Me metieron Urbason
por las venas. La metilprednisolona actúa de inmediato sobre la inflamación y
las reacciones alérgicas graves, eso fue lo que dijo el médico o médica de
guardia. Puedo recordar exactamente el tiempo transcurrido, treinta y cinco
años, pero por más que lo intento no logro acordarme de la edad ni del aspecto
del facultativo que atendió mi urgencia en aquella fría madrugada. Ni siquiera
puedo describir su talante. Fue, es y mucho me temo que será hasta que se
apaguen todos mis recuerdos, una voz del pasado, sentenciosa y premonitoria de
mi pubertad. Un rostro oculto, tal vez aniquilado por mi pueril subconsciente
en la defensa de ciertos valores que para mí eran trascendentales.
El galeno dijo:
“Esto te pasa por leer la historia de España. No leas eso, lee la historia de
los españoles”.
Aquel caso resultó
con diferencia la primera afrenta sufrida en mi inocencia ante los controles de
calidad, que además acabó en un tremendo dolor de ojos por querer ver y saber.
Mis padres, tras mi
persistente demanda, sucumbieron comprándome una “Historia de España” en seis
grandes volúmenes a todo color. La primera noche tras el acontecimiento me metí
en la cama con la alegría de tirarme desde un tobogán que me llevase hasta el
paleolítico, si podía ser el de Huelva, mejor. No piensen que soy un empollón
insoportable, soy muy normalito, lo de la historia de España fue una obsesión
como otra cualquiera (ver mi columna del miércoles pasado). A los pocos minutos
tras la lectura, en la oscuridad de mi habitación, que por más negra que fuera
siempre la recuerdo en la penumbra, no podía parar de frotarme los párpados. La
intoxicación a causa del exceso de tinta en las páginas fue tan grande que
cuando pedí auxilio mis padres vieron a un niño con dos grandes mejillones por
ojos.
Guardando la distancia, sentado en mi escritorio
con la ventana abierta, soportando el frío y el calor, y lavándome las manos
después de cada lectura, no en cejé en el empeño y leí los seis volúmenes hasta
llegar a las puertas de la Constitución de 1978. Me metí en la cabeza fechas, desastres,
conquistas, logros culturales y hasta alguna historia de amor y de odio. Comprendí que bastó un puñado de personajes para condicionar la historia de millones de
españoles. Pensé que tras dicha Constitución todo cambiaría. Sin embargo, desde
entonces la historia se resume en dos palabras en boca de un único personaje
sin rostro ni voz timbrada: capitalismo y democracia.
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