sábado, 31 de diciembre de 2016

DOS MUJERES







   Es posible que  las cosas no sean como son por lo que son sino por cómo se cuentan. ¿Si escribo “Aquella mujer elegante y llena de curvas insinuantes cayó fulminada al suelo por un infarto” es lo mismo que si escribo “Aquella mujer cayó al suelo fulminada por un infarto”?

  El adjetivo y los atributos o por el contrario, la falta de ellos, convierten a la mujer en dos difuntas distintas. La segunda proposición hace referencia a cualquier mujer, a un “universal” sin estética, es decir, sin aderezo ni sex appeal alguno. Podríamos poner como referencia a Eva, la primera mujer del mundo, a una mujer paradigma de lo que no podría ser un mundo sin mujeres. La mujer incuestionable, asexuada por su rotunda y propia feminidad y contrastada por todo lo que no es mujer, es decir, una mujer indiscutible o una mujer hecha mundo o viceversa. Sin embargo, la primera proposición convierte a la muerta en un objeto de deseo, de saber por qué y para qué esta mujer exclusiva, distinta a la mujer-mundo, posee curvas insinuantes y viste elegantemente para sí misma y también para los demás.

   Ante la evidencia de poder narrar in situ de dos modos distintos el fallecimiento podemos pensar que existen dos narradores diferentes o bien dos puntos de vista o contextos distintos para un mismo narrador. La mujer elegante y de curvas insinuantes puede ser la misma mujer narrada sin el aderezo y las insinuaciones, y a la mujer genérica puede ocurrirle por el contrario que le sobrevenga la muerte igualmente con los atributos de la anterior. En definitiva: ambas son la misma mujer.

   Ahora bien, nunca será lo mismo morir por la sencilla razón de que se está viva que morir por la misma razón con elegancia y sexo. Es esta una capacidad que hemos heredado tras la emancipación del ser humano  de la vida-buena en la naturaleza. Dicho de otro modo: sin el contexto y el mercado actual de la estética y los mass media la mujer-sexo caería fulminada por un infarto igual que una hoja cae desde la rama del árbol. Sería una muerte inútil o cuando menos intrascendente del objeto desde el punto de vista puramente estético. De todo se deduce que es imposible la viabilidad de dos narradores o contextos para los mismos, si bien nos atenemos y resignamos a la inexistencia a día de hoy de un discurso ontológico femenino sobre las estrategias de su propio sexo en un mercado gobernado por el deseo masculino.   

lunes, 5 de diciembre de 2016

LÍMITES








   Tal vez el terrible sentimiento de impotencia o, sin ir más lejos, la falta de inspiración para superar la innata apatía que nos inmoviliza y nos obliga a permanecer en nuestra “zona de confort”, concepto cuando menos peyorativo por no decir propio de animales perezosos, no sea otra cosa que nuestra falta de comprensión ante los límites del lenguaje.
  En esto Wittgenstein es generoso con los ateos  y nos dice que intentemos a toda costa creer en Dios. Tras la propuesta subyace la oscura intención de que el creyente comprenda la paradoja del significante y del significado. Aún no he leído su biografía pero me ha parecido que esa fe, valga la expresión, en la necesidad de creer es una de las aventuras más salvajes que podamos tener fuera de tal “zona de confort”o en la ausencia de las palabras.
   Cuentan que Wittgenstein intentó creer en Dios a toda costa y que vivió momentos en los que casi lo logra. Supongo que en esto consiste la fe, en un preciso momento de inspiración. Quizá en el fondo los ateos son tan perfeccionistas con la inspiración que con la criba a la que han sometido al lenguaje podrían construir montañas de palabras, o de herramientas para la obra infinita.
    Pero ni el mismísimo Wittgenstein con su obsesión por eliminar del mundo cualquier indicio de aderezo, de adorno gratuito hasta en las propuestas de seducción, consigue ocultar al fantasma del solipsismo y huye del “yo y mis circunstancias” sin rodeos ni vergüenza.
   Creer en Dios, tener una fe ciega, supone prescindir del lenguaje y entregarte al silencio y a la ausencia de uno mismo. Nada más difícil ni más placentero en un mismo tiempo. ¿Desprenderse por completo de uno mismo no es acaso un acto veleidoso y pusilánime, un hecho cobarde y miserable igual que el suicidio según la tradición judeocristiana?
   No es posible huir. La hora de tomar decisiones siempre es dolorosa. Incluso en el camino de la humildad y la caridad hay una negación del poder, una lucha contra sus métodos. La actitud sublime de la santidad es férrea y conlleva grandes dosis de soberbia. Contra esto el Progreso o Democracia en la línea de la concepción actual de la justicia social utiliza al dios del lenguaje como límite. Palabras como “mayoría” o “consenso” son herramientas muy apreciadas.

jueves, 1 de diciembre de 2016

DEMASIADO JÓVENES









1
   Éramos demasiado jóvenes. Tanto que no nos dábamos cuenta de que, a pesar de nuestra obstinada ceguera, hacíamos algún que otro juicio acertado sobre las causas de nuestro negro futuro. Pertenecíamos a familias humildes y trabajadoras. Después, con los años, nos fuimos convirtiendo, para no dar muchos rodeos en el análisis de las actitudes, en unos auténticos hijos de puta. Todo lo que había logrado cada uno en su camino era producto de las renuncias y los sacrificios a los que tuvimos que someternos.

