El cineasta Fernando Trueba declaró en la
entrega del último premio nacional de cinematografía que nunca se ha sentido
español durante cinco minutos seguidos. El revuelo que se armó en los medios
fue una vez más variopinto y
desproporcionado. Sobre todo si se tiene en cuenta la innegable falta de
ingenio de la frasecita en tan importante acto y protocolo. Varios días después
leí en Facebook un post del novelista y atinado observador Paco Bescós en el
que dice que lo que le ocurre al director de cine es algo muy común en España.
Se refería al caso extraordinario en el mundo de que en este país ningún
ciudadano siente ni entiende la nacionalidad como suya.
Dos asuntos. El primero es que para sentirte español no es necesario que
transcurra la eternidad de los cinco minutos. Con un segundo identificándote
ante la roja y gualda es suficiente. Claro que supongo que don Fernando se
refería a un sentimiento racional y sopesado, y para esto es necesario más
tiempo. Pero ¿qué ciudadano del mundo sentiría la patria, la que fuere, durante
diez segundos en el sanísimo acto de pensar? Por supuesto que quien escribe se
ciñe a la actividad de pensar por uno mismo y no a la ordinaria función de almacenar
todo lo que vemos, escuchamos y leemos en el disco duro. Lo de la lectura es
otro caso extraordinario para analizar en otro momento, en otro que no
pertenezca a la de la generación más preparada de la historia de la hipotética
España y al mismo tiempo la más analfabeta en las cuestiones más esenciales de La Polis. El segundo asunto se infiere
del primero. No es cierto que en España, al menos entre quienes se atreven a
hablar de ella, nadie se identifique con la patriotería, con la nacionalidad,
con el terruño, con la cuna, con la raza, con el suelo, con la bandera, con el
paisano, con el arraigo, con…., con todos estos nombres que por lo general constantemente
debemos cubrir de significado. En España hay muchos españoles y españolas
capaces de hallar las mejores palabras para sosegar la pulsión enervante de su
monótono himno. Pero sucede que mi apreciado y virtual amigo Paco Bescós
pretende aliviar el dolor de las ampollas que incluso a alguien como don
Fernando Trueba, con tantos dolosos quilómetros de celuloide a sus espaldas en
los que aborrece a la typical spanish, puede padecer por no calzar el zapato
adecuado en un momento tan delicado y traumático a veces para la identidad del
individuo como es la recepción de un premio.
Ya no hay fachas. Si acaso algunos y algunas
que pretenden que sus deeneís puedan mostrar sus pedigrís deteriorados y
manchados por los quehaceres de los nuevos ideólogos neoliberales del
conservadurismo de la península de las Españas. Por cierto, estos burócratas
que ahora buscan enriquecer el currículo de la alcurnia en la carlomagna
Europa, no son menos que algunos soñadores de la nueva izquierda a los que no
les importaría que ese trozo de tierra rodeada por amenazadores mares se convirtiese de la noche a la mañana en una
federación de pueblos hermanos que incluyese al pródigo y noble portugués. Para
todo da la candidez del hombre por el hombre.
No hay fachas, que a estos se les agradecía la
impronta de la bravura en el catálogo de las tribus extintas, pero sí mucho inmovilismo, mucho postureo de
clase media para dar la sensación de credibilidad y estabilidad que España
necesita en estos tiempos del retorno a la estéril pero añorada prosperidad.
Muchos selfies con uniformes de marca Espagnolo, Polo y Lacoste. Mucha
necesidad de llamar a cada cosa con un nombre o sustancia que dé lustre a las
colecciones del Museo de la Obsolescencia. Muy buena diligencia para que las
marcas registradas no pierdan el beneficio de la patente.
Quien pestañee pierde. Por esto casi nadie se atreve a perder su tiempo
en contemplar cómo y cuando cae el fruto del árbol de la nueva ciencia. Esa que marca el ritmo de la
globalización económica y del nuevo esclavismo, la que dicta con páginas en
blanco la falta de rentabilidad de la pureza del alma o del pensamiento.
Prohibido ser español y nacionalista al mismo tiempo y viceversa es una orden de dichas páginas que contravienen
constantemente tanto los patriotas al nuevo uso como los no patriotas al uso de
siempre. Unos y otros comen de la carroña consecuente de lo particular y de lo
general. La cuestión política se nos escapa del plano de inmanencia, quiero
decir, de nuestra potencia de ciudadanos, pues aquella solo atañe, si tenemos
en cuenta nuestra capacidad en el marco jurídico, a los que viven de la
política. Vivir de la política como el más tonto de los tantos sabe, consiste
en buscar votos hasta donde no los haya. Lo peor de todo es que política es
todo. Pues hasta a los intersticios más inaccesibles del tejido social ha
llegado la función del dinero. Peor aún, la política se ha perfilado desde hace
décadas solo y exclusivamente para quienes comen de ella.
Nadie quiere un fruto podrido. Casi todo el mundo prefiere uno inmaduro
a la pestilencia de las verdades, y estas siempre son poco productivas para las
pretensiones del buscador de votos. El fruto recio que se come con los ojos se
vende mucho mejor, es más caro y resulta un atractivo para la exposición del
género. Nadie quiere esperar. Todos tienen prisas. Quien da primero da dos
veces y las oportunidades se presentan pocas. Si España te da un premio y tú lo
aceptas sabes que te vas a subir al cadalso de la cultura, que te van a
ejecutar y que sus motivos de sospecha tendrán. Te quedas con los treinta mil
euros y en el cuarto a oscuras de la transparente realidad. Oxímoron de la
envidia y la admiración que despiertas en la turba ignorante. El dinero circula
como reconocimiento para ir de lo particular a lo general y viceversa. Quieres
ser y no ser y por eso es mejor callar. Pero callar hoy es morir en vida. El silencio duele tanto, tanto hiere hacerse
del silencio como los dolores de entuerto tras el parto de una descendencia
inútil, de una prole atontada por una democracia que esteriliza y neutraliza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario