domingo, 27 de enero de 2019

VIDA BUENA














Puedes presumir por los mentideros
de no tener deudas con la justicia,
ni con ningún tipo de derecho,
incluidos los tuyos propios

Puedes ufanarte de cumplir
con el principal mandamiento
que te impusieron tus padres
y que aceptaste a pies juntillas,
el de evitar que un ignominioso dedo
te señale entre la muchedumbre
hambrienta de éxitos y famas
como a un reo en el corredor de la muerte

Puedes observarlo todo desde lo más alto
con la ayuda de un golpe de suerte,
e incluso hacerte valer entre los poderosos
y que a estos les parezcas imprescindible

De todo eso puedes enorgullecerte,
gracias al protector antifaz más moderno,
al embozo ético y estético capaz de ocultarnos
hasta en panópticas avenidas digitales,
gracias a una hija del pasado,
antes repudiada y ahora protegida
por el meretricio futuro,
la ignorancia

Si alguna vez se te ocurre cuestionarla
y llegas a pensar que mal vives por ella
no te sumerjas en los ríos de rápida corriente,
no busques ayuda en las veloces
palabras de los sabios pregoneros,
es mejor ir de cara a la muerte,
que la muerte ame tu vida buena



 





viernes, 18 de enero de 2019

A-000







                                                              A-000     ZOOS (XIII)


