A estas alturas
todo el mundo se siente engañado. No es este ningún misterio, como tampoco lo
son las razones que hacen de la gran farsa una realidad sufrida y admitida con
peros y señales como si de un castigo inevitable se tratara. Todo el mundo sabe
de la importancia del poder, de ostentarlo y
de ejercerlo sobre nuestros semejantes para sentirnos intocables y a
salvo del imprevisible destino, de las consecuencias azarosas y negativas que
pueden afectarnos a causa de las decisiones ajenas.
Sin embargo, a pesar
de esa centrípeta y plúmbea atracción que sentimos ante la seducción por
obtener poder, atendemos casi siempre a una cuestión mucho más tangible y ordinaria, el dinero. ¿Qué nos importa el
juego político y administrativo de nuestros representantes elegidos en las
urnas si ante todo antes que el conocimiento necesitamos el dinero? ¿Qué educación,
qué compromiso cívico podemos insuflarles a nuestros hijos si desde sus
primeros balbuceos presienten que nuestra principal preocupación es la de
optimizar nuestras capacidades para generar dinero?
Hemos convertido,
quizá en ningún momento de la historia fue de otro modo, nuestra fe y nuestro
ateísmo en dinero. Paradójicamente es lo que nos une. A ricos y pobres, a
creyentes y no creyentes, a la izquierda y a la derecha, a las ONG y a las
mafias.
En los primeros
análisis de la condición postmoderna sobre los aledaños entre lo corporativo y
lo privado se dio por válida la aserción “Saber es poder”. Ahora, en la
destrucción del Estado de Bienestar, en el análisis de la condición de las
clases medias y desfavorecidas sus protagonistas deberían “saber” que “Poder es
Ocultar”. Lo peor es que los saben y si no lo saben lo intuyen. Por ello
quienes por desgracia tácitamente ostentan el poder más allá del Estado y de lo
corporativo utilizan el dinero como cortina de humo, para algo que además por
muy terrible que sea no deja de ser cierto, para mantener la estabilidad de lo
que queda de nuestro sistema económico. Es como jugar a asustarnos en un juego
infantil.
Nuestra impotencia
es el resultado de una sinergia entrópica, lo que viene a decir que es como
mezclar el día con la noche. Posturas sociológicas nos sugieren que la
velocidad y el bombardeo de la información nos sumen en el caos, un lugar en el
que podemos llegar a ser lúcidos pero del que es imposible escapar, y en el que
la combustión del dinero produce suficiente energía y escaso poder.
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