martes, 9 de agosto de 2022

NICÓMACO EL ESTÚPIDO (ZOOS XXIV)

La película de sudor que su cuerpo ha generado en los últimos minutos como consecuencia del estrés y de la hipotermia secundaria que sufre desde comenzó el tratamiento de ansiolíticos, baja de temperatura drásticamente. Lleva en ayuno bastantes horas y, para mayor empeoramiento aún, irrumpe la larga secuencia de estornudos característicos por su alergia a los cambios de temperatura. Las arcadas producidas por sus jugos gástricos a causa de su estado y el ayuno no le impiden atravesar en pocas zancadas el pasillo y el salón saltando por encima de lo que queda del lock-out de Atilano. Cuando llega al corral comprueba que la puerta trasera del Land Rover está abierta y que el sol ha comenzado a iluminar la informe bolsa mortuoria. No recuerda que hubiera dejado entornada el portón del vehículo. Su estado de nervios alcanza un estado de agitación tan elevado que le dan ganas de colgarse de la viga del alpende. En esos instantes no es consciente de que existe un agente externo que le provoca ese gran odio hacia sí mismo. La certeza de haber cometido errores tan garrafales lo sume en un estado catatónico durante el que, a pesar de su archiconocida impasibilidad (es así como a él le gusta que lo vean), siente una incertidumbre enervante, o tal, vez un sentimiento cercano al pánico. Se encuentra frente a Atilano a escasos metros. Si extendiesen sus brazos podrían rozarse las puntas de sus dedos. Llevan los dos demasiados segundos mirándose fijamente a los ojos. Tantos que a Atilano ya le ha dado el suficiente tiempo para llegar a la conclusión de que no debe utilizar los términos y muletillas afectuosas que en su día les confirió la colaboración en las tareas domésticas para dirigirse a su ex compañero de piso. Sin embargo, se le escapa el adjetivo “chaval” para advertirle de su presencia. Más tarde se preguntará las razones por las que no pudo contenerse en el uso de la palabra. Tiene la sensación de que el tiempo que los ha separado ha atravesado la piel de su compañero sin apenas haberle ofrecido éste resistencia, como si las consecuencias del envejecimiento fuesen un asunto que podía posponerse cuando encontrase el momento oportuno, y cree que dicho lance aún no se ha producido. Así que piensa que expresarle su sorpresa ante el ineludible deterioro físico sería tan absurdo como preguntarle sobre las razones por las cuales durante veinte años nunca se había dignado a contestar a sus mensajes. La sombra del murete de Levante absorbió la pronunciación africada de la Ch de Chaval y la palabra quedó a la merced sonante de un personaje que ha perdido de repente toda la confianza en sus habilidades orales. La L seca, casi de emisión robótica, tiene el mismo efecto en el aire de la mañana que el último aletazo de una paloma antes de ser atrapada por el ave rapaz. Tras el episodio, Atilano cae en la cuenta de que la puerta trasera del Land Rover se encuentra abierta. En el justo instante que su compañero sale de su estado de estupefacción siente, tal vez como un gesto que pudiese contrarrestar la fuerte carga de hesitación anterior, la necesidad de cerrarla con determinación. Como en un acto por el que demuestra que todas las cosas de este mundo tienen una utilidad principal. Entonces se tira al cuello de Atilano y le abraza con fuerza. Aún no le sale las palabras, solo le da forma a sus emociones. Puede que tras veinte años de ausencia sus verdaderos sentimientos actuales se muevan en una dirección muy distinta a la búsqueda de la afinidad con Atilano, pero su reacción en ese instante, tal vez porque su sistema límbico reacciona segregando hormonas que dan vida a sensaciones que se perdieron en el pasado y que de repente ha recuperado, sentimientos a los que echa de menos y que en su juventud le enriquecieron hasta el punto del autoconvencimiento de haber adquirido el compromiso de una amistad con Atilano según el concepto aristotélico de la amistad de lo bueno (en la que no se aspira a recibir nada a cambio y en lo que todo se fundamenta en lo bueno de la vida y la virtud). Su reacción le conduce a un estado de candidez efímera pero no por ello se le puede acusar de falso o convenido. ¡Cómo podía advertir veinte años atrás que aquel estado casi permanente de buen humor, de una alegría por la vida que solo había percibido en la inevitable ingenuidad de la edad infantil, era toda una farsa y que una buena parte de ella la concebía como algo esencial y verdadero cuando, en realidad, tras su disfraz lo subyacente no era más que una amistad basada en la utilidad! Es evidente que sobre todo fue la madurez del filósofo Aristóteles la que le otorgó a éste la posibilidad de dividir en tres categorías la amistad con este método tan revelador sobre la concepción de la amistad. Es posible que para los o el responsable de esta narración fuese inevitable tener que ubicar al personaje en los márgenes de una supuesta senectud para que éste pudiera obtener sus propias conclusiones acerca de la praxis de la amistad. Pero si en los actos que todos podemos prever y planificar con la sensación de riesgo que siempre se tiene ante la inmediatez, pudiésemos usar como defensa el prodigio del vaticinio, la existencia entera se reduciría a una única dimensión, sin que pudiésemos apreciar jamás la desgracia o el privilegio, según se mire, de vivir en un universo único e infinito. ¿Qué había ocurrido exactamente en esos veinte años para que en cada uno de ellos sintiese muy cerca de la mala conciencia que tenía una amistad que se deterioraba día a día como consecuencia de su desidia y de un narcisismo enfermizo e indispensable para poder crear el personaje en el que se había convertido? Pensó que durante todo ese tiempo, a pesar de dichos sentimientos de culpa tuvo algunos momentos de lucidez en los que pudo consolarse gracias a esa visión del tiempo presente como principal elemento pedagógico.

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