      Pensó que el funeral del padre de Gloria sería en un día de la lluvia y apuró el líquido de un trago. Pagó su consumición, no sin antes preguntar al camarero de la ropa de camuflaje si sabía de algún vehículo que viajara a la ciudad. Este le contestó que como él muy bien sabía en aquellas horas del día apenas había tráfico. Se sentía observado por todos los concurrentes en aquella especie de establecimiento global. Podía estar seguro que a partir de aquellos momentos toda la localidad sabría qué motivos le llevaban a visitar el lugar.
 Una vez en el exterior todavía había suficiente luz para ver que la calle enlazaba en una suave curva hacia la derecha con la A-000, y cómo esta se perdía entre los higuerales. Al menos lo intentaría. En aquella hora la mayoría de los vehículos circulaban en sentido contrario al que a él le interesaba. Eran gentes que volvían sobre todo de realizar alguna labor menor del  campo. Caminó lo suficiente buscando el inicio de la carretera para que interpretasen bien sus intenciones de hacer autostop. Apenas un par de bombillas desnudas,  que colgaban de unos puntales oxidados de no más de un metro   a modo de farolas sujetos a las últimas tapias de la población, iluminaban la línea entre el asfalto roto y la tierra batida por las ruedas de camiones y pequeña maquinaria agrícola que hacía las veces de acerado y de parquin. La noche se le había echado encima por sorpresa,  como a un estúpido. Pensó que a pesar de que creía que todo lo tenía previsto y calculado, una vez más le encanó la irrupción del acontecimiento. Sabía perfectamente que no le resultaría fácil encontrar un viaje para la vuelta pero, igual que en otro momentos más o menos reseñables de su corta vida, no contó con otras cuestiones en apariencia de nula importancia o cuando menos secundaria. Una vez más lo atrapó como en un cepo un sentimiento de tristeza, o según él prefería pensar algún desajuste en el ciclo de sus ondas cerebrales, o tal vez hasta un milimétrico desplazamiento desde hacía cuestión de minutos e incluso segundos, como en un mini- seísmo, de alguna capa de su definida personalidad a causa de un más que justificado movimiento por la fuerza ineludible de la inercia hacia la adaptación al medio y sus circunstancias. Imaginó que sus padres callaban apesadumbrados una vez más cuando él aparecía de repente en el salón o la cocina. Parecía que había explotado el microondas con algo dentro. La cuestión es que por entonces todavía no existían los microondas, al menos en la vida civil; esto de la comercialización de la alta tecnología se ha convertido en una obsesión, hasta el punto de que hay personas a día de hoy que piensan que los militares y la industria aeroespacial ya lo han inventado todo, hasta los viajes interestelares. El caso es que aunque allí no había microondas ni nada que pudiese haber reventado por una mala absorción de microondas de radio de alta frecuencia, el veía todas las paredes y muebles de la cocina y de parte del comedor manchados de una gotas de una pasta marrón chocolate del tamaño de monedas de veinte duros. Por un instante pensó que sus padres se habían arrancado el uno al otro sus hígados y los habían introducido allí como una medida de protesta hacía su miserable y asquerosa actitud. Nadie sabía aún que todos los microondas del mundo occidental podían llegar a emitir más de veinte millones de toneladas de dióxido de carbono, lo que equivale a la contaminación que producen millones de coches. Todavía no tenía ni idea de que pertenecía, en esa manía de los medios y las universidades con sus alusiones al triunfo de la identidad, a la generación X, o generación MTV o JONES. Dicho de otro modo según esos canales, que era miembro de una extraña e inmensa tribu  que buscaba ante todo ser alguien en la vida, es decir “ser” en una apuesta inopinada una oposición dura contra la representación de los padres. “Padres y Madres” póstumos, por la actitud de querer tomar el relevo de la lucha contra la imagen que se fabrica uno de sí mismo, contra la impronta del gesto de perplejidad permanente ante la ignorancia, que repetirían y que continúan haciéndolo y lo harán  hasta el final de sus vidas en un zumbido parecido al de las abejas en un panal como medida exclusiva para alcanzar la igualdad de género, en el panal suculento del dinero y la política. Quien narra supone por una razón tal vez bastante convencional y según el axioma que se infiere del síndrome del nido bienhallado, que los hijos que no necesitan adaptaciones curriculares, que cumplen y se definen con los tiempos pedagógicos entre el núcleo familiar y la calle, viven en una tortura marcada por la elipsis que provoca el desconocimiento de datos entre ambas partes. Viven durante un tiempo infernal en el odio y el amor hacia sus progenitores. Pero aceptar que se pertenece a una generación con una nomenclatura como si se tratara de una forma y tipo de jaula creada en una zona de la nube en la que viven los ornitólogos criadores de híbridos en serie, es cosa de individuos babiecas y pasmados.
