Tal vez el terrible
sentimiento de impotencia o, sin ir más lejos, la falta de inspiración para
superar la innata apatía que nos inmoviliza y nos obliga a permanecer en
nuestra “zona de confort”, concepto cuando menos peyorativo por no decir propio
de animales perezosos, no sea otra cosa que nuestra falta de
comprensión ante los límites del lenguaje.
En esto Wittgenstein
es generoso con los ateos y nos dice que
intentemos a toda costa creer en Dios. Tras la propuesta subyace la oscura
intención de que el creyente comprenda la paradoja del significante y del
significado. Aún no he leído su biografía pero me ha parecido que esa fe, valga
la expresión, en la necesidad de creer es una de las aventuras más salvajes que
podamos tener fuera de tal “zona de confort”o en la ausencia de las palabras.
Cuentan que
Wittgenstein intentó creer en Dios a toda costa y que vivió momentos en los que
casi lo logra. Supongo que en esto consiste la fe, en un preciso momento de
inspiración. Quizá en el fondo los ateos son tan perfeccionistas con la
inspiración que con la criba a la que han sometido al lenguaje podrían construir
montañas de palabras, o de herramientas para la obra infinita.
Pero ni el mismísimo Wittgenstein con su
obsesión por eliminar del mundo cualquier indicio de aderezo, de adorno
gratuito hasta en las propuestas de seducción, consigue ocultar al fantasma del
solipsismo y huye del “yo y mis circunstancias” sin rodeos ni vergüenza.
Creer en Dios, tener
una fe ciega, supone prescindir del lenguaje y entregarte al silencio y a la
ausencia de uno mismo. Nada más difícil ni más placentero en un mismo tiempo.
¿Desprenderse por completo de uno mismo no es acaso un acto veleidoso y
pusilánime, un hecho cobarde y miserable igual que el suicidio según la
tradición judeocristiana?
No es posible huir.
La hora de tomar decisiones siempre es dolorosa. Incluso en el camino de la
humildad y la caridad hay una negación del poder, una lucha contra sus métodos.
La actitud sublime de la santidad es férrea y conlleva grandes dosis de
soberbia. Contra esto el Progreso o Democracia en la línea de la concepción
actual de la justicia social utiliza al dios del lenguaje como límite. Palabras
como “mayoría” o “consenso” son herramientas muy apreciadas.
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