Definitivamente el miedo se ha quedado a
vivir con nosotros. Cada uno tiene la libertad de pensar y actuar, de decidir
en qué momento puede cortar los hilos que mueven nuestras articulaciones. Pero
este miedo que refiero nos ha devuelto a las puertas del más genuino de los
tipos de ansiedad, el miedo al castigo divino.
Nos
parece ridículo el quebrantamiento de los mandamientos de Dios o la pena por
caer en la tentación de algunos de los pecados capitales. Gutenberg, Marx y el
lapidario Pop lograron a huevos mostrarnos el paraíso perdido. Durante muchas
décadas hemos vivido como inocentes Adanes y Evas, y Dios no tuvo nunca la delicadeza
de hacernos una visita para decirnos que no lo estábamos haciendo bien.
Tendremos que escribir una nueva biblia, una
en la que no merece la pena que aparezca Dios ni ningún hijo suyo. Qué se yo,
por ejemplo, el Todopoderoso sería un niño/a discapacitado o desnutrido (nada
que temer), y Lucifer tendría más o menos el aspecto de la estatua de la
libertad. Yo, con mi sueldo para ir tirando, sería Barrabás. Toda la condenada
clase media seríamos los culpables indolentes que pasamos de todo. ¡Qué
auténtico es pasar de todo!
Dios ya no está y sin embargo el tufo es más
pestilente que nunca.
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