2
  Era demasiado joven. Tanto que no me daba cuenta de que, a pesar de mi obstinada ceguera, hacía algún que otro juicio acertado sobre las causas del brillante futuro de mis amigos. Pertenecía igual que todos ellos a una familia humilde y trabajadora. Después, con los años, se fueron convirtiendo, por dar una pequeña señal de mis actitudes, en unos auténticos hijos de puta, y yo en otro hijo de puta que envidiaba y odiaba a todos ellos. Todo lo que había logrado cada uno en su camino era producto de una ambición sin frenos, a la que yo me había auto impuesto ciertas limitaciones.

3
  Teníamos un amigo demasiado joven, como todos nosotros. Tanto que a pesar de su obstinada ceguera no se daba cuenta de que hacía algún que otro juicio acertado sobre las causas de nuestro inevitable futuro. Igual que nosotros pertenecía a una familia humilde y trabajadora. Después, con los años, creyó que actuaba según unas pautas de comportamiento distintas a las nuestras. Parecía convencido de una inocencia que lo eximía de toda corresponsabilidad  en su rutina diaria. Todo lo que había logrado en su camino fue producto de las renuncias y los sacrificios a los que todos tuvimos que someternos. Murió de muerte natural no hace mucho. Todos fuimos a su entierro.

CODA Y FINAL (el cuatro tiene un exceso de connotaciones racionales)
  Eran demasiado jóvenes. Tanto que a pesar de sus obstinadas cegueras hacían algún que otro juicio acertado sobre las causas de sus lógicos futuros. Todos pertenecían a familias humildes y trabajadoras o, dicho de un modo menos condicionante, todos pertenecían y participaban igual que los hijos de familias pudientes, de la condición humana. Después, con los años, fueron acostumbrándose a la enajenación absoluta de sus propias figuras ante los espejos. Todas las cosas materiales y espirituales que habían logrado en el camino de las renuncias y los sacrificios era lo mínimo que se esperaba de ellos. 
 

miércoles, 23 de noviembre de 2016

WORD










Esto del Word está bien -he querido escribirlo con minúscula pero el corrector lo ha impedido-.
  Si uno lo piensa bien es bueno que existan las mayúsculas y las minúsculas, como los días de fiesta y los laborales. Cuando vas a decir algo tienes que hacerlo con las mayúsculas. Si no es mejor que calles. Aunque en el silencio, como con las minúsculas, es donde tienen lugar los actos más fértiles, fructíferos y sinceros. Allí se enamora la gente, se aman, se soportan e incluso se reproducen. Pero si callas no te escucha nadie y a la postre te llevas todo el tiempo con el zumbido en los oídos por la ausencia de ruidos. Acabas harto del silencio y la humildad. Te cansas de amar de tanto que ya has amado y empiezas a hacer ruido. Después el ruido te deja sordo y te cansas de las Mayúsculas,  y un día te das cuenta de que echas de menos las minúsculas, de que ya no oyes aquello que tanto te gustaba que sonaba bajo la tierra.
  Por la misma razón que las minúsculas y las mayúsculas puede que aparezcan los pensamientos ordinarios y los importantes. Para esto inventaron el Word. Para que continúes informando sobre el ruido y el silencio.
  Del mismo modo que en la piedra y después en el papel ahora puedes continuar pensando a lo grande, y además con la ventaja añadida de no mancharte las manos.
  Eso sí, debes saber que una cosa es poner orden en tu cabeza y enviar un SOS y otra que clasifiquen tus pensamientos a través de los filtros de la red. Hay individuos que ayudan mucho con sus inventos y solo dejan pasar en Google a los 5 mejores poemas, a los 5 mejores sueños, a los 5 mejores amantes o sin ir demasiado lejos en tus pensamientos a los 5 mejores asesinatos.
   Esto último no tiene importancia. Es una parte más del juego. Lo que de verdad importa es que tengas una buena digestión diaria y sobrevivas a las opíparas comidas en honor al miedo. Casi todo el mundo tiene un Word contra el miedo. Puedes decir que el reto de Naciones Unidas se ha logrado. Pero no culpes al capitalismo, al comunismo, al cristianismo ni a nadie si el Word te corrige las mayúsculas, las minúsculas y come de tu tiempo.  
 
   

