Cocinar unas migas es hacer duelo. Es el velatorio de un muerto. El
cadáver es el de un hombre que tuvo que ganarse
el pan con el sudor de su frente.
Aunque compres el pan precocinado
tirado de precio en los establecimientos chinos o en el lugar que sea con la
peor harina del mundo, te vale para picarlo, sazonarlo y humedecerlo durante
una hora, y después removerlo durante el mismo tiempo hasta adquirir el punto
exacto en el que el alimento se confunde con la tierra y con el abono que nos
proporciona la descomposición de los seres vivos. Ya casi nadie emplea su
tiempo en hacer unas migas. Todo el mundo rechaza ensimismarse con los
pensamientos más recónditos y extraños de su pasado con la espumadera en una
mano y con la otra agarrando el asa del gran perol, el perol de los oprimidos,
de los desgraciados, de los bienaventurados que saben saborear los alimentos
humildes que les proporcionan una mínima esperanza para mantenerse erguidos hasta
el par de hostias siguientes.
Pero yo sí. Es de las pocas cosas que sé hacer bien, muy bien. Me salen
de puta madre. Quienes prueban mis migas
caen rendidos a mis pies y me preguntan dónde está el secreto. La evidencia os
dirá que jamás revelaré el secreto. Yo
dispongo el tiempo en esto. De pie. Dos horas como un buen soldado.
Le hablo al muerto. Le pregunto por el óbito. Qué ocurrió exactamente
para alcanzar la paz eterna, para comenzar a vivir fuera de la materia y
engañar al enemigo.
El aceite y las cabezas de ajo necesarias son otra cosa. Sobre todo el
aceite. Debe ser de oliva, extra y virgen. Tienes que buscarte la vida como
sea, pues no nos sirven los de la marca Mercadona o Carrefour. Para qué hablar
si lo que tienes es de girasol. La diosa Atenea, quien regaló el olivo a los
atenienses, te mataría en vida. Ni lo intentes. Te va a salir una mierda tan
grande que terminarás vomitando en el gran perol. Debes ir a la mejor almazara
y abrir tus fosas nasales hasta drogarte. Los tíos que bien se precien deben
ungirse la entrepierna con el mejor aceite, para curar las escoceduras y
madurar en el amor y en las ideas. Del mismo modo que se ungen una por una las
brevas en las higueras para que el año
de dos cosechas.
Sólo diré que para cocinar las mejores migas necesitarás mucha paciencia
y procurar pensar exclusivamente en ellas. Todo lo demás es ósmosis, endósmosis
y exósmosis. Ya he cocinado un sinfín de cadáveres, tantos que mis hijos en la
primera cucharada ya saben si el santo paria murió en el frente manteniendo a
raya a tíos y tías presumidas y listas o en la retaguardia cuidando a niños y
ancianos. La nueva casta intocable que quiere acabar con los privilegios de la
actual debe probar mis migas antes de que sea demasiado tarde. Deben saber cuanto
antes que al pan hay que echarle mucha imaginación y pasión.
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