miércoles, 1 de octubre de 2014

EL GRAN PEROL







    Cocinar unas migas es hacer duelo. Es el velatorio de un muerto. El cadáver es el de un hombre que tuvo que ganarse  el pan con el sudor de su frente.
    Aunque compres el pan precocinado tirado de precio en los establecimientos chinos o en el lugar que sea con la peor harina del mundo, te vale para picarlo, sazonarlo y humedecerlo durante una hora, y después removerlo durante el mismo tiempo hasta adquirir el punto exacto en el que el alimento se confunde con la tierra y con el abono que nos proporciona la descomposición de los seres vivos. Ya casi nadie emplea su tiempo en hacer unas migas. Todo el mundo rechaza ensimismarse con los pensamientos más recónditos y extraños de su pasado con la espumadera en una mano y con la otra agarrando el asa del gran perol, el perol de los oprimidos, de los desgraciados, de los bienaventurados que saben saborear los alimentos humildes que les proporcionan una mínima esperanza para mantenerse erguidos hasta el par de hostias siguientes.
  Pero yo sí. Es de las pocas cosas que sé hacer bien, muy bien. Me salen de puta madre.  Quienes prueban mis migas caen rendidos a mis pies y me preguntan dónde está el secreto. La evidencia os dirá  que jamás revelaré el secreto. Yo dispongo el tiempo en esto. De pie. Dos horas como un buen soldado.
  Le hablo al muerto. Le pregunto por el óbito. Qué ocurrió exactamente para alcanzar la paz eterna, para comenzar a vivir fuera de la materia y engañar al enemigo.
   El aceite y las cabezas de ajo necesarias son otra cosa. Sobre todo el aceite. Debe ser de oliva, extra y virgen. Tienes que buscarte la vida como sea, pues no nos sirven los de la marca Mercadona o Carrefour. Para qué hablar si lo que tienes es de girasol. La diosa Atenea, quien regaló el olivo a los atenienses, te mataría en vida. Ni lo intentes. Te va a salir una mierda tan grande que terminarás vomitando en el gran perol. Debes ir a la mejor almazara y abrir tus fosas nasales hasta drogarte. Los tíos que bien se precien deben ungirse la entrepierna con el mejor aceite, para curar las escoceduras y madurar en el amor y en las ideas. Del mismo modo que se ungen una por una las brevas en las higueras  para que el año de dos cosechas.

  Sólo diré que para cocinar las mejores migas necesitarás mucha paciencia y procurar pensar exclusivamente en ellas. Todo lo demás es ósmosis, endósmosis y exósmosis. Ya he cocinado un sinfín de cadáveres, tantos que mis hijos en la primera cucharada ya saben si el santo paria murió en el frente manteniendo a raya a tíos y tías presumidas y listas o en la retaguardia cuidando a niños y ancianos. La nueva casta intocable que quiere acabar con los privilegios de la actual debe probar mis migas antes de que sea demasiado tarde. Deben saber cuanto antes que al pan hay que echarle mucha imaginación y pasión.   

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