lunes, 6 de febrero de 2012

DERECHO A LA PROPIEDAD




M. F., mi compañera, mujer exuberante e incitante incluso en el arte culinario, y yo, acertamos de pleno cuando compramos la casa en la que vivimos. Nuestra casa, mi casa (M.F. sólo es condicionante en el mundo exterior, en el interior esta casa es parecida a la de la litografía Relatividad (1953) del holandés M.C. Escher), es una vivienda unifamiliar, un pareado he oído decir, para que yo ejecutara el prodigio de la existencia desde mi negativa a la posibilidad de vivir otras vidas.
En la distancia, sobre todo si estoy de viaje, pienso en mi casa como si fuera un laberinto en el paraiso. Sus 140 metros cuadrados habitables son suficientes para perderme y esconderme. M.F. siempre está localizada. El “Situacionismo” de mis hijos en esta psicogeografia, es otra cosa. Ellos logran sin gran esfuerzo que los acontecimientos diarios en el mundo exterior sean siempre intrascendentes. De modo que todos los objetos que con el tiempo se han almacenado en la casa cobren un aspecto distinto al de los mercados de la sociedad de consumo. Por ejemplo, la wii no es un icono del aburguesamiento, puesto que ellos no se plantean el discurso simbólico, es una caja de plástico cuadrada con fecha de caducidad, que quedará obsoleta en el momento que ellos lo decidan.
Procuro no cambiar nada. Me dejo llevar por el tiempo y es tan obvio mi rechazo a cualquier ostentación de poder en las estructuras sociales que a veces dudo que mi condición humana sea un axioma irrefutable. M.F. siempre está presente y se puede decir que es netamente material. Yo no estoy. No quiero estar con los pies en el suelo. Siento que pertenezco al aire y a la penumbra de esta casa. Amo tanto esta casa y ella a mí que la reciprocidad supura indolencia; cualidad que siempre me ha resultado ajena. Ya no me conmueve nada de los que sucede en el mundo exterior. ¿Para esto pago mi hipoteca?
¿Es este estatus de la pasividad un derecho adquirido?
¿Es esta casa culpable de que yo ya no quiera ser “otro”?
Cuando M.F. y yo vimos por primera vez esta casa decidimos comprarla inmediatamente. Acertamos de pleno. Gracias a este hallazgo no vivo como un cordero. Vivo felizmente descarriado y sedado gracias al vacío espiritual que me otorga un documento en el “Registro de la propiedad”.

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