El ánimo, esa trampa que la vida a diario nos obliga
a asumir como una indumentaria que unos seres anónimos a los que ni puedes
imaginar eligen para tu aspecto (para quienes lean esto y quieran tomárselo al
pie de la letra, me refiero al “ánimo” entendido por la RAE en su tercera
acepción por intención y voluntad). Trampa, porque al contrario de lo que dice
el dicho, las palabras no se las lleva el viento. Quedan en la memoria de los
demás y en forma de anticuerpos en nuestras bocas, como restos de una candidiasis
oral de la que difícilmente nos recuperaremos. Indumentaria, porque dicho ánimo
cambia del mismo modo que la vestimenta,
según sea para nuestro adorno o abrigo. Lo peor es que más de una vez nos han
puesto un abrigo cuando más calor hacía o nos han vestido con elegancia para un
evento infraordinario. Y seres anónimos porque en nuestro interior se decide
aleatoriamente (no hay decisión parlamentaria) entre todos los representantes
que lo habitan quien de ellos prenderá la mirada y las palabras.
Claro que
el ánimo podemos estimularlo si así lo queremos. Existen múltiples métodos para
adulterarlo, quiero decir, para subirlo a la nubes. Técnicas de autocontrol y
también, por qué no, de descontrol, se usan para un fin determinado. Para
competir en la dimensión social o para adentrarnos aún más en nuestras
oscuridades. Pero no me refiero aquí a estos tipos de planificación y
optimización del ánimo. Me refiero a eso que llaman inteligencia emocional, y que no es otra cosa que el minuto a minuto
compartido e interactivado entre hombres y mujeres, eso que cargamos sobre
nuestras espaldas como porteadores en el frío polar (inteligencia
interpersonal) y la canícula (inteligencia intrapersonal). También puede ser al
revés según se mire.
En este
inmenso mapa de neuronas sofocadas y desinhibidas, en tal circuito inaugurado
por el golpe mortal de Caín a Abel, puede observarse el caos producido por el
incesante movimiento de las fronteras. Mapa descrito= constante cambio de fronteras
políticas y culturales (no físicas) en Europa a lo largo de su historia que nos
ha traído hasta este lugar demencial.
La imposibilidad o trastorno para una
adecuada ejecución de relaciones positivas entre el mundo interpersonal e
intrapersonal es a causa de la indescifrable composición de un viejo virus
conocido por todos. El miedo. Sencillo y aterrador.
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