martes, 24 de diciembre de 2013

URBANIZACIÓN







   ¿Hasta qué punto es lógico que lo último que estés leyendo, estilo y ontología, te contagie y lo que escribas en ese tiempo que dure la lectura esté inevitablemente influenciado?, preguntó aquel hombre que subió a mi coche y con el que me cruzaba de vez en cuando en los paseos por la apenas habitada urbanización a la que me acababa de mudar tras mi traumática separación. Hacía años que por precaución no montaba a nadie que hiciese auto-stop. Sólo lo había visto dos o tres veces y sin embargo, dejé que se sentase en el asiento del acompañante como si le conociera de toda la vida.
  Cuando abrió la puerta, sentí  cómo una ráfaga afilada de un cierzo más frío que de costumbre, hendía la carne de  mi frente y de los nudillos de mis manos. Di por hecho que el hombre se dirigía a la ciudad. Nuestra urbanización (por supuesto yo entendía que el hombre vivía en aquel lugar), a modo de cordón umbilical, estaba comunicada por una única carretera con la ciudad. En algún momento de las escasas semanas en las que yo llevaba transitando por ella pensé que podría, en uno de mis regresos a mi nuevo hogar, dinamitarla y cortarla, para así sentirme todavía más lejos de la civilización. No obstante, tras su saludo de “buenas tardes” grave y severo, le pregunté adónde se dirigía. Él me respondió que no estaba seguro, que vio como mi coche giraba en una de las rotondas de la urbanización y sintió deseos de subirse en él. Debo confesar que me preocupé y que inmediatamente me aseguré de si llevaba algún objeto entre sus manos. Las mostraba vueltas hacia sus palmas manchadas de alguna sustancia parecida a la salsa de tomate o pintura del mismo color (horas más tarde pensé que sin duda se trataba de restos de sangre). Mis malos pensamientos, por otra parte propios de una mente en aquel tiempo completamente desorganizada, poblaron de suciedad el camino hasta el objetivo por el que yo me encontraba a horas inusuales con un volante en las manos, -tuve la sensación de que éstas se parecían mucho a las de aquel hombre-. Jamás perdono la siesta y maldije al funcionario o funcionaria a quien se le ocurrió asignarme la cita con urología en la santa sobremesa. El ensuciamiento pasó a ser escatológico cuando recordé que lo menos que podía haber hecho para asistir a dicha cita era tomar la precaución de cambiarme de calzoncillos. Tras esta advertencia no pude evitar que la característica mirada de odio de mi ex mujer se interpusiera entre el asfalto y los dos hombres desubicados.
   Transcurrieron unos cuantos segundos después de que el hombre enunciara la pregunta en los que sólo se oyó el motor del pequeño Volskwagen de gasolina de la misma manera que suenan los vientres hambrientos.
-         Creo que es inevitable, contesté.
-         Yo ahora sólo leo los prospectos de los fármacos de mi tratamiento. Y aún así puedo asegurar que mi escritura ha adquirido una dependencia de carácter informativo.
  Sentí tanta extrañeza cuando este hombre me habló de repente de literatura que por un momento pensé que era un agente literario dedicado en cuerpo y alma a captar escritores taciturnos y mediocres como yo. Un demonio de los que aparecen en los malos días de tu vida para joderte vivo con tus propias miserias y vanidades. Un tipo desalmado que intentaría usar tu orgullo y embaucarte con algún proyecto editorial en el que te quemarías rápido como una pequeña vela de cumpleaños en presentaciones en clubes de lecturas y entrevistas en radios y televisiones locales. Hacía mucho tiempo que yo había decidido no hacer el menor ruido con mi escritura en esa tierra inhóspita en la que muchos escritores, críticos, intelectuales y periodistas denuncian que “ahora todo el mundo escribe”, que “todo el mundo es escritor”. ¿Lo había decidido por prejuicio, por pereza, por cobardía?
-         ¿Por qué me hace usted esta pregunta?
-         Bueno, espero que no le haya molestado mi curiosidad. No es nada extraordinario que dos personas entablen conversación sobre actividades que tienen en común. Supongo que usted sabrá que todos los residentes de nuestra urbanización son escritores obstinados y desconocidos. Hasta los ocupas que se han instalado en los últimos números sin electricidad ni agua corriente de la calle oeste lo son.
-         No. No sabía nada sobre eso.
-         Me lo temía. Tómese nuestro encuentro y esta conversación como un suceso inevitable que debía llegar y que condicionará para bien o para mal el resto de sus días. Es conveniente para su futuro que sepa que usted vivirá en nuestra urbanización hasta que encuentre la muerte o ésta le encuentre a usted.
   Debo decir en esta narración que la decisión de frenar bruscamente e invitar a aquel hombre a que se bajase del coche no fue producto del miedo, cosa que un par de horas más tarde si me invadió. Fue una respuesta contundente, una actitud más dentro del marco del rechazo y el hastío en el cual yo vivía por entonces ante las adversidades ordinarias que pueden presentársele a diario a alguien que sufre de misantropía intermitente.
-         ¡Baje inmediatamente del coche, por favor!
-         Por supuesto. Es lo normal en estos casos. No se preocupe por nosotros. Continuaremos siendo amigos, quiero decir, sentirá una íntima enemistad hacía mí que nos enriquecerá y ayudará en nuestros trabajos. Que tenga una buena tarde.
 Tomé la última curva de la carretera antes de incorporarme a la autopista y pude ver por el espejo retrovisor que el hombre conservaba la pose esculpida de quien se despide largamente. Desapareció al instante, como por un mecanismo de teleportación accionado desde mi mente, cuando me pregunté qué edad podría tener aquel hombre.
   No resultó demasiado difícil encontrar un aparcamiento en el área hospitalaria. Una de las peores cosas que suceden en nuestra Sociedad del Bienestar, en la que la pérdida de algún derecho lo entendemos como un acto del circunstancial y pasajero mal humor de los dioses que fabrican el dinero, es la incruenta tarea de buscar un maldito aparcamiento. Esto, sobre todo cuando estás en plena convalecencia de la enfermedad, se entiende como un mayor oprobio que cualquier medida lacerante e indigna para nuestro futuro social. He visto a gente blasfemar con furia después de tener que  aparcar a varias manzanas de distancia del hospital. Recuerdo como una afrenta incalificable los minutos en los que estuve dando vueltas y vueltas buscando un aparcamiento alrededor del hospital después de dejar a mi ex mujer en el área de urgencias a pocos minutos del parto de nuestro primer hijo. Como siempre ocurre, el presente es lo más amable y abominable que nos pueda afectar hasta niveles insospechados. El futuro y el pasado son submundos que simplemente oscurecen los perfiles de nuestros deseos y obsesiones. Una previsible bajada de sueldo, por ejemplo, es un posible accidente que tememos y sobre el que no actuamos porque que aún no ha trascendido, sin embargo, cuando lo hace nos consolamos pensado que hemos conocido momentos peores, y  que a pesar de todo hemos salido adelante.
   En la sala de espera de urología 1 y 2 nos encontramos tres hombres de edades comprendidas entre los cuarenta y cincuenta  años. Nos saludamos como autómatas al mismo tiempo que mirábamos nuestras tarjetas de citación y nuestros relojes. A los pocos minutos, en un silencio sólo roto en la lejanía por los motores de los ascensores, tuve la certeza de que cada individuo esperaba, hurgando con  ágiles movimientos cortos y rápidos de las falanginas de los pulgares e índices sobre las pantallas de nuestros smartfhones, un diagnóstico y tratamiento adecuado para una larga vida. Cuando me dirigía con pasos firmes tras oír mi nombre hacia la consulta sentí como los dos hombres se caían en un vacío y me deseaban lo mejor para mí y mi familia. El especialista me señaló una silla y me senté a poco más de un metro de distancia entre los dos, la medida de una funcional y ridícula mesa. En sus ojos pude ver a mis dos hijos sonriendo plácidamente.
-         Le voy a dar el alta. Todo es correcto. El caudal de su orina es bajo pero no preocupante.  A usted le convendría hacer deporte. ¿De acuerdo?
-         Bueno yo….
 Me hizo una señal con su mano izquierda y comenzó a escribir muy tranquilo, más despacio de lo que he visto en la mayoría de los médicos. Pensé que por su edad y sosiego estaría muy próximo a su jubilación. Pronunció el nombre de la enfermera asistente y le demandó unos documentos.
-         Muéstrele esto a su médico de cabecera. Es un PSA rutinario.
-        
-         Es para disipar la menor duda de que puedan existir indicios tumorales.
 Me incorporé y sentí un fuerte deseo de estrecharle la mano, pero me reprimí cuando advertí que este hombre debía soportar bastantes veces al día este tipo de contactos tan poco convenientes para un trabajo en el que debe primar ante todo la reflexión, la observación y el análisis. Una conclusión tan absurda como determinar que por allí  revoloteó  la muerte y  que  apareció posándose en el alféizar de la ventana de la consulta con el aspecto de un enorme gorrión.