lunes, 14 de noviembre de 2016

NADA









Resulta alentador imaginar la extraña luz que ilumina a personajes de ciertas novelas. Obras de autores en la práctica  de un existencialismo radical de finales del siglo XX. Dicha radiación los convierte en exclusivos observadores de la Nada.
 Cuando yo era demasiado joven pensaba que la idea de “Nada” era crucial para el futuro, para el presente que vivimos y que parece paradójicamente consecuencia de esa Nada.  Por comprender la idea hasta me enfrasqué en la novela de Carmen Laforet, que por cierto me pareció encantadora. Por desgracia ella solo se refería a una nada localizada, no encontré ningún indicio de esa Nada superestructural.
  En aquellos personajes perdidos en ningún lugar ni tiempo, como Bloch en “El miedo del portero ante el penalti” de Peter Handke, o el personaje anónimo principal de “Ampliación del campo de batalla” de Michel Houellebecq, podemos encontrar ese concepto más o menos terapéutico inventado por el filósofo Ernesto Laclau de la “Plenitud Ausente”.
  Se supone que estos personajes  -y otros muchos más de otros tantos autores que conozco y que aquí no voy a enumerar por razones de economía y tiempo-, se hallan en un mundo al que pertenecen por derecho y naturaleza, y en el que, sin embargo, no encuentran razones para que así sea. Podríamos pensar en la plenitud de la muerte en todo aquello que posee vida, como una cuestión elemental de que todo lo que nace muere, pero entonces las actitudes de estos protagonistas se reducirían a aferrarse a la existencia a modo de seres inmortales, mediante obras o acciones. Lo que buscan constantemente en el fondo son razones para evitar el suicidio. Sus creadores, Handke o Houellebecq los han soltado en un mundo ficticio en el que van de un sitio para otro de la manera más inopinada e indisciplinada posible. Ellos, los autores, viven (Vivían) una vida deslocalizada, tan estática, se supone que en el ejercicio de la meditación y la observación, que en un inevitable experimento echan a correr a sus hijos en un tablero polivalente de juegos. El acierto consiste en saber que  la desidia de occidente, ante todo en cuanto al desafecto y deslealtad del individuo hacia el grupo o tribu se refiere, en la caída controlada gracias a la ilusión de la autosuficiencia, es lo que nos salva de la negligencia y del suicidio.
  No se trata de un tipo de pereza sino de incapacidad para encontrar respuestas hasta en las emociones más esenciales. Los personajes se dejan arrastrar por la maquinaria de la civilización moderna con docilidad y humildad, en una ignorancia (resignación) más propia del santo que del conquistador.
   ¿Qué es y qué busca el individuo transmoderno?
La risa en esa Nada iluminada. El baile alrededor del aplazado suicidio en una fiesta a la que no fue invitado.

sábado, 5 de noviembre de 2016

CARNE Y HUESO













   En la cotidianeidad, esa voz que se utiliza  como  concepto de lo ordinario para quitar peso a las abruptas y a veces convulsas relaciones entre vecinos, padres, hijos y hermanos, y por supuesto en el ámbito laboral aparentemente más propio del establishment que de la gente humilde, podemos encontrar las más sofisticadas estrategias de chantaje, persuasión y engaño. Pensamos sin más que este estatus quo no merece un análisis pormenorizado porque pertenece a las partes pudendas del cuerpo social, esas que tenemos que tocar y asear a diario en la intimidad y el silencio para remediar los males más elementales contra nuestra salud y supervivencia y que solo a cada uno le corresponde su menesterosa actividad.    

  En lo que sucede inevitablemente a diario, en la repetición global de millones de altas traiciones y toda clase de artimañas para arrebatar y desprestigiar al prójimo, se halla el núcleo central de las pasiones más sonadas. La paradoja consiste en que el avaro siempre se siente pobre ante otro avaro. Nuestro grado de avaricia queda ilustrado en los ejemplos más mediáticos y nos escandalizamos  ante ellos como si nuestras partes más íntimas estuviesen expuestas sin ningún pudor ni vergüenza gracias a nuestra indiscutible inocencia. Intento no caer en la tentación de apoyarme en el refrán ni la frase hecha, pero nos guste o no el latrocinio y el crimen son ejecutados por individuos de carne y hueso, por gente como quien ahora posa su mirada sobre estas líneas.

   El sentimiento de culpa, de penitencia neo-liberal, no exime a nadie de la barbarie ni de, por supuesto, la connivencia. El mal menor del perdón resulta como un ladrillo más de altura en una torre sobre unos falsos cimientos. Una construcción que para sorpresa de los aprendices jamás se derrumba.

  La insaciable avaricia la defiende el filósofo. Cuenta con mitos como el de Perseo o Sísifo, con epopeyas como la conquista del espacio sideral o con las revoluciones sociales. La avaricia es en esencia búsqueda y progreso, dice. El filósofo es sincero y ante su mirada aterradora el único capaz de rebatir su verdad es el pedagogo. Pero este sólo cuenta con la ayuda de la historia, y esta no es futuro. No dispone de suficientes argumentos. Entretanto contamos con el político, que dice ser un híbrido de los dos anteriores y su método más famoso, la democracia. Padres, hijos, vecinos, empleados, empleadores todos en el estado de repetición del orden cotidiano, ninguna ciencia os legitima. Sois legitimadores.

