viernes, 7 de octubre de 2011

NEGOCIOS











NEGOCIOS

Durante unos instantes, en la lectura de la novela “El corrector” de Ricardo Menéndez Salmón (Seix Barral. Barcelona 2009.), el tiempo se paralizó. Después de esta ruptura con la realidad, para poder proseguir por el camino de las palabras escritas, mi pensamiento intentó encontrar un hueco entre las páginas del libro y desde allí contener la catarata en que se transformó la novela tras el desnivel abrupto de una frase, y encauzarla de nuevo en lo que yo entiendo como clímax de la literatura: un río de tinta por el que se desciende y en el que durante su transcurso sólo existe un único paisaje, capaz de anular al lector, desposeerlo de su “Yo” y convertirlo en la “Nada” más absoluta. Las palabras “Salvo el amor, cualquier negocio de este mundo puede ser aplazado para mañana”, fueron las causantes de esta suspensión de la realidad de la que escribo. Este concepto como negocio generó este paisaje único al que también me he referido antes. Está claro que esta novela no se basa en una llana y sencilla historia de amor. Si fuera así, entonces no estaríamos hablando del amor como negocio. La novela narra en primera persona el transcurso de los atentados terroristas del 11 de marzo de 2004 en Madrid. Sucesos que a través de la televisión se van instalando en la realidad de un hombre que lo que ama lo ama de verdad, y lo que odia lo hace del mismo modo.
Según el libro de Baruk ( libro bíblico del antiguo testamento, perteneciente al grupo de los libros proféticos), el deseo amoroso y su satisfacción es la clave del mundo. Las desilusiones del amor y la venganza que le sigue es el secreto de todo el mal y del egoísmo que existe en la tierra. En este momento histórico que vivimos todo parece eventual. Todo es inherente a la negociación para su destrucción, subsistencia o invención. El amor también. Tal vez la luz del amor sea la base de la satisfacción que necesitamos para neutralizar al egoísmo, es decir, a la exclusión del prójimo.
Menéndez Salmón crea una frase fascinante por su síntesis. Concreta, como la campana que los jueces de carrera en el atletismo hacen sonar antes que los corredores se enfrenten a la última vuelta. Para mí acierta de pleno; en el punto del ritmo narrativo en el que aparece y por su tino en saber elegir el blanco perfecto. El enemigo a batir es el amor; ese animal invisible que aparece casi siempre cuando ya es demasiado tarde. Un sustento y negocio como el agua y la comida, irreemplazables y del que sin embargo, nos olvidamos proveernos, dándole prioridad al abastecimiento de otros géneros de categorías dispensables. Ni que decir tiene a los que me refiero. La ausencia de esa cosa llamada “Amor” es el mal que se fragua en el presente. Abatir al amor, hacerlo preso por enésima vez en un negocio rentable como es el de la fraternidad.
Podríamos comenzar por los intereses comunes. Más tarde, como el protagonista de la novela, corrigiendo la historia escrita por nuestros demonios. Tenemos ventaja. Sólo son unos pocos.


Artículo publicado en el Odiel Información.

No hay comentarios:

Publicar un comentario