domingo, 4 de noviembre de 2012

!CÓMETE UNA NUBE!









   Uno de los momentos más esperados de las ferias y fiestas de mi infancia era el de contemplar en el tenderete de las nubes de algodón, al borde mismo de la media esfera donde el artista, la artista (casi siempre un o una adolescente ubicada estratégicamente por mandato de la familia de feriantes a la que pertenecía en un lugar propicio para la venta), con gestos graves y una altanería que rozaba muchas veces el desprecio a los niños y niñas, daba forma y vida a una nube aquí en la tierra, que además te la podías comer.
   Dependiendo de las ganas y el dinero había tardes en las que podías contar más nubes pululando alrededor de las atracciones de feria que en el cielo. Por entonces yo pensaba que las nubes allá arriba tendrían un tacto parecido a las que agarrábamos con el palito de madera; tal vez no serían dulces pero si hubiera podido subir hasta donde estaban podría haber cambiado la distribución y hasta traerme a la tierra una de ellas. El día de mi primer vuelo, siendo ya un adulto obstinado en hacerse respetar, el avión atravesó una nube  blanquísima e inmensa. En aquel momento me incorporé y busque los ojos de los pasajeros. Atravesamos aquella nube y nadie dijo nada. Hecho que corroboró que el desprecio o cuando menos la indiferencia de los artistas del azúcar, es consecuencia del fenómeno de la repetición. Más o menos como venía a decir W. Benjamin en su análisis de la reproductibilidad de la obra de arte en el mundo moderno, el aura de la obra  pierde definitivamente su vigencia en el intento de querer mostrarla “aquí y ahora”.
   La diferencia entre pensar una nube y atravesarla es dramática. Sin embargo esto no debe desalentarnos. Todos aquellos que alguna vez hemos soñado en intentar cambiar el mundo deberíamos saber perfectamente cómo se hace una nube de algodón. Deberíamos saber que desde el cementerio el día de los difuntos piden por el móvil las pizzas los vivos y no los muertos, o que un elefante al que le han enseñado a pronunciar cinco palabras en coreano lo hace en cautividad y no será precisamente por esta habilidad el salvador de sus semejantes a quienes le roban la vida para quitarle el marfil.
   En el Facebook leí un enlace de Jordi Carrión sobre la truncada conferencia que Italo Calvino no pudo dar en Harvard para el curso 1985-86. Le sobrevino la muerte y dicha conferencia acabó convirtiéndose en “Seis propuestas para el próximo milenio”. Leí el libro en junio del 89. Lo leí con avidez e intriga. Desde esta fecha la literatura en el mundo sigue girando alrededor de lo mismo. Quiero decir, lo que vende y lo que no, la literatura que adormece los sentidos (grandes mamotretos en buenas y cuidadas encuadernaciones, para quedar muy “vintage” en navidad) y la otra literatura que casi no lee nadie y que sin embargo, remueve el follaje del sistema. Que las propuestas de Calvino continúen vigentes o no me importa bien poco, porque creo que existen otras urgencias a las que acudir antes que a la del análisis. En cualquier caso recuerdo perfectamente que la primera propuesta del libro hablaba sobre la levedad. En ella dice Calvino: ….he tratado de quitar peso a las figuras humanas, a los cuerpos celestes. A las ciudades; he tratado de quitar peso a la estructura del relato y al lenguaje.
   Nos están dejando sin nubes de algodón. Apenas veo niños sujetando alguna de ellas. Y hasta es posible que a los niños del siglo XXI no les gusten las ferias. Éste Áurea que refiere Benjamin se ha transformado en “Marca Blanca”. Criaturas como el 15-M continúan naciendo. Sin aura. Tal vez incoloras, propiedad del género de la bisutería.

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