jueves, 22 de febrero de 2018

CÓMO SE ENGAÑA AL NIÑO











Fragmento de mi novela postuma ZOOS, publicada por la editorial ME ESTÁIS JODIENDO VIVO, Huelva, 2100, y hallada en una capsula del tiempo enterrada en la playa más concurrida del sur de la península ibérica en septiembre de 2966.









   Para que nunca nos perdamos en los pasos del camino que nos conduce a la curiosa singularidad que se anula a sí misma, hemos inventado mecanismos para poder convertir en producción en cadena a millones y millones de analfabetos funcionales. El de la declaración de Derechos del Niño de la ONU del año 1959 es uno de los más importantes. En ninguno de los diez derechos aprobados se hace mención a la finalidad sobre todo educativa de que el niño es un ser con personalidad propia. En ningún caso se contempla la remota posibilidad de que se reconozca que el niño sufrirá lo indecible  a pesar de toda esa carga oficial en favor del fenómeno nacido con un sesgo político de procedencia desconocida llamado Estado de Bienestar,  que el niño está condenado, por motivos torticeros que solo sesudos científicos se atreven a acometer con estudios de psiquiatría, a veces también mal llamados “Trastornos del aprendizaje”, a  la soledad, a la cárcel sin rejas de por vida, a la tortura de amar y odiar a los demás en la misma proporción que eres amado y odiado por los mismos, en un tránsito tácito en el que deberá aprender a sobrevivir en una salvaje competencia de unos procesos selectivos en los que solo se contemplan por encima de una descomunal caterva desorientada  a los mejores. Lo más escabroso e indecente en el marco de los valores de justicia e igualdad que utilizan para la educación de estos seres tan amados consiste en que los más aventajados por sus capacidades o agraciados por su aspecto no son precisamente quienes corresponderían si tal proceso fuese verdaderamente escrupuloso. Los elegidos y elegidas pueden usar con subterfugios y habilidades, conductas que solo pueden encontrarse con un desarrollado instinto de supervivencia, artimañas, o celadas de la más baja calaña para oponerse a sus colegas y adversarios. Está escrito que se trate a estas criaturas como si fuesen hijos de dioses pero se les enseña en la paradoja más obscena a respetar y a la misma vez destrozar al prójimo. Curiosa pedagogía de la resiliencia en la que la salvaje competitividad entre sus miembros educandos deben hacer acopio en proporciones equilibradas de agresividad y solidaridad. Hay opinantes que se atreven abiertamente a culpar al capitalismo. Pero él,  a quien la cabeza de ciervo le ha transportado hacia sus ácidos recuerdos de la pos adolescencia,  llega rápido a la conclusión de que esto no es explicable, ya que la exclusiva sensación del viaje fraternal que el niño se imagina junto a la humanidad entera nace de lo que conoce y siente. Es decir, vive por y para el capitalismo.
   El espectáculo del capitalismo con todas sus viandas alimenta desde que el niño se reconoce como individuo una imaginación en la que es imposible concebir la ausencia de hambre.  El niño es incapaz de sentir el estado de satisfacción como un signo normal de la naturaleza, puesto que el Capitalismo no contempla de ninguna de las maneras que sus hijos vayan al pairo y mucho menos en calma chicha. Cuando el niño comienza a presumir la conveniencia de pensar el mundo desde un hipotético estado de satisfacción ya es demasiado tarde, ya ha dejado de ser niño y se ha convertido en un adulto que ve su cuerpo como una prótesis que ha suplantado a la criatura. Sabe que este alimento para el espíritu solo le sirve para reponer energías antes de reemprender el viaje en el vacío  a toda velocidad, un vacío en el que no hay posibilidad alguna de encontrar márgenes, sin límites, como ir todo lo rápido que puedas todo el tiempo del mundo en una cinta corredora.   Solo los Infolios cachalotes machos, y Moby Dick sobre todo como el ejemplar inmortalizado y mejor adaptado al medio por la literatura,  pueden viajar a por alimento a las aguas del Ártico. Son entre todos los seres de la tierra y también los linces ibéricos, junto a otras contadas especies que necesitarían miles de palabras para una descripción digna para la comprensión del comportamiento de sus ejemplares, los elegidos para demostrarnos que el nomadismo es la señal inequívoca del más genuino de los estados de la naturaleza. La búsqueda en solitario del sustento físico o espiritual como el único método para reconocerse a sí mismo antes que atender a las demandas de tus congéneres. De lo que se infiere que factores como el  Camino de Santiago son consecuencia de las pulsiones de ansiedad que se dan en la modernidad ante la falta de comprensión hacia lo que es o no eterno. El anhelo de querer moverte, aunque sea de un modo predeterminado y establecido por las agencias de viaje, es una actitud ante la oferta exprés de hallarse uno mismo en el movimiento antes de que sea demasiado tarde, quiere decir antes de que acabes sin remedio por no comprender qué es eterno y qué no lo es. Esto sería esperar fuera del tiempo y ser liquidado como un vulgar mortal dentro de él  y en consecuencia por la informática. En el nuevo panorama social, sometido por las redes sociales, es imposible encontrar las mínimas condiciones que puedan motivar algún modelo de nomadismo veraz.


jueves, 15 de febrero de 2018

INMORTAL





Fragmento de mi novela postuma ZOOS, publicada por la editorial ME ESTÁIS JODIENDO VIVO, Huelva, 2100, y hallada en una capsula del tiempo enterrada en la playa más concurrida del sur de la península ibérica en septiembre de 2966.








