jueves, 19 de agosto de 2021
ZOTE ATARÁXICO
lunes, 19 de abril de 2021
EL VUELO DEL STEINWAY
lunes, 22 de febrero de 2021
ENCIERRO EN EL CORTIJO (ZOOS XXIII)
. No se amplificaron las noticias de hechos
acaecidos por razones de seguridad y de Estado, pero hubo extorsiones, amenazas
de muerte y hasta secuestros exprés de familiares de políticos y policías.
En el centro de la tormenta social y
mediática él y su familia se mantuvieron imperturbables hasta el final de la
epidemia o del mismo punto de la versión oficial que dio el gobierno de la
misma. Asistieron sin importarles el estatus ni la reputación social de cada
uno de los funerales hasta que las autoridades impidieron que todas las
peticiones de resurrección, directas e indirectas, llegasen a sus
destinatarios. Tras la publicación por los medios de comunicación de las
fotografías de todos los miembros de su familia, no tuvieron más remedio que
aceptar, sobre todo su padre, por aquella voluntad de hierro en todo lo que
hacía, tener que ocultarse ante las amenazas, de las autoridades por una parte
y de la turba aparentemente controlada que fue llenándose de odio y hacía
manifestaciones de ira hacia una especie de familia de demonios curanderos a
causa de la versión oficial y autorizada. Gracias a la influencia de la Hermana
San Juan pudieron esconderse tras el rito de resurrección con éxito del padre
de Gloria, en un antiguo cortijo ubicado en el término municipal de Lincoito,
apartado de las vías de comunicación más transitadas. Allí permanecieron casi
un año a pesar de la opinión poco recomendable de las autoridades diocesanas.
La religiosa los visitaba al menos una vez en semana y les daba ánimos para que
se mantuviesen fuertes y unidos hasta que pasara el primer envite de la
tormenta mediática. Les pedía encarecidamente que no saliesen nunca fuera del
recinto y así ella podría cumplir con las exigencias de sus superiores. Estos
aceptaban a regañadientes la actitud caritativa, pero advertían que si se filtraba a la prensa que la iglesia cristiana protegía al grupo del estigma de la vida y la
muerte no les quedaría otro remedio que ponerse del lado de la ley.
La Hermana San Juan determinó que era
fundamental que todos los días rezasen por el alma de todos los anónimos
catalépticos fallecidos a quienes no podían resucitar. A finales del siglo XX
era ya casi imposible aislar a nadie sin televisión ni radio. Así que no podía
evitar que el padre se mantuviese informado minuto a minuto de todo acerca de
la búsqueda y captura de su familia y del pulso de la opinión pública como
consecuencia del sesgo informático de los distintos medios. Hasta el más afín a
los intereses económicos del episcopado se insinuaba a favor de enjuiciar los
actos por los que se culpaba a aquella familia como a unos timadores
sacadineros. La intención de la Hermana, por el amor que sentía por todos
ellos, era que durante la reclusión centrasen su atención en el don divino que
se les había otorgado y al que se habían entregado sin que nada ni nada les
obligara por “fe a la vida y a Dios”. Debían sentirse en paz con ellos mismos
por el inmenso bien de impedir la muerte horrible de decenas de almas
catalépticas. Solo de este modo podrían soportar, sobre todo él y su hermana
que ya habían alcanzado la mayoría de edad, lo que durante excesivo tiempo
pareció una reclusión indefinida.