 Quien narra confluye en estos momentos en los pensamientos del personaje que avanza hacía la puesta de sol, por un sendero que muy pocos conocen, un hueco entre las zarzas y las palmas de palmito que consiguió abrir gracias al Land Rover que consiguió por un precio ridículo en una subasta de vehículos usados de la Guardia Civil, por unanimidad y determinación creemos los dos que es menos traumático para el sujeto saber que perteneces a un predicado. Si te dicen quién eres y por qué lo eres te ahorras bastante trabajo y además así obstaculizas menos el camino hacia tu rendición. Esto último resulta bastante enojoso y fastidioso cuando hay resistencia, ya que la labor de tener que indicarle al sujeto díscolo la dirección adecuada conlleva una acusación dilatoria de grado 1 que no beneficia a nadie. La obstinación permanente requiere, salvo en individuos sobredotados, que son capaces de hacer bascular al menos durante unos instantes el eje central de la nube obligando a las agencias de noticias señalar con imperceptibles cambios de discurso cabezas de turco, una cansina adopción de conductas que solo conducen en una flemática secuencia de ilusiones y desengaños a un zoo sin animales y en el que siempre es otoño. Muy poca gente sabe en este país de observadores de la fortuna ajena que abanderan y aman el fracaso más rotundo y logran hacer de él su modo de vida. Esta minoría consciente y ocupada a modo de Sísifos actualizados en la resiliencia como si se trataran de nigromantes que han perdido la fe un su arte, ya no piensa en cosas como retirarse a un rincón agreste perdido en medio de la nada, en viajar a una isla desierta o marchar a trabajar a una base polar o en un petrolero transoceánico, tan solo se contenta con identificar al enemigo inminente. Este no es otro que el que se esconde tras la letra pequeña, el que te trata con los honores de un rey o un héroe pero que te va a dejar sin tu ración diaria de autocomplacientes sustancias digitales y gregarias en cuanto dejes de ser rentable a los intereses de tus protectores inversores. Piensa que los abuelos siempre dan los mejores consejos. Sin embargo, los de su generación no llegaron a tiempo para contarles a sus nietos que no debes criticar a nada ni a nadie dentro de la nube. No hay chivatos. Estos son piltrafas de las pingües carnes que alimentaban a los reyes y dictadores del pasado, una caricatura con muy mal gusto de sí mismos. Si exceptuamos a los hackers freelance que recuerdan y hacen honores a los antiguos y audaces héroes que osaban retar a los poderosos, basta un segundo para que cualquier actividad que señales en la nube te delate. Eres cautivo de tus propias palabras y de tus actos. Ya sabes que fuera de la nube solo eres una sombra, y tal vez aunque los efectos de luz pueden tener más importancia que en apariencias, si no promiscuyes tus energías con las de tus semejantes es imposible tener vida y participar en la existencia de la historia que comenzaron precisamente con cosas y sombras de mujeres y hombres. Nuestros abuelos no nos advirtieron que ahora sólo debes pensar y pensar. Los abusos y las injusticias actuales no son como siempre lo han sido, con descarada autoría del egoísmo y la maldad humana. La gente nunca ha esperado nada bueno del más allá y sus espíritus lo  relacionaban con el sufrimiento, pero los médiums han proliferado como si viviésemos en una eterna primavera apocalíptica. Estos chupaeuros, estos intermediarios a sueldo vomitan a miles sus ectoplasmas para que los veamos y nos enfrentemos a ellos. Estas figuras vaporosas se transforman al instante nada más verlas en una secuencia de imágenes de  tu propio cuerpo. Las siguientes son las veinte más representativas:
1. Estás tumbado en el sofá del salón de tu casa mirando el televisor y bebiendo litros de cerveza. 2. Se te ve encendiendo un cigarrillo y estás completamente solo en medio de un bosque de altísimos árboles. 3. Estás dentro de una cabina rodeado de papeletas de votos, coges una del partido que gobierna y escribes en ella una frase ininteligible, después la metes en un sobre, abres la cortina y sales encabronado mirando a todo el mundo para depositar el voto en una urna casi llena. 4. Sales de tu casa de madrugada y tiras en el contenedor de basura orgánica grandes bolsas de vidrio y plástico. 5. Estás a punto de tomarte una ingesta de pastillas de la paz porque quieres suicidarte y crees que hay millones de personas observándote que creen que te vas aplicar uno de los mejores tipos de eutanasia. 6. Estás en plena vía pública y sientes la necesidad imperiosa de orinar como un animal, y vas y lo haces delante de todo el mundo porque sabes que no te da tiempo a llegar a los lavabos más cercanos. 