El domingo 16 de diciembre de 2012 a las 11:00 horas, la niebla era tan densa como oscuros y
confusos mis pensamientos. Tuve la sensación de haber sobrevivido al paisaje
que puede contemplarse durante los seis primeros quilómetros de la N-435, los que conducen desde San Juan del Puerto
hasta Trigueros. Siempre he creído que estas tierras de secano buscan
desesperadamente en el horizonte la verticalidad de los árboles. Tal vez mi
desconocimiento sobre las ciencias del latifundio sean la causa del sufrimiento
tanto a la vista de los terrones cobrizos arrancados salvajemente por los
arados de los tractores, como a la de la dureza de su superficie labrada por
las heladas y el solano durante la tortura del barbecho. Me resulta imposible
dejar de pensar en la angustia del paisaje ante el deseo de querer plegarse
como una ola gigantesca hacia el cielo. Sin embargo en el tránsito sobre esta
tierra sepultada por la niebla, los últimos de un itinerario de más de 1200 qm
Trigueros-Madrid, Madrid-Trigueros en casi 24 horas, advertí que quizás el
aspecto del mundo deba ser el que es y que este padecimiento es infundado, que
la belleza también puede habitar en un desierto sin vida, omitiendo a la
humanidad. ¿Una cuestión de agotamiento físico, de falta de sueño?
En el
quilómetro 3 de dicha N-435, a pie de carretera existe un vivero donde puedes
comprar el árbol que quieras. Es una forma de hablar, porque allí no creo que
vendan un boabab, ni tampoco un ejemplar del árbol de la ciencia. Pero sí
podríamos hacernos de un alcornoque y plantarlo en una linde para que crezca
como arbor vitae. Un árbol invertido
que de fe de que en estas tierras se siembran el trigo y el girasol para el
sustento de los agricultores de la zona. Las raíces del alcornoque mirarían
hacia el cielo para captar la energía de los astros, o tal vez mucho más, como
propone la teoría emanatista, en la que las raíces nacen en las profundidades
del cosmos, el tronco es el éter y las ramas son las esferas, incluyendo la
tierra. Una visión involucionista en la que no podríamos hacer nada para abonar
de nutrientes el origen de la vida.
Aún así,
enredado en estos pensamientos, es inevitable sentir que tengo los pies en la
tierra, nunca mejor dicho, puesto que mi subconsciente es fálico y siempre más
allá de la niebla está la luz. Ocurrirá más veces, por dinero caeré agotado en
las sábanas después de cientos de quilómetros, y en el fondo me es indiferente
que domine un paisaje u otro, ya que mis raíces son mis hijos, como yo antes
fui las de mis padres. Y aquí me pierdo entre el evolucionismo o
involucionismo.
Un alcornoque
sería suficiente, o un pino, o una cruz latina advirtiéndonos la señal de su
despropósito, o una veleta que se mueva simultáneamente hacia los cuatro puntos
cardinales.