Fragmento de mi novela postuma ZOOS, publicada por la editorial ME ESTÁIS JODIENDO VIVO, Huelva, 2100, y hallada en una capsula del tiempo enterrada en la playa más concurrida del sur de la península ibérica en septiembre de 2966.
Herman Melville en el catálogo de cetáceos en su libro
Moby Dick cuando hace referencia al Cachalote lo hace como Infolio, como el
libro antiguo más grande, de treinta y tres centímetros de alto o más. El resto
de cetáceos son inferiores en tamaño y la comparativa se reduce a libros más
pequeños. Para este autor cada especie es un tipo de libro. Tal vez si hubiera
sido inmortal habría concebido a cada ejemplar como un capítulo de libro de la
especie. Melville y otros como Cervantes o Tucídides habrían escrito tanto en
tal caso que hoy no sería imprescindible la tecnología digital. Tal vez no
existiría la informática si fuésemos inmortales. Aunque es cierto que ya ha
habido autores como José Saramago que se han parado en medio del tiempo, ese
que resulta a la vez tumultuoso y aciago ante la vertiginosa muerte, para
intentar demostrar que la inmortalidad nos traería demasiados problemas de
orden práctico que paralizarían cualquier progreso en la ciencia y hasta en el
orden espiritual de la humanidad. Cabe la posibilidad de que la muerte nos sea
inevitable además de imprescindible. Pero Moby Dick si es inmortal, y el lince
embalsamado por Antonio también lo es, se dijo. Lo único que ha logrado la
cultura de occidente con la extrema atención a la singularidad del individuo es
la muerte de este. Claro que en realidad esa reivindicación de la exclusividad
se ha dado sobre todo en la literatura y no como principal objetivo de deber
inexcusable como por ejemplo documentos fundamentales firmados y aceptados por
casi todas las naciones. Con la literatura ya se sabe, no es más ni menos que
un libro en blanco. Es un espacio virtual de lo imposible que mientras
permaneces en él convierte lo ajeno en permeable. Allí todo es posible durante
el discurso. En cuanto este se paraliza el espacio es el de un laboratorio fuera
de servicio. La singularidad del individuo se ha llevado hasta cotas de
prodigio. Con el carácter narrativo que lucha contra la inercia colectiva de la
sociedad que aniquila al individuo en su inocente y vano intento de
salvaguardar sus sentimientos y emociones, únicamente se pone en relieve la
intrascendencia e inoperancia de estos para la envergadura de los intereses
comunes. El principal efecto en Facebook o Twiter de cualquier reivindicación
de intereses individuales e incluso grupales es el de indiferencia, y en muchos
casos hasta el rechazo frontal de las
demandas. Nadie se salva de ser sospechoso de ser un usurero o malversador. Las
demandas en las redes son como la carroña. A poco que se huela con los primeros
comentarios aparecen los primeros oportunistas como forenses con sus bisturíes
para mostrar las sustancias contagiosas
que el inofensivo cadáver ocultaba. Quienes demandan hacen saltar las alarmas
del sistema como ocurriría ante las peticiones de ayuda de un enfermo o de
alguien que corre peligro. Pero el misterioso efecto que causa es la de
estimular sentimientos de angustia y miedo en una realidad extraña que debe ser
muy parecida a un subconsciente colectivo. Puede tratarse de algo peor, porque
todo el mundo le ve como un impostor que antepone la ciega desesperación a la
justicia sin importarle en absoluto los posibles daños colaterales, como a un
hijo bastardo de la Hibris, como a un autócrata que utiliza la farsa más vulgar
para convencer a los navegantes menos inteligentes. Las postulaciones y reclamaciones acaban
denotando siempre sospechas de desmesura. Una desproporción en una dimensión en
la que se valora demasiado el decoro de la alienación. Una actitud insolente y
egoísta que pone en peligro los intereses ajenos. Porque en la práctica la
naturaleza de las intervenciones en las redes sociales no persigue otra cosa
que salvaguardar e incluso rentabilizar los propios intereses imponiéndote con
ardides y malas tretas, y no esa gran mentira que todo el mundo pregona de compartir el ocio y la información. En el
fondo ni siquiera en ese activismo de empresas colaboracionistas como por
ejemplo Blablacar, Airbnb o Uber que nos
ha dado la horizontalidad en la red en la batalla contra las zonas de
concentración del capitalismo, con el carsharing y el futuro blockchain será
capaz de hacer las veces que lo ha hecho la literatura por la singularidad del
individuo. En realidad la literatura es el único punto de apoyo que tiene la
humanidad para imaginar que mueve el mundo como si este fuese leve y mutable.
