sábado, 24 de mayo de 2014

UN DÍA CUALQUIERA







    Había tenido un día normal. Uno cualquiera, si acaso más tranquilo de costumbre. Una siesta premeditada de más de una hora podría ser el único detalle digno de mención de un día sin pena ni gloria. Sin embargo, ahora está pensando en la posibilidad de tomar una píldora de Lorazepam Normon. Tiene miedo a no conciliar el sueño. Esto hace unos años no le importaba tanto. “Si no puedes dormir te jodes y punto”, decía entoces.
  Se ha autoimpuesto leer de nuevo una historia de la filosofía. No porque prefiera  este tipo de lecturas, sino porque se siente perdido en la dirección en la que va el mundo. Desde hace un tiempo hasta este día cualquiera es como si se hubiese parado el reloj de su pensamiento y no para de preguntarse insistentemente por qué la gente se empeña tanto en hacer cosas. Se pregunta entre otras muchas incógnitas por qué quienes escriben están tan obsesionados en publicar, por qué escritores y escritoras casi inútiles gastan enormes energías en la publicación.
   Este año su cumpleaños cae en martes. El peor día de la semana, piensa. Sin motivo ninguno, él nunca ha planeado jamás nada para esta efemérides, siente deseos de hacer algo distinto, algo nuevo, algo que nunca ha probado, desconocido, situado más allá de lo orgásmico. Siente que hay demasiado aire en el interior de su estómago. Sus músculos gemelos comienzan a temblar. Una sensación que últimamente empieza a resultarle familiar. Sus pies hacen movimientos extraños a su voluntad. Su cuerpo pesa toneladas, y no comprende cómo la butaca sobre la está sentado es capaz de resistir todo ese peso. 

   Mira la tableta de Lorazepam Normon. Podría tomársela entera y así segregarse del mismísimo anarquismo. Por un momento cree que el suicidio derrotaría a la poesía. No así a los poetas antisistema, para los que el vulgo, las víctimas, son el alimento de sus egos.

martes, 13 de mayo de 2014

VIDA DE BIVALVO







En realidad no quería escribir. Quería ante todo ser sincero. Las noticias en la televisión y en internet lo sumían en un estado soporífero que acababa convirtiéndose siempre en una desesperante impotencia. Tal vez por esto terminaba siempre escribiendo.
 Todavía era joven. Pero joven para qué. ¿Para dejar pasar el tiempo y vivir igual que un bivalvo? Pensó que escribir no mata a nadie. En cambio la sinceridad sí. Pensó también que Parménides intentó matar a Heráclito y que en el fondo no quería hacerlo.
Después de todo las redacciones en la EGB eran la suma de chucherías, coca colas y de estregar su rostro en los senos de su madre. Las redacciones eran de las mejores cosas que se podían hacer en la clase de Don Alejandro. Porque él tenía todo el poder y alguna vez que otra leía en voz alta aquellas hojas escritas a lápiz por criaturas que nada sabían de Heráclito.
 Una vez leyó una de las suyas, que iba de un marinero,  y la anunció como excelente. Aquello fue su perdición. Porque después vino un tiempo en el que se tomó la literatura en serio y todo acabó en un completo desastre cuando se enteró que a Don Alejandro siempre le resultó la literatura una mierda.


martes, 6 de mayo de 2014

VERANOS









Demasiado pronto.  El inconfundible olor de la tierra a tiempo, la atmósfera estática y febril que toma los objetos en el interior de nuestros hogares y los aísla en la función de iconos de un museo, y las figuraciones del eco, unas veces embrutecido y otras apenas insinuado,  que nos llegan a través de los huecos de puertas y ventanas abiertas que una fuerza o voluntad desconocida parece haber horadado para que escuchemos el estallido del mundo.
   El verano ha irrumpido ajeno a las reglas del juego, salvaje y devorador de frutos inmaduros y daltónico o despectivo con el verde mayo de la física y verde esperanza en la necesidad y el deseo. Un verano que desprecia el ensayo y el simulacro, un calor virulento que mata a lo virtual.
 Un verano como novela de la existencia con un epílogo ya conocido, que trata de altas temperaturas que exacerban las pasiones,  y que sin embargo nos niega un prólogo o un índice para poder calibrar la envergadura de sus tentáculos. Un verano que nos ha maniatado sin darnos la posibilidad, como en otras ocasiones,  de querer abrazarlo o rechazarlo. Un timo del destino y de las estadísticas en la historia de un mundo demasiado viejo y desconocido.
   La bola de fuego reinará antes de lo esperado con su ley del silencio, con su castigo de deidad remota  a la humanidad  por querer esta ser testigo de su luz. En España,  durante un lapso que cada año parece más anárquico e imprevisible, extraño a la razón y dueño de una imaginación que nos engaña con la posibilidad de instalarnos en el paraíso, canícula a canícula nos está apelmazando los sentidos.
Dicen que la clase política ha entrado en una espiral esquizoide y se ha autoimpuesto la penitencia de trabajar por el pueblo bajo el implacable astro. Ya llevan dos ejercicios sin interregno parlamentario. Las puertas del congreso se cierran para la verdadera democracia y dicha casta entra y sale por las puertas falsas. Qué locura. Pero son las generaciones más jóvenes  las que más sufren las consecuencias de la precipitación de este dominio y de sus espejismos. Son tantos ya los veranos criminales que han acabado derritiendo sus refrigerados idearios para quedarse en una sólida estructura de pensamiento. Más de la mitad de esta población cree firmemente en las instituciones, si bien piensan que son necesarias profundas reformas.
   Reformar las instituciones. Abrasa solo pensarlo. Arde la ignorancia en el calentamiento global, arden los hijos de esos principios que han aniquilado a la revolución.