sábado, 29 de octubre de 2011

DIOSES Y DEMONIOS





Marcel Proust, en su novela “A la sombra de las muchachas en flor”, segundo libro de los siete que componen “En busca del tiempo perdido”, escribe: “…a medida que la sociedad va corrompiéndose se depuran las nociones de moralidad…”

Si tomamos el concepto de moralidad en su origen latino “mores”, cuyo significado es “costumbre”, se puede observar que el término no encierra la significación de lo malo y lo bueno; son las costumbres las que resultan virtuosas o perniciosas. Por tanto, en el caso de que en el siglo XXI continuemos aplicando la concepción original de la palabra, la activación de lo que es moral o amoral no se concibe según el dogma maniqueo donde la espíritu del hombre es de Dios y el cuerpo del demonio. Si acaso podríamos pensar que las costumbres son actos a los que el cuerpo sucumbe somatizado por la inercia de qué hacer o donde ir para hacer esto o ver aquello, pero nunca como causas del mal y del bien nacidas en el seno de la condición humana. Así que lo que escribe Proust allá por 1910 no se diferencia casi nada a lo que podemos escribir sin dilación ahora, en la transmodernidad, paradójicamente en este momento, en el tiempo donde de todo hay, desde religiones ancestrales hasta la posibilidad científica con eso de los neutrinos de abrir direcciones desconocidas en el espacio-tiempo.

Creo, en efecto, que cada comportamiento según a la tribu social a la que pertenezcas supone un tipo definido de moral condicionada por las costumbres. Desde el sí al no al aborto, o del sí o no a la cadena perpetua y para algunos a la pena de muerte, sin ir más lejos, sólo hay un abrir y cerrar de ojos. Si o No, la depuración moral exprime las posturas hasta la radicalización, y en la confrontación cada uno piensa que sus costumbres (puntos de vista) son virtuosas y las del otro perniciosas. Este es un caso perdido en el que ni el mismísimo Manes podría poner mesura. No tiene “solución moral”.

Desde que Proust escribió la mencionada novela, la corrupción en la ética (carácter de las costumbres) ha continuado avanzando, en un camino iniciado desde la invención de la imprenta, a causa de los intereses creados en las sociedades de consumo. Tras la contradicción entre los productos que se venden y la “moral” heterogénea en la sociedad actual siempre está el dinero y el poder de alienación que éste mismo genera. El caso de la publicidad de contactos sexuales en los autobuses de la empresa de transporte público del ayuntamiento de Valencia es un ejemplo más de hipocresía en el uso de la moralidad. Se puede ofrecer el sexo en un pack de salud, liberación social y ocio. Su venta está fiscalizada y por tanto el sistema tiene el control de los beneficios económicos. Sin embargo, el propio sistema censura la utilización de la mujer como mercancía. Hay tantas y buenas nociones de moral como dioses y demonios necesite el sistema.




Artículo para "El periódico de Huelva".

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