jueves, 10 de mayo de 2012

TODAS LAS PUERTAS

Desde la adolescencia siempre he querido llevar a cabo una idea, un gran proyecto que diese, sin ostentosidad y sin ataduras a un guión preestablecido, una literatura a mi vida, algo así como una biblia desordenada donde lo antiguo y lo nuevo pudieran plegarse y convertirse en un discurso alucinante. Este propósito consiste en fotografiar todas las puertas del mundo y clasificarlas en un imponente álbum. Más tarde escribiría a pie de cada imagen el comentario correspondiente a las impresiones que irradiarían, negativa o positivamente desde el mundo oculto tras las puertas. Éstas serían fotografiadas cerradas en todo caso, nunca abiertas ni entornadas. El espacio para dicha literatura tendría por tanto siempre un sesgo clandestino, callado y escondido. No sabría explicarlo, pero sé con absoluta certeza que no fotografiaré ni una sola de estas puertas, y que esos espacios imaginarios se perderán definitivamente por los pasillos del laberinto de la memoria. Existe alguna razón en mi voluntad para no remover los sedimentos bajo las aguas limpias y cristalinas. Según el diccionario de símbolos de Juan Eduardo Cirlot, en la antigua Escandinavia, los exiliados, se llevaban las puertas de su casa; en algún caso las lanzaban al mar y abordaban en el lugar donde las puertas encallaban; así se fundó Reykjavik en 874. Tal vez sea mejor así, quiero decir, no morirte de miedo o felicidad imaginando qué ocultan las puertas, sino abriéndolas y cruzando sus umbrales e incluso arrancándolas de sus marcos. De todas formas continúa pareciéndome una hermosa idea. Imaginar mundos, construir castillos en el aire, desatar los deseos y mirar al toro como un milagro desde la barrera. Un designio estéril que contribuiría eficazmente al inmovilismo en mi pensamiento. Perseverar en el autoexilio más común de nuestro tiempo. Ocultarme entre la muchedumbre para no ser descubierto tras la repentina apertura de un capcioso espacio.

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