La visión que nos ofrece la dimensión de
la producción y la economía en general es tan atroz que si no fuera por la
alotropía que se presenta en los momentos y lugares más insospechados, por esa
materia ambigua de la pus que aparece en los tejidos inflamados e infectados de
la misma dimensión todos moriríamos la
certeza de comprenderlo todo. Al principio vendieron las redes sociales con la
aureola de los campeones modernos de la comunicación, de un nuevo altruismo
para mitigar los males endogámicos que sufríamos antes de que inventaran la
red. Ahora se vende como el pan, igual que un producto de primera necesidad. Si
no apareces nunca en las redes sociales en apariencia eres un ciudadano
respetable como cualquier otro, pero obsoleto e inútil para futuros planes.
Esto incluye desde los planes de defunción hasta los de amores por llegar. En
la nueva era de la transmodernidad es vital para tu suerte, que aportes la energía de tu singularidad, esa
tan desarrollada gracias a la literatura, para molerla, exprimirla y
convertirla en comida para el rebaño, en pienso hipersaturado de nutrientes
para que los ejemplares de las nuevas generaciones aporten sus singulares actos y pensamientos por el bien supremo de
las economías de nuestras repúblicas y monarquías altamente inmunizadas. Los
brazos TH1 y TH2 de sus sistemas están tan desarrollados y equilibrados que
resulta imposible la aparición de cualquier enfermedad por leve que sea. No se
contempla, al menos a medio plazo, la irrupción de brazos TH2 como tumores o
alergias de la virulencia de salvadores como Mahoma o Jesucristo. Dichos brazos
son contraproducentes para la existencia serena que requiere la gestación de
mejores inversores. Hablar de literatura, palabra que procede del latín
literatura, es hacer referencia al litterator. Un maestro de escuela que enseña
la lectoescritura y las normas de expresión correctas del latino, que a su vez
proviene del término littera. Cuando
evoluciona se le aplica al letrado y al escritor, es decir al sabio, docto e
instruido, aunque tal vez por defecto de fe en un momento de la historia en los
escasos seres que sabían leer y escribir se aplicó con veneración y también por
pura necesidad a los que estampaban las leyes con letras en papel. El escritor
no tiene que ser precisamente un sabio, docto e instruido. Se le otorga el
título de autor de literatura, aunque no sea ni maestro ni letrado. Quizá en esta diferencia podamos
hallar los defectos que muchas veces
hacen la mayoría de los escritores de la literatura un despropósito. Las
editoriales, vendedoras del humo de la susodicha singularidad y enriquecidas
hasta niveles que ni ellas mismas podían imaginar, han perpetrado, y continúan
haciéndolo, crímenes contra la educación,
la inteligencia y la dignidad más elemental. Mediante sus sofisticadas
estrategias de ventas para alcanzar al mayor número posible de analfabetos funcionales han conseguido la
increíble proeza de que estos se sientan singulares. Tanto que los mismos
terminan asumiendo que aunque sean incapaces de comprender el orden jerárquico
de instrucción en el que se encuentran tienen legitimidad para participar en el
negocio de vender su ignorancia en realidad como las inquietudes e imaginación
de quienes deberían ostentar el derecho de que “Los humildes son los herederos
del cielo y la tierra”. Por otra parte no deberíamos olvidar que el vocablo
latino littera se vincula a la raíz indoeuropea deph, que significa estampar y
grabar golpeando. Parece que hasta los más ignorantes y los más humildes están
llamados a registrar su paso por el planeta. ¡Qué mejor modo que iniciar esta
costumbre que dejando constancia en el suelo y el horizonte, en la piedra y la
descomposición de esta como si el mundo fuese una inmensa página por escribir!