lunes, 14 de noviembre de 2016

NADA









Resulta alentador imaginar la extraña luz que ilumina a personajes de ciertas novelas. Obras de autores en la práctica  de un existencialismo radical de finales del siglo XX. Dicha radiación los convierte en exclusivos observadores de la Nada.
 Cuando yo era demasiado joven pensaba que la idea de “Nada” era crucial para el futuro, para el presente que vivimos y que parece paradójicamente consecuencia de esa Nada.  Por comprender la idea hasta me enfrasqué en la novela de Carmen Laforet, que por cierto me pareció encantadora. Por desgracia ella solo se refería a una nada localizada, no encontré ningún indicio de esa Nada superestructural.
  En aquellos personajes perdidos en ningún lugar ni tiempo, como Bloch en “El miedo del portero ante el penalti” de Peter Handke, o el personaje anónimo principal de “Ampliación del campo de batalla” de Michel Houellebecq, podemos encontrar ese concepto más o menos terapéutico inventado por el filósofo Ernesto Laclau de la “Plenitud Ausente”.
  Se supone que estos personajes  -y otros muchos más de otros tantos autores que conozco y que aquí no voy a enumerar por razones de economía y tiempo-, se hallan en un mundo al que pertenecen por derecho y naturaleza, y en el que, sin embargo, no encuentran razones para que así sea. Podríamos pensar en la plenitud de la muerte en todo aquello que posee vida, como una cuestión elemental de que todo lo que nace muere, pero entonces las actitudes de estos protagonistas se reducirían a aferrarse a la existencia a modo de seres inmortales, mediante obras o acciones. Lo que buscan constantemente en el fondo son razones para evitar el suicidio. Sus creadores, Handke o Houellebecq los han soltado en un mundo ficticio en el que van de un sitio para otro de la manera más inopinada e indisciplinada posible. Ellos, los autores, viven (Vivían) una vida deslocalizada, tan estática, se supone que en el ejercicio de la meditación y la observación, que en un inevitable experimento echan a correr a sus hijos en un tablero polivalente de juegos. El acierto consiste en saber que  la desidia de occidente, ante todo en cuanto al desafecto y deslealtad del individuo hacia el grupo o tribu se refiere, en la caída controlada gracias a la ilusión de la autosuficiencia, es lo que nos salva de la negligencia y del suicidio.
  No se trata de un tipo de pereza sino de incapacidad para encontrar respuestas hasta en las emociones más esenciales. Los personajes se dejan arrastrar por la maquinaria de la civilización moderna con docilidad y humildad, en una ignorancia (resignación) más propia del santo que del conquistador.
   ¿Qué es y qué busca el individuo transmoderno?
La risa en esa Nada iluminada. El baile alrededor del aplazado suicidio en una fiesta a la que no fue invitado.

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