jueves, 25 de agosto de 2016

MERCADO DE EMOCIONES







Nuestros movimientos inconscientes de acercamiento y alejamiento frente a determinadas posturas políticas o de intereses privados, por muy pequeños que sean, más que incluso nuestras actitudes en el lenguaje, de aprobación o condescendencia, o de rechazo o firme oposición ante quienes se empeñan en imponer su voluntad, son determinantes para saber dónde nos encontraremos en un futuro a medio y largo plazo. Si nos observamos mínimamente nos daremos cuenta de que nuestras emociones son fundamentales e insoslayables durante un choque fortuito contra o a favor de individuos, fuerzas colectivas, o leyes que quieran imponernos su voluntad
  Podemos hablar en tal plano de inmanencia sobre el acercamiento porque, misteriosamente, aunque este asunto está sujeto a múltiples interpretaciones, existe una gruesa capa de la población, ya sea humilde o pudiente, que siente una atracción  irresistible hacia los mecanismos del poder. Parece que el sometimiento es una actitud que proporciona una fuente inagotable de placeres. 
  Antes de dar una respuesta positiva o negativa, ya hemos decidido y dado señales en el laberinto de estrechos pasillos y de direcciones sin salida que construyen nuestros deseos contrapuestos, aunque más tarde nos pese,  de cuál será nuestra orientación para tomar la dirección que nos acerca o nos aleja del núcleo de fuerzas.
   La raíz del problema se encuentra, si analizamos el margen de maniobrabilidad, en el reducido espacio de libertad que tenemos. Las coordenadas que buscan nuestros deseos hacen que nuestras microemociones abarquen en la lejanía vastos territorios en los que nuestra integridad se verá  comprometida sin la protección de los más elementales camuflajes. Es imposible ocultar la afinidad o la  no aceptación de la voluntad ajena. Nuestro deseo de vivir el propio destino como cosa exclusiva es tan fuerte como inevitable es la muerte.  No podemos dejar de ser nosotros mismos y nos sentimos orgullosos de nuestras creencias y convicciones. A veces somos capaces de manifestar posturas reaccionarias y enfrentarnos contra el frente común de la desidia y el conformismo. Pero el miedo al castigo y la segregación nos hace retroceder cuando más cerca estamos  de quitarle el disfraz al Estado, grupo o ente  protector. Una prueba de fuego ha sido recientemente la adaptación a la realpolitik de los partidos emergentes tras el 15 M en España. Un rotundo fracaso. Nos da tanto miedo tocar cualquier pieza de la frágil construcción económica porque sabemos que se mantiene a duras penas como una casa en ruinas.  
  Cobardes, íntegros y valientes nadie puede evitar postularse a través de las emociones. Hasta los más ignorantes saben que la política es fundamental para armar una sociedad más justa. Nos han nutrido desde hace más de cuarenta años de derechos individuales que nos correspondían y que nos habilitarían para explorar y conquistar territorios desconocidos. Sin embargo, digamos que el cansancio de tanta conquista hace que nos resintamos ante la abrumadora idea de que para ser poderosos debemos conservar y mantener lo poseído. La urgencia de planificar los años, meses, días y horas por venir nos sume en el desaliento. Intuimos que hemos llegado a los límites de nuestro imperio. Entonces nos queda el consuelo de que sus fronteras no pertenecen a este mundo y nos alegramos e incluso nos regodeamos de que la realidad es un maldito sueño.
  Ortega y Gasset decía que “la propensión unilateral imposibilita la acción”. Eran otros tiempos. Porque lo que él llamaba propensión unilateral se ha convertido por inercia en el nudo gordiano de la realidad de las ideologías y de la praxis de la  justicia. Si cortamos de raíz sabemos que desharemos todo el largo y dramático camino y volveremos castigados por nuestra soberbia al punto de partida. Sin embargo, sabemos que si continuamos mirando pasmados al nudo nuestras vidas serán una podrida herencia para nuestros hijos; y lo peor: no podemos reprimir ni sabemos dar sentido a nuestras emociones, incluso hay quién se pregunte que para qué sirven.
  Creo que la emoción es un faro perdido en la noche, es un punto insignificante en la distancia que nos sirve para no perdernos en la oscuridad de las masas y poder identificar nuestra identidad como individuos, como entes capaces aún, no ya de pensar en la espiral del discurso colectivo, que precisamente continúa siendo el mal de nuestro tiempo, sino de sentir el peligro que entraña no saber interpretarlo y menospreciarse a sí mismo en la pasividad y la dependencia como un simple eslabón más de la cadena.
   Mostrar nuestras emociones es el gran negocio del siglo. Te van a vender justo lo que necesitas para que se cumpla, como bien dice la sentencia del Eclesiastes, “Nihil novum sub sole”, Nada nuevo bajo el sol. Tu moral, tu ética y compromiso están catalogados on line para que el núcleo de fuerzas te absorba y que todo parezca real. Quizá si no mostrásemos nuestras emociones el control de algún modo no sería absoluto y así nos reservaríamos una pequeña porción del paraíso. Un callado y mortal escepticismo. Tal vez. 

 

        