7. Hablas mal de tu familia a pesar de que quienes te oyen saben que tienes razón. 8. No ayudas a un individuo de la tercera edad a subir al metro porque unos momentos antes ha empujado a otro igual para quitarle el lugar en la cola. 9. Pasas demasiado tiempo en la nube y también fuera de ella criticando públicamente a los poderes establecidos. 10.  Pegas sin miramientos tu cartelería encima de otra para vender mejor tu producto. 11. Pretendes que tu actividad nicho trascienda incluso en el interior de la nube con la misma intensidad que unos juegos olímpicos. 12. Robas flores en un jardín para trasplantarlas a otro. 13. Te enfrentas en dirección contraria a la avalancha de una turbamulta porque te has perdido en esta a tus amigos. 14. Tienes un cólico nefrítico en un centro comercial, vomitas hasta la bilis, gritas y haces gestos hiperbólicos de auxilio. 15. Argumentas en una tertulia que los niños son crueles por naturaleza. 16. En otra tertulia mantienes con rotundidad y con pruebas basadas solo en tus convicciones personales que más allá de la muerte no hay vida ni existe nada en absoluto. 17. Dices abiertamente que la solución para la hambruna en el mundo no pasa por enseñar a quienes la padecen a construir cañas de pescar sino en mostrarles el camino por el que se va a ejercer este arte. 18. Auguras como un castigo por tanta ignorancia fomentada en el mundo que en un futuro próximo las personas buenas les quitarán los bienes a las malas y viceversa; entonces ya podremos pensar indistintamente desde el bien o el mal. 19. En todas las discusiones políticas siempre hablas de que tanto derramamiento de sangre en las luchas sociales deberían servir para algo. 20. Te cagas en Dios y dices que es como terapia contra la estulticia.   
   Hasta que se ha sabido que ya no existen sitios vírgenes en el mundo no hemos dejado de huir con los mismos vicios adquiridos por quienes huyeron con o sin equipaje. Hay gente a la que le hubiera bastado con un fin de semana en el lugar más recóndito del planeta para destrozarlo todo. Pero también para su propia desgracia existen personas que oyen desquiciadas en lo más hondo de sus almas un sonido de baja frecuencia, la entonación parecida a una letanía de la impotencia, de un mea culpa de todo lo inútil que puedes hacer en la vida para intentar cambiar el mundo.
  Allí estaba, en la A-000, a un kilómetro de la localidad del lince. Ahora, en el presente, durante la marcha por el laberinto de caminos que rodean al pueblo, después de atravesar el macizo de zarzas y palmitos en el sendero oculto que conduce al insospechado berrueco (al menos eso él cree), se le ocurre que en aquel momento de estupidez máxima, tal vez poco antes de que apareciera el Seat Panda celeste, como un carrito con un bebé varón extraviado por razones imposibles, y se escondiese entre las dos altas paredes de un estrecho camino que buscaba un enorme higueral a muy pocos metros de donde él hizo la señal de auto stop, podría haberle cambiado el nombre al topónimo para el resto de su vida. Justo en aquel instante no estaba para una tarea propia del mejor Calvino de literatura fantástica,  pero ahora piensa que no habría sido mala idea llamar a aquel lugar que tanta fobia le produjo con una palabra que le hubiese ayudado a espantar desagradables recuerdos, al menos aquellos que se quedaron en los reflejos de su conciencia. Decide que aunque ya tarde denominará con el nombre de Lincoito a la población en la que si se pudiese pesar la ansiedad como el cemento habría obtenido kilos suficientes para construir un monolito que podría verse desde el espacio exterior, un falo de unas proporciones capaces de definir la libido experimentada en el lugar y sus consecuentes dolores testiculares.
  El motor y las luces del Panda dejaron de funcionar nada más tomar el camino. No necesitó muchos pasos para llegar a  la pequeña intersección en la que el utilitario despareció y que separaba el pésimo asfalto de la tierra. La A-000 ofrecía desde tal punto la perspectiva en la que solo se veía la luna trasera del Seat  bajo una oscuridad que le ganaba espacio sin piedad a los restos de piel purpura que el sol había dejado tras sí como señal de su aparente y sufriente  existencia intermitente.  