Las tres estaciones que transcurrieron en el
cortijo fueron un tormento. No podía eliminar a Gloria ni siquiera un minuto de
sus pensamientos. Después de la resurrección de su padre tuvieron que salir
corriendo de Lincoito igual que convictos. No solo tuvo que digerir con náuseas
y con la entereza que exigía el ritual que el tal Fredy, su martirizador,
resultase ser su hermano, sino que además no tuvo más remedio que aceptar que
lo ayudase a él y su familia en la huida. Cuando una patrulla de la Guardia
Civil se presentó en el lugar del rito ya se encontraba el resucitado retomando
el pulso a la vida y él y sus hermanos en el Seat Panda de Fredy a toda
velocidad entre explotaciones de higueras y olivos. No sabía exactamente por
qué pero necesitaba tener la voluntad de poder obviar a Gloría. Deseaba que en
aquella situación ella fuese una cuestión circunstancial. Una relevancia más en
su vida, pero no una obsesión de una intensidad que lo enervaba hasta el punto
de no poder mantener la concentración en nada. Ni siquiera en la naturaleza de
los verdaderos sentimientos hacia ella. Le habría gustado saber si detrás del
sexo de Gloria existía la misma Gloria, y si así resultaba le era imposible
concentrarse en el mismo ser o tal vez en el reflejo de una tercera persona. La
posibilidad de que esta última fuese él mismo lo precipitaba inevitable hacia
la tormenta de placer del sexo de Gloria. ¿Quién era ella? La sentía en un lugar perdido de su mente. En
sus pensamientos sentía que casi podía tocarla, pero al mismo tiempo sentía que
en su interior nacía una reacción que impedía el gesto. Había algo que le
insinuaba que si tan solo la rozaba le transmitiría tal helor que le calaría
hasta los huesos. No entendía que estaba sucediendo pero tenía la pésima
sospecha de que Gloria pertenecía a un mundo vetado para él. Quizá no fuese una
idea tan descabellada que el cuerpo de Gloria fuese una grieta abierta en el
espacio y el tiempo por la que podía pasar, al menos de momento, para poder
consumar la comunión imposible de dos realidades paralelas. La frialdad que
irradiaba su imagen contrastaba con el calor de su cuerpo. Gloria era un deseo
inasumible.
jueves, 28 de enero de 2021
LA SALIDA
El parque comercial dispone para sus clientes de un aparcamiento con más
de un millar de plazas. El horario para depositar y recoger los vehículos está
comprendido de lunes a domingo entre las 9:00 y las 23:00 horas. Antes o
después de dicho periodo es imposible que puedas entrar o salir del recinto sobre
tus cuatro ruedas sin el consentimiento del personal encargado de acotar los
accesos con pilonas automáticas retráctiles especialmente diseñadas. Durante el
tiempo permitido puedes gestionar tu plaza de aparcamiento como quieras y
completamente gratis. No existen limitaciones en el tiempo comprendido ni
tampoco sanciones por inmovilidad. La gentileza de la empresa propietaria es de
tal grado con su clientela que a pesar de su inversión económica en la
construcción del aparcamiento y la gestión de su mantenimiento le es indistinto
si aparcas tu coche para hacer compras en el parque o para cualquier otro
asunto que te ocupe por los alrededores.
El emplazamiento del lugar se halla en la periferia de la ciudad, en su
costado suroeste por el que se va y viene a un pulmón verde y a uno de los
núcleos turísticos más importantes de la provincia, muy cerca del puerto y los astilleros, en el
corazón de la llanura de lo que hasta hace bien poco era un archipiélago de arrabales,
confiere a la invención del proyecto comercial la atracción de encontrarte en
el umbral de nuestra contemporaneidad; en el vado idealizado de nuestra
inteligencia de sujetos civilizados capaces de vivir en el difícil equilibrio
entre el pasado y el futuro de sus orígenes y en la penitente y perpetua
adaptación al medio.
Innumerables ciclistas estacionan allí sus vehículos y descargan sus bicicletas para
iniciar sus rutas desde este punto. La razón principal es que a muchos y muchas
cycling por causas de disponibilidad y por sus condiciones físicas les
resultaría imposible acabar estos itinerarios desde sus domicilios. También si
observas el lugar en horas vespertinas o, sobre todo, los fines de semana
puedes ver practicantes de trekking por el mismo motivo. Así que, visto desde
un punto sociológico, la prestación que ofrece el complejo comercial es bastante
significativa para democratizar, como se suele decir en estos casos, ciertas
actividades para una amplia capa de la población en un abanico mayor de
diferentes edades a las que les estaría vedada la red pública de vías diseñadas
para potenciar la práctica de buenos hábitos para la salud y el ocio, si sus hogares
no se encuentran lo suficientemente cerca de éstas.
Por supuesto, como he dicho
antes, también puede observarse a gente que aprovecha la ubicación para ir a su
trabajo o para compras y otros menesteres en lugares cercanos. Yo pertenezco a
los usuarios del primer grupo. La ubicación del complejo es inmejorable para
satisfacer mis necesidades. Se encuentra en el punto perfecto de mi itinerario
para entrar y salir de la ciudad desde mi lugar de procedencia. Mi horario de
tarde es ideal para circular por un tráfico adormecido y sin el tono belicoso
de las prisas y sus accidentes. Sus
accesos son muy cómodos, salvo momentos puntuales en los que por desgracia
coincide mi salida con una mayor intensidad comercial de otros establecimientos
aledaños. No obstante, necesito el
servicio de acceso cuando justamente menos actividad comercial hay y la salida
tiene lugar cuando mis necesidades son solo las propias de la vida doméstica,
el ocio y el descanso. De modo que estos pequeños contratiempos se producen
cuando nada me urge. Para mí es como un pequeño sacrificio, como mi simbólica e
insignificante contribución a las prestaciones que me ofrecen el paraíso de la
urbe y el progreso.
Desde el parque mi trabajo dista
a menos de trescientos metros. Solo tengo que atravesar dos pasos de cebra con
semáforos poco transitados y que la mayoría de las veces los hago sin apuros
indistintamente en rojo o verde. Considero que en este sentido mis
circunstancias son una ganga para la vida de un simple asalariado si tengo en
cuenta a los millones de trabajadores que existen en el mundo que deben
atravesar tempestades de tráfico denso y desiertos kilométricos para poder
llegar a sus destinos. Es más, creo que por la inercia que me causa todas estas
comodidades aquí narradas, mi subconsciente contempla como una condición
importante la elección que tomo todos los años para decidir mi destino de
trabajo. Además, todo hay que decirlo, disfruto de un servicio casi integral,
ya que alguna vez que otra aprovecho mi situación ventajosa para hacer compras
en el parque antes o después de mi jornada laboral.
Sin embargo, de un tiempo aquí, experimento
a mi pesar algo así como una sensación de desconfianza hacia este lugar. De repente tengo la impresión de que aparco
mi coche en un espacio distinto al que he visto y concebido hasta ahora. En más
de una ocasión, cuando más atareado estoy durante mi jornada laboral, se me
viene a la cabeza la imagen del parque. Visualizo el aparcamiento lleno en
pleno apogeo comercial. Su ruidoso y a veces también chocarrero trasiego me importuna
en ese momento y me somete hasta el punto de abrumarme por mi innegable
contribución. A esto se le suma que no
puedo evitar el sentimiento de abandono cuando dejo mi vehículo en el
aparcamiento. No vale casi nada. Es viejo y sin atractivo alguno para el
mercado de segunda mano, pero tengo la sensación de que mi Peugeot es la prenda
de mi humilde patrimonio con la que pago un engaño. No pienso que me lo puedan
robar o que le puedan hacer algún destrozo. Se trata de un sentimiento
relacionado con la ausencia. Siento que mientras trabajo el coche desaparece
sin más de la plaza de aparcamiento. No tiene sentido, pero en más de una
ocasión en mi camino de vuelta hasta el parque, tengo la impresión de que el
Peugeot hace lo mismo y se dirige al mismo lugar desde no sé dónde ni por qué. He
llegado a pensar que quizá se trate de una burla de los gestores del parque por
los servicios prestados o de una jugada fingida en el uso gratuito del
aparcamiento con otras intenciones ocultas, como por ejemplo, un usufructo
parcial de mi vehículo y, de algún modo extraño, pero productivo para aquéllos.
Siento como si en mi ausencia el parque desapareciera y se apoderara del lugar
un vacío inaccesible o tal vez una especie de nube transparente que no impide
la visión del lugar y que, sin embargo, gracias a un misterioso efecto oculta
lo que allí ocurre. Un espacio con clima y paisaje aparentemente normales pero en
el que intervienen desde otros ámbitos, por no decir desde otras dimensiones u
otras realidades, voluntades que manipulan nuestras psiques mediante la
seducción y el ofrecimiento de todo tipo de productos. En el parque se ofrecen desde
viajes por todo el mundo hasta servicios veterinarios, y por supuesto, el de
aparcamiento, con atenciones de mecánica rápida y mantenimiento para tu coche.
