Fragmento de mi novela postuma ZOOS, publicada por la editorial ME ESTÁIS JODIENDO VIVO, Huelva, 2100, y hallada en una capsula del tiempo enterrada en la playa más concurrida del sur de la península ibérica en septiembre de 2966.
Para que
nunca nos perdamos en los pasos del camino que nos conduce a la curiosa
singularidad que se anula a sí misma, hemos inventado mecanismos para poder
convertir en producción en cadena a millones y millones de analfabetos
funcionales. El de la declaración de Derechos del Niño de la ONU del año 1959
es uno de los más importantes. En ninguno de los diez derechos aprobados se
hace mención a la finalidad sobre todo educativa de que el niño es un ser con
personalidad propia. En ningún caso se contempla la remota posibilidad de que
se reconozca que el niño sufrirá lo indecible a pesar de toda esa carga oficial en favor del
fenómeno nacido con un sesgo político de procedencia desconocida llamado Estado
de Bienestar, que el niño está
condenado, por motivos torticeros que solo sesudos científicos se atreven a
acometer con estudios de psiquiatría, a veces también mal llamados “Trastornos
del aprendizaje”, a la soledad, a la
cárcel sin rejas de por vida, a la tortura de amar y odiar a los demás en la
misma proporción que eres amado y odiado por los mismos, en un tránsito tácito
en el que deberá aprender a sobrevivir en una salvaje competencia de unos
procesos selectivos en los que solo se contemplan por encima de una descomunal
caterva desorientada a los mejores. Lo
más escabroso e indecente en el marco de los valores de justicia e igualdad que
utilizan para la educación de estos seres tan amados consiste en que los más
aventajados por sus capacidades o agraciados por su aspecto no son precisamente
quienes corresponderían si tal proceso fuese verdaderamente escrupuloso. Los
elegidos y elegidas pueden usar con subterfugios y habilidades, conductas que
solo pueden encontrarse con un desarrollado instinto de supervivencia,
artimañas, o celadas de la más baja calaña para oponerse a sus colegas y
adversarios. Está escrito que se trate a estas criaturas como si fuesen hijos
de dioses pero se les enseña en la paradoja más obscena a respetar y a la misma
vez destrozar al prójimo. Curiosa pedagogía de la resiliencia en la que la
salvaje competitividad entre sus miembros educandos deben hacer acopio en
proporciones equilibradas de agresividad y solidaridad. Hay opinantes que se
atreven abiertamente a culpar al capitalismo. Pero él, a quien la cabeza de ciervo le ha
transportado hacia sus ácidos recuerdos de la pos adolescencia, llega rápido a la conclusión de que esto no es
explicable, ya que la exclusiva sensación del viaje fraternal que el niño se
imagina junto a la humanidad entera nace de lo que conoce y siente. Es decir,
vive por y para el capitalismo.
El espectáculo
del capitalismo con todas sus viandas alimenta desde que el niño se reconoce
como individuo una imaginación en la que es imposible concebir la ausencia de
hambre. El niño es incapaz de sentir el
estado de satisfacción como un signo normal de la naturaleza, puesto que el
Capitalismo no contempla de ninguna de las maneras que sus hijos vayan al pairo
y mucho menos en calma chicha. Cuando el niño comienza a presumir la
conveniencia de pensar el mundo desde un hipotético estado de satisfacción ya es
demasiado tarde, ya ha dejado de ser niño y se ha convertido en un adulto que
ve su cuerpo como una prótesis que ha suplantado a la criatura. Sabe que este
alimento para el espíritu solo le sirve para reponer energías antes de
reemprender el viaje en el vacío a toda
velocidad, un vacío en el que no hay posibilidad alguna de encontrar márgenes,
sin límites, como ir todo lo rápido que puedas todo el tiempo del mundo en una
cinta corredora. Solo los Infolios cachalotes machos, y Moby
Dick sobre todo como el ejemplar inmortalizado y mejor adaptado al medio por la
literatura, pueden viajar a por alimento
a las aguas del Ártico. Son entre todos los seres de la tierra y también los
linces ibéricos, junto a otras contadas especies que necesitarían miles de palabras
para una descripción digna para la comprensión del comportamiento de sus
ejemplares, los elegidos para demostrarnos que el nomadismo es la señal
inequívoca del más genuino de los estados de la naturaleza. La búsqueda en
solitario del sustento físico o espiritual como el único método para
reconocerse a sí mismo antes que atender a las demandas de tus congéneres. De
lo que se infiere que factores como el
Camino de Santiago son consecuencia de las pulsiones de ansiedad que se
dan en la modernidad ante la falta de comprensión hacia lo que es o no eterno.
El anhelo de querer moverte, aunque sea de un modo predeterminado y establecido
por las agencias de viaje, es una actitud ante la oferta exprés de hallarse uno
mismo en el movimiento antes de que sea demasiado tarde, quiere decir antes de
que acabes sin remedio por no comprender qué es eterno y qué no lo es. Esto
sería esperar fuera del tiempo y ser liquidado como un vulgar mortal dentro de
él y en consecuencia por la informática.
En el nuevo panorama social, sometido por las redes sociales, es imposible
encontrar las mínimas condiciones que puedan motivar algún modelo de nomadismo
veraz.