El carril que se hundía buscando esos árboles del látex tan sobrevalorado en la antigüedad por sus virtudes medicinales, y tan despreciado  ahora en la ignorancia de nuestro rechazo por las irritaciones que producen en la piel. “Ven, quiero enseñarte algo”, se oyó en un eco ahogado detrás del Panda. Hay que decir que a pesar de que la invitación parecía que tenía lugar en un paraje desierto, tuvo la sensación de que no iba dirigida a él y se paró en seco entre las paredes. “Avanza un poco más. Después te llevaré a donde quieras”. Dio unos pasos más, hasta el punto del declive y fin del camino. A modo de entrada en un gran estadio la angostura y las altas paredes del carril conducían a unas impresionantes vistas de al menos tres comarcas. A pesar de que se encontraban en la fase de crepúsculo astronómico, es decir, a casi -18º respecto a la línea del horizonte, podían distinguirse con facilidad los contornos de las primeras montañas de la sierra  y hasta algunos dintornos de la cordillera. Las vías del ferrocarril y su interminable secuencia de postes de hormigón aparecían al final de la primera depresión del terreno. En paralelo, en la misma línea de gravedad, porque este es el mejor modo que tienen los ingenieros de  sortear los accidentes geográficos, se podía ver el cauce de un río seco a trozos hasta un punto en el que el océano se adentraba tan ofensivo por su avance como inocuo por su calma. Por entonces ya habían construido grandes torres metálicas para llevar electricidad a los lugares más recónditos de la provincia. Desde aquella distancia era imposible ver los cables que llevaban la energía pero la sensación era la misma de siempre, la de no saber si las torres sujetaban los hilos o viceversa. Aún no habían comenzado las obras de la autopista, pero la inexistencia de esta hacía que cobrara vida en la panorámica el laberinto de carreteras secundarías por las que se movían luces que parecían buscar algún objetivo  además de su destino. Los cúmulos de luz de las distintas poblaciones estaban diseminados al azar. El tiempo y la historia podrían dar una explicación convincente, pero lo cierto era que algunos podían verse desde el centro a la periferia y otros eran unos débiles resplandores a causa de la elección de su ubicación. La llanura se extendía de este a oeste en una magnitud de decenas de kilómetros, pero desde allí cobraba un aspecto ilustrativo y ejemplarizante en el que se mostraban la orografía y el desarrollo tecnológico y económico. Era irreal, como una maqueta gigantesca en la que se podía observar con todos los detalles físicos el asentamiento de cientos de miles de vidas humanas que a diario nacían, morían y se enterraban sin apenas salir fuera de unos márgenes bien definidos.
  Sintió un fortísimo dolor en la base de la espalda y cayó desplomado como una estatua de hierro. En la caída pudo ver que todo se daba la vuelta y tuvo la sensación de que se había precipitado sobre las tres comarcas que componían el paisaje. El dolor era tan grande que todo aquel espacio no era suficiente para mitigarlo. Oyó un torrente de voz muy agudo, una acumulación de sonidos que se superponían unos encima de otros dentro de su cabeza. Unos segundos después sintió que dos latigazos recorrieron su cuerpo desde los lumbares en direcciones opuestas. Después se dio cuenta de que alguien le gritaba en el oído. “¡¿Qué quieres, acostarte con mi hermana?!” Abrió los ojos y, a pesar de la mortecina penumbra, pudo reconocer  a  Freddy Krueger a pocos centímetros de su cara. Era incapaz de emitir ningún sonido, se retorcía de dolor y sin embargo, se ahogaba por todo el aire que aspiraba sin poder expulsarlo porque no podía hacer otra cosa que no fuese intentar asirse al mundo circundante. Freddy le metió dos ostias, una en cada mejilla. En aquel suplicio las sintió como dos caricias y le sonaron a mucha altura, en la atmósfera entre gaseosa y sólida bajo la que la agresión premeditada y meticulosa podría haber sido menos efectiva si él hubiese modificado el nivel de intensidad de sus ondas cerebrales en el instante exacto en que tuvo la visión crepuscular de las tres comarcas.  En el momento de la agresión, pensó cuando se estaba recuperando de las heridas  de la paliza días más tarde, sus ondas cerebrales no eran precisamente del tipo gamma. Su actividad eléctrica  cerebral se había limitado en los instantes más críticos antes del ataque a una banal contemplación del abrumador paisaje bajo la radiación de ondas de tipo alpha o beta. Es decir, en un el estado cotidiano de vigilia permanente en el que se producen y suceden los acontecimientos más ordinarios y condicionantes para nuestras vidas. Se lamentó que en unas  circunstancias más o menos alejadas a su zona de confort no se percatara de que el comportamiento humano se manifiesta a través de actitudes de absoluta vigencia y al mismo tiempo ancestrales del mismo modo que tragar saliva con sabor a metal u oler sangre cuando ni el uno ni la otra tienen efecto como elemento presencial en tus sentidos. Piensa ahora, cuando estos sucesos se agarran en el recuerdo casi exclusivamente a las asociaciones de dolor, que es una realidad incuestionable que determinadas actuaciones y manifestaciones de violencia humana no estén relacionadas directamente con el placer, la ambición o la codicia. Le costó bastante asumir que para Freddy (su nombre verdadero era Manuel