martes, 25 de marzo de 2014

PARQUE EN LA NIEBLA







      Tanto se ha hablado y se ha escrito de la Transición española que al final la hemos convertido en un mito. Personajes prodigiosos, extraordinarios, e incluso algún que otro fantástico y hasta monstruoso son producto inevitable de tantos discursos y tantas efemérides resueltas con documentos sentenciosos de lo apolíneo y heroico. Lo peor, esto todos los interesados lo saben, es que hay para rato, que haremos muchas procesiones de la Transición, y que el mito y la leyenda son distorsiones de realidades aplastantes del pasado que  degeneraron hasta alcanzar nuestro presente inverosímil, el que nos ganaron,  que siendo aún más aplastante nadie se lo cree. Por supuesto quienes cobran el saldo todavía menos.
   Para esa generación que en su pubertad quiso ver a color en las pantallas en blanco y negro al presidentísimo Adolfo Suárez González a través de un baratísimo plástico que por entonces hacía furor, que veía cómo  nuestros padres se aliaban en los telediarios hora con el dragón hora con el caballero, aquellos años fueron como un largo día  en un parque de atracciones perdido en la niebla. Nuestro vigor y nuestras risas se perdían sin ningún eco en los grises y en la humedad del deseo, de un anhelo que nunca se consumaba a causa tal vez de un exceso de decibelios, de mucha mala ostia acumulada a lo largo de cuarenta años, de no saber hablar después de que se perdiera el conocimiento en lo que algunos estúpidos y oportunistas políticos e intelectuales llamaron “Oposición silenciosa”. No sabemos sí a los púberes de hoy, con una libido más sofisticada, les puede ocurrir lo mismo en medio de otra gran nube pendencieramente llamada crisis,  o quién sabe si lo que ellos viven les puede producir una insolación sin consumar sus deseos.
  Adolfo Suárez González, detrás del plástico pegado como un posit a la pantalla, tenía toda la cara de mi padre. Siento una profunda tristeza por la muerte de un hombre  que hizo de San Juan Bautista y al que también le cortaron la cabeza. Torcuato Fernández Miranda, un monstruo del mito, hizo trampa en una votación secreta del Consejo del Reino para que a Don Adolfo lo eligieran presidente. Pero antes ya le habían dicho: “Mira Adolfo, tú, igual que el Borbón,  tienes un pasado franquista que calmará los nervios a mucha gente, te vamos a poner ahí y vas a aguantar carros y carretas, tranquilo, te ayudaremos”. Luego Don Adolfo les salió rana, cuando supo que tenía un mínimo de poder para ver qué pasaba más allá de lo ordinario.


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