Herman Melville en el catálogo de cetáceos en su libro Moby Dick cuando hace referencia al Cachalote lo hace como Infolio, como el libro antiguo más grande, de treinta y tres centímetros de alto o más. El resto de cetáceos son inferiores en tamaño y la comparativa se reduce a libros más pequeños. Para este autor cada especie es un tipo de libro. Tal vez si hubiera sido inmortal habría concebido a cada ejemplar como un capítulo de libro de la especie. Melville y otros como Cervantes o Tucídides habrían escrito tanto en tal caso que hoy no sería imprescindible la tecnología digital. Tal vez no existiría la informática si fuésemos inmortales. Aunque es cierto que ya ha habido autores como José Saramago que se han parado en medio del tiempo, ese que resulta a la vez tumultuoso y aciago ante la vertiginosa muerte, para intentar demostrar que la inmortalidad nos traería demasiados problemas de orden práctico que paralizarían cualquier progreso en la ciencia y hasta en el orden espiritual de la humanidad. Cabe la posibilidad de que la muerte nos sea inevitable además de imprescindible. Pero Moby Dick si es inmortal, y el lince embalsamado por Antonio también lo es, se dijo. Lo único que ha logrado la cultura de occidente con la extrema atención a la singularidad del individuo es la muerte de este. Claro que en realidad esa reivindicación de la exclusividad se ha dado sobre todo en la literatura y no como principal objetivo de deber inexcusable como por ejemplo documentos fundamentales firmados y aceptados por casi todas las naciones. Con la literatura ya se sabe, no es más ni menos que un libro en blanco. Es un espacio virtual de lo imposible que mientras permaneces en él convierte lo ajeno en permeable. Allí todo es posible durante el discurso. En cuanto este se paraliza el espacio es el de un laboratorio fuera de servicio. La singularidad del individuo se ha llevado hasta cotas de prodigio. Con el carácter narrativo que lucha contra la inercia colectiva de la sociedad que aniquila al individuo en su inocente y vano intento de salvaguardar sus sentimientos y emociones, únicamente se pone en relieve la intrascendencia e inoperancia de estos para la envergadura de los intereses comunes. El principal efecto en Facebook o Twiter de cualquier reivindicación de intereses individuales e incluso grupales es el de indiferencia, y en muchos casos  hasta el rechazo frontal de las demandas. Nadie se salva de ser sospechoso de ser un usurero o malversador. Las demandas en las redes son como la carroña. A poco que se huela con los primeros comentarios aparecen los primeros oportunistas como forenses con sus bisturíes para mostrar las sustancias  contagiosas que el inofensivo cadáver ocultaba. Quienes demandan hacen saltar las alarmas del sistema como ocurriría ante las peticiones de ayuda de un enfermo o de alguien que corre peligro. Pero el misterioso efecto que causa es la de estimular sentimientos de angustia y miedo en una realidad extraña que debe ser muy parecida a un subconsciente colectivo. Puede tratarse de algo peor, porque todo el mundo le ve como un impostor que antepone la ciega desesperación a la justicia sin importarle en absoluto los posibles daños colaterales, como a un hijo bastardo de la Hibris, como a un autócrata que utiliza la farsa más vulgar para convencer a los navegantes menos inteligentes.  Las postulaciones y reclamaciones acaban denotando siempre sospechas de desmesura. Una desproporción en una dimensión en la que se valora demasiado el decoro de la alienación. Una actitud insolente y egoísta que pone en peligro los intereses ajenos. Porque en la práctica la naturaleza de las intervenciones en las redes sociales no persigue otra cosa que salvaguardar e incluso rentabilizar los propios intereses imponiéndote con ardides y malas tretas, y no esa gran mentira que todo el mundo pregona  de compartir el ocio y la información. En el fondo ni siquiera en ese activismo de empresas colaboracionistas como por ejemplo Blablacar, Airbnb o Uber  que nos ha dado la horizontalidad en la red en la batalla contra las zonas de concentración