pero en Lincoito casi todo el mundo le llamaba Freddy a causa de su manifiesta y pública desaforada afición a la saga de películas que siguió a Pesadilla en Elm Street) era fundamental darle una paliza al desgraciado que intentara desvirgar a  su hermana. No había dicho esta boca es mía en el bar y se lo agradecía de aquel modo tan violento y pendenciero. Gloría había salido corriendo como si hubiese visto al diablo pero la mala noticia la había dado Freddy, no él, que solo había ido a aquel lugar con la intención de oír la voz de su hermana y como mucho intentar rozar su mejilla. Desvirgar a la hermana entraba en sus planes pero aún era demasiado precipitado para evaluar esta posibilidad en el plano laberíntico de sus emociones, sobre todo si consideraba por un momento la duda ante su virginidad; por aquellos años la pérdida de la virginidad rondaba una media de edad mayor que en la actualidad, esto es conveniente asumirlo para la determinación a-histórica que presume este texto. Sus sentimientos hacia Gloria no contemplaban libidinosidad, y mucho menos la desfloración de un ser por el que sentía una extrañeza sin precedentes. La presumible virginidad resultó ser al final un fiasco. La tradición oral unida a los avances de la tecnología anticonceptiva convertían las experiencias sexuales de la adolescencia en un mito con personajes y situaciones muy extrañas. Las píldoras y los profilácticos en las zonas rurales casi eran una mercancía clandestina para los iniciáticos en la era de la democratización de casi todo.  Poco después cuando hablaron de este asunto ella entró en una especie de estado de shock que se tradujeron en varios hematomas y arañazos en su cuerpo. Sin embargo, a la media hora, con el escozor de las heridas y el postrauma de una crisis nerviosa en apariencia inexplicable, estaban copulando en la noche abandonada de un día cualquiera en un parque público. Gloria era tan impredecible en su comportamiento que él intentó acomodarse de la mejor manera que pudo en un estado de permanente  alerta. A veces situaciones  delirantes las aceptaba como completamente ordinarias. Se hizo un experto circunstancial del autocontrol en situaciones en las que Gloria parecía volverse loca. En una ocasión fue capaz de prever con horas de antelación que intentaría clavarle unas tijeras en el cuello a una de sus cuñadas por el simple motivo de que iba contando por ahí que a Gloria le gustaban las faldas demasiado cortas. En Lincoito solo estaba bien visto que llevasen minifaldas las mujeres sin pareja. Él callaba, oía y observaba y no le fue muy difícil llegar a esta conclusión, pero no podía evitarlo y le pedía a Gloria con insistencia que se vistiese con falda corta.
   Cuando se dio cuenta de que Freddy hablaba y no movía sus labios temió por su vida. Con el pánico se redujo a sí mismo a una madeja de carne entre los terrones de tierra. Consiguió  gritar y lo hizo con la negación “no”. Con cada grito la pronunciación alveolar de la “n” sonaba como un disparo seco al aire y la interminable vocal se extinguía seca e insignificante, como la estela de humo de un cigarro a la vista de las tres comarcas. Podía gritar todo lo fuerte que pudiera y cuanto quisiera pero nadie excepto Freddy lo oiría. Los gritos tan solo  tuvieron efecto sobre el descanso de un bando de gorriones apostados para pasar la noche en unos grandes acebuches cercanos en la linde, que levantaron el vuelo con un zumbido que pareció una protesta ante el inútil vocerío.  Freddy, o quien se ocultaba tras su máscara,  podía hacer con él lo que deseara, incluso dejarlo con vida, pensó. En Lincoito todo el mundo sabía quién se ocultaba tras aquella careta. Si un Lincoiteño se hubiese encontrado en su situación habría tenido muy claro que moriría a manos de aquel individuo en un contexto muy distinto. Habría llegado a la conclusión de que el homicidio tendría un sentido fenomenológico o histórico. La vida en un pueblo de tres mil habitantes se desarrolla de un modo en el que todos los personajes de una historia se miran y se conocen, al menos en los detalles más gruesos de una interactividad en la que todavía no había aparecido internet, ni tan siquiera los videojuegos. Aquellas gentes a lo sumo si se colocaban ante una pantalla era para ver todos juntos la misma emisión de una película o programa y la mayoría de las veces en grupo. Freddy lo agarró por los tobillos y lo arrastró un par de metros hasta el Seat Panda. Pensó que era el final, que lo golpearía con la barra metálica en la cabeza y   que se lo llevaría a enterrar a cualquier lugar escondido de aquel infierno. Freddy le apretó tan fuerte el cuello que sus gritos se cortaron como un amplificador de sonido al que de repente  le han dejado sin fluido eléctrico. “Dime dónde vives para llevarte y para que no vuelvas más a Lincoito. Si se te ocurre volver te mato”.