sábado, 5 de noviembre de 2016

CARNE Y HUESO













   En la cotidianeidad, esa voz que se utiliza  como  concepto de lo ordinario para quitar peso a las abruptas y a veces convulsas relaciones entre vecinos, padres, hijos y hermanos, y por supuesto en el ámbito laboral aparentemente más propio del establishment que de la gente humilde, podemos encontrar las más sofisticadas estrategias de chantaje, persuasión y engaño. Pensamos sin más que este estatus quo no merece un análisis pormenorizado porque pertenece a las partes pudendas del cuerpo social, esas que tenemos que tocar y asear a diario en la intimidad y el silencio para remediar los males más elementales contra nuestra salud y supervivencia y que solo a cada uno le corresponde su menesterosa actividad.    

  En lo que sucede inevitablemente a diario, en la repetición global de millones de altas traiciones y toda clase de artimañas para arrebatar y desprestigiar al prójimo, se halla el núcleo central de las pasiones más sonadas. La paradoja consiste en que el avaro siempre se siente pobre ante otro avaro. Nuestro grado de avaricia queda ilustrado en los ejemplos más mediáticos y nos escandalizamos  ante ellos como si nuestras partes más íntimas estuviesen expuestas sin ningún pudor ni vergüenza gracias a nuestra indiscutible inocencia. Intento no caer en la tentación de apoyarme en el refrán ni la frase hecha, pero nos guste o no el latrocinio y el crimen son ejecutados por individuos de carne y hueso, por gente como quien ahora posa su mirada sobre estas líneas.

   El sentimiento de culpa, de penitencia neo-liberal, no exime a nadie de la barbarie ni de, por supuesto, la connivencia. El mal menor del perdón resulta como un ladrillo más de altura en una torre sobre unos falsos cimientos. Una construcción que para sorpresa de los aprendices jamás se derrumba.

  La insaciable avaricia la defiende el filósofo. Cuenta con mitos como el de Perseo o Sísifo, con epopeyas como la conquista del espacio sideral o con las revoluciones sociales. La avaricia es en esencia búsqueda y progreso, dice. El filósofo es sincero y ante su mirada aterradora el único capaz de rebatir su verdad es el pedagogo. Pero este sólo cuenta con la ayuda de la historia, y esta no es futuro. No dispone de suficientes argumentos. Entretanto contamos con el político, que dice ser un híbrido de los dos anteriores y su método más famoso, la democracia. Padres, hijos, vecinos, empleados, empleadores todos en el estado de repetición del orden cotidiano, ninguna ciencia os legitima. Sois legitimadores.

No hay comentarios:

Publicar un comentario