Es posible que las cosas no sean como son por lo que son sino
por cómo se cuentan. ¿Si escribo “Aquella mujer elegante y llena de curvas
insinuantes cayó fulminada al suelo por un infarto” es lo mismo que si escribo
“Aquella mujer cayó al suelo fulminada por un infarto”?
El adjetivo y los
atributos o por el contrario, la falta de ellos, convierten a la mujer en dos
difuntas distintas. La segunda proposición hace referencia a cualquier mujer, a
un “universal” sin estética, es decir, sin aderezo ni sex appeal alguno.
Podríamos poner como referencia a Eva, la primera mujer del mundo, a una mujer
paradigma de lo que no podría ser un mundo sin mujeres. La mujer
incuestionable, asexuada por su rotunda y propia feminidad y contrastada por
todo lo que no es mujer, es decir, una mujer indiscutible o una mujer hecha
mundo o viceversa. Sin embargo, la primera proposición convierte a la muerta en
un objeto de deseo, de saber por qué y para qué esta mujer exclusiva, distinta
a la mujer-mundo, posee curvas insinuantes y viste elegantemente para sí misma
y también para los demás.
Ante la evidencia de
poder narrar in situ de dos modos distintos el fallecimiento podemos pensar que
existen dos narradores diferentes o bien dos puntos de vista o contextos
distintos para un mismo narrador. La mujer elegante y de curvas insinuantes
puede ser la misma mujer narrada sin el aderezo y las insinuaciones, y a la
mujer genérica puede ocurrirle por el contrario que le sobrevenga la muerte igualmente
con los atributos de la anterior. En definitiva: ambas son la misma mujer.
Ahora bien, nunca
será lo mismo morir por la sencilla razón de que se está viva que morir por la
misma razón con elegancia y sexo. Es esta una capacidad que hemos heredado tras
la emancipación del ser humano de la
vida-buena en la naturaleza. Dicho de otro modo: sin el contexto y el mercado
actual de la estética y los mass media la mujer-sexo caería fulminada por un
infarto igual que una hoja cae desde la rama del árbol. Sería una muerte inútil
o cuando menos intrascendente del objeto desde el punto de vista puramente
estético. De todo se deduce que es imposible la viabilidad de dos narradores o
contextos para los mismos, si bien nos atenemos y resignamos a la inexistencia
a día de hoy de un discurso ontológico femenino sobre las estrategias de su
propio sexo en un mercado gobernado por el deseo masculino.