Apenas había transcurrido una hora desde que dejé el coche en el aparcamiento. Llegué a éste con una prisa infundada. Determiné de inmediato que el deporte era la causa por la que sin pensarlo yo caminaba últimamente más rápido que antes de practicarlo. Pensé que en mi vida siempre que caminaba pensaba, y que ahora, los efectos de imprimir mayor velocidad a mis pasos procurarían soluciones también más rápidas a mis pensamientos. De cualquier manera la explicación a mi presteza podía hallarse en la imagen de mi coche abandonado en un extremo del aparcamiento, como único superviviente de docenas que poco antes poblaron el lugar tal vez sin ninguna premura.
   Tenía planeado para ese día, después de abandonar el hospital, comprar un nuevo ordenador portátil más potente para acabar esta narración. En aquellos días el Word se quedaba bloqueado y el aparato en el que continúo escribiendo ya me lo habían reseteado varias veces. Una vez que arranqué el motor cambié de opinión. Pensé que lo mejor para este relato era que lo acabase en el mismo aparato donde lo inicié. Tendría un poco más de paciencia en la agonía de este obsoleto pc. Otra pantalla con una luz distinta, un teclado nuevo con amortiguaciones en sus botones con sonidos diferentes y una carcasa inmaculada podrían producir un efecto negativo para el final de esta historia. No sé, tal vez sean simples manías, pero creo que toda historia que  comienza jamás debe ser interferida por decisiones o elementos ajenos y evitables. Supongo que para compensar disertación tan abstracta se me ocurrió la idea proba y feliz de que por un poco más de dinero podría regalarle a cada uno de mis hijos un buen ordenador  por navidad. Al fin y al cabo si yo había sido capaz de resetear mi vida podría continuar haciéndolo con mi pc cuantas veces fuera necesario. Para acabar una historia como esta en un lugar como aquél todo lo que poseía y pensaba era más que suficiente. “La mayoría de las veces la dignidad es enemiga del deseo”, me dije. Y con la visión de un sol demasiado luminoso acercándose a las azoteas del hospital concluí que esta historia podría ser suspendida durante el tiempo de mi reseteo en el que, no obstante, podrían nacer otras nuevas e incluso quién sabe si no más interesantes.
   Desde la carretera de servicio que desembocaba en la autopista y que conducía a un polígono industrial hasta la urbanización – ahora parador de escritores, pensé ofuscado-, distaba poco más de un quilómetro. Una pequeña colina ocultaba las tres calles de adosados. Esto fue suficiente para que la empresa promotora eligiera tal ubicación como “Un lugar de retiro y descanso a un paso de la ciudad”; así, con este lema publicitario intentaron vender en pleno boom inmobiliario a precio de oro unas humildes casas que en otro lugar no demasiado lejos en la historia de nuestro país, habrían resultado más que apropiadas para obreros o colonos. Según parece, la promoción se demoró a causa de una mala estrategia con la mano de obra y la demanda de materiales. Entonces la oferta inmobiliaria en el área metropolitana se abrió tanto, que a pesar de la sed inversora, todas las prisas resultaron pocas. La multinacional confió en los compradores extranjeros y al final todo fue un desastre. Tan sólo consiguieron vender una docena de cien ya acabadas. Inmediatamente después estalló la crisis mundial y la burbuja inmobiliaria.
 Atravesaba el cordón umbilical y ya no me pareció tanto un conducto hacia el otro lado de la vida. La posibilidad de encontrarme con el hombre que nos había adjetivado de “enemigos íntimos” y de enfrentarme a otra extraña conversación convirtió el lazo en cíngulo. Experimenté el estrecho asfalto que serpenteaba y que se agarraba a la suave colina del mismo modo que el sacerdote se cuela el alba y hace el nudo sobre su abdomen. Noté cómo mi vientre se resistía a una presión exterior con las mismas consecuencias que la archiconocida interior: unas repentinas e insoportables ganas  de orinar. Frené sin pesarlo y oriné sobre la línea discontinua, como no podía ser de otro modo, lenta y débilmente. Una vez tranquilo tras la ridícula urgencia y su señal en la pintura blanca miré intentando ver el final del camino y tuve la certeza de que el Word no se bloquearía y de que podría  alcanzar el final de la narración antes de que mi “enemigo íntimo” me hiciese una visita de cortesía, y quien sabe si también algún que otro escritor o escritora residente obsesionados con los títulos, la naturaleza, los finales o el significado de sus escritos. Supuse que un lugar exclusivo para escribir tendría sus protocolos, aunque estos, si existían, estaban ocultos para mí o como mínimo debía aprender a localizarlos o aprenderlos. Cuando llegué a la urbanización estaba completamente desierta, irradiaba una desolación aún mayor si cabe que dos horas antes. Las casas  daban la sensación de querer expulsar a la calle sus fríos vacíos, sus tiempos confinados de limitación humana como si de muebles viejos y apolillados se trataran. Incluso en los adosados que yo presumía que estaban habitados no se veía el menor indicio de vida. Observé con detenimiento desde el coche que todas sus persianas se encontraban bajadas y que  ninguna de las terrazas mostraba arbusto, arriate con malas hierbas o maceta alguna. El único hogar con contenido, por llamarlo de alguna manera, era mi casa articulada en el realismo coherente del conjunto de una cama y ropero empotrado siempre abierto a modo de agujero donde la estética de las ropas se ahogaba en los grises y negros, una ducha con un solo frasco de gel, un frigorífico a todas horas medio lleno, una lavadora, una vitrocerámica, media docena de cubiertos, platos y vasos, una copa de balón para el coñac, ninguna botella de coñac, un sofá repleto de cojines que anulaba casi siempre a la cama, un pequeño televisor, una silla regulable con ruedas y tejido anti-estrés y una enorme mesa con cientos de libros apilados en sus bordes; mi pc portátil, situado en el centro de ésta, tal vez fuese el punto áureo de la superficie del adosado.  Antes de entrar en este conjunto de artefactos y cosas enchufé la manguera y regué el pequeño olivo que mi ex mujer me mandó una vez que supo con certeza que ella obtendría la custodia de nuestros hijos. Como de costumbre rocié las hojas del árbol para recordar el placer que me proporcionaba de niño el estremecimiento de las plantas y su comunicado agradeciéndomelo cuando mi madre me ordenaba regar nuestro jardín. Después miré a un lado y a otro de la calle. Se oían golpes de machota, martillo y cincel que parecían provenir de las casas de los escritores ocupas en la calle este. Nadie me observaba. Suspiré largamente y me tranquilicé.
   Entré y solté con desdén mi cazadora de polipiel y las llaves cayeron al suelo imitando un  golpe orquestal  que describió perfectamente las últimas dos desconcertantes horas de la vida de alguien que quiere o debe escribir. Por un instante pensé que mi búsqueda de argumentos para mi escritura terminaría por volverme completamente loco. Pero al mismo tiempo  justifiqué el riesgo de la vesania apoyándome en la única idea que me ha mantenido en pie desde el día que comprendí que para escapar del penal de mi pensamiento debía escribir compulsivamente, ya fuese como un estúpido o como un enfermo. Encendí la calefacción y esta vez tomé la opción de calentar toda la casa. Deseé que en cada una de las habitaciones estuviesen esperándome ávidas de sexo por orden de prioridad las mujeres de las que más me había  enamorado y no pude concretar el número de habitaciones ni de jadeos y olores. Sabía que en esta lista se encontraba mi ex mujer, pero tampoco supe determinar la preferencia por las sustancias de su cuerpo. Encendí el portátil y el sotto voce de su motor me sumió en una profunda soledad. Recordé que hacía demasiado tiempo que no me enamoraba. Barrunté, con el mismo pánico que se adhiere a la piel inmediatamente después de un terremoto, que ya no amaba a la vida, y que el consuelo que recibía al pensar en mis hijos no era producto de mi amor hacia ellos, sino una superlativa lástima hacia mí mismo. Una voluntad irrefrenable que sentí como una descarga eléctrica en el interior de mi vientre me llevó hasta la cocina y de allí volví con un cuchillo. En el mismo acto inconsciente llamaron a la puerta. No puedo asegurarles a quienes lean esto si en ese momento me encontraba escribiendo estas líneas pero tuve la certeza de que se acercaba el final.  El Word de infinitas páginas en blanco funcionaba. El miedo era tal que sentía los dedos de mis pies como tornillos sueltos. Abrí la puerta y apareció aquel hombre, mi enemigo. Determiné que no podía ser otro. Sus manos manchadas de rojo jugaban con un cuchillo exactamente igual al que yo tenía en mi mano izquierda. Me pareció mucho más viejo que dos horas antes. Llevaba el rostro tapado hasta los ojos por unas bragas y un gorro de la lana colado hasta las orejas no dejaba ver el color de su pelo. Su cuerpo encorvado y oculto tras un anorak que le llegaba hasta las rodillas parecía temblar con la misma intensidad que el mío. Afuera, en la penumbra impregnada por un intenso púrpura, se oía un cuchicheo de voces infantiles, supongo que de almas iniciadas que conocían el final de esta historia y que debían ser testigos protocolarios del final de la misma. El hombre cruzó el umbral y cerró la puerta tras de sí. Antes de que hiciese ningún otro movimiento le clavé mi cuchillo con todas mis fuerzas en el corazón y lo revolví una y otra vez allí dentro al mismo tiempo que le exigía desesperadamente una explicación.
-         Todo está en el Word, pudo decir instantes antes de morir.