lunes, 23 de mayo de 2016

EL ATROPELLO DEL CONCURSILLO






En Andalucía, en esta tierra que ha demostrado a lo largo de los siglos ser una de las más propicias para la tolerancia, la solidaridad y la convivencia,  se está fraguando en estos momentos en el ámbito de la administraciones públicas y para mayor vergüenza de todos, en el espacio de la educación de nuestros hijos, uno de los mayores atropellos laborales que se han conocido desde el final de la dictadura franquista. El populismo, esa sombra de la que todo el mundo huye, palabra que se entiende en el panorama político actual como una etiqueta del ectoplasma y lo fantasmagórico, también ha logrado hacer mella en las estrategias sindicalistas de este ahora maculado lugar del mundo. 
    Todos los sindicatos que se sientan en la mesa sectorial de la educación no universitaria andaluza han caído en la vil tentación de dar de comer a un hijo hambriento para que les roture los páramos en tiempo electoral y dejar a otro morir de inanición. Otro que según sus lúcidas entendederas no sabe labrar, ni recoger frutos, ni cuidar de la hacienda. Sin embargo, este, hijo luchador y perseverante en esta tierra prometida, lleva lustros y décadas educando a los andaluces y andaluzas mejor preparados de la historia. Este hijo/a se llama interin@.
   En la próxima colocación de efectivos planificada por la Consejería de Educación de la Junta de Andalucía para el curso 2016/17, los funcionarios interinos, que es así como los llaman ahora porque en verdad, y en esto no se equivocan, funcionar sí que funcionan, van a saborear el licor de la humillación y el despropósito. Van a comprobar borrachos de pena como esas plazas vacantes que ocupaban hasta el día de hoy van a caer en manos de funcionarios de carrera que quieran conciliar su vida familiar, vida que según parece algunos tienen y otros no. Los interin@s que podían conciliar a duras penas su vida familiar la van a perder, y en el caso de que la pudieran tener la van a perder en favor de los funcionarios que según los sindicatos sí que saben mover y abonar sus estrategias electoralistas. Quitarle a un colectivo de miles y miles de maestros y profesores que se ganan sus maltrechos viáticos a base de miedo y tiempo de servicio, para ofrecérselo a otro sector de compañeros y compañeras va a suponer una situación de mayor precariedad en el mayor sentido de la palabra.
  Lo que no saben estos sindicatos que han ninguneado sin el menor miramiento es que los muertos de hambre son capaces de sacar fuerzas de flaqueza donde parece que no las hay. Sí, se están organizando. Me consta que de tanta hambre que llevamos arrastrando a lo largo de tantos años, miles de compañeros y compañeras nos estamos movilizando para acabar de una vez por todas con la figura del fantasma de la interinidad. Vamos a dejar de ser espectros de una vez por todas.   




domingo, 8 de mayo de 2016

ANTIMÍSTICA






En la realidad de la posesión de la materia, en los bienes terrenales o en el ordinario  derecho a la propiedad, se encuentra el vínculo de la humanidad con la naturaleza. No nos es suficiente volcar nuestro espíritu en la eternidad tras la muerte. Es necesario también nuestra intervención como dioses para comprender el alcance de nuestra naturaleza sobre los átomos y moléculas. La reproducción de la carne es una manipulación contra el paisaje de fondo de la existencia. Intuimos pasmados que tiene mucho más sentido no-ser que ser. La farsa, el egoísmo y todos sus parientes allegados son experimentos necesarios contra esa oposición a la naturaleza del no-ser, contra nuestro miedo más auténtico y primitivo.
No creo que a la manera de los místicos encontremos la forma de evitar clavarnos nuestro propio aguijón. Tal vez la misión escrita en el aire, en la historia, sea hacernos cargo de una vez de que no existimos y que en realidad pensamos sin poder existir, que ni siquiera pertenecemos a nuestros sueños. Solo así, vencidos, pero con la evidencia por bandera, podremos renunciar a las veleidades de los dioses.   




jueves, 28 de abril de 2016

LA BUENA EDUCACIÓN









Son cuchilladas a la vuelta de cualquier esquina.  Esos pensamientos siempre asaltan su conciencia cuando precisamente se ha olvidado por completo de ésta. Tal vez este tío sea uno de esos tristes místicos (por extensión todo aquel sujeto que espere una recompensa por lo que la sociedad considera buenas acciones e intenciones), educados con la severidad de unos padres que se han llevado toda la vida predicando con el ejemplo. Alguna vez ha pensado que a algunos individuos no les vendría nada mal que sus padres hubieran cometido algún crimen y hubieran tenido que pagar por ello con una buena temporada entre rejas o que al menos hubiesen alguna vez actuado ante ellos como unos auténticos hijos de puta. De este modo no tendrían que estar todo el tiempo lamentándose por no haber sabido estar a la altura de las exigencias de una buena educación.
   El culmen de la educación supone para este tío odiar a todos sin que se den cuenta. Evidentemente el resultado es justo lo contrario a lo que la buena educación pretende. En el combate desigual para reprimir el egoísmo y la soberbia innatos, siempre sale victorioso la cosa sufriente, el objeto mermado que anhela la perfección imposible de las formas.  Se lo han puesto tan difícil que confunde, por ejemplo, las circunstancias de tener un puesto de trabajo con las del disfrute de un privilegio ilegitimo, robado a sus semejantes gracias a un fallo del procesador de algoritmos. “Aún falta para que las máquinas vivan en nuestras mentes”, se dice cuando ve las  imprecisiones del actual sistema de la gran computadora. Aunque tiene el presentimiento de que ciertos desajustes están programados con la intención de jugar al despiste. En realidad estaría dispuesto a dar su vida por no haber tenido educación. Daría su vida por otra. Cosa que siente imposible, pues todas las posibles no se entienden sin la que él ha tenido. Preferiría renunciar a todo lo que sabe para no sufrir la tortura por saberlo.  
   Ha leído en el tiempo y oído en el túnel de la memoria que  debe amar a Dios sobre todas las cosas. La aseveración consciente o inconsciente de que hay una materia o concepto a quien rendir cuentas por encima de “todas las cosas” lo tiene atado de pies y manos. Da igual que sea cristiano o budista. Hasta el ateo más radical siente que hay un mandamiento principal, una oscuridad atroz de la que no podemos escapar.
  En estos momentos se encuentra absorto viendo los informativos en la televisión. Asume la pena inmensa por las víctimas de los desastres naturales y las guerras con un “mea culpa” por no poder comprender las intenciones de ese Dios al que ama y que lo contiene todo. Acaba de perderse en el laberinto de los pensamientos y su conciencia no le pertenece, pues se ve a sí mismo perdido en las imágenes del recuento de las víctimas.