Es posible que durante mi ausencia, en ese lugar extraño, abducido o
transformado por causas desconocidas, alguien descodifica la cerradura de mi
Peugeot y se introduce en su interior con el propósito de contaminarlo con
alguna sustancia que me provoca este estado mental por el que atravieso. Tal
vez en esta artimaña se fundamente el lucro de la gestión comercial. No encuentro
motivo alguno para vivir de repente en esta desconfianza. Ahora, en mi vida
cotidiana, me llegan olores desconocidos y saboreo mis alimentos de siempre con
extrañeza. Parecen que contienen aditivos o ingrediente añadidos. Tengo la inquietante
sospecha de que está cambiando mi percepción del mundo. Parece que todo lo que
me rodea, los cuatro elementos principales de la vida, incluido mis semejantes,
son ahora más densos y tienen más peso. Por el contrario, mi cuerpo y mis
pensamientos han adquirido una calidad más liviana. Siento que estoy más cerca
ahora de las sombras que de la materia que las producen y tengo tendencias
hacia los reflejos, y una curiosidad irresistible hacia los espejos. Si
dispongo de tiempo procuro observar largamente todo lo que contienen. Supongo
que esas sustancias contaminantes que dejan en el interior de mi coche tienen
que ver con todo esto. En este estado en el que me encuentro me he dado cuenta
de cosas que antes eran impensables. De alguna manera antes de todo esto vivía
feliz, con una preocupación sucinta a cuestiones mundanas como el dinero y el
dolor ante la muerte. Echo de menos esta actitud pasiva y tengo que reconocer
que en el fondo me gustaría volver a ser el mismo. Trato de encontrar explicaciones para
comprender esta situación en otros ámbitos de mi vida. En el día a día con mi
familia, en mis circunstancias y relaciones laborales, en el ambiente más o
menos sano y productivo de mis amistades y relaciones sociales, y hasta en mi
pasado y mi presente con auto psicoanálisis sui géneris que pueda prevenir
algún trastorno de mi salud mental. Sin embargo, no encuentro el menor indicio
por el que mis investigaciones puedan hacerme sospechar de ninguna causa que me
provoque esta inestabilidad e inquietud. En algún momento, eso sí, mi intuición
me lleva a pensar que mi fijación por el parque comercial podría ser más
consecuencia de una actitud obsesiva hacia cuestiones totalmente ficticias que
por factores veraces que puedan señalarlo como un lugar extraordinario en el
que ocurren cosas nunca vistas.
Hace un par de días un compañero del trabajo que también utiliza el
aparcamiento del parque, me aconsejó cuando nos dirigíamos a recoger nuestros
vehículos tras nuestra jornada, que a pesar de que el horario permitido para
aparcar esté comprendido entre las 9:00 y las 23:00, debía cuidarme de no dejar
mi coche mucho más allá de las 22:00 horas. Contó que una noche poco después de
esa hora se encontró el aparcamiento con todos sus accesos cerrados. Tranquilo,
pero con una entonación clara de censura y enojo en sus palabras reconoció que
tuvo que tomarse la justicia por su mano y salir por encima del acerado, por un
espacio muerto que al parecer los constructores han pasado por alto, entre una
pilona retráctil y la carretera adyacente. Mi horario laboral no se extiende
hasta tan tarde pero por precaución me he tomado la molestia de comprobar el
vacío descrito tras esa última pilona para poder salir del aparcamiento. Tengo
que reconocer que en cierto modo a pesar de mi desconfianza y mis temores el
conocimiento de tener una salida para poder huir del lugar, por poco ortodoxa
que sea, me tranquiliza y hasta me transmite mejores auspicios acerca de mis
sospechas. No me importaría nada tener que infringir las normas de circulación
si con ello consigo eludir los arbitrarios criterios de la empresa gestora del
parque y poder eludir el engaño.
Los olores y sabores continúan en la misma progresión de extrañeza para
mis sentidos. Tengo miedo a que la comida me mate. Las visiones se han dispersado
en temáticas y aparecen en cualquier momento y circunstancia. Experimento el
mismo sentimiento de abandono tras el final de una conversación afable aunque
sea en la calle con un desconocido, o cuando de repente me acuerdo de alguien
que murió y con quien tanto tuve trato como si no, que cuando me encuentro ante
una cámara de vigilancia. Esa sustancia que introducen en mi coche debe ser muy
tóxica. A veces me sorprendo delante de la televisión cuando intento ir varios
segundos por delante de la programación en directo. Me cuesta aceptar la falta
de comunicación entre quienes hablan y yo. Sin embargo, esa salida es real, no
es producto de mi imaginación. Puedo
escapar tras el cierre del parque cuando quiera.