   

lunes, 16 de diciembre de 2013

NO MOLESTEN






Quieren poner orden. Sobre todo en nuestros modales. Debemos ser buenos, educados, empollones con los contenidos oficiales y que ayudemos dejando hacer. De cualquiera de las maneras era lo que buscábamos. A partir de ahora sólo podrán ser valientes los insolventes. Pero después de haber crecido como ricos y elegantes ángeles ¿Quién quiere ser insolvente?

Es de muy mal gusto y ofensivo ir por ahí censurando públicamente las decisiones de nuestros gobernantes. No debes hacer fotos a las vías públicas agujereadas por el abandono, o por como dicen aquí en Trigueros (Huelva) quienes lo gobiernan, ahora IU, “porque no hay dinero” y colgarlas en el Facebook; debes ir al ayuntamiento y cumplimentar un modelo en el que supliques tus derechos. Así es mucho más cívico y honorable para con tus representantes. No debes interrumpir las sesiones parlamentarias de tus gobernantes para desvelar verdades como puños, si lo haces la policía te llevará en volandas y los silenciados dirán de ti que algo mal habrás hecho. No importa que seas de derechas o de izquierdas. Lo que se te pide a partir de ahora es que soportes todo el tiempo hasta que llegue tu turno con la meada y la cagada hasta las orejas.  Ni los libertarios toleraran un mal gesto. Ni Dios perdonará tus pecados. Inauguramos una nueva era, la del imperio de la buena educación. Emperador Silencio I.

sábado, 16 de noviembre de 2013

HISTORIA DE MI RODILLA IZQUIERDA (III)










     En el kilómetro 3 de la Vía verde Los Molinos de Agua, que discurre por el  itinerario de la extinta vía ferroviaria que conducía desde San Juan del Puerto hasta El Buitrón, provincia de Huelva,  apareció el pasado lunes 4 de noviembre el galgo muerto. Tal vez fuese atropellado por algún furtivo conductor de los muchos que no atienden a la prohibición de transitar con vehículos motorizados, caso difícil, dicho sea de paso,  por el mal estado del piso y la estrechez del asfalto que impiden que estos puedan imprimir la suficiente velocidad para matar, o quizás fuera asesinado, ya sea por envenenamiento o por golpe mortal, pues desde su hocico puntiagudo y rictus sarcástico, posiblemente a causa del rígor mortis de toda una noche, se abría paso una  gran mancha de sangre seca de al menos dos palmos
    El cadáver se situaba extendido, vertical a un margen de la vía y no entorpecía el ejercicio del ciclismo, la marcha o el atletismo de fondo de sus habituales usuarios. Digo habituales porque rara vez, y para esto no sería mala idea habilitar un libro de firmas en honor de quienes tras un número determinado se sesiones, pongámosle 9 por aquello del número perfecto, adquieren el predicamento de usufructuarios por haber insistido en el tiempo y con el esfuerzo, se incorporen nuevos beneficiarios de la cotidianidad de lo que quedó de la estrecha línea férrea. La víctima parecía haber elegido esa posición para despedirse de este mundo dando fe de su más que probable servilismo de perro fiel a la causa para la que fue pensado. Canino tímido y eficaz para el hombre hasta el punto de no molestarle ni siquiera tras su muerte. Aunque irremediable es pasar junto a su estampa luctuosa y no contener la respiración para eludir la presumible pestilencia de su ignominiosa y prosaica descomposición orgánica.
    En el  fugaz soliloquio del corredor de fondo, no hace falta que explique el porqué de su brevedad, y para esta narración quien aparecía por allí  gracias a la recuperación de mi rodilla izquierda, era yo midiendo la distancia y el crono, apenas nacen y mueren unas cuantas palabras, y para tal visión podrán comprender que eligiera de súbito “Quién”, “Habrá”, “Sido”, “El”, “Hijo”, “De”, “Puta”. Debo admitir que culpabilicé irresponsablemente a algún sujeto anónimo sin pensar que el animal podría haber alcanzado este final por enfermedad degenerativa o por un accidente provocado por él mismo o por muerte provocada por otro semejante o jauría de estos. Pero las estadísticas nos dicen que la inmensa mayoría de canes que aparecen muertos en las vías públicas, y en las privadas también, son desgracias causadas por las intervenciones humanas. Así que una vez que me alejé lo suficiente del radio de acción del supuesto hedor miré en mi reloj los segundos que me quedaban para llegar al mojón del kilómetro 2, y en un alarde de poder contuve unos instantes más la respiración para demostrarme a mí mismo que en casos excepcionales de necesidad es posible correr sin respirar. ¿Cuánto tiempo? Para esta ocasión el que me llevó configurar el rostro del “Hijo de puta”, esta vez todas las palabras juntas en mi pensamiento, sin necesidad de articular  todos los instrumentos de mi boca. Las facciones fueron juntándose hasta formar el semblante de mi jefa. ¿La hija de puta de mi jefa había matado al galgo? Tal vez sean malas pasadas o guiños de las cogitaciones precipitadas, o de pensar corriendo que, de algún modo u otro supone adquirir un estado próximo a tener “La mente en blanco”. Debo considerar seriamente por qué ahora, con el teclado de mi portátil bajo mis dedos, no me desagradó la elección de mi jefa como presunta asesina del galgo a pesar de que la hipótesis resulta harto difícil, ya que presiento que es prácticamente imposible que ella ponga un pie en una vía verde. Es delgada y esbelta como una Barbie pero yo la veo gorda como un sollo.
   Una vez recuperada mi respiración tras alejarme de la peste recordé la charla que mi jefa nos dio tras su viaje a Estados Unidos para realizar allí, en una Universidad exclusiva para mentes brillantes, un master de optimización del tiempo laboral. Nos habló de los peligros que suponen la desconcentración, el estrés y la desgana en el trabajo. Calificó a las amistades que tenemos que atender durante nuestra labor productiva como de “ladrones de tiempo”, y a su vez nos puso  en alerta contra los tres agujeros negros que se tragan nuestros minutos si no hemos planificado con antelación la efectividad de nuestras actividades. Estos son: el correo electrónico, las reuniones y las interrupciones. También nos recomendó que para un rendimiento óptimo en el trabajo nuestro tiempo de ocio no debe sufrir injerencias de ningún tipo. Al final del discurso nos contó con todo lujo de detalles que muchas mentes brillantes de Estados Unidos comienzan a catalogar el Tiempo como un derecho de la ciudadanía.
   “El”, “Tiempo”, “Es”, “Otro”, “Hijo”, “De”, “Puta”, exclamé en las inmediaciones del kilómetro 0. Desde ese momento y hasta la ducha no recuerdo nada más. Sólo, bajo el agua caliente, me pareció haber sentido un dulce olor a geriátrico.


