jueves, 8 de febrero de 2018

EL VIAJE FELIZ












Fragmento de mi novela postuma ZOOS, publicada por la editorial ME ESTÁIS JODIENDO VIVO, Huelva, 2100, y hallada en una capsula del tiempo enterrada en la playa más concurrida del sur de la península ibérica en septiembre de 2966.









  Convertir al lince en una momia era otra cuestión. Por entonces, del mismo modo que el socialismo español comenzó a perder el aura de  pía ideología a causa de como decían, y continúan diciendo, sus demagogos defensores, de “la erosión que sufren quienes deben mantenerse en el poder”,  la naturaleza mostraba claros síntomas de impotencia frente a la voracidad del ser humano, al menos eso era lo que casi todos los días se leía en los periódicos y pasaban por los telediarios. Para muchos, hacerse ecologista o activista,  e incluso ser un humilde socio de Greenpeace implicaba una actitud frívola o un postureo frente a otras corrientes sociales o filosóficas consideradas más importantes y legitimadas por el esthablesiment macrocultural,  ensimismadas en otros problemas de índole científico y político. Sin embargo, décadas después quienes miraban con desprecio a aquella especie de neohippyes terminaron postulándose casi con los mismos argumentos como los únicos, verdaderos y autorizados azotadores del capitalismo.
  Sentía odio hacia quienes disparaban o atropellaban a los linces. Las alarmas por la extinción de estos felinos estaban bien fundadas y con el tiempo intervino la Unión Europea a lo grande, con un programa con el mayor presupuesto al efecto que se haya dado nunca para un proyecto Life. Lo denominaron Iberlince. El proyecto se inició en 1994 como todas las campañas administrativas y políticas que nacen  con vocación de llegar al subconsciente del ciudadano. Concursos de redacciones y de dibujos en los colegios de educación primaria, además de una generosa distribución de posters y pegatinas,  autobuses con exposiciones itinerantes que recorrieron durante varios años las zonas linceras más afectadas, e información para esa extraña figura llena de  y lacerantes aristas que es el cazador con licencia y permiso de armas. El punto culminante del Life se alcanzó en 2002 cuando se estimaron que sólo existían en el mundo doscientos ejemplares de Lynx pardinus. Presupuestaron casi diez millones de euros  entre todos los gobiernos y la colaboración de la mismísima Federación andaluza de caza. Todo aquello de la extinción se intuía cuando Antonio y el resto del grupo salían de ruta los fines de semana. Sin embargo, a pesar de que en 1986 la IUCN declaró al lince ibérico especie protegida,  en la década de los ochenta matar a un lince estaba considerado para muchos como una proeza de sutiles habilidades esotéricas. Tal vez el color pardo que  permite al animal camuflarse en la flora mediterránea sea un hecho simbólico que significara exclusividad para los individuos que lograban matarlo, para miembros de una sociedad enferma por el analfabetismo y sus complejos de inferioridad por pertenecer a una uniformidad cultural de la que sobre todo sacaban provecho los bancos y los nuevos políticos. Imaginó al depredador como parte de las provisiones de la familia de Antonio, dentro del refrigerador, en el interior de una bolsa de plástico, junto los restos de comida,  de algún yogurt y la verdura. Según Antonio no sería difícil recomponer la piel para embalsamarlo de cuerpo entero. Lo habían matado con un rifle de caza mayor, con un tiro limpio en el pecho, con una escopeta de cartuchos el lince habría terminado con la piel como una malla. Después de todo todavía quedaba entre aquellas bestias con forma de hombre que se adentraban en el coto cierto gusto por una estética fiel a la realidad. Pensó en el prototipo del cazador obeso y sedentario en sus costumbres diarias, escondido tras un enorme arbusto de retama esperando su oportunidad de ver aparecer un ejemplar macho de esta especie nómada y de vida predominantemente crepuscular. Pensó que de la misma manera que le sucede a este animal, el individuo se hacía persona, o sujeto identificado en una comunidad, como consecuencia de la fatal percepción consciente de la omisa soledad. Desde niños creemos en un viaje feliz en el tiempo que nos une en la fraternidad. Es como si existiese un momento de partida en el que nosotros, la familia, los amigos y la sociedad de telón de fondo, nos evaporásemos para impregnar el paisaje con la sustancia base de la convivencia, con los flujos mezclados de los que creemos que son nuestros inmortales cuerpos. Comenzamos tal viaje ilusionados y llenos de confianza pero nos damos cuenta que en muy poco tiempo asuntos como, la muerte, todas sus causas asociadas y las imposiciones de responsabilidades y la disciplina  nos hacen zozobrar como si se tratase de  vientos extraños y repentinos. De cada uno dependen las veces que reiniciemos el viaje y las energías que malgastemos en nuestros inútiles esfuerzos. De nada nos sirve la prueba fehaciente de la desidia  de quienes han  abandonado sin remedio la infancia y a los que observamos y adjetivamos un día como si fuesen muertos vivientes. Rechazamos cuando aún nos reconocemos puros como una enfermedad contagiosa ese exasperante convencionalismo en las vidas ordinarias y predeterminadas de quienes se han establecido ya en la edad adulta. Vemos con repugnancia la obscena connivencia de esos muertos en vida con los atávicos poderes establecidos, o que además creemos instaurados en base a dogmas sagrados e incluso a nobles ideales y, sin embargo, a pesar de la firme determinación de intransigencia ante la injusticia observada, a pesar de los argumentos fundados por el sufrimiento de los más débiles gracias a los cuales ha quedado más que probado que dichos poderes pueden dilatarse inexorablemente en el devenir de todas las generaciones, el ejercito de muertos en vida es cada día que pasa más poderoso y numeroso. Siente como si fuera a acabarse el paisaje y todo se tornara oscuridad que es uno más de esos cadáveres vivientes incapaces de renunciar a la zona de confort ante el siempre, a pesar de ser seres al otro lado de la vida, crítico viaje eterno.




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