el astro minutos más
tarde parecería haber tomado. Sin embargo, como si se encontrara en el
transcurso de una lección de astronomía, cuando se disponía a tomar el repecho
pedregoso nada más comenzar el camino, se dijo que tenía mucha gracia que
nuestro subconsciente se aferrase aún sin remedio a la visión ptolomeica del
mundo. “En nuestra orientación en el espacio despreciamos la lección humilde y
solidaria del heliocentrismo. Continuamos actuando como si la ciencia a lo
largo de siglos no hubiese servido para otra cosa que para ocupar el ocio de
unos pocos individuos ajenos a los avatares de la política, la guerra y la
economía. Nos comportamos como máquinas obsoletas en un planeta igual de
vagabundo que aquellos que carecen de estrella. Despreciamos al sol hasta el
punto de creer que nos ilumina y nos calienta como si fuésemos una especie
mesiánica en el universo”. Pero en realidad
vivimos en un planeta vagabundo. Podríamos reutilizar esa palabra como
hacían los antiguos griegos para denominar este mundo. Para ellos “planeta”
significaba vagabundo, se dijo; desde un punto de vista heliocéntrico podríamos
referirnos de este modo a nosotros mismos,
perdidos y subsistiendo en el universo como una raza que no se entiende
a sí misma y que se hace daño entre sus miembros. Una especie ignorante, llena
de odio y maldad, vagabunda en un mundo errante que desconoce qué quiere y
mucho más qué busca.
En la cima de
la pequeña pendiente el carril hacía un brusco giro a la derecha para evitar
una de las innumerables casas y portales de aperos desperdigados por los campos del secano. La
entrada principal estaba abierta y desde allí se podía observar al fondo del
patio, del área como inevitable copia de
la villa romana, en una estancia con una chimenea encendida, una cabeza de ciervo con su correspondiente cornamenta
colgada del pecho del hogar.