jueves, 24 de octubre de 2013

ERRORES Y MIEDO








 De todas las vicisitudes  que caben en la vida de un hombre  el error es el accidente, o tal vez farsa,  que mayor atención merece.
   Existen errores de tipo experimental, algunos premeditados y hasta calculados, pero son más propios de la ciencia. Rara vez se da en la vida de alguien una voluntad epistemológica con respecto a su proyección laboral, emocional y hasta de quienes pueden invertir en bols; errores se producen casi siempre tras las puertas de los laboratorios.
   El error inopinado cosifica al individuo y lo aleja como un fallo gravitacional de su equilibrio y relación con el deseo:
-          - A tal sujeto lo noqueó de por vida un exceso de confianza en los bancos e inversores.
            - A mengano un desmedido autoritarismo sobre su hija convirtió  la relación de ambos prácticamente en la de dos desconocidos.
-        - A un ciudadano que quiso hacer una política feliz y que prometía buenas maneras lo arruinó un malentendido y acentuado liderazgo.
 Luego, con el tiempo, las víctimas de estos errores y de un sinfín de extraño jaez que abarcaría un inmenso catálogo de géneros y de las combinaciones de estos, tratan de evitar en una suerte de posibilidades de no incidir en los errores ya conocidos y sobre todo sufridos. De esta manera el deseo se acota, se prohíbe, se limita a una angostura y a una fatiga en la que pierde su esencia y naturaleza. El discurso impetuoso y vehemente de la ambición pierde fuerza en la niebla, en los vapores y vahídos del temor, hasta que perece en medio del miedo, a veces asesinado por la espalda a manos del pánico en una carrera vertiginosa.
   De algún pedagogo o terapeuta leí en una ocasión que es indispensable aprender a vivir con el error del mismo modo que una caña de bambú combate al viento, con flexibilidad y fortaleza. Convivir con el error y aceptarlo, guardando el equilibrio al borde del precipicio,  todo el tiempo,  una vez que has comprobado las consecuencias de ser expulsado del paraíso de la infancia, es un ejercicio de desgaste emocional que supone que el 99% de tu existencia lo dediques al arte de la plasticidad en detrimento de la búsqueda y descubrimiento del objeto del deseo, de ese tesoro oculto que no nos atrevemos a desvelar por miedo a la secuencia de errores que pondríamos desencadenar. Una trágica entelequia, desear y ser maniatado en un mismo acto.

 Cabe preguntarse si la dignidad que tanto nos preocupa y por la que algunos continúan  luchando no es más que el reflejo de nuestra propia imagen. Un espejo en el que confundimos teoría y praxis. No deberíamos dejar de pensar nunca en el saldo de intereses que producen el error y el miedo.

viernes, 11 de octubre de 2013

Z DJ, ADICTO A LA COCA COLA








    Zorro DJD (dj del desierto), a pesar de los antecedentes delictivos de sus progenitores y de la familia de estos, está limpio. No es autor de ningún marrón perdido en los discos duros de la policía, al menos desde que el Ministerio del Interior unificara e informatizara completamente las áreas de contravenciones, quebrantamientos y simonías laicas con derechos al uso fraudulento de servicios públicos o privados (inclusive las prestaciones sociales), locales y generales, tanto en legislación fiscal como en el código civil. Podríamos decir sin ningún género de dudas que es en cuanto a la Escala cromática e incluso de cuartos de tono que separa el Bien del Mal un sujeto bien afinado y adaptado al sistema o viceversa. Zorro admira profundamente a su padre. A estas alturas de la historia de aquél la comunicación entre ambos se reduce al efecto aproximado del eco de un bufido o queja de un animal enjaulado lejos de los ojos de la sociedad. Sin embargo, siente un amor extraño hacia su progenitor. Se abstrae ante las circunstancias que suponen tener un padre que lo soslaya y a veces hasta lo desprecia. Juan Cerveza, padre de  Z dj, sí que ostenta, públicamente y en la intimidad, marrones de toda índole. Su baraja de delitos es tan compleja y oscura que la policía, cuando se queda sin ideas y recursos para resolver algún caso, termina en actitud esquizoide requiriendo su presencia en esquinas penumbrosas, suplicándole mediante una súbita y violenta opresión sobre su pescuezo para que suelte un chivatazo fácil de atrapar y grabar antes de que se escape en el aire de las calles luminosas. Odiamos la noche. Nos parece que el día es todo lo contrario al arquetipo literario, sobre todo poético, que conlleva la evocación de la noche. Es tan culta (a veces estúpidamente culterana) y simbolista….Nos gusta los puntos suspensivos.
   Juan Cerveza no tiene ni puta idea de por qué cuando su hijo pide una Coca Cola va ávido y se la toma con una actitud singular de nerviosismo e indiferencia cuando en realidad ha preguntado por la hora. Lo único que tiene claro el padre con respecto al hijo es que éste cuando prácticamente todavía era un bebé estuvo hospitalizado durante tres meses, tiempo en el que lo dio por muerto y en el que no fue a visitarlo ni una sola vez mientras que estuvo totalmente absorbido por un famoso asunto de prostitutas lituanas y cocaína adulterada con el que al final acabaron en la cárcel dos o tres famosos empresarios de la FOEGRAS.
   El hijo ha oído dos veces a su padre decir que algún día pondrá colofón a sus andanzas “matando a un par de tíos porculeros”. El padre no tiene idea ni por asomo de que el hijo padece afasia, y mucho menos la gravedad que significa el cuadro clínico que presenta Z dj. Nadie en Urbis Android, ni siquiera las docenas de médicos de cabecera que han desfilado en los últimos años por la ciudad saben que el futuro esqueleto o proyecto cerebral de dj padece una Afasia de Wernicke Sensorial, con lesiones de las áreas temporo-parietales. Se caracteriza por una deficiencia en la comprensión y un habla fluida incoherente, si bien Z dj evita la logorrea de neologismos y parafasias, ya sea por la función intuición de introversión jungiana, o por el resto de funciones que separadas o sumadas pueden hacer del individuo un ente acorazado que se protege de la minusvalía mediante una extraña estrategia empírica que usa las sensaciones, el pensamiento y el sentimiento. Cuando vemos a Z dj desbocado de bar en bar bebiendo coca colas, a veces todo el día hasta alcanzar un total de veinticinco o treinta botellas de 33 cl, podemos estar completamente seguros de que está sufriendo un ataque del tiempo. Haríamos bien en elaborar una ilustración para este documento a la manera del Goya de las Pinturas Negras, con la intención de obtener un efecto hipster o pop underground con el que llamar la atención y captar lectores sectarios o radicalizados en la poesía extrema. Aunque estamos convencidos, los usos y costumbres en la red así lo demuestran, que esto último es prácticamente imposible ya que este tipo de receptores sienten vértigo al apartarse del redil y jamás pierden de vista a sus pastores. En dicha ilustración veríamos a Cronos desnudo, barbudo y ojeroso, petrificado como una inmensa montaña y a Z dj abriendo un túnel en su boca con pico y pala. Z dj sufre una severa adicción a la coca cola y la acusa hasta alcanzar niveles casi insoportables de morbosidad sexual y misantrópica cuando intenta abrirse paso a través de los días. Esta marca recientemente desbancada en la Pax Capitalista por otra no menos prócera por su mensaje vitalista, por la Apple crematística que atomiza el dinero con una falsa filosofía sistemática de la caridad y la piedad como ya en su tiempo lo relativizó Santo Tomás de Aquino, consumida en cantidades desproporcionadas, produce un mono de irritabilidad, lentitud y pereza. Z dj pregunta por la hora y toma una coca cola durante el silencio horadado de Cronos, durante el efecto de ese oxímoron conceptual que golpea con violencia las puertas de su mente con el mutismo de la muerte.

