Si mal no recuerdo
ocurrió en 2003. El cantautor moguereño
Jesús Márquez, Jesús Vázquez para los amigos, actuó una noche en el bar 1900 en
Huelva. Yo le acompañaba al piano en aquel tiempo empapelado de dinero y de
promesas de “bienestar” hasta para los inmigrantes. Un tiempo neutro, feliz y enérgico,
como un mensaje dentro de una botella a la deriva y que muy pocos si se la encontraran sería
capaces de descifrar su interior límbico, su electricidad secretamente
conectada a tierra como la muerte que acarreamos y que todos llevamos dentro.
Jesús tenía y tiene
mucho arte e intuición en el escenario. Tiene ángel y siempre transmite la
alegría de vivir. Eso fue sobre todo lo que trascendió en el bar durante y tras
la actuación. Del aire emanaba una empatía de las letras cantadas por la
hermandad del hombre con el hombre y de las melodías sencillas por la felicidad
y el paraíso futuro. Todo eso rondaba hasta que al tercer, cuarto o quinto gin
tonic apareció el Niño Miguel con tres cuerdas y matándonos con la mirada tocó
una brevísima bulería por Jerez.
Alejándonos del
contexto, podría asegurar sin ningún género de dudas, como dijo R. Schumann
tras asistir a un concierto del pianista y compositor F. Liszt, “El diablo en
un segundo ha incendiado nuestras pasiones”. El Niño Miguel se cargó la noche,
le dio la vuelta y esta mostró la suciedad de la verdad y de lo innombrable,
del malditismo, esa palabra que tanto se ha usado en los medios de comunicación
en la última semana tras la muerte del hooligan de las letras españolas,
Leopoldo María Panero.
El Niño Miguel tocó desquiciado durante un
minuto del infierno, ahogando el punteo, extralimitándolo a un fraseo
minimalista de cinco o seis notas, con la arrogancia y la efectividad de quien
necesita la urgencia de convencer. No solo me convenció, además me dejó
atónito, sacudido por los escalofríos. Cuando acabó me mostró la espalda de la
guitarra agarrándola por el mástil, como si de una raqueta se tratara, y rozó
mi esternón con el punto ancho. Sin pensarlo puse sobre la madera un billete de
cinco euros y el guitarrista de un zarpazo se llevó el papel y huyo como alma
que se lleva el diablo. Eso es lo que justamente siento desde entonces, que se
lo llevó el diablo.
Leopoldo María Panero
decía que él era más inteligente que Nietzsche, otro maldito que huía de lo
humano, de lo demasiado humano, de quienes nos quedamos otorgando favores tanto
a Dios como al Diablo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario