Johnny
sufre en la clase de piano por encima de la media aconsejable porque se pierde
en la polifonía. Pertenece a esa generación nacida en el seno de familias-burguer
españolas, Volkswagenianas y más tarde degenerativas en el Audismo y también en
el Bemeuvedismo, en el origen del trasunto del parque móvil que niega la
separación de las clases sociales por el procedimiento del vaciado-tuneado, tal
vez incluso bendecidas por la diosa Fortuna en los amaneceres de los botellones
a medio camino entre la “Salsa-bakalao” y el “Acid house” de domingo mañanero.
Sin embargo, a pesar de su más que probable procedencia como hijo del amor
nacido de Sustancias asequibles para el bolsillo de aquel joven mundo obrero
que se asomaba tal vez por penúltima vez al jardín del edén, Johnny oyó un día
que Soledad (su madre) y Francisco (su padre) cogían uno de sus últimos grandes
colocones a base de cocaína-speed (de todo menos cocaína) y ron negro con cola
de marca blanca, por abandono o descuido del mando de la pantalla líquida, una
versión para piano del Preludio nº1 del primer volumen del Clave Bien Temperado
de Juan Sebastian Bach.
Cualquier neurólogo infantil diría que el
aparente minimalismo de esta pieza barroca actuó en el cerebro de Johnny a modo
de disolvente sostenible. Pues a partir de ese momento el Preludio se convirtió
en una sosegada obstinación que le llevó sin apenas esfuerzo a almacenar miles
de versiones, la mayoría del You Tube, y que imitaba tocando en el aire a
distintas velocidades y dinámicas en su cuarto a oscuras.
El conservatorio debe hacer su trabajo
vendiendo las motos (por ejemplo una Guzzi 65 cc del 51 con todos los extras).
Nadie quiere una vieja moto hasta que se monta en ella y siente su débil motor
bajo sus piernas. Los profesores de los conservatorios (¿cualquier
conservatorio? Sí, cualquiera de ellos, a pesar de que muchos docentes odian la
ubicación de sus cuerpos dentro del sistema) lo saben e invitan a los niños en
horario escolar para que oigan como suenan las Ducati, Montesa, Ossa, y Puch
entre otras, y siempre de segunda mano. Eso sí, se muestra a los educandos un
itinerario que va desde la catártica “Gallina Turuleta” hasta la marcha fúnebre
de Chopin. Mostramos y demostramos esos caminos eclécticos porque las motos son
los mejores vehículos para viajar desnudos. Los sonidos de esos motores son
frágiles. Son motos que han vivido ya muchas vidas y aceptado muchas manos en
sus manillares y patadas en sus anticuadas palancas de arranque. Poseen una
tecnología del sudor y el esfuerzo humanos. Vas encima de sus lomos y sin
embargo sientes que tus pies y tus manos son los verdaderos impulsores de la
velocidad, que estás muy cerca de ser un espíritu trotamundos embrionario.
Muchas personas que practican deporte comparan esta experiencia con el éxtasis
atlético de atravesar “El muro” de la carrera de fondo.
Pero a Johnny no le satisface lo suficiente
esta vida motera. La subitánea experiencia del viaje vertical le obsesiona
desde hace semanas. Siente que el viaje horizontal sobre el mundo es ocioso e
incluso poco ético. Claro que Johnny cuando más tarde compruebe (si las
circunstancias en su vida son propicias para un ulterior desarrollo del aprendizaje
de la historia como cuestión básica e ineludible para un individuo que
menosprecie de manera suficiente el presente, y no porque se lo enseñen en la
clase de historia de la música, eso es cosa bien distinta al aprehender, sino por
esculcar para matar a sus parásitos académicos) que en el Renacimiento
compositores de la escuela francoflamenca como Guillaume Dufay, Josquin
Desprez, Orlando di Lasso o Johannes Ockeghem, llevaron a la cumbre el arte de
la Polifonía, y que fue un tal Palestrina en Italia quien salvó este
procedimiento de las garras de la iglesia de Roma con un método rebajado del
desarrollo de las voces para que el “texto” pudiera ser inteligible, se sentirá
probablemente engañado y más tarde desilusionado, hasta el punto que acabará
con una visión del arte de la música radicalmente politizado. Tras esto, tras
esa pérdida de la inocencia, el entretenimiento del arte pasará a ser “lucha
contra el poder”, “lucha para salvar a la verdad”. Todo esto si Johnny llega a
tiempo para asumir la infelicidad de quien renuncia al protagonismo y comprende que para que todas las voces se
oigan ninguna debe tener mayor intensidad que el resto, si llega a tiempo para
comprender que las motos son para compartirlas, si llega a tiempo para
comprender que lo innombrable es lo esencial y no así el texto.
Origen
del conflicto: un Preludio engañósamente minimalista.
Solución
al conflicto: Johnny debe aprender con destreza desmontar y montar motores.
Me quito el sombrero...pablo, menudo texto
ResponderEliminarGracias Antonio. Tu piropo es para mí como aire limpio y fresco. Un fuerte abrazo.
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