  De repente asaltan los cuchillos. Los pensamientos huyen y el gobierno es del pánico. Va más rápido que la luz pero no consigue dejar atrás al fantasma de la buena educación. Todavía no se ha esforzado lo suficiente.       

jueves, 17 de marzo de 2016

HABLEN









Hablar y hablar
…y continuar hablando
para llegar a un acuerdo


Tras horas, días, meses, años
siglos  y milenios
aún continuamos hablando


Llegado el caso
por necesidad se mata al emisario
así nos postulamos por la guerra


Tras ella nombramos embajadores
a los que no les importan
ser despreciados y hasta vejados,
pequeños detalles sin importancia,
si queremos saber qué están pensando
al otro lado.


Morimos y seguirán hablando


Aunque esto no nos cuesta
porque lo nuestro no será más
que un afasia pasajera.


miércoles, 13 de enero de 2016

HISTORIA DE MI RODILLA IZQUIERDA (V)









   Había vehículos aparcados como mucho a cien metros de distancia unos de otros. Todoterrenos con carros enganchados para  los perros, pickups y hasta turismos apostados en los  márgenes del camino entre Trigueros y Huelva daban al monótono paisaje un inusual contraste de colores y movimiento. Vistas que por más que intento asumir como propias en sus características  y particulares como cualesquiera otras de las que hay en el mundo, no consigo pensarlas sin el desdén por los árboles y sin la terquedad en mostrar las suaves líneas de sus lomas, ya sean desnudas en la piel marrón de la tierra arada o vestidas por las espigas de trigo y los girasoles; frutos estos, nacidos gracias a las subvenciones de la Unión Europea para la supervivencia de los propietarios de los latifundios o para la de la población mundial.
 Me preguntaba por enésima vez, de tantas veces que he atravesado ya esta tierra en medida deportiva, una vez sufrido este sentimiento de rechazo por tanta desolación por dicha causalidad, qué sería de este desierto sin la vigilancia aérea de las tierras cultivadas y a qué la dedicarían sus propietarios sin las ayudas de la PAC.
 Supongo que por la necesidad o el ingenio, que la mayoría de las veces está muy por encima  de los miedos que atan a las personas, que los titulados de las inmensas parcelas las malvenderían o las transformarían en explotaciones de última generación, impelidos por la obligación de sumarse así a la participación en los mercados misteriosos de productos específicos para necesidades aleatorias del desarrollo consumista. Podrían producir algún fruto fantástico sin piel de injertos insospechados o biomasa no contaminante para alguna República Independiente gobernada por consejeros y ejecutivos de las grandes empresas eléctricas, escindida de los tratados internacionales con ánimo de demostrar la inviabilidad y la poca rentabilidad de las energías renovables.
   Me digo entonces que de momento la historia de la tierra está en buena parte escrita por los hombres, otra cosa es por qué o quién será narrada. Así que en la intrascendencia de la mano del homo sapiens sapiens para la magnitud del tiempo cósmico siempre acabo imaginando que este terreno ahora meteorizado, por el que se camuflan liebres y conejos, y se perfilan flemáticos, a causa de la escasas piezas de caza, cazadores y  perros,  como las verdaderas presas en el sueño en el interior de un desierto, volverá, como el hombre a sus orígenes, a no ser nada, puesto que en el abandono del tiempo la eternidad es un concepto sin consecuencias siquiera para el propio tiempo. No existirá nadie para decir “así es esta tierra” o “la tierra es mía”. No habrá historia y por tanto tampoco habrá tenido lugar un Apocalipsis de ningún tipo, y mucho menos traumático. Quizá existe la posibilidad de  que quede escrito o pensado fuera del tiempo, pero para ese momento, si se me permite la expresión, no habrá boca que lo cante ni cerebro que lo piense. Todo habrá quedado, nunca mejor dicho, en nada.
   Mientras concluía con dichos razonamientos acerca del final de los tiempos, procuraba compensar en las pedaladas la asimetría de mi rodilla izquierda con un mayor esfuerzo de la derecha. La cabeza del peroné izquierdo se ha desplazado en los últimos otoños hasta el punto de hacerse visible en el también deteriorado paisaje de mi cuerpo. En él, un mal uso a causa de mi adicción al running y el implacable tiempo dentro de la eternidad, han tenido  consecuencias irreparables para esta historia, en él tienen lugar, como se podrá comprobar más adelante en el texto, las claves de esta historia.
   Tendría que ser verdad aquello del “eterno retorno” que algunas escuelas filosóficas proclaman, y además que mi espíritu acertara a memorizar el instante a la edad de veinte años en el que en un partidillo de basket, apoyando la rodilla izquierda, en un desafortunado giro de ciento ochenta grados sobre mí mismo, se rompiera el menisco para sortear como en una de esas imbéciles películas de Hollywood el instante de la eternidad que me permitiese, no sin cierto orgullo en o sobre la naturaleza, pensar mi cuerpo igual que el de un ciclista perfecto, sin la menor de las taras físicas, que rueda sobre estas pistas satisfecho en la potencia propia del acto a favor o en contra de los vientos.
   Durante demasiados años mi rodilla izquierda se sometió al gobierno de mi mente sobre mi cuerpo. En este tránsito nunca pensé  que la famosa frase del escritor romano Décimo Junio Juvenal “Mens sana in corpore sano” pudiese trascender más allá de su aséptico mensaje, es decir, del consejo que conlleva una orden de sobriedad y disciplina sin que nadie sepa exactamente para qué sirve el exceso de la felicidad servida. Nunca imaginé que en el deporte, yo, que he atendido antes que nada con gusto y preferencia las exigencias del pensamiento, pudiera hallar tantas desembocaduras para el estancamiento de este. En el deportismo, la segregación de las endorfinas, me han proporcionado habilidades que antes desconocía, inopinados estados mentales a los que he llegado por obra y gracia del simple movimiento. En el fondo no estoy enganchado a la idea de un deporte que me proporciona salud, sino a la adquisición de unos estadios, a veces segundos de duración, otras de casi una sesión completa, de delirio. Incoherencias y despropósitos se mezclan con dilucidaciones sobre cuestiones no resueltas del pasado y con actitudes muy lúcidas sobre el futuro. Por tanto no es este una dependencia en el que encuentro siempre placer. Muchas ocasiones me produce un extremo cansancio físico y mental. Hasta el punto de tener que sofocar onomatopeyas más propias de animales que viven en mi interior que de la persona que a diario ven mis familiares y paisanos. Es un secreto, un poder oculto a mi disposición con el que puedo hacer nuevas reglas o deshacer las ya existentes de la familia, la naturaleza, del Estado y del yo.
   Quizá pueda decirse que todos y todas las deportistas solitarias son, como yo, anarquistas en potencia. Sujetos que han saboreado peligrosamente durante el acto la bilis del vientre hambriento de maldades, de los alimentos nocivos que han hecho de los hombres los que son, carroñeros insaciables a campo abierto que comen todo lo que el Estado desecha por encontrarse fuera de fecha de caducidad.  Esa bilis que en el deporte nos corroe por un tiempo limitado despierta el apetito de la bestia que llevamos dentro. Pero los efectos de la sustancia son tan efímeros que no suponen ninguna amenaza para nada ni nadie, ni siquiera son tenidos en cuenta por el Estado como efectos contraproducentes para su seguridad. Según el minutaje del “fondo en solitario” y los años de veteranía en la práctica de esta actividad puedes experimentar mayor o menor grado de desprecio a las reglas del juego prescritas por los jueces y gobiernos. En este caso el desprecio propiamente dicho es un regalo de la lucidez. Sí, en la carrera de fondo alcanzo la clarividencia, la recompensa que siempre nos ocultará este mundo si no decidimos cobrarla. Esta es lo mínimo que se nos debe por llegar aquí y abrir los ojos. Suponer que debemos ser ante todo agradecidos por el simple hecho de recibir la vida tiene las consecuencias del conformismo más obtuso y a la vez menos responsable. La recompensa por tomar lo que se nos debe no tiene ninguna gracia, ni laica ni divina. Es como el juego del ratón y el gato en el que la única verdad es el miedo. Una vez logrado el método aquel se disipa y entonces comienzas a correr dentro de ti. En la carrera sientes lo que eres. Movimiento. Una especie de fantasma que se ha pasado toda la vida traicionando a la familia y los amigos. Un individuo egoísta, político las veinticuatro horas del día, hasta en el sueño, en el uso de “su razón” para someter a su antojo y voluntad los intereses de los demás. Los negocios se anteponen, se presuponen para tener un buen concepto de sí mismo dentro del clan. Tiene efecto hasta en la globalidad. En la carrera tienes la sensación de que pronto explotarás o implosionarás como lo hacen las estrellas en el cosmos. Tu existencia no es un regalo. Es indispensable para que la vida y la muerte se fundan en un abrazo, para que no hagas lo que no quieres, para que no permitas que te esclavicen bajo ninguna forma de gratitud.
  La prescripción es una  acepción  ambigua que hemos desarrollado hasta alcanzar la alta sofisticación en la que nos hallamos  para que podamos soportarnos los unos a los otros. Quien gobierna prescribe. Quienes sostienen el poder del gobernante conquistan derechos por el simple hecho de someterse a las leyes del gobierno, de la prescripción. Después todos prescriben paso a paso el castigo de que los sujetos y sus atribuciones sean expulsados del grupo, de la comunidad, de la nación, es decir, derogan la posibilidad real de la repudia. Dicho de un modo mucho más objetivo, con la evolución de la prescripción a la que hemos llegado con miedo y flema, nos prescribimos los unos a los otros antes que amarnos u odiarnos en el mismo orden. Gobernante y gobernados se necesitan hasta el extremo de convertir sus conveniencias en una sola y poderosa idea. Ir juntos, prescritos, para que nadie se quede fuera.
