Fragmento de mi novela postuma ZOOS, publicada por la editorial ME ESTÁIS JODIENDO VIVO, Huelva, 2100, y hallada en una capsula del tiempo enterrada en la playa más concurrida del sur de la península ibérica en septiembre de 2966.
Gloria apareció de repente en su vida como una
necesidad. Estaba allí, en el aseo mostrando el perfil de una promesa de la que
nadie nunca le había hablado. Trataba de comprender en unos pocos segundos sin
saberlo que no tenía muchas opciones para eludirla, para evitar pasar de largo
ante la presencia del sexo. Minutos más tarde de la visión se dijo que
posiblemente se habría enamorado, pero ni por entonces ni nunca ha tenido la
completa seguridad de estar enamorado. Jamás ha sentido en los más profundos
sentimientos la diferencia entre amar o poseer. Pudo ser quizá un frío reto de
caza o de atención a la llamada de su instinto animal. Ahora esto no le importa
nada. Gloria pertenece al pasado. Aparece de tarde en tarde, como un maldito
espectro a quien le encanta regresar para recordarle qué ocurrió. Sabe que
Gloria está viva pero lleva tanto tiempo sin verla y sin oír su voz que tiene
la sensación de que pertenece a una realidad paralela. El pasado ya no es real,
en cambio, si se produjera un encuentro con ella preferiría que fuese
planificado. Piensa que un reencuentro fortuito produciría el efecto de una
caída en el pasado. Un fenómeno indeseable, una mónada que lo atraparía en su
universo, en un lugar indivisible para los dos. No le importa si se enamoró de Gloria o si el hecho en sí de enamorarse
comporta un estadio superior de la existencia, porque entiende que lo más difícil no consiste
en amar sexual o asexualmente sino en
soportarse a sí mismo. Analiza la situación y resuelve que durante el tiempo de
su relación con Gloria no obtuvo ningún saldo digno de tener en cuenta. Siente
que lo único productivo que ha quedado en su memoria fue el fluctuante sabor de
su sexo. Degustar sus flujos vaginales le proporcionaba más placer que penetrar
su cuerpo. Eran cambiantes por minutos. Muchos años después, en los momentos
más inesperados olía aromas y saboreaba sustancias del mundo que ya había
conocido bajo el vientre de Gloria.
Tenía un
cabello abundante y sedoso, de color rubio miel, una melena que casi siempre
llevaba suelta y que le llegaba muy cerca de las vértebras lumbares. A él le
gustaba andar tras ella y mirar el movimiento de sus nalgas. Si además calzaba
zapatos de tacón entonces la dinámica del vaivén alcanzaba el clímax en el que
las palabras e incluso la gestualidad humana son ajenas a la conducta animal.
En esos momentos se perdía en un laberinto de emociones entre lo estulto y lo
salvaje. Se sabía un virtual ninfómano, un enfermo a causa de un sexo muy caro
de obtener en una sociedad todavía muy
condicionada por la desinformación y los embarazos no deseados y a la misma vez se sentía culpable y lleno de
prejuicios. Odiaba verse como un sujeto activo en la democratización del sexo.
En realidad no sabía en qué consistía las reglas de tal juego, pero no
soportaba convertirse sin más ambages que los que mostraban la publicidad del
liberado cine porno, o la de las empresas de profilácticos, en un vulgar
consumidor adicto a productos hasta entonces exclusivos solo para quienes
podían permitirse con dinero satisfacer la negación del amor con la afirmación del sexo. Sin embargo, en
aquellos momentos no era capaz de renunciar a la tentación de sumergirse y
mirarse en el fondo de un océano de imágenes y mensajes. Tal vez lo que deseaba
era satisfacer el misterioso placer que podía comprarse y consumirse antes de
que alcanzara el status de un ciudadano completamente integrado. Prefería que
sucediese antes de que estableciese con firmeza las condiciones más favorables
para crear una familia. Deseaba, o tal vez le fuese imposible concebir su
futuro de otro modo distinto, ser sabio, padre y protector. Todo en un solo
movimiento, como las obras musicales que pretenden crear con una única célula
un universo independiente y transformador de
su propia materia. Más tarde comprobó no sin perplejidad que dicho misterioso
placer se perdía en el recuerdo y aparecían de repente junto a asuntos tan
menesterosos como la muerte de familiares y conocidos o la adquisición o venta
de un coche. Se dijo que a pesar de una relación intemperante y a veces incluso
furibunda lo único definitivo y digno de mención en su historia de amor con
Gloria fue que tras la desaparición de esta se sintió en un territorio
desconocido y hostil. No pudo o no supo reconocerse. Estuvo, por decirlo de
alguna manera, convaleciente de una enfermedad a causa de la que había estado
ausente del mundo y de sí mismo hasta que, y no sabía decir cuánto duro aquella
ausencia, apareció de nuevo otra mujer. Una novedosa y sorprendente que decía que le amaba y no
sabía por qué.
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