martes, 8 de abril de 2014

DINERO







    A estas alturas todo el mundo se siente engañado. No es este ningún misterio, como tampoco lo son las razones que hacen de la gran farsa una realidad sufrida y admitida con peros y señales como si de un castigo inevitable se tratara. Todo el mundo sabe de la importancia del poder, de ostentarlo y  de ejercerlo sobre nuestros semejantes para sentirnos intocables y a salvo del imprevisible destino, de las consecuencias azarosas y negativas que pueden afectarnos a causa de las decisiones ajenas.
   Sin embargo, a pesar de esa centrípeta y plúmbea atracción que sentimos ante la seducción por obtener poder, atendemos casi siempre a una cuestión mucho más tangible y  ordinaria, el dinero. ¿Qué nos importa el juego político y administrativo de nuestros representantes elegidos en las urnas si ante todo antes que el conocimiento necesitamos el dinero? ¿Qué educación, qué compromiso cívico podemos insuflarles a nuestros hijos si desde sus primeros balbuceos presienten que nuestra principal preocupación es la de optimizar nuestras capacidades para generar dinero?
 Hemos convertido, quizá en ningún momento de la historia fue de otro modo, nuestra fe y nuestro ateísmo en dinero. Paradójicamente es lo que nos une. A ricos y pobres, a creyentes y no creyentes, a la izquierda y a la derecha, a las ONG y a las mafias.
   En los primeros análisis de la condición postmoderna sobre los aledaños entre lo corporativo y lo privado se dio por válida la aserción “Saber es poder”. Ahora, en la destrucción del Estado de Bienestar, en el análisis de la condición de las clases medias y desfavorecidas sus protagonistas deberían “saber” que “Poder es Ocultar”. Lo peor es que los saben y si no lo saben lo intuyen. Por ello quienes por desgracia tácitamente ostentan el poder más allá del Estado y de lo corporativo utilizan el dinero como cortina de humo, para algo que además por muy terrible que sea no deja de ser cierto, para mantener la estabilidad de lo que queda de nuestro sistema económico. Es como jugar a asustarnos en un juego infantil.
     Nuestra impotencia es el resultado de una sinergia entrópica, lo que viene a decir que es como mezclar el día con la noche. Posturas sociológicas nos sugieren que la velocidad y el bombardeo de la información nos sumen en el caos, un lugar en el que podemos llegar a ser lúcidos pero del que es imposible escapar, y en el que la combustión del dinero produce suficiente energía y escaso poder.


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