  Estos no son más que retazos interpretativos obtenidos en la experimentación cada vez más adictiva y vinculante a la carrera de fondo. Sin embargo, durante aquella sesión no pude obtener ni el más mínimo sentimiento o señal de liberación contra el sistema establecido, como ya ha quedado patente en mis explicaciones. Apenas llevaba recorrido dos quilómetros de distancia por la pista descrita que me llevaría hasta los tanatorios de Huelva cuando, a mitad del cordón de vehículos, a causa de mi falta de atención sobre el piso, centrada en aquellos momentos en la observación de los grupos de perros y cazadores, tuve una caída. Mi primer trompazo contra el suelo en años de bicicleta.
   Tras una gran piedra en medio del camino, fácil de sortear, se encontraba agazapado, supongo que oculto por culpa del miedo, un conejo.  La imagen fugaz de su precipitada carrera para evitar mis ruedas me indujo instintivamente a frenar en seco. Salí disparado por encima del manillar y el azar quiso que la línea zigzagueante que en la huida trazó el animal coincidiese con el punto exacto de choque de mi abdomen contra el suelo. Quedó por unos instantes atrapado bajo mi cuerpo. Tiempo suficiente para que apareciesen varios perros jadeantes y amenazadores en busca de una presa quizá ya grabada en sus memorias olfativas. Sentí mucho calor en las palmas de las manos y en el codo derecho. Pensé que simplemente se trataba de un pequeño accidente que no me supondría graves daños físicos. El animal vibró bajo mi cuerpo y se escurrió fácil para meterse en las bocas de los canes. A escasos centímetros pude observar cómo una de las afiladas dentaduras apresaba a la víctima por el cuello y la zarandeaba de arriba abajo con oficio y diligencia. Tras varios segundos la lanzó al aire con la fuerza necesaria para que otras fauces impidiesen que cayese al suelo y repitiese con la misma destreza la misma técnica. Me resulta difícil saber con exactitud cuánto tiempo duró el episodio violento que fue desde la frenada hasta que uno de los perros desapareció en la panorámica a ras del suelo llevándose la presa hacia los terrones de la tierra arada. Puede que tan solo transcurriera segundos pero me parecieron años. Tal vez la sensación inconsciente de dolor paralice el tiempo y lo comprima hasta hacerlo estallar, y con su desaparición la vida en este caso sea únicamente dolor a secas. Es posible que las características del tiempo cuando vivimos conscientes de él no sean más que la inevitable certeza de que el mundo se mueve incesantemente a nuestro alrededor. Quizá por esta razón solo aplicándote a él puedas intuir cosas que con el sedentarismo nos son negadas. En primera instancia el dolor me condujo a la perplejidad pero cuando fui consciente de lo que ocurría con mi rodilla izquierda la confusión me llevó al miedo o viceversa y, como siempre sucede ya sea por razones fundadas o no, sus circunstancias tan determinantes acaban perfilando el no tiempo en lo exclusivo de tu impotencia. 
   Cuando intenté incorporarme sentí que mi pierna izquierda pesaba toneladas. Un dolor inmenso como el mundo y a la vez reducido en la emisión y recepción dentro de mi cerebro, me sumió bajo el cielo, contra la tierra, como si esta me rechazara o no me aceptara a causa de sobredimensionado miedo que generaba mi cuerpo. Por más que lo intentaba no lograba activar ninguno los elementos inferiores de mi pierna izquierda. Desde la rodilla hasta las puntas de los dedos de mi pie nada me pertenecía. Creí que todo el conjunto se desprendería de mi cuerpo y quedaría a un margen del camino del mismo modo que cualquier despojo del tiempo vencedor. Una piltrafa igual que una cubierta gastada y abandonada o un tapacubos de los muchos que salen  despedidos de las ruedas de los vehículos que por allí transitan. Desde mi posición podía ver  a ambos lados de la pista a los grupos de perros y cazadores como si se encontraran atrapados dentro de las gigantescas parcelas. Sus figuras se movían con una lentitud rayana a la meditación del paseo. Solo los perros parecían alguna vez dispuestos a romper el ensimismamiento de una actividad casi obsoleta si no fuese porque intuyen que las presas despiertan por unos instantes en el sueño del paisaje igual que fetos dentro de un vientre casi muerto, en el intervalo de una gestación eterna.
   El cirujano que intervino en la operación de mi rodilla es un tipo arrogante. Demasiado joven tal vez para comprender las prestaciones  de la  carrera de fondo. No descarta que a medio plazo pueda volver a subirme en la bicicleta. No obstante me ha recomendado que la opción de practicar la natación debo asumirla como la mejor de todas las posibles si valoro lo suficiente mi cuerpo y me hago cargo de las circunstancias. La rehabilitación en la piscina debe ser ineludible, después ya veremos, dijo,  dirigiendo su mirada a través de la ventana desde la que pueden verse las miles de hectáreas rotuladas entre Huelva y Trigueros. No sé si en una rodilla operativa o inútil pero el peroné tras la intervención ha vuelto a la posición correcta, de salida, para una hipotética carrera. Esta vez, mucho me temo, compartiendo meta con cabezas decapitadas. Con brazos, troncos y piernas felices que sueñan en carreras explosivas planificadas por un deportismo en el que el sudor debe ser ante todo colectivo.