En la realidad de la posesión de la materia, en los
bienes terrenales o en el ordinario derecho a la propiedad, se encuentra el
vínculo de la humanidad con la naturaleza. No nos es suficiente volcar nuestro
espíritu en la eternidad tras la muerte. Es necesario también nuestra
intervención como dioses para comprender el alcance de nuestra naturaleza sobre
los átomos y moléculas. La reproducción de la carne es una manipulación contra
el paisaje de fondo de la existencia. Intuimos pasmados que tiene mucho más
sentido no-ser que ser. La farsa, el egoísmo y todos sus parientes allegados
son experimentos necesarios contra esa oposición a la naturaleza del no-ser,
contra nuestro miedo más auténtico y primitivo.
No creo que a la manera de los místicos encontremos la
forma de evitar clavarnos nuestro propio aguijón. Tal vez la misión escrita en
el aire, en la historia, sea hacernos cargo de una vez de que no existimos y
que en realidad pensamos sin poder existir, que ni siquiera pertenecemos a
nuestros sueños. Solo así, vencidos, pero con la evidencia por bandera,
podremos renunciar a las veleidades de los dioses.
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