jueves, 5 de junio de 2014

LA MESA DE LA ANSIEDAD









  Cuando se firmó el pacto de la Constitución española de 1978 yo quería ser un jugador de élite del tenis de mesa. Podía pasarme horas enteras viendo cómo la bola pasaba por encima de la red incesantemente de un lado para otro de la mesa.
  Una mesa de ping-pong de interior costaba una pasta por entonces (las de exterior costaban lo mismo y además carecen de protocolo). Mi padre no se lo pensó dos veces y juntó dos tableros de aglomerado en el alpende de la casa que por entonces comenzaba a tener más o menos el aspecto actual. Creo que por un momento también él pensó que yo podría convertirme en un jugador de élite. Aunque lo peor de las cosas que nos hacían vinculantes era que yo en el fondo tal vez no deseaba ser un jugador profesional. Creo que lo único que pretendía era ver pasar el tiempo mediante el incesante movimiento de la bola.
 La ansiedad ha viajado conmigo desde entonces, dándole forma a las personas, como una Hacedora moldearía el pensamiento de sus criaturas, pues nunca encontré a ningún contrincante que aguantase más de cinco horas seguidas al otro lado de la mesa
  Mi padre lijó con empeño la superficie de la madera molida. Sin embargo, nunca le quedó como Dios manda,  para que las bolas besaran con el efecto ordenado desde la muñeca del jugador como en el estuco de la mayor calidad.  Allí, en aquella mesa, es donde aquellos tíos, los que ahora llaman “padres de la Constitución”, tendrían que haber firmado tal pacto. Por la aspereza de los granos de madera prensados tendrían que haber restregado las puntas de sus plumas Parker. Quién sabe si así “La” Constitución habría cobrado un poco de “Esta” Ansiedad.


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