   La meningitis le llevó a la afasia. Claro que la aparición del tiempo como su principal enemigo tuvo lugar cuando comenzó a intuir sus problemas con la comunicación y el lenguaje. Z dj se halla ocupado con imposibles figuras del Origami, materializando la celulosa industrial absorbente con una papiroflexia  con la que hace dobleces sobre lo efímero y lo eterno y, de repente, se le eriza el vello y los jugos gástricos ascienden por su esófago como un géiser de extraña factura que irrumpiera por primera vez en su paisaje. Sabe que debe tomar cuanto antes la primera coca cola del día. Antes de la práctica del Origami podía encontrarse palpando con las puntas de sus dedos las superficies de paredes y discos de vinilo. Juan Cerveza nada sabe acerca de estas costumbres o aficiones del hijo.

viernes, 6 de septiembre de 2013

URBIS ANDROID








En el diario de trabajo de  María Auxiliadora Catete, psicóloga contratada temporalmente por los Servicios Sociales del Ayuntamiento de Urbis Android, puede leerse en los apartados titulados “Nuevas costumbres”, “Similitudes en las diferencias que adoptan los pobres telemáticos”, o epígrafes por el estilo, que no hace tanto tiempo, sin ir más lejos, en el tiempo en el que obtener una titulación académica era socialmente tan importante como haber estado departiendo con Dios un buen rato, se acostumbraba, sobre todo en los casos de progenitores pudientes con hijos o hijas con bajas capacidades intelectuales, que estos les regalaran a los profesores de lo que se llamó BUP y COU, y por supuesto a los universitarios, jamones y paletillas de cerdo, en muchos casos de matanza propia, y quesos y lotes imponentes de bacalao y otras salazones, con la clara intención de sobornarles y arrancarles un licencioso “cinco” con el que sus vástagos honrarían el marchamo económico y político de sus familias. Puede leerse, como decíamos, en estos epígrafes señalados (escritos con bolígrafo BIC azul) con vectores que dan cierto carácter anecdótico o de curiosidad profesional por parte de la tal psicóloga María Auxiliadora Catete que, sin embargo, y a pesar del cambio brutal en la actitud de beneplácito e incluso idólatra que muchos padres, madres y alumnado adoptaban hacia los cuerpos de maestros y profesores a causa sobre todo de la pandemia de la Cultura Pop que afectó en todos los órdenes de la vida cotidiana a partir del momento en el que las bacterias localistas infectaron a las sociedades globalistas y las globalistas hicieron lo mismo con las sociedades localistas, cosas como que “a día de hoy aún sigue muy arraigada en numerosas familias esta costumbre de corromper a los docentes de esta localidad con dádivas. Últimamente, a partir de la destrucción del muro analógico, con smartfhones, tablets y ordenadores portátiles en muchos casos de dudosa procedencia; pues son presentes envueltos en papel de regalo de los bazares chinos sin tarjetas de garantía ni manuales de instrucciones (en los casos de los móviles de última generación, algunos son entregados a los enseñantes sin la conveniente información de que deben liberarlos si la compañía telefónica no coincide con la del agraciado receptor).
   Hace un lustro que el Área de Servicios Sociales le rescindió el contrato de trabajo a la psicóloga, según reza en el acta de un pleno extraordinario celebrado por entonces y al que acudieron todos los trabajadores “externos o “laborales” (eufemismos con los que las autoridades locales califican a estas almas en pena que desde el primer instante después de firmar sus contratos de trabajo comienzan a contar las horas por las que viajarán a bordo de un vehículo subterráneo en el que se ocultarán de la incipiente luz del nuevo mundo que ellos mismos y pese a sus malas conciencias y miedos están contribuyendo a construir; claro está que nos estamos refiriendo a los trabajadores y trabajadoras que jamás se han planteado leer una breve historia de Las condiciones laborales en la sucesión de los distintos sistemas políticos. Las fuentes no son fidedignas pero nos cuentan que  por entonces el Teniente de Alcalde, un ex militar con mucha mala ostia que se decía que había abandonado el ejército (según contó durante una borrachera de ron Velero con Coca cola) porque se dio cuenta a tiempo que jamás lograría ascender a General, abroncó públicamente ante los trabajadores a nuestra psicóloga por haber intentado convocar una asamblea a sus espaldas para tratar el futuro incierto de estos. Es posible que a María Auxiliadora Catete no le renovaran el contrato y al resto de los trabajadores sí a causa de este motivo.
    Nada se sabe de MAC desde entonces. Su acento autóctono, de una comarca que continúa desintegrándose a causa de la cada vez más deslavazada interrelación administrativa de sus localidades nos da una pista sobre la posibilidad de que se halle en estos momentos no demasiado lejos, trabajando, tras su refundación, en una empresa familiar, o malviviendo con un poco de suerte con la ayuda a los parados de larga duración de 426 euros. No es baladí pensar que desarrollaba bien su trabajo cuando después de tanto tiempo muchos padres y madres, algunos ya con hijos mayores de edad hablan de MAC ensalzándola y echándole de menos. Todo apunta a que sus cursillos contra el tabaquismo fueron un éxito, a pesar de que, según una estadística reciente más del 90% de los enfermos rehabilitados han vuelto a fumar. Lo que viene a decir que tal vez que ese porcentaje del 10% dejó definitivamente de fumar por causas puramente incidentales como por ejemplo sus inequívocos destinos escritos. Algún ex fumador con relativa capacidad crítica va contando por ahí que ella siempre mantenía en sus charlas terapéuticas que el verdadero problema no radica en el momento en el que la cobaya comienza a fumar (denominaba así a los fumadores, incluyéndose ella misma) sino mucho antes, digamos que en el momento idealizado por el estigma de la droga, tras la visión vidriosa que el homo sapiens obtiene a partir de la consumación de tener su primera necesidad cubierta, nos referimos evidentemente a la de tener el estómago lleno. A partir de aquí las sustancias estimulantes se encuentran a pie del camino de su segunda necesidad una vez que la primera ha desaparecido: saber exactamente qué demonios hacemos bajo el sol y la luna. Los primeros cupones de la ONCE y las primeras quinielas deportivas de aquellas pequeñas sociedades fueron raíces y hongos ingeridos tal cual de la tierra. Un poco más tarde, no mucho más, cuando los resultados manifestaban claramente que aquel método de búsqueda funcionaba, apareció de repente y sin que nadie lo esperase la primera reforma social de la historia. Los jerarcas de estos grupúsculos, esos que a día de hoy continúan jodiéndolo todo porque necesitan a todas horas la aprobación de sus congéneres, decidieron que las drogas, las apuestas que garantizaban un mínimo de felicidad debían estar sujetas a un control de producción y de beneficios colectivos. Decidieron que la metodología debía basarse en unos contenidos mucho más precisos y no tan disparatados por lo que suponían cada cuelgue o estado de gracia autodeterminado y segregacionista que proporcionaban las distintas drogas, es decir, la sustancia sería solenoide y de una atracción gravitatoria que facilitara el sentido geodésico del territorio. Dicho de otro modo, que a pesar de los cuelgues descomunales con sustancias catalogadas los drogadictos y drogadictas asumieran y respetaran en una nueva escala de valores del 1 al 10 el concepto de PROPIEDAD y PROPIETARIO como 10. Por tanto, según MAC, el problema de la adicción no estriba tanto en la dependencia de la sustancia como en el instinto localizado en una zona oscura de nuestros cerebros, a la que acudimos en principio como ardientes neófitos que acaban de descubrir El Dorado de la semi-libertad.
   Las consecuencias académicas de las “Nuevas costumbres” pueden leerse en el diario de trabajo de MAC en el capítulo “CONCLUSIONES”:
   …el caso del hijo de C.A. J. es un claro ejemplo de los efectos pasivos consecuentes de estas actitudes de connivencia de todos los agentes que participan. El hijo de C, Burraco Mix, le dio una paliza a una profesora de francés a la salida del instituto delante de cientos de alumnos y de algunos profesores porque sospechó que el smartfhone con el que ésta whatsappeaba era el que le había birlado  en el Muelle de las Carabelas en un despiste a una japonesa durante el coito que esta mantuvo en los aseos para minusválidos con un profesor asociado de inglés comercial de la Universidad Internacional. Nunca se pudo demostrar que el smartfhone fuese el sustraído a la asiática. Sin embargo, si es verificable,  y en muchos casos se puede encontrar documentado en el plan de Acción Tutorial del Instituto de Urbis Android, el seguimiento a los distintos tipos de pobreza que padecen las familias de esta localidad. En el caso del hijo menor de C. el tutor correspondiente del siguiente curso sentenció en el informe personal del alumno de este modo: “Familia con graves carencias telemáticas, incluso energéticas…………. “




