sábado, 31 de diciembre de 2016

DOS MUJERES







   Es posible que  las cosas no sean como son por lo que son sino por cómo se cuentan. ¿Si escribo “Aquella mujer elegante y llena de curvas insinuantes cayó fulminada al suelo por un infarto” es lo mismo que si escribo “Aquella mujer cayó al suelo fulminada por un infarto”?

  El adjetivo y los atributos o por el contrario, la falta de ellos, convierten a la mujer en dos difuntas distintas. La segunda proposición hace referencia a cualquier mujer, a un “universal” sin estética, es decir, sin aderezo ni sex appeal alguno. Podríamos poner como referencia a Eva, la primera mujer del mundo, a una mujer paradigma de lo que no podría ser un mundo sin mujeres. La mujer incuestionable, asexuada por su rotunda y propia feminidad y contrastada por todo lo que no es mujer, es decir, una mujer indiscutible o una mujer hecha mundo o viceversa. Sin embargo, la primera proposición convierte a la muerta en un objeto de deseo, de saber por qué y para qué esta mujer exclusiva, distinta a la mujer-mundo, posee curvas insinuantes y viste elegantemente para sí misma y también para los demás.

   Ante la evidencia de poder narrar in situ de dos modos distintos el fallecimiento podemos pensar que existen dos narradores diferentes o bien dos puntos de vista o contextos distintos para un mismo narrador. La mujer elegante y de curvas insinuantes puede ser la misma mujer narrada sin el aderezo y las insinuaciones, y a la mujer genérica puede ocurrirle por el contrario que le sobrevenga la muerte igualmente con los atributos de la anterior. En definitiva: ambas son la misma mujer.

   Ahora bien, nunca será lo mismo morir por la sencilla razón de que se está viva que morir por la misma razón con elegancia y sexo. Es esta una capacidad que hemos heredado tras la emancipación del ser humano  de la vida-buena en la naturaleza. Dicho de otro modo: sin el contexto y el mercado actual de la estética y los mass media la mujer-sexo caería fulminada por un infarto igual que una hoja cae desde la rama del árbol. Sería una muerte inútil o cuando menos intrascendente del objeto desde el punto de vista puramente estético. De todo se deduce que es imposible la viabilidad de dos narradores o contextos para los mismos, si bien nos atenemos y resignamos a la inexistencia a día de hoy de un discurso ontológico femenino sobre las estrategias de su propio sexo en un mercado gobernado por el deseo masculino.   

lunes, 5 de diciembre de 2016

LÍMITES








   Tal vez el terrible sentimiento de impotencia o, sin ir más lejos, la falta de inspiración para superar la innata apatía que nos inmoviliza y nos obliga a permanecer en nuestra “zona de confort”, concepto cuando menos peyorativo por no decir propio de animales perezosos, no sea otra cosa que nuestra falta de comprensión ante los límites del lenguaje.
  En esto Wittgenstein es generoso con los ateos  y nos dice que intentemos a toda costa creer en Dios. Tras la propuesta subyace la oscura intención de que el creyente comprenda la paradoja del significante y del significado. Aún no he leído su biografía pero me ha parecido que esa fe, valga la expresión, en la necesidad de creer es una de las aventuras más salvajes que podamos tener fuera de tal “zona de confort”o en la ausencia de las palabras.
   Cuentan que Wittgenstein intentó creer en Dios a toda costa y que vivió momentos en los que casi lo logra. Supongo que en esto consiste la fe, en un preciso momento de inspiración. Quizá en el fondo los ateos son tan perfeccionistas con la inspiración que con la criba a la que han sometido al lenguaje podrían construir montañas de palabras, o de herramientas para la obra infinita.
    Pero ni el mismísimo Wittgenstein con su obsesión por eliminar del mundo cualquier indicio de aderezo, de adorno gratuito hasta en las propuestas de seducción, consigue ocultar al fantasma del solipsismo y huye del “yo y mis circunstancias” sin rodeos ni vergüenza.
   Creer en Dios, tener una fe ciega, supone prescindir del lenguaje y entregarte al silencio y a la ausencia de uno mismo. Nada más difícil ni más placentero en un mismo tiempo. ¿Desprenderse por completo de uno mismo no es acaso un acto veleidoso y pusilánime, un hecho cobarde y miserable igual que el suicidio según la tradición judeocristiana?
   No es posible huir. La hora de tomar decisiones siempre es dolorosa. Incluso en el camino de la humildad y la caridad hay una negación del poder, una lucha contra sus métodos. La actitud sublime de la santidad es férrea y conlleva grandes dosis de soberbia. Contra esto el Progreso o Democracia en la línea de la concepción actual de la justicia social utiliza al dios del lenguaje como límite. Palabras como “mayoría” o “consenso” son herramientas muy apreciadas.

jueves, 1 de diciembre de 2016

DEMASIADO JÓVENES









1
   Éramos demasiado jóvenes. Tanto que no nos dábamos cuenta de que, a pesar de nuestra obstinada ceguera, hacíamos algún que otro juicio acertado sobre las causas de nuestro negro futuro. Pertenecíamos a familias humildes y trabajadoras. Después, con los años, nos fuimos convirtiendo, para no dar muchos rodeos en el análisis de las actitudes, en unos auténticos hijos de puta. Todo lo que había logrado cada uno en su camino era producto de las renuncias y los sacrificios a los que tuvimos que someternos.

2
  Era demasiado joven. Tanto que no me daba cuenta de que, a pesar de mi obstinada ceguera, hacía algún que otro juicio acertado sobre las causas del brillante futuro de mis amigos. Pertenecía igual que todos ellos a una familia humilde y trabajadora. Después, con los años, se fueron convirtiendo, por dar una pequeña señal de mis actitudes, en unos auténticos hijos de puta, y yo en otro hijo de puta que envidiaba y odiaba a todos ellos. Todo lo que había logrado cada uno en su camino era producto de una ambición sin frenos, a la que yo me había auto impuesto ciertas limitaciones.

3
  Teníamos un amigo demasiado joven, como todos nosotros. Tanto que a pesar de su obstinada ceguera no se daba cuenta de que hacía algún que otro juicio acertado sobre las causas de nuestro inevitable futuro. Igual que nosotros pertenecía a una familia humilde y trabajadora. Después, con los años, creyó que actuaba según unas pautas de comportamiento distintas a las nuestras. Parecía convencido de una inocencia que lo eximía de toda corresponsabilidad  en su rutina diaria. Todo lo que había logrado en su camino fue producto de las renuncias y los sacrificios a los que todos tuvimos que someternos. Murió de muerte natural no hace mucho. Todos fuimos a su entierro.

CODA Y FINAL (el cuatro tiene un exceso de connotaciones racionales)
  Eran demasiado jóvenes. Tanto que a pesar de sus obstinadas cegueras hacían algún que otro juicio acertado sobre las causas de sus lógicos futuros. Todos pertenecían a familias humildes y trabajadoras o, dicho de un modo menos condicionante, todos pertenecían y participaban igual que los hijos de familias pudientes, de la condición humana. Después, con los años, fueron acostumbrándose a la enajenación absoluta de sus propias figuras ante los espejos. Todas las cosas materiales y espirituales que habían logrado en el camino de las renuncias y los sacrificios era lo mínimo que se esperaba de ellos.