miércoles, 6 de enero de 2021
FE Y ÉTICA (ZOOS XXII)
Nunca
lo ha comprendido. En una situación como aquella todo el mundo habría nombrado
al menos el topónimo del lugar de procedencia, pero él, tal vez por la asfixia
y por el dolor tan intenso, dijo que vivía en “cualquier sitio”. Es evidente
que Freddy, o el sentimiento de terror del sexo, como así lo padeció y recordó
toda su vida, no pudo hacer otro comentario que el de “Era de suponer de un
mierda como tú”, sin poder imaginar en la más remota de las fantasías que el
presunto follador de su hermana pertenecía a una familia respetable y que poco
tiempo después sus miembros se convertirían en iconos mundiales en la lucha
contra la epidemia de catalepsia que azotó a la comarca durante varios meses.
El lincoiteño Freddy tendría que soportar horas más tarde la ignominia más
gravosa ante la fratría integrista y despavorida a la que pertenecía por su
cobarde y desproporcionada metodología de conducta moral. Un poco antes del
momento de la intervención al fallecido toda la familia se presentó ante los
“resucitadores” -tal fue el sobrenombre que se ganaron a pulso él, sus padres y
hermanos por sus pías e irreverentes resurrecciones anabióticas, palingenesicas
al uso, que permiteron a los revividos durante un tiempo más o menos breve pero
satisfactorio para sus parientes, hacer exclusivamente aquello que en vida les
había proporcionado la mayor felicidad. Cuando Gloria presentó a su hermano
Luis como primogénito del muerto se produjo un incómodo y extraño silencio,
entonces alguien (luego se supo que fue un sobrino con el que tenía algunas
diferencias y que sufrió unas semanas después una soberana paliza cuando dormía
en su cuarto) desde el último portal de la casa del difunto dijo que Freddy era
su verdadero nombre. La “comitiva de la resurrección” era imperturbable y
aunque el que pretendía copular con Gloría no se inmutó al conocer a su
agresor, resultó imposible que todo Lincoito no supiese quien era la víctima
que había recibido, según palabras de Freddy, “la lección de su vida”. Esta
presentaba varios hematomas en el rostro además de moverse con dificultad.
Fueron suficientes los pocos minutos del día anterior en el bar para que se
hiciera oficial en la localidad que Gloria tenía un novio forastero. Si además
de las habladurías añadimos las consecuencias de la cualidad de bocazas propia
de Freddy obtenemos sin ayuda de ninguna elucidación pericial la explicación de
las complejas emociones que empujaron a la agresión física y las conclusiones
acerca de la inconveniencia de la misma.
A pesar del insoportable dolor de espalda se
mantenía tan enhiesto como la ocasión requería. La incertidumbre ante los
resultados de la acción obligaba a adoptar una teatralidad solemne, a una
actitud hierática y hasta histriónica que atenuara la vulgaridad del fracaso
desde la orilla de los vivos, ya que el porcentaje de incidencia de la epidemia
fue tan solo del 36,5% de los óbitos producidos por muerte natural. La flema en
el ritual era tan acusada que la atención de los presentes terminaba
desviándose hacia los gestos de estupefacción y nerviosismo que entre ellos se
producían. Si en aquel momento Enrique Cornelio Agripa de Netessheim y sus
adeptos de la nueva Cábala cristiana hubiesen aparecido en la escena habrían
adoptado el mismo gesto y porte que aquella comitiva, con la diferencia de que
los creyentes cristianos del Renacimiento habrían fusilado con la mirada a
aquella caterva venal e infiel. No era un caso concluyente para la famosa
Filosofía Oculta del pensador teutón, pero tampoco era menos comparable con
situaciones dadas entre la gnosis y la fe en lo divino del tiempo humano.