lunes, 24 de junio de 2013

HISTORIA DE MI RODILLA IZQUIERDA (II)








        Teo Survival escribe en su diario.
12 de junio del Tiempo-muerto.

   Si no ando con ojo la rodillera ortopédica me habría arruinado definitivamente mi rodilla izquierda. Una rodillera deportiva te vendrá bien, dijo el traumatólogo en el ambulatorio. Pensé con confianza, al ver el trozo de neopreno con ballenas de plástico insertadas en su interior, que mi rodilla estaría a partir de ese momento sujeta al mundo como un muro gótico al arbotante. Más tarde leí en las indicaciones médicas que contenía en su interior la caja de cartón, por cierto, muy parecida a las que contienen correas de transmisión de caucho, que el neopreno daría calor a las articulaciones y desinflamaría y fijaría evitando negativos movimientos. Después, durante las primeras caminatas con la práctica de la rodillera con M.F, tuve la sensación de que era yo quien estaba sujeto al mundo y que éste en sus movimientos flemáticos y desesperantes me arrastraba a una cosa tan vulgar y archiconocida como es el anonimato tras la muerte. Mi rodilla izquierda estaba jodida y en la clasificación de las cosas más y menos importantes mi alma había decidido que la rodilla nada tenía que ver conmigo, ya que ésta había tomado una dirección distinta a la mía, supongo que se dirigía hacia la artrosis tipo III, algo así como una cueva en medio del desierto donde la gente trata de esconder las vergüenzas del envejecimiento. Yo tiraba de mi mente vacía, en blanco, hacia la muerte. Moriría y ya está, a tomar por culo, allá lejos, perdido bajo las luces de emergencia de menos de treinta lúmenes que alumbran nuestro concepto pusilánime de hábitat en el otro mundo. M.F. me aconsejaba con un vago timbre de megafonía militar:
-         Debes andar una hora. Ni más ni menos. Todos los días y a la velocidad de un recadero. Con eso tienes más que suficiente para mantenerte en forma. Nada de carreras. Y creo que ni de bicicleta. Ya oíste lo que dijo el médico.
Siempre he prestado atención a todo lo que me aconseja M.F. Pero en este contexto de caminatas por una vía que parece especialmente diseñada para ciclistas panzudos federados, para algunos jóvenes que aún no despuntan el vientre pero que sabes que lo harán dentro de doscientas mil cervezas con o sin alcohol y sus correspondientes tapas, para  caminantes o corredores cincuentones y también para alguna que otra corredora circunstancial que se encuentra en plena recta final de sus exámenes de selectividad a la universidad u oposiciones para un acceso libre a una plaza que según sus madres si las consiguen harán que se sientan como probas damas que se reirán del mundo, mostrar mi pierna izquierda adherida a la rodillera o viceversa creo que produce un efecto a ojos vista de los demás de calculado ejercicio de prepotencia, de insistencia con perfiles heroicos por querer doblegar la naturaleza de la enfermedad a  toda costa. Comprenderán entonces por qué me sentí aliviado cuando llegaron los primeros días del invierno y pude ocultar la rodillera debajo de un pantalón de chándal  de felpa del Decatlón Kipsta 500. Con lo que no contaba era con el hormigueo incipiente y el posterior dolor en el muslo izquierdo que progresivamente fue apareciendo con el uso disciplinado del neopreno, efecto secundario que tuve que prescribir por mi cuenta y riesgo y que el médico especialista obvió como un secreto que habría que desvelar según un protocolo apócrifo y tácito en la siguiente consulta.
    Mi mejor marca la completé en la popular del Rociana del Condado en un mes de febrero  antes del Tiempo-muerto. Corrí las cuatro vueltas al circuito urbano de 8250 m a 4,25” el kilómetro. Una máquina corredora que rozó la perfección a sus cuarentaicuatro años de existencia si tenemos en cuenta que era mi cerebro estimulado por una carga exagerada de remordimiento hacia la naturaleza por no dotarme de unas aceptables condiciones físicas para el atletismo, además de una ladino sentimiento hacia mi anterior vida sedentaria, pues antes de cumplir los cuarentaiuno no se me había ocurrido hacer un puto minuto de running, quien corría y no mi cuerpo tarado y al mismo tiempo despreciado como un animal que consigue huir victorioso tras una carrera delante de su depredador natural.
    Logré esta increíble marca y sus consecuencias fueron tan devastadoras que ahora, después de dos años de recuperación de la pierna, los más que puedo conseguir son 40 minutos amansando la carrera, de trote cochinero para un ser humano que intenta obsesivamente usar el sentido común con la intención de continuar fomentando esa búsqueda compulsiva y tan contemporánea del placer picnoléptico. Si bien existen otros métodos mucho menos aparatosos para la estimulación endógena de endorfinas, es el ejercicio físico, sobre todo la carrera de fondo, la actividad que mejor me acerca a la bendita amnesia.
 A propósito de todo esto el futuro dictará sentencia y seré declarado inocente, pues ni estoy federado ni pertenezco a ningún club de atletismo.
   

domingo, 2 de junio de 2013

MANZANILLA BASTARDA








   La mula mecánica (motoazada para la aldea global y quimera analógica en la imaginación de propietarios de pequeñas parcelas a los que una vez asidos al manillar de la máquina no les importaría que ésta se transformara en el económicamente suplantado híbrido équido) no funcionaba. Todo estaba en orden. La llave roja del encendido en posición ON, la gasolina abierta, el gradual del aire previamente abierto para que entrase la vida en el motor con una explosión de alegría, y la palanca de las revoluciones al mínimo, para que la mula no saliese encabritada tras el arranque como si le hubiesen mostrado el rostro del diablo.
    Las combinaciones eran correctas, incluso el manual de mi cultura general se hallaba disponible en mi mente para poder ubicarme de nuevo (ya antes había tenido agradables experiencias con el animal metálico) en el acto predestinado a ciertos hombres-satélites que optamos en su día permanecer con relativa aflicción moral cerca del ámbito rural. Un manual en el que aparecía en su primera página como una descripción detallada de cómo se debe quemar el incienso,  el recuerdo de la lectura del relato del libro “Una vez en Europa” de John Berger “Boris compra caballos”. Cuando compré el libro en el año 1992 pensé que Berger contaría en él cosas de política o sociología. Nada más lejos. En el libro narraba las vidas extrañas (quizá no tan extrañas) de anti-héroes de la Europa rural de finales del siglo XX. Ahora, en el 2013, las vicisitudes que me han llevado a organizar un minuto de mi existencia con el intenso deseo de hacer funcionar “la máquina”, no las podía ni imaginar harto de la droga más visionaria. Mi corazón latía con fuerza, con una intensidad suficiente como para hacer que el motor de la mula se sintiese estimulado. De esto puedo dar fe, ¡vaya si arrancó! Lo hizo con la rabia contenida de quien se ha pasado varios meses amordazado y de repente puede lanzar al mediodía un grito contenido de 600 cc en su garganta. Tan sólo fueron necesarios dos intentos con mi brazo derecho anudado a la cuerda de arranque. A pesar de mi insistencia con el acelerador, la mula no se movió ni un milímetro. Sin embargo, en mi mente se encontraba la imagen estroboscópica de la mula avanzando hacia el mar de margaritas silvestres (Anthemis Arvensis, manzanilla bastarda) y mis ojos veían como los filamentos del arado desgarraban la primera capa de tierra Europa al son de una risa tan bronca que la diosa Deméter habría desaprobado como banda sonora para la película “Última batalla contra las malas hierbas”. Berger en el libro de relatos había trazado una elipse que encerraba en el plano personajes sepultados bajo las ruinas de una Europa rural que hasta ese momento se había sentido avergonzada de sí misma porque sus habitantes hasta ese momento eran incapaces de dignificar la exposición de sus cadáveres. Pero las cosas han cambiado mucho en treinta años. La vorágine telemática, de movimientos migratorios desde todos los puntos del planeta, de inversión sobre el capital en detrimento de la productividad del trabajo y de la manipulación de la información en pos de un fraudulento proyecto de unificación política, económica y social de Europa, ha dejado ver por fin en el viejo continente los puntos muertos de la conducción hacia la Liberté, Egalité y Fraternité  como los únicos lugares áureos en los que encontraremos el suficiente sosiego para la reflexión e incluso para una neognosis capaz de mostrar el reverso de la fe. En el campo, abriéndote camino entre las malas hierbas, trasegando a veces con la tierra demasiado húmeda y otras demasiado seca, podríamos descatalogar al conjunto de creencias. Por esto está prohibido construir o deconstruir en el campo. Porque es el único lugar donde pierdes la fe sin anestesia. Nada de Zola ni de Rosseau, ni de Heidegger ni Derrida, por hablar de algunas avenencias. El campo, la tierra, su olor, su color, nos abre la mente y la deja en blanco, nos devuelve a nuestro estado animal, nos coloca por unos instantes en la línea de salida.
   Fue mi hijo quien se dio cuenta del mal que la mula padecía.
-         ¡Papá!, ¿No ves que la correa de transmisión está partida? Es imposible que se muevan los arados.
-         ……..
Miré por una pequeña rendija de plástico y pude comprobar que en la penumbra existía algo parecido a una sierpe o sombra de la misma, hibernando o yacente como reliquia de elaboración humana en el ara que todas las máquinas averiadas llevan consigo.
-         ¿Ves?, eso es la correa. Y está cortada.
-         ¿Cuándo fue la última vez que usamos esta mierda?, pregunté
-         ……
Caminando hacia el interior de mis recuerdos en relación a la máquina pude ver y oír durante unos instantes una columnita de humo negro y un chirrido de pájaros en el interior de la tierra. Efectivamente habían pasado dos estaciones desde que deambulé por última vez por la media fanega de terreno de un rincón para otro. Cinco o seis meses habían pasado  con la mula cubierta por un toldo y creyendo que el animal estaba vivo cuando en realidad había fallecido en otoño.
  La cuestión era resucitar a la mula u olvidarnos de ella. Opté por lo primero y me dirigí rápido, restregando nuestro turismo contra la pleamar  de margaritas y con los últimos minutos del horario comercial del fin de semana pisándome los talones, al pueblo para comprar una correa de trasmisión idéntica a la que previamente, casi en cuestión de segundos, le habíamos arrancado de sus entrañas al animal. Durante el corto viaje palingenésico de ida y vuelta  recordé la similitud entre el fuego y las cataratas que Berger expone en su relato “Boris compra caballos”: …….Los fuegos y las grandes cataratas tienen algo en común. Está el agua en forma de lluvia que el viento separa de la cascada, y están las llamas; está la pared de roca, chorreando y erosionándose a ojos vistas, y está la desintegración de lo que se quema; está el estrépito del agua, y está el terrible crepitar del fuego. Y, sin embargo en el centro de los dos, del fuego y de la catarata, hay una calma persistente. Y es esta calma la que es catastrófica. (sic), Ed. Alfaguara. 1992. Traducción de Pilar Vázquez.
   Esta primavera ha sido tal vez la más lluviosa, la más torrencial de todas por las que he pasado. Para las estadísticas meteorológicas puede que esto sea un dato importante, pero para mi percepción de la sucesión de los días, de los cambios de temperatura y presión atmosférica, de la aparición y desaparición de todos los tipos de nubes con todos sus colores, el historial de datos que corroboran el cambio de aspecto en la propia naturaleza tiene las mismas consecuencias que el crepitar del fuego y la erosión de la que da cuenta Berger. En realidad, la vida en el campo sigue siendo igual que hace cientos de años. No ocurre nada, no hay picos en sus percentiles sociales y económicos. Si los hay es porque ha dejado de ser campo y se ha convertido en una burbuja conectada misteriosamente a través del marketing y los movimientos comerciales con las urbes (explotaciones dependientes de la rentabilidad y variables en sus ubicaciones según los intereses de los inversores). El campo, lo inmutable, es el interior de la catarata y del fuego.
Una vez colocada la nueva correa de transmisión, pensé, las poleas comenzarían a moverse y la mula también, en la dirección de un movimiento circular que siempre permanece en el mismo lugar pero que sería fatal para la manzanilla bastarda.