del capitalismo, con el carsharing y el futuro blockchain será capaz de hacer las veces que lo ha hecho la literatura por la singularidad del individuo. En realidad la literatura es el único punto de apoyo que tiene la humanidad para imaginar que mueve el mundo como si este fuese leve y mutable. La visión que nos ofrece la dimensión  de la producción y la economía en general es tan atroz que si no fuera por la alotropía que se presenta en los momentos y lugares más insospechados, por esa materia ambigua de la pus que aparece en los tejidos inflamados e infectados de la misma dimensión todos moriríamos  la certeza de comprenderlo todo. Al principio vendieron las redes sociales con la laureola de los campeones modernos de la comunicación, de un nuevo altruismo para mitigar los males endogámicos que sufríamos antes de que inventaran la red. Ahora se vende como el pan, igual que un producto de primera necesidad. Si no apareces nunca en las redes sociales en apariencia eres un ciudadano respetable como cualquier otro, pero obsoleto e inútil para futuros planes. Esto incluye desde los planes de defunción hasta los de amores por llegar. En la nueva era de la transmodernidad es vital para tu suerte,  que aportes la energía de tu singularidad, esa tan desarrollada gracias a la literatura, para molerla, exprimirla y convertirla en comida para el rebaño, en pienso hipersaturado de nutrientes para que los ejemplares de las nuevas generaciones aporten sus singulares  actos y pensamientos por el bien supremo de las economías de nuestras repúblicas y monarquías altamente inmunizadas. Los brazos TH1 y TH2 de sus sistemas están tan desarrollados y equilibrados que resulta imposible la aparición de cualquier enfermedad por leve que sea. No se contempla, al menos a medio plazo, la irrupción de brazos TH2 como tumores o alergias de la virulencia de salvadores como Mahoma o Jesucristo. Dichos brazos son contraproducentes para la existencia serena que requiere la gestación de mejores inversores. Hablar de literatura, palabra que procede del latín literatura, es hacer referencia al litterator. Un maestro de escuela que enseña la lectoescritura y las normas de expresión correctas del latino, que a su vez proviene del  término littera. Cuando evoluciona se le aplica al letrado y al escritor, es decir al sabio, docto e instruido, aunque tal vez por defecto de fe en un momento de la historia en los escasos seres que sabían leer y escribir se aplicó con veneración y también por pura necesidad a los que estampaban las leyes con letras en papel. El escritor no tiene que ser precisamente un sabio, docto e instruido. Se le otorga el título de autor de literatura, aunque no sea ni maestro  ni letrado. Quizá en esta diferencia podamos hallar los defectos que muchas veces  hacen la mayoría de los escritores de la literatura un despropósito. Las editoriales, vendedoras del humo de la susodicha singularidad y enriquecidas hasta niveles que ni ellas mismas podían imaginar, han perpetrado, y continúan haciéndolo, crímenes contra la educación,  la inteligencia y la dignidad más elemental. Mediante sus sofisticadas estrategias de ventas para alcanzar al mayor número posible de  analfabetos funcionales han conseguido la increíble proeza de que estos se sientan singulares. Tanto que los mismos terminan asumiendo que aunque sean incapaces de comprender el orden jerárquico de instrucción en el que se encuentran tienen legitimidad para participar en el negocio de vender su ignorancia en realidad como las inquietudes e imaginación de quienes deberían ostentar el derecho de que “Los humildes son los herederos del cielo y la tierra”. Por otra parte no deberíamos olvidar que el vocablo latino littera se vincula a la raíz indoeuropea deph, que significa estampar y grabar golpeando. Parece que hasta los más ignorantes y los más humildes están llamados a registrar su paso por el planeta. ¡Qué mejor modo que iniciar esta costumbre que dejando constancia en el suelo y el horizonte, en la piedra y la descomposición de esta como si el mundo fuese una inmensa página por escribir!