¿Quién podría pensar que la opinión pública alcanzaría el mismo razonamiento
tácito que acordaron en la antigüedad los dioses del Olimpo ante el peligro que
supuso para la teogonía el semidios y médico Asclepio? Zeus prohibió la ciencia
de la resurrección ante el temor de que uno de los mayores dones divinos
pudiese caer en manos de un mortal curandero (también contaba con la ayuda de
su familia, igual que nuestro personaje contemporáneo) Del mismo modo que el
padre de los dioses tras las quejas de Hades utilizó un rayo para matar al
mago, la opinión pública fue manipulada en un país demasiado identificado con
sus costumbres místicas por unos poderes constituidos en el intercambio de
intereses arraigados casi en la noche de los tiempos. Estas energías generadas
mediante un miedo ancestral del hombre hacia el propio hombre impidieron que
una familia proveniente, según muchos politólogos del tercio poblacional que
jamás se compromete con ninguna identidad política, poseyera el valor
incalculable de la voluntad de resucitar. Unos personajes cándidos y bondadosos
como él y su familia habían logrado en menos de dos semanas ser la noticia
principal de todos los medios de comunicación del país. Él nunca se negó a
aquella solicitud de sus padres. No poseía el equipaje de la fe, pero como
aseguraba su amiga la “Hermana San Juan”, contaba con unos valores éticos muy
sólidos. En su inconsciente sabía que traicionaba a la religiosa y a veces, en
los momentos más contritos se reía con sorna de ella en el intento de atenuar
el impacto de sus deseos. Aquella sensación tenía un sabor insoportable y una
digestión que le perturbaba el ánimo hasta casi la esquizofrenia. ¡Cuántas
veces había sucumbido como un miserable ante la fascinación por la carne!
¡Cuántas veces no había adoptado la actitud injustificada de la embriaguez para
después hacer el ridículo más espantoso ante el arbitrio de esos despiadados
valores sólidos! No solo era una cuestión mundana y baladí como causa del
instinto sexual. Lo que peor llevaba eran los momentos de debilidad
consecuentes de su egocentrismo. Intuía que la empatía era una virtud que exigía
una dedicación permanente, un faro en medio del océano de “sus” valores
sólidos, sin embargo, el nivel de motivación de su super-yo era tan elevado que
la asunción de “los ellos” como referencia fundamental para “ser” devoraba
igual que una bestia insaciable a toda criatura que se interpusiera en su paso.
Ingenuas o incrédulas, sus víctimas eran aniquiladas por la fuerza
incontrolable de su instintivo desprecio por el mundo de las apariencias. Vivía
en la desconfianza como si esta fuese el único paisaje permanente de todos los
posibles. No podía evitar tener que, a pesar de mirar el reverso de todas las
cosas, atender a los supuestos de que cualquier actitud en el carácter del ser
humano era inevitablemente la prueba evidente de que tras ella había una aptitud
natural y dirigida hacia la consecución de objetivos e intereses solo
personales. Podía sentir sin esfuerzo amor fraternal hacia cualquier individuo
que se atravesara en su camino. Sin embargo, la curiosidad que sentía ante el
infinito catálogo de actitudes humanas acababa siempre imponiéndose a pesar del
alto valor moral que tenía para él dicho sentimiento de bien para el prójimo.
El instinto de poder que todos poseemos se encuentra a veces tan oculto que no
nos damos cuenta hasta después de abandonar la línea del frente y recuperarnos
en la retaguardia, hayamos logrado o no nuestros objetivos, que no sabemos
exactamente qué pretendemos, qué deseamos, ni tan siquiera comprendemos para
qué nos sirve el descanso. Actos como lecturas sintéticas de un trabajo en casa
de un colega asiduo a las rutas nocturnas de los fines de semana, cuyo hermano
había realizado para sus estudios de secundaria sobre un filósofo totalmente
desconocido para él y que pudo leer casi de soslayo, calaron a cierta
profundidad su percepción del mundo.
Podría ser que tras la idea de la noción de voluntad de poder de
Schopenhauer se encuentre ante todo la auto castración del Ser y su destrucción
vehicular para impedir nuestra definición fuera del Corpus de la condición
humana. El mundo no existe sino que lo representamos nosotros. Cada individuo
en el fondo de su alma ni puede ni quiere abandonar el rebaño en el que
alimenta y sacia sus adicciones. En cierto modo le gustaba regodearse con el
gusto de considerarse por encima de los vicios y certificar la inferioridad de
casi todos, y al mismo tiempo compartirlos con sus congéneres. Cuantos más
miserables fuesen sus deseos de hegemonía y seducción más estímulos sentía para
continuar el camino por el campo pedregoso en el que se invierten y confunden
el amor y el placer.