domingo, 19 de mayo de 2013

HISTORIAS DEL DESIERTO











   Zorro DJD (dj del desierto)  continuaba elucubrando, en el paño de celulosa absorbente que hacía ya el número 527 del rollo industrial por estrenar con el que había tropezado casualmente en un servicio para minusválidos del hospital especialmente rediseñado para la rehabilitación de personas con miembros amputados, y que las autoridades competentes estuvieron a punto de demoler ante la inoperatividad del edificio a causa su contraindicación para la accesibilidad y el envejecimiento de su estructura basada en cientos de muros de carga. Zorro divagaba, ejercicio que cumplía fielmente desde que abandonó definitivamente allá, alrededor de las fronteras imaginarias del mapa de su primera infancia, muy cerca de su sexto cumpleaños, zascandileaba, evitando como siempre, los convencionalismos capitales de lo que se ha dado llamar Sociedad Desarrollada. Para él un pliegue diagonal en el paño de celulosa 527 que en el arte de la papiroflexia origami podría ser el primer paso para transformar la materia en cosas, utensilios u objetos inimaginables, tiene mayor interés y posibilidades de éxito que cualquier intento de modificación, por muy de justicia que sea, en el tejido social. La celulosa absorbente es, tras una industrialización inopinada de las realidades de la vida doméstica, una de las mayores manifestaciones de la democratización en la historia del arte de todas las culturas.
    En Japón, el origami, durante el periodo Heian del 794 al 1185 formó parte importante en las ceremonias de la nobleza, pues doblar papel era un lujo que solo personas de posición económica acomodada podían darse. Entre 1338 y 1573 del periodo Muromachi, el papel se volvió lo suficientemente barato para todos, y el estilo de origami servía para distinguir un estrato social de otro, por ejemplo entre un samurái aristócrata y un campesino. Actualmente podríamos pensar en una papiroflexia en celulosa absorbente como manifestación oportuna para democratizar la destrucción total del aura de la obra de arte de la que nos hablaba W. Benjamin. Un arte legitimado por los sindicatos de los trabajadores y ONGs no gubernamentales con vocación pedagógica para la universalización y reconocimiento de la capacidad creativa de todos los humildes demiurgos que andan a trompicones por el mundo. Tres horas continuas de papiroflexia de formas imposibles en celulosa absorbente equivaldría a una secuencia de treinta segundos de duración de mates y devoluciones de los mismos en el último punto de ventaja para el receptor de estas  arremetidas violentas en la final del campeonato local de tenis de mesa para veteranos.
   Pero Zorro DJD no tenía ningún interés por el origami. En su visita al hospital para amputados tropezó con aquel gran rollo de celulosa y pensó que con aquello podría fabricar una descomunal cola para su cometa. Decenas de metros serpenteando en el aire como un ofidio volador con el que homenajearía a su amigo Cándido, dj también, en rehabilitación con los dos antebrazos y manos protésicas tras el espantoso accidente que sufrió cuando se le vino encima la enorme pantalla acústica de 25.000 vatios en altavoces concatenados, montados para intentar cumplir con el sueño de Zorro: pinchar en el desierto del Sáhara (o similar) en un concierto sin espectadores –un solo espectador provocaría la suspensión del concierto- con una potencia de 100.000 vatios. Zorro se considera ante todo un dj inepto para estadios y parques, y mucho más para locales cerrados. Él odia profundamente la filiación y a veces hasta la conversación; “El hombre se aniquila a sí mismo en la gestión de la compañía”, le ha confesado alguna vez a Cándido. 
   Zorro djd reconsideró la idea de la gran cola de cometa y concluyó tras una aceleración repentina de su afasia que durante el periodo de rehabilitación de Cándido estaría condenado a la creación de miles de objetos y formas origami imposibles. Así se lo dictaba el alma y con el lenguaje de ésta descubrió que su falta de comprensión de las palabras era absoluta. Su sueño de pinchar en el desierto y su afición a las cometas eran actitudes más que suficientes para que un tribunal de talentos le diagnosticara una alta capacidad como monitor de actividades lúdicas al aire libre. Los tribunales de la Sociedad Desarrollada siempre encuentran un terreno por abonar para cada individuo o un individuo para fertilizar tal campo para que sea rentable cualquier conducta díscola aparentemente irreductible. Sin ir más lejos, una esquizofrenia profunda es un buen pedregal para invertir en I­­­­­+D. Con el tratamiento adecuado podrían polarizar un trastorno mental de esas características y reciclar desechos humanos olvidados en muchas unidades de salud mental con la encomiable intención de devolverles a estos elegidos/as que tomaron  en su día el rumbo hacia el no-lugar en la tierra, un sitio que imaginado por las mentes sanas de la medicina parece una dimensión en mengua progresiva, con una espacio cada vez más reducido, ya que cada enfermo mental tiene más que ver con un Ítem del cuestionario del análisis psicológico que con la salvación del mundo de la locura general. Esta sensación para un profano sobrio es como el descenso sin frenos por la pendiente más pronunciada que pueda imaginar. Existen por tanto tantos trastornos mentales como personas con vida. Así se matarían dos pájaros de un tiro. Con el I+D se fortalecería la economía a través de la industria farmacológica y de los medios de comunicación, y abriríamos una puerta a la esperanza para la supervivencia de la humanidad mandando a un nutrido grupo de esquizofrénicos polarizados al planeta Marte. Las actas de reuniones del tribunal correspondiente darían bastante para un posterior estudio de las indicaciones y contraindicaciones de abono para terrenos baldíos.
    Cuando Zorro djd intentó hacer su primer pliegue en el paño 527 observó estupefacto que la celulosa blanca rezumaba líquido rojo. Él no lo sabe pero acaba de crear la papiroflexia linfática. Los intersticios de los tejidos bajo la piel de las yemas de sus dedos índices han concentrado demasiada sangre y los vasos linfáticos son incapaces de reconducir tanta cantidad de plasma hacia los conductos de sangre venosa. Su ejercicio origami ha sido hasta tal punto tan incogitado para su afasia que toda su actividad mental se ha transformado en pensamiento táctil. La negación de las palabras ha dado paso a un reseteo en el sistema de elucubraciones. En breve a los tribunales de talentos les resultará imposible llevar a cabo sus deliberaciones sin el nuevo catálogo de conductas ajenas al pensamiento.
   

sábado, 27 de abril de 2013

TERCERA PERSONA






C. aprovecha la oferta de helados que la cadena de supermercados DIA% ha lanzado durante el último mes. En este tiempo ha conseguido con sus cupones almacenar en su terminal criónico diseñado al margen de los nuevos Programas de Obselescencia de Última Generación y también quizá como la única consecuencia de provecho en las vidas del nuevo proletariado nacido tras las estrategias de los posibles modos de supervivencia en caso de guerra nuclear en lo que se llamó Guerra Fría, más de doscientos conos de vainilla y chocolate. En esto, de repente me ha abordado con su aliento cromado la disertación de un escritor, uno de esos reconocidos y loados por otros reconocidos y ensalzados escritores que necesitan meter varias veces la marcha trasera en sus maniobras de aparcamiento, que alguien ha compartido en Facebook para que puedan leerlo escritores y escritoras que piensan que ellos sólo necesitan un simple giro del volante de sus potentes Ferraris para dejarlos clavados e inmaculados en cordón frente al intocable Instituto Cervantes que cada cual lleva en lo más hondo de sus corazones; como digo, alguien cuelga un enlace que asevera que narrar en tercera persona resulta a estas alturas de la historia de la literatura una actitud cuando menos inmoral, supongo que por aquello de la despersonalización hueca del individuo que usa los cuerpos y mentes ajenas  para un análisis social o circunstancial y cuya vía sólo puede tener un devengo descontextualizado. YO al cuadrado, necesita (necesito) al menos en esta ocasión, para no enredarme en mis dasavenencias con la filosofía de las ofertas comerciales en el campo de la alimentación nombrar a C., ama de casa, reina del trasiego por los pasillos de las grandes superficies, que por veinticinco céntimos diarios el cono helado, mitigará la violencia del sol en la canícula-2013 y la desestructuración de los pensamientos de dos hijos parados de larga duración bajo el mismo techo y sus respectivas novias, madres limpiaescaleras, peluquerasadomicilio dependientes a su vez de otras madresconseguidorasdevalesparaeleconomatodecáritasbajoelmismosolavasallador.
   Pensándolo bien “la tercera persona” es la mejor arma para diseccionar el sintagma y arrojar al Sujeto en medio del camino. “La tercera persona” es el efecto final de los procedimientos, ya sea según la Teoría del caos, o según la teoría sobradamente conocida de “La Inevitable Basura que genera Todo Sistema de Producción”. Veamos:
   C. decide todo lo contrario, que no son necesario los helados, puesto que no son un elemento básico para la alimentación. ¿Qué hacen los distribuidores y más tarde los productores con sus excedentes de azúcar, leche y huevos? De repente, igual que en el caso del escritor que tilda de inmoral a la “Tercera persona”, aparece el “Consultor” (psicólogosociólogoexpertoprofesionalformadoenlosmejoresmastersdelasmejoresuniversidadesdelmundoespecialistaenC.) y arroja a C. en medio del camino como antes se arrojó a la “Tercera persona”.
   El Consultor se hace con todos los excedentes y después se concentra profundamente en C.
  C. focaliza toda su atención en elementos básicos; huevos, azúcar y leche. Pero un instante antes no ha podido evitar mirar de soslayo la oferta de los helados. C. cada vez que va a buscar sus elementos básicos  debe hacer la ida y la vuelta y pasar ante la oferta al menos dos veces por semana. O lo que es lo mismo ocho veces por mes. C. sabe que el lugar más económico para obtener sus elementos básicos es este supermercado. No sé si ella se planteará la cuestión inmoral de la “Tercera Persona”.