Podemos. Según la RAE:
Tiempo del verbo podar
(del latín putare, putatio –poda-).
1. tr. Cortar o quitar las ramas
superfluas de los árboles, vides y otras plantas para que fructifiquen con más
vigor.
2. tr. Eliminar de algo ciertas
partes o aspectos por considerarlos innecesarios o negativos. Podó la
biografía de datos superfluos.
En los últimos meses se oye hablar con insistencia y a diario
de la iniciativa política, materializada ya, aunque en un aspecto vago y
quimérico, en representación de un número de 1. 245. 298 votos en el Parlamento
europeo. Es decir, en un lugar donde el juego político con esta ridícula cifra
solo sirve para decir “estamos aquí”.
En España hay
millones de personas sometidas por ignorancia, estúpidas afinidades o por
herencias y vestigios educacionales, que piensan que la democracia aún consiste
en el sencillo acto de la elección. Este Pablo Iglesias, el de “podemos” del
verbo que une en la esperanza y ayunta en el coito de un futuro sin pasado, lo
sabe y usa magistralmente la televisión y foros hambrientos de cábalas y de
explicaciones industriosas. Sabe que un voto indeciso es una pelea.
A los votos perdidos,
votos decididos, no los somete, los reta. Lo hace con un arma demasiado
poderosa, la del miedo. Pablemos, como dicen ya algunos periodistas y
comentaristas al uso, amedranta a la Casta (ya era hora de que alguien lograse
acuñar un término divertido en el Registro Circense de la Eterna Transición
española) aislándola, mostrándola del mismo modo que el podador castra las ramas
que padecen mangla, están secas o comienzan a tomar una dirección malavenida
para el equilibrio del tronco.
Sirva de ejemplo:
Algunos clientes que entraban en el taller y
negocio de mi padre (hombre que se hizo escuchando y descreyendo) decían en
otro tiempo con el mismo cariz que en el que vivimos pero en el que el
individualismo sustituyó desvergonzadamente a los ideales y a la religión, que
“lo que de verdad importa es que hablen de uno, aunque sea para
descalificarle”, y ese es preciso el juego individual de lo colectivo dentro
del corporativismo de la comunicación de las opiniones: no opinamos, dejamos
que lo hagan otros por nosotros. Dichos clientes procuraban llevarse las
mejores monturas y guarniciones de la caverna para sus espigados y estilizados
équidos, si bien yo, abrumado por el impresionante despliegue de su escondido
exhibicionismo fálico, desviaba la mirada y mi atención hacia los cascos sucios
de aquellos centauros de los campos de plástico donde los fresones insípidos.
Buenos fresones, inigualables fresones de cojones. Por entonces en España el
hipotético dinero era la fruta del paraíso, antes que ninguna otra promesa
incumplida.
Así, en este abordaje
en el escenario político y social que empolva hasta nuestras sábanas y
almohadas, coge forma por primera vez en más de ochenta años la violencia de la
esperanza. Un enemigo invisible a pesar de la visión casi permanente del
personaje de la coleta que ha adquirido el fantasmagórico impacto de una
inmensa turbamulta invisible que se mueve veloz e inopinada en los cuatro
puntos cardinales de la península apresada en Europa.
Tétrico juego. No se olvida que “Quienes” desean curar el
árbol de la ciencia son hijos en consecuencia del fragor de la corrupción y del
tráfico de influencias. Son los niños y niñas-bien malparidas del Estado
centrifugado de la derecha, el centro y la izquierda, de la gran patraña del todos
juntos. La nueva lectura del testamento de las víctimas que dieron su vida por nada
señala con vehemencia que los que están abajo deben estar arriba y viceversa.
Una poda efectiva y archiconocida a lo largo de la historia.
Se ha determinado, sobre todo a través del debate televisado de
unos pocos, es decir, del pacto previo acerca de dónde deben encontrarse los
límites de la Ciencia, que se muestre sin rubor al arbor philosophica. Una orden indie,
dictada desde la precariedad y la tragedia, de poda expeditiva que deje ver
a la ponzoñosa serpiente o al vellocino de oro, según se mire. La realidad
virtual del árbol de la vida en la tierra prometida. Esperanza y miedo se unen
de nuevo para jugar de nuevo una partida perdida de antemano por quienes no
saben nada pero presienten en cambio que creen en vano, por aquellos que nunca
salen en la televisión, por los que cuidan, podan sus jardines.
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