lunes, 22 de febrero de 2021

ENCIERRO EN EL CORTIJO (ZOOS XXIII)

 






.  No se amplificaron las noticias de hechos acaecidos por razones de seguridad y de Estado, pero hubo extorsiones, amenazas de muerte y hasta secuestros exprés de familiares de políticos y policías.

   En el centro de la tormenta social y mediática él y su familia se mantuvieron imperturbables hasta el final de la epidemia o del mismo punto de la versión oficial que dio el gobierno de la misma. Asistieron sin importarles el estatus ni la reputación social de cada uno de los funerales hasta que las autoridades impidieron que todas las peticiones de resurrección, directas e indirectas, llegasen a sus destinatarios. Tras la publicación por los medios de comunicación de las fotografías de todos los miembros de su familia, no tuvieron más remedio que aceptar, sobre todo su padre, por aquella voluntad de hierro en todo lo que hacía, tener que ocultarse ante las amenazas, de las autoridades por una parte y de la turba aparentemente controlada que fue llenándose de odio y hacía manifestaciones de ira hacia una especie de familia de demonios curanderos a causa de la versión oficial y autorizada. Gracias a la influencia de la Hermana San Juan pudieron esconderse tras el rito de resurrección con éxito del padre de Gloria, en un antiguo cortijo ubicado en el término municipal de Lincoito, apartado de las vías de comunicación más transitadas. Allí permanecieron casi un año a pesar de la opinión poco recomendable de las autoridades diocesanas. La religiosa los visitaba al menos una vez en semana y les daba ánimos para que se mantuviesen fuertes y unidos hasta que pasara el primer envite de la tormenta mediática. Les pedía encarecidamente que no saliesen nunca fuera del recinto y así ella podría cumplir con las exigencias de sus superiores. Estos aceptaban a regañadientes la actitud caritativa, pero advertían que si se filtraba a la prensa que la iglesia cristiana protegía al grupo del estigma de la vida y la muerte no les quedaría otro remedio que ponerse del lado de la ley.

 La Hermana San Juan determinó que era fundamental que todos los días rezasen por el alma de todos los anónimos catalépticos fallecidos a quienes no podían resucitar. A finales del siglo XX era ya casi imposible aislar a nadie sin televisión ni radio. Así que no podía evitar que el padre se mantuviese informado minuto a minuto de todo acerca de la búsqueda y captura de su familia y del pulso de la opinión pública como consecuencia del sesgo informático de los distintos medios. Hasta el más afín a los intereses económicos del episcopado se insinuaba a favor de enjuiciar los actos por los que se culpaba a aquella familia como a unos timadores sacadineros. La intención de la Hermana, por el amor que sentía por todos ellos, era que durante la reclusión centrasen su atención en el don divino que se les había otorgado y al que se habían entregado sin que nada ni nada les obligara por “fe a la vida y a Dios”. Debían sentirse en paz con ellos mismos por el inmenso bien de impedir la muerte horrible de decenas de almas catalépticas. Solo de este modo podrían soportar, sobre todo él y su hermana que ya habían alcanzado la mayoría de edad, lo que durante excesivo tiempo pareció una reclusión indefinida.

   Las tres estaciones que transcurrieron en el cortijo fueron un tormento. No podía eliminar a Gloria ni siquiera un minuto de sus pensamientos. Después de la resurrección de su padre tuvieron que salir corriendo de Lincoito igual que convictos. No solo tuvo que digerir con náuseas y con la entereza que exigía el ritual que el tal Fredy, su martirizador, resultase ser su hermano, sino que además no tuvo más remedio que aceptar que lo ayudase a él y su familia en la huida. Cuando una patrulla de la Guardia Civil se presentó en el lugar del rito ya se encontraba el resucitado retomando el pulso a la vida y él y sus hermanos en el Seat Panda de Fredy a toda velocidad entre explotaciones de higueras y olivos. No sabía exactamente por qué pero necesitaba tener la voluntad de poder obviar a Gloría. Deseaba que en aquella situación ella fuese una cuestión circunstancial. Una relevancia más en su vida, pero no una obsesión de una intensidad que lo enervaba hasta el punto de no poder mantener la concentración en nada. Ni siquiera en la naturaleza de los verdaderos sentimientos hacia ella. Le habría gustado saber si detrás del sexo de Gloria existía la misma Gloria, y si así resultaba le era imposible concentrarse en el mismo ser o tal vez en el reflejo de una tercera persona. La posibilidad de que esta última fuese él mismo lo precipitaba inevitable hacia la tormenta de placer del sexo de Gloria. ¿Quién era ella?  La sentía en un lugar perdido de su mente. En sus pensamientos sentía que casi podía tocarla, pero al mismo tiempo sentía que en su interior nacía una reacción que impedía el gesto. Había algo que le insinuaba que si tan solo la rozaba le transmitiría tal helor que le calaría hasta los huesos. No entendía que estaba sucediendo pero tenía la pésima sospecha de que Gloria pertenecía a un mundo vetado para él. Quizá no fuese una idea tan descabellada que el cuerpo de Gloria fuese una grieta abierta en el espacio y el tiempo por la que podía pasar, al menos de momento, para poder consumar la comunión imposible de dos realidades paralelas. La frialdad que irradiaba su imagen contrastaba con el calor de su cuerpo. Gloria era un deseo inasumible.