Para él, sólo para él, porque desde su
perspectiva el mundo era ante todo exclusivo y a los demás les estaba vedado
tal entendimiento, la Hermana San Juan tenía el don particular de ser el único
ente capaz de trascender en la vida de toda su familia, incluido él mismo. No
le resultó ajeno participar en los rituales de resurrección y, dicho sea de
paso, dejarse llevar en su profundo respeto por el lenguaje no verbal y de
signos de los “ritos de paso”. Sabía perfectamente, a pesar de que no tenía
información ni instrucciones directas, que detrás de aquellos actos en los que
intervenían se encontraba la encomienda bendecida por la Hermana San Juan. Todo
comenzó de modo fortuito cuando su padre pocos meses antes asistió al velatorio
de un vecino al que tenía especial aprecio y en un gesto no premeditado no pudo
evitar tocar su mano derecha. Nadie le dio importancia al acto reflejo en la
habitación desde la sala asfixiante y abarrotada del salón principal de la casa
del muerto. Su padre contaba días después que nunca antes se le había ocurrido
tocar un cadáver, ni siquiera el de su padre. Nadie, ni siquiera el mismo
hacedor de milagros, podía imaginar en aquellos momentos que por la más extraña
de las razones su padre tenía el poder de resucitar a los muertos; o mejor
escrito, poseía la virtud de reanimar a quienes aparentemente lo estaban. Las
circunstancias en las que se sumió en menos de una semana toda la comarca
señalaron a toda su familia fuera del mundo de la vida, como diría Husserl, o
fuera de la intrahistoria, como lo haría Unamuno, como a protagonistas del peor
y menos creíble de los films de serie B. La epidemia de catalepsia que azotó a
toda la zona con un sufrimiento de intensidad bíblica, fue vista por la mayoría
de los medios de comunicación con tintes de incredulidad y hasta con visos de
denuncia. En cierto modo casi todos los medios de comunicación transmitían a la sociedad cierto tono jocoso
ante la perplejidad de lo que podría describirse indistintamente como “puertas
falsas” y “puertas principales” hacia o desde el más allá. Por supuesto que en
el contexto descrito las actuaciones de la familia resucitadora fueron como la
punta del iceberg de una gran trama sectaria. Algunos medios apuntaron a la
posibilidad de una estafa de proporciones corporativas y conspiradoras en las
que habría ocultos todo tipo intereses, económicos y también políticos. El foco
mediático de la epidemia alcanzó su punto culminante cuando el índice
porcentual de muertes y resurrecciones subió entre franjas poblacionales
inusuales. Cuando la familia asistió a decesos de jóvenes y niños y obtuvo
éxito (por supuesto en los casos catalépticos) la repercusión social fue tan
grande que ciertos estamentos institucionales pidieron una investigación y una
respuesta urgente para mitigar el miedo de la población y atenuar la peligrosa
popularidad que había adquirido la familia. La evidencia de la efectividad de
la castración en el arte de la publicidad es demoledora. Ésta se aplicó desde
la administración provincial sin piedad. En un principio se desaconsejó, con el
pretexto del desconocimiento ante la transmisión del contagio, la asistencia a
los funerales a toda persona que no fuese doliente directo. Más tarde se
permitió exclusivamente la presencia de estos últimos pero con una estrecha
vigilancia policial. Dicha evidencia condujo a la siguiente como consecuencia
de la aplicación de la anterior y a la que casi todos siempre esperan y reciben
con perplejidad. Es decir, en este caso a la erradicación mediática de la
enfermedad. Estas evidencias podemos encerrarlas en otra innombrable, siempre
presente y ahistórica, finita por ser netamente humana pero infinita si
pudiésemos pensar con nuestros corazones; inmoral y desenfrenada para todo
juicio paralelo pero tan real como inevitable. La evidencia de lo que hemos
intentado denominar con “el mundo de la vida” o la “intrahistoria”, o tal vez
la aceptación del peso del mundo a cambio de la irrenunciable vida comunitaria.
Sólo los habitantes de la comarca comprendieron que muchas muertes se
produjeron en las cremaciones y inhumaciones. Esta represión de las autoridades
produjo una conmoción tan grande en la población de la comarca que de la noche
a la mañana, la que había sido una sociedad por su estructura económica y
productiva tradicionalmente humilde y mansa, se convirtió en un prodigio de la
extorsión y el chantaje. En los cementerios aparecieron tumbas abiertas y
profanadas. Se saqueaban los huesos de los difuntos y los distribuían
estratégicamente por lugares públicos. Se enviaban mensajes anónimos a los
mandos policiales con la amenaza de que si no permitían la intervención de la
familia resucitadora en los funerales ocurriría lo mismo con los restos de sus antepasados.