jueves, 8 de febrero de 2018

EL VIAJE FELIZ












Fragmento de mi novela postuma ZOOS, publicada por la editorial ME ESTÁIS JODIENDO VIVO, Huelva, 2100, y hallada en una capsula del tiempo enterrada en la playa más concurrida del sur de la península ibérica en septiembre de 2966.









  Convertir al lince en una momia era otra cuestión. Por entonces, del mismo modo que el socialismo español comenzó a perder el aura de  pía ideología a causa de como decían, y continúan diciendo, sus demagogos defensores, de “la erosión que sufren quienes deben mantenerse en el poder”,  la naturaleza mostraba claros síntomas de impotencia frente a la voracidad del ser humano, al menos eso era lo que casi todos los días se leía en los periódicos y pasaban por los telediarios. Para muchos, hacerse ecologista o activista,  e incluso ser un humilde socio de Greenpeace implicaba una actitud frívola o un postureo frente a otras corrientes sociales o filosóficas consideradas más importantes y legitimadas por el esthablesiment macrocultural,  ensimismadas en otros problemas de índole científico y político. Sin embargo, décadas después quienes miraban con desprecio a aquella especie de neohippyes terminaron postulándose casi con los mismos argumentos como los únicos, verdaderos y autorizados azotadores del capitalismo.
  Sentía odio hacia quienes disparaban o atropellaban a los linces. Las alarmas por la extinción de estos felinos estaban bien fundadas y con el tiempo intervino la Unión Europea a lo grande, con un programa con el mayor presupuesto al efecto que se haya dado nunca para un proyecto Life. Lo denominaron Iberlince. El proyecto se inició en 1994 como todas las campañas administrativas y políticas que nacen  con vocación de llegar al subconsciente del ciudadano. Concursos de redacciones y de dibujos en los colegios de educación primaria, además de una generosa distribución de posters y pegatinas,  autobuses con exposiciones itinerantes que recorrieron durante varios años las zonas linceras más afectadas, e información para esa extraña figura llena de  y lacerantes aristas que es el cazador con licencia y permiso de armas. El punto culminante del Life se alcanzó en 2002 cuando se estimaron que sólo existían en el mundo doscientos ejemplares de Lynx pardinus. Presupuestaron casi diez millones de euros  entre todos los gobiernos y la colaboración de la mismísima Federación andaluza de caza. Todo aquello de la extinción se intuía cuando Antonio y el resto del grupo salían de ruta los fines de semana. Sin embargo, a pesar de que en 1986 la IUCN declaró al lince ibérico especie protegida,  en la década de los ochenta matar a un lince estaba considerado para muchos como una proeza de sutiles habilidades esotéricas. Tal vez el color pardo que  permite al animal camuflarse en la flora mediterránea sea un hecho simbólico que significara exclusividad para los individuos que lograban matarlo, para miembros de una sociedad enferma por el analfabetismo y sus complejos de inferioridad por pertenecer a una uniformidad cultural de la que sobre todo sacaban provecho los bancos y los nuevos políticos. Imaginó al depredador como parte de las provisiones de la familia de Antonio, dentro del refrigerador, en el interior de una bolsa de plástico, junto los restos de comida,  de algún yogurt y la verdura. Según Antonio no sería difícil recomponer la piel para embalsamarlo de cuerpo entero. Lo habían matado con un rifle de caza mayor, con un tiro limpio en el pecho, con una escopeta de cartuchos el lince habría terminado con la piel como una malla. Después de todo todavía quedaba entre aquellas bestias con forma de hombre que se adentraban en el coto cierto gusto por una estética fiel a la realidad. Pensó en el prototipo del cazador obeso y sedentario en sus costumbres diarias, escondido tras un enorme arbusto de retama esperando su oportunidad de ver aparecer un ejemplar macho de esta especie nómada y de vida predominantemente crepuscular. Pensó que de la misma manera que le sucede a este animal, el individuo se hacía persona, o sujeto identificado en una comunidad, como consecuencia de la fatal percepción consciente de la omisa soledad. Desde niños creemos en un viaje feliz en el tiempo que nos une en la fraternidad. Es como si existiese un momento de partida en el que nosotros, la familia, los amigos y la sociedad de telón de fondo, nos evaporásemos para impregnar el paisaje con la sustancia base de la convivencia, con los flujos mezclados de los que creemos que son nuestros inmortales cuerpos. Comenzamos tal viaje ilusionados y llenos de confianza pero nos damos cuenta que en muy poco tiempo asuntos como, la muerte, todas sus causas asociadas y las imposiciones de responsabilidades y la disciplina  nos hacen zozobrar como si se tratase de  vientos extraños y repentinos. De cada uno dependen las veces que reiniciemos el viaje y las energías que malgastemos en nuestros inútiles esfuerzos. De nada nos sirve la prueba fehaciente de la desidia  de quienes han  abandonado sin remedio la infancia y a los que observamos y adjetivamos un día como si fuesen muertos vivientes. Rechazamos cuando aún nos reconocemos puros como una enfermedad contagiosa ese exasperante convencionalismo en las vidas ordinarias y predeterminadas de quienes se han establecido ya en la edad adulta. Vemos con repugnancia la obscena connivencia de esos muertos en vida con los atávicos poderes establecidos, o que además creemos instaurados en base a dogmas sagrados e incluso a nobles ideales y, sin embargo, a pesar de la firme determinación de intransigencia ante la injusticia observada, a pesar de los argumentos fundados por el sufrimiento de los más débiles gracias a los cuales ha quedado más que probado que dichos poderes pueden dilatarse inexorablemente en el devenir de todas las generaciones, el ejercito de muertos en vida es cada día que pasa más poderoso y numeroso. Siente como si fuera a acabarse el paisaje y todo se tornara oscuridad que es uno más de esos cadáveres vivientes incapaces de renunciar a la zona de confort ante el siempre, a pesar de ser seres al otro lado de la vida, crítico viaje eterno.