domingo, 23 de octubre de 2011

SUDOR ESPAÑOL




El pasado doce de octubre, ante esta barbarie meteorológica, este calor salvaje en el suroeste de la península, que parece consecuencia de la intratable demencia senil del Dios Helios en su obstinación por querer seguir mostrándonos su fuerza divina, decidí que lo mejor era rendirme ante la evidencia, rendirle pleitesía, y usar las mejores armas que tengo para combatir en esta batalla desigual que se me antoja eterna, es decir, con mis chanclas y mi ya ajado bañador de temporada.
Durante las idas y vueltas frente al televisor, organizando el inevitable día de playa, pude observar de reojo la celebración del día de la fiesta nacional. Realeza, iglesia católica, políticos y militares todos juntos en imágenes que en la repetición y con el paso de los años son iguales de persistentes que los rayos del viejo Helios. No sé por qué siempre me coge por sorpresa esta efemérides. Tal vez porque el sudor español me apelmaza los sentidos y, digo yo, incluso el de la orientación. Debe tener que ver esto, que la fatiga cala tan honda, que casi se me escapa desde del corazón un ¡Viva España! Vítores desde el salón de mi casa que podrían haber contagiado hasta el alma de mi gato, si no fuera porque todavía me quedan fuerzas para combatir este calor enloquecedor. Como los buenos músicos, durante lo que se supone que debe ser una interpretación con un pathos ajustado y equilibrado, eludí el pozo de la inconsciencia y los derroches físicos evitando las emociones y agarrándome a los sentimientos.
Y huyendo en medio de esta irrespirable densidad de píxeles y bites en mis retinas y mi memoria atiborradas de resacas de vetustos veranos y doces de octubre, me dirigí por enésima vez a la playa, tratando de poner distancia entre las fuertes emociones y mis deseos de elegir la opción “Borrar todo”. Una vez emplazado frente al océano, tras haber pactado con él las condiciones de una tregua para vaciar mi mente, caí en la cuenta de por qué mi corazón se echó atrás en el último instante antes de gritar un rotundo ¡Viva España! En el palco desde el que se podía disfrutar del espectáculo de la patria, no estaba mi amiga M, que llevaba veinticinco años ininterrumpidos trabajando como interina para la administración y sin más la han mandado al paro. Tampoco estaba un desconocido que hace tiempo busca todos los días en el interior del contenedor de basuras que hay frente a mi casa, ni mi vecino F, que lleva un montón de meses atareado, dando vueltas de un lugar a otro, supongo que intentando despistar también a las emociones, y al que le quedan apenas unos meses de ayuda familiar; a mucha gente ni eso le queda ya.
Oteando el horizonte, saboreando un exquisito pelotazo de gin-tonic (lujo que aún puedo permitirme) me dije, “Ni falta que les hace. Si hay algo que puedan inquietarles es lo que siga a este calor atroz y emocionante”.


Artículo publicado en “El Periódico de Huelva” el 23 de octubre.

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