martes, 9 de junio de 2015

MALES MENORES








¿Estamos condenados a entendernos o al servil hecho de la hueca convivencia? Si me apuran con preguntas de examen digo que estamos jodidos, sentenciados a odiarnos lo justo, lo suficiente para no perder nuestro estatus o escasos privilegios. Desde el mayor accionista de una gran multinacional al recepcionista del hotel más cutre del mundo nos encontramos todos obligados a evitar a toda costa la tentación de abominar al hijo de puta de turno que viene a freírnos como “su” mal menor en la defensa de sus intereses. Debes reprimirte mucho para no andar suelto dando tiros o cuchilladas día sí y el otro también. A veces, cuando la contención se rompe por una desconocida y corrosiva composición química en un rincón oculto de nuestros cerebros, sucede lo innombrable. Una tropelía del dictador que todos llevamos dentro. Una descarga de odio tan fuerte, tan desproporcionada, y de la que se hablará con sosegada frialdad analítica, que siempre resulta extraña en la paz interior de la colmena, en la calma de la inteligencia del cosmos al que pertenecemos y estamos sujetos como medida de todas las cosas para no romper el equilibrio.
  El animal aprende de su prójimo. Actúa camuflado a la espera del seguro desliz contemplado en la perfección del azar y encuentra su oportunidad. Su paraíso, aunque dure solo unos minutos, lo encuentra por una concesión de intereses del otro o por un despiste en la pelea. Hasta para el frío Aristóteles la fortuna es vital para disfrutar de un receso en la apropiación del bien y la virtud.

  ¿Qué esperamos los unos de los otros? Nada que no sea la aprobación de nuestro lance de Hacedores. 




No